EDICIONES LAYERS
LA SAGA DE LA PEQUEÑA LI.
ESTOS LIBROS
ESTÁN DEDICADOS A TODOS LOS NIÑOS DEL MUNDO QUE QUIERAN DISFRUTAR LEYENDO,
DISFRUTANDO Y APRENDIEANDO A LA VEZ POR MEDIO DE ESTOS ESCRITOS TIENEN LA
OPORTUNIDAD DE CONOCER MI PAIS Chile.
HERMOSO TERRITORIO AL FIN DEL MUNDO.
PRIMER TOMO
LA
PEQUEÑA LI Y
SUS CUENTOS
LILA LAYERS
31 ENERO 2020 VALE
DERECHO DE AUTOR
COLECCIÓN LA PEQUEÑA LI
ISBM NUMERO 978.956.353.245-6
Derecho intelectual 147003
Este primer tomo de La Pequeña Li
Lo dedico a
mi nieta Rocío Abad Valdés
.
Un mensaje
para los niños.
Ustedes los niños,
Son como una flor en primavera
Y un rayo
de luz los besa cada mañana,
El rocío de la noche vela sus sueños y
Vuestras
voces son como el canto de una sirena,
De esos
rostros de niños,
Capullo
de rosa con olor a yerba buena.
Ustedes
son un rosario de perlas
Para rezar el padre nuestro cada mañana,
Son un
manto bordado de sueños,
Que
llevaré junto a mi destino.
NOTA
PRELIMINAR
En estos relatos quiero entregar a
todos los niños, algo agradable,
entretenido, realista y fantasioso, superando siempre lo bueno y positivo sobre
lo malo y negativo, dando fuerza al mundo infantil para aventajar la
problemática cotidiana que nos acosa día a día.
Bella
infancia hermoso mundo de esas almas tan especiales, como son los niños.
La autora Lila Layers
LA
PEQUEÑA LI Y
SUS CUENTOS
Generalmente cuando queremos contar algo
se nos hace difícil y no sabemos por dónde empezar, especialmente si es mucho
lo que tenemos que decir. Mi nombre es Li, pero las personas que me conocen me
llaman “La Pequeña Li”.
Esta mañana hace un sol esplendoroso,
cantan las cigarras y el ambiente huele a jazmín. Yo he tenido que salir a primera hora para llevar
mis vacas a pastar. La mayor parte del tiempo estoy con ellas, podría decir
que forman parte de mi vida, son
cinco y a cada una le tengo un nombre. La clávela es de un color pardo con manchas blancas
dando la impresión de una pintura de ramos de claveles en su peluda piel,
papá la trajo de la feria de Los Ángeles,
( al sur de Chile) dice que es una vaca francesa y excelente lechera, no es mi
regalona, siempre se muestra reacia a mis caricias, pero aun así las acepta y
cuando le hablo me escucha atentamente.
El camino es arenoso, ellas
avanzan lentamente mientras yo las sigo
a cierta distancia. Hoy he descubierto
algo muy importante de mi vida que me tiene muy preocupada, por eso no sigo
hablando de mis vacas ahora sólo he dicho
el nombre de la Clávela.
Me he dado cuenta que Mamá Bella no
es mi mamá y eso me ha producido un vuelco en mi corazón y una tristeza muy
grande que no he podido confiarle a mis animales, ellos siempre sólo me
escuchan jamás pueden decir algo, quizás sea mejor así. Tendré que investigar, ¿Quién es mi madre?
El dolor se agudiza mientras camino sola con
mis rumiantes. Ahora hablaré de la vaca
más mañosa, se llama Cabrita, es grande y su pelaje es negro con manchas
blancas jamás puedo hacerle cariño. También tengo dos vaquillas ellas no tienen
nombre, papá dice que pronto las venderá,
la última es mi regalona le dicen “La Cachos P abajo” es de color pardo
y tiene sus cuernos torcidos hacia abajo, con ella juego siempre y se deja
acaricia permitiéndome pasarle mi mano por el lomo y su cabeza.
Son tantas las mañanas, los días y las
tardes en que voy y vengo, siempre con ellas en un sendero o en otro, viendo
pasar una lagartija, un conejo, una culebra, o deteniéndome a observar una
araña o una hormiga. Para mí todo lo que
me rodea es importante porque forma
parte de mi vida, lo más importante será
descubrir ¿Dónde está mi madre?
UN ZORRO EN EL CAMINO
En este ir y venir había descubierto
anteriormente las pisadas de un zorro, yo sabía que él volvería
a pasar muchas veces por el mismo camino, entonces armé unos guachis y
los dejé allí, pero esa mañana cuando llegué al lugar habiendo dejado las vacas
pastando fui a observar el rastro, ¡no había nada! lo que significaba que aún
no había pasado. ¿Se atrasaría o
cambiaría de ruta? Me quedé agazapada entre el pasto con la esperanza que el
zorro volviera por el mismo camino. Estaba allí muy quieta casi quedándome
dormida, cuando un cosquilleo en una de mis piernas me hizo volver la cabeza
observando con asco una lagartija de color verde y muy abultada que avanzaba
desde mi tobillo a la rodilla, moví bruscamente mis extremidades saltando el
reptil despavorido. Justo en ese preciso instante venía el zorro, al que sólo
alcancé a verle su inmensa cola.
Al captar mi presencia el mamífero apresuró el paso sin
desviarse del sendero dando un brinco para alejarse con rapidez del lugar,
levantando la cabeza por sobre el guachi armado, aun así,
quedó cazado de una pata y allí estaba saltando muy asustado, tironeaba
de la cuerda con toda su fuerza mientras yo me acercaba, ya estaba casi encima
de él para atraparlo. Mi corazón empezó a palpitar más fuerte que de costumbre,
yo también sentí pánico, seguramente mis brazos no podrían sostenerlo,
igual me abalancé sobre él abrazándolo con mucha fuerza, sintiendo su
dócil cuerpo de ese fino y suave pelaje. Como pude le extraje el alambre del guachi que
aprisionaba su pata. Percatándome cuán asustado y temeroso de mí estaba. Luego
lo solté dejándolo libre entre yerbas y arbustos. Solo quería tener la dicha de
sentirlo muy cerca de mí, fue algo maravilloso poder tocar su larga y hermosa
cola. No volvería a armar guachis, saqué todos los alambres que tan
cuidadosamente yo misma había armado.
Corrí por el cerro observando como
pastaban cada una de mis vacas ajenas a todos mis movimientos, sonreí de
alegría, el día sería largo, pero la felicidad que me brindaba el campo era tan
grata, que todo momento allí siempre me parecía corto. Las flores silvestres
amarillas en su mayoría ya estaban floridas, abundaban los yuyos, observé extasiada el juego de las
mariposas pensando qué se puede sentir siendo una de ellas e ir por el aire
volando de pétalo en pétalo, de rama en rama; qué hermoso es todo lo que nos
brinda la naturaleza.
Miré el cielo, pasaban unas nubes pequeñas muy alto que apenas se
veían, el sol estaba en pleno esplendor,
sería el mediodía y como la casa quedaba lejos yo traía mi bolso de paño
bordado en el que Mamá Bella me arreglaba mi merienda. Mamá Bella era
también la mamá de papá, por esta razón
yo me había dado cuenta que no podía ser mi madre...
Busqué la sombra de un arbusto, donde me
acomodé en el suelo para saborear el pan amasado con el rico queso que estaba
realmente exquisito. Las migas que iban cayendo en la tierra suelta fueron muy
pronto objeto de trabajo para las hormigas, me entretuve observando por largo
rato como desfilaban con los restos del pan desmigajado. Una de ellas muy
ambiciosa tomó una miga más grande que su cuerpo, casi no le permitía caminar.
Avanzaron las otras hormigas, quedándose ella más atrás, una muy pequeña que iba sin nada le ayudó a llevar la carga que apenas se la
podía y así caminaron las dos portando su alimento. Me habría gustado introducirme en ese mundo
de las hormigas. Llegando a casa le preguntaría a papá o cuando empezaran las
clases le preguntaría a mi profesora, será muy interesante saber más de estos
insectos.
LLEGA RAQUEL
La llegada de Raquel a nuestra casa me
alegró mucho, aunque ella era algo mayor que yo, creo que Mamá Bella hizo muy bien en traerla
con nosotros ya no estaría tan sola y también podríamos jugar de vez en cuando.
Así no viviría de tantas fantasías inventando amigos y amiguitas que nunca
existieron. Sentí deseos de volver
pronto a casa aunque aún no conocía mayormente a Raquel. Ya entraríamos en
confianza y podríamos ser buenas amigas. Mamá Bella la trajo con nosotros porque no tenía mamá ni papá. Ella
dice que sufría mucho en el lugar donde estaba
y Mamá Bella contando con su buen corazón le hizo formar parte de
nuestra familia.
Papá
y yo compartimos el trabajo, yo con las vacas y él los sembrados, a veces le ayudo también en la siembra,
después que él ha preparado la tierra con el arado, hace las casillas con el
azadón, luego va depositando las papas y yo desde atrás las voy cargando con
los pies. Papá dice que eso es un secreto y que mis pies le dan la buena suerte
y cuando sembramos porotos, él hace las casillas muy por encima de la tierra y
yo voy depositando los granos de maíz con cuatro granos de porotos hasta
completar así toda la chacra. Generalmente llegamos muy cansados a casa, Mamá Bella siempre nos espera con algo
caliente.
UN CACHORRO
En
todo este quehacer nunca deja de estar con nosotros Jonás el perro yo comparto
con él todos mis alimentos, siempre me está pidiendo de todo lo que como, con su mirada humilde y resignada.
Recuerdo que fue un día en pleno verano
veníamos de vuelta del campo y en una bajada muy pronunciada de uno de los
cerros nos encontramos con un hombre que traía un cachorro en sus brazos, nos
detuvo para ofrecernos el perro, miré a
papá inquieta, el hombre cobraba cien pesos,
papá no llevaba esa cantidad de dinero consigo. Por cierto me
entristecí, de pronto llegaron a un
acuerdo nosotros teníamos dos gallos y
siempre se peleaban entre ellos, el hombre iría por uno y nosotros nos
traeríamos el cachorro. Papá me ayudó a cargarlo un trayecto yo me cansé
con él en brazos viniendo desde tan lejos, pero estaba muy feliz papá y yo le
dimos el nombre de Jonás creció mucho llegando a ser un perro grande, obediente
e inteligente y siempre me estaba cuidando.
SE VA EL SOL
Seguí corriendo tomando mariposas y
también langostas, la tarde llegaría pronto y ya estaríamos en casa, me fui a
la sombra de un peral para dejar pasar el tiempo. A veces tanta monotonía me
aburría pero antes debí arrear a la vaca Clávela junto a las otras, ella
siempre estaba saltando cercos dándome más problemas que las otras, como si
quisiera irse lejos. Constantemente se apartaba del grupo sin respetar las
alambradas para ir a potreros vecinos. Cuando las dejé todas juntas, me quedé
allí quieta contemplando el azul del cielo tras la constante danza de las
verdes hojas de un peral.
¡Oh! ¡Qué tarde es! Y dónde va el sol
en el horizonte camino a su escondite me
dije, muy asustada. Corrí hasta mis animales, pero, qué terrible, Clávela no estaba, no podría buscarla, se me haría de noche. Muy afligida
regresé sin ella, mientras avanzamos la
vaca Cachos p abajo me miraba y bramaba como si quisiera consolarme yo tenía mucho miedo de llegar con una vaca
menos incluyendo a su becerro, eso nunca
me había pasado. Decidí no contarle a
papá, el problema estaría en la leche, me faltarían unos cuantos litros para
entregar en la mañana siguiente.
Una vez en casa abrí las trancas,
aparté los terneros y guardé las vacas muy rápido, luego me fui a la cocina
y saludé a papá y Mamá Bella. En la
cocina económica la tetera hervía sin cesar, las cebollas colgaban en un rincón
de un alambre y desde una mesa de esquina se sentía el olor a escabeche de un
frasco enorme que duraba todo el año, yo pensaba maliciosamente ya sé
quién es ella. (Mi abuela
paterna). Compartí las onces con papá mientras Mamá Bella terminaba de
hacer un dulce en la cocina revolviéndolo y revolviéndolo con cuchara de palo
en una olleta enorme, yo había terminado mi pan con queso cuando llegó Raquel,
venía del almacén con un paquete de azúcar para el dulce que le había faltado a
Mamá Bella. Jonás movía la cola junto a Raquel mientras ella avanzaba con el
paquete dejándolo en la mesa para compartir el té con nosotros, yo le ofrecí un
queque aún caliente estaban muy ricos,
el gato regalón de papá ronroneaba en mi
falda. Yo tenía prisa por terminar, para jugar con Raquel y también para buscar
alguna pista que me ayudara a encontrar a mi verdadera madre. Era el secreto
más importante de toda mi vida.
Salí con Raquel para ir a jugar,
pero ella hablaba muy poco, se columpio un rato
incómoda arrastrándole los pies en el suelo por ser más alta que yo.
Miré sus trenzas que me parecían tan raras, yo siempre tuve el pelo largo y
Mamá Bella me hacía rizos, jamás
trenzas, sus piernas largas me hicieron pensar en una garza. Pronto llamaron a
Raquel y entonces yo me fui al desván a hurgar en los baúles algún indicio de mamá,
no sabía por dónde empezar ni que iba a buscar allí.
EN EL DESVÁN
En el desván encontré un sin fin de cosas entre telarañas y polvo, este afán me tenía tan absorta que llegué a olvidar el
grave problema de la vaca Clávela. Al
abrir el baúl y al presionar la tapa
hacia atrás hizo un ruido extraño como si le doliera una parte de su
estructura, había en él tantas cosas, paquetes de cartas, una que otra foto,
restos de cosméticos, algunos pedazos de seda, frascos de perfumes vacíos,
peinetas de adorno, una pandereta que no dejó de llamar mi atención y más al fondo aún, unas castañuelas que tomé
con sumo cuidado dejándolas aparte, más abajo en el baúl un vestido de
española, lo extendí y lo estuve contemplando largo rato junto con una hermosa mantilla
Contemplando ese hermoso vestido
de española, pensé tantas cosas a lo mejor mi madre habría llegado de España
trayendo esas prendas tan hermosas, o seguramente no eran de ella, e imaginé a
papá todo vestido de torero en la rueda impresionando a un millar de personas y
en la tribuna mi madre con ese traje aplaudiéndolo o bien papá bailando
flamenco con ella, haciendo sonar las castañuelas; en mis oídos la música española me aturdía en
cierta forma. Cerré el baúl dejando todo adentro y sumergida en mil pensamientos bajé hasta el
columpio, allí estaba papá arreglando el filo de un hacha, nada tenía que ver
él con el vestuario de un español porque siempre usaba su ropa de huaso. Los
días de trabajo diferente, pero para los domingos tenía su traje con faja
tricolor, sombrero alón y manta a telar hecha en seda. Un rato más tarde mamá
Bella también subió al desván, mi corazón palpitó acelerado, porque poco antes
yo había estado allí y decidí seguirla para cerciorarme qué iría a hacer ella al
desván, salté desde el columpio a su encuentro.
¿Voy yo también contigo?
-Sí. Sí, me respondió
cariñosamente.
Vamos, dijo: al mismo tiempo que
me tomaba de una mano y me besaba en la frente. Ascendimos por la escalera de
madera hasta llegar junto a dos baúles viejos y cajas sin ningún valor.
Primero
abrió uno que estaba junto a la
claraboya, fue sorprendente porque en ése no había nada, sólo unos restos de
ropa apolillada que servirían para el fuego. Ella movió la cabeza. ¡Exclamando!
“Con razón dicen”. “Que no hay que
guardar nada porque se lo comen las polillas”
Entonces yo le pregunté. ¿Qué busca en
los baúles?
-Busco algo que me sirva para hacerle
un vestido a Raquel, me contestó. Yo pensé en el baúl que antes había
abierto sola buscando algo que me
sirviera para indagar la existencia de mamá,
preferí no decir nada, temí que Mamá Bella se enojara, luego le
insinué indicándole el otro, entonces
Mamá Bella fue hasta el baúl que le indiqué y empezó a abrirlo.
Ahora yo tendría la oportunidad de
saber de quién era ese vestido de española que seguramente estaría relacionado con mi madre. Ella empezó a sacar
las cosas mirándolas minuciosamente, yo tomé la pandereta haciéndola
sonar. Consideré que eran cosas de mucho
valor para que estuvieran abandonadas ahí, luego hice sonar las castañuelas,
mientras Mamá Bella seguía observando todo lo que había encontrado. Ahora tenía
el vestido de española en las manos mirándolo detenidamente, me dio la
impresión que estaba pensando en transformarlo en un bonito vestido para Raquel.
Entonces consideré que ése era el momento preciso para preguntarle por el
origen de esa prenda.
Al hacerle la pregunta ella me miró
aún pensativa y entre dientes me respondió, “De la hermana de Simón” Con esa
respuesta quedé más intrigada que antes. ¿Quién era la hermana de Simón? Y aún
más, ¿Quién era Simón? Ella lo dijo así como si Simón fuera muy conocido o
estuviera muy familiarizado, aunque era la primera vez que escuchaba su nombre.
Ahora mi conflicto sería mayor, porque tendría que investigar quién era Simón.
No quise hacerle más preguntas a Mamá
Bella, porque siempre los mayores piensan que los niños quedamos conformes con
las respuestas que ellos nos dan a veces totalmente improvisadas, pero no se
dan cuenta que algunos niños somos muy discretos. Volvió a guardar todo, incluso la pandereta y las
castañuelas. Bajamos del desván pero Mamá Bella seguía con el problema del
vestido de Raquel que pronto
solucionaría de alguna u otra manera.
Con todo esto ya había llegado la noche y la luna estaba en lo alto alumbrando
las siluetas de los árboles que adornaban el patio de la casa, esa casa de
campo que yo tanto amaba.
ORDEÑA
MILAGROSA
En la mañana siguiente me fui al
corral, saqué primero la vaca cabrita, me había levantado más temprano que
nunca con la intención de ganarle a papá para que no descubriera que me faltaba
una vaca. Primero saqué la leche a la Cabrita, demoré bastante porque yo no
tenía mucha práctica en ordeñar y además
siempre era papá el que hacía este trabajo, él siempre llenaba tres lecheros
grandes que después se entregaban al vecindario, yo no sabía de dónde iba a
sacar la leche que me faltaría, pero seguí presionando las tetas de las vacas
con mucha fe. La Cachos p abajo la dejé para el último. Por su manera de
mirarme me dio la impresión que estaba tan preocupada como yo, pese a que era
la que menos leche daba, empecé a ordeñarla consciente que terminaría pronto y
que aún me faltaba más de la mitad del último lechero, si no lograba llenarlo
papá indagaría qué había pasado.
Me faltaba muy poco para que se
llenara el último tiesto, ya no hay más leche con que llenarlo, pensé. Mi
desesperación se acrecentaba, resignada solté el ternero para que se fuera con
la Cachos-PA-bajo, y llevarlas al potrero. Yo estaba muy apesadumbrada, pero la
vaca esquivó al becerro mirándome como si deseara decirme algo. Tomé de nuevo
un balde donde depositaba la leche recién sacada de las vacas, lo dejé en la
parte inferior de sus ubres, me acomodé en un piso de madera y empecé a
presionarle con fuerza las tetas y nuevamente la leche empezó a fluir a
borbotones, mi rostro se tornó alegre y optimista, el tercer lechero quedó
hasta el borde, yo me fui muy feliz arreando mis vacas con sus becerros hasta
los potreros. Papá iría por la leche sin sospechar lo ocurrido, la
Cachos-PA-bajo avanzaba adelante como orgullosa por sacarme de la difícil
situación que yo estaba afrontando, yo pensaba en la vaca perdida la clávela
que también exponía al ternero.
Apenas llegamos a los potreros, las
dejé ahí y salí por los cerros de Nahuelbuta en busca de mi vaca perdida,
caminé y caminé hasta muy tarde y no estaba en ninguna parte, nuevamente debí
regresar a casa sólo con cuatro vacas, la cabrita, la cachos p bajo, las dos
vaquillas y los becerros, la suerte me
acompañó pude entrar sin ser vista, cerrar los corrales sin problemas y luego
me fui a comer. Mamá Bella me estaba esperando con alegría y un postre de
maicena, compartí con ella la cena, sin hablar mucho, luego me fui a la cama,
totalmente cansada y abatida.
Debes lavarte los pies, Li- Me dijo
Mamá Bella trayéndome un lavatorio con agua y lavándome ella misma. Mientras me
los secaba yo casi me quedé dormida, me
colocó unas zapatillas y me fui a la cama como una sonámbula, no pude pensar en
Simón ni en el vestido de española, ni en mi madre, menos en el vestido de
Raquel; yo diría que me dormí antes de acostarme.
EL ENCUENTRO
Un día igual que los anteriores,
levantarme más temprano que de costumbre, para que papá no se diera cuenta que
me faltaba la vaca Clávela, igualmente la Cachos p abajo me completó, la porción de leche que me iba a faltar por
la ausencia de la vaca clávela, no sabía cuánto tiempo permanecería con este
problema, pero tenía plena fe en que la vaca perdida volvería de un momento a otro. De todas maneras yo
debía buscarla.
No supe darme cuenta cuanto tiempo
había pasado, pero después de caminar todo el día por los cerros buscándola de
un lado a otro, volví al potrero donde estaban las otras vacas, allí me quedé
un rato descansando de mi agotamiento para luego regresar a casa, cuando de
pronto sentí unos bramidos, corrí hasta la cerca para mirar al valle, sí,
justamente era la vaca Clávela, salté de alegría, di la vuelta hacia un paso y fui corriendo
por ella, la abracé del cogote tocándole sus cachos, excepcionalmente se dejó
acariciar, pero ¿Y el ternero? ¡Tú becerro! Le dije, fuerte e impaciente. Miré
nuevamente hacia el valle, la vaca bajó su cabeza, como si quisiera pedirme
perdón, yo ahora sentí mucha pena, la vaca se volvió en sentido contrario, yo
la seguí sin saber a dónde me llevaba, caminamos un buen trecho acercándonos
más y más hasta un barranco, luego se quedó en el borde bramando, seguramente
iríamos por su cría., miré al fondo del precipicio, sentí un escalofrío, abajo,
muy abajo entre peñascos estaba el becerro inerte, en la altura unos pájaros
negros con alas enormes volaban en círculo. La vaca no quería regresar, debí
arrearla hasta el pequeño ganado, durante la caminata bramaba a intervalos,
cuando llegué a casa le di la mayor ración y la dejé en el mejor establo,
juntas lloramos por el becerro.
La Cachos p abajo me miraba desde su
corral, bramando inquieta, dejé a la Clávela y me fui donde ella, pero ésta me
esquivó retrocediendo con fuerza. No me cabía ninguna duda, como siempre fue
ella mi regalona, ahora estaba celosa, yo la había comprendido, me detuve a su
lado para hablarle enérgicamente.
¿”No te da vergüenza”? le dije con aire autoritario, si tú repusiste
su leche que faltó en su ausencia, ella nos hizo sufrir por haberse ido, pero
¿no te das cuenta que la hemos recuperado?
Ella estaba muerta para nosotras y ahora nuevamente la tenemos aquí, la
hemos recuperado le repetí –
¿Acaso no es hermoso su regreso?- ¿No
es bastante que haya perdido a su hijo el becerro? Si tu hijo se fuera, lo
perdieras por un tiempo y de pronto lo recuperaras- ¿Cómo lo recibirías? La
vaca Cachos p abajo estiró su cabeza hasta el suelo arrimándola hacia mí. Sí, ella había comprendido, ahora debía
decirle a papá lo del ternero, sería algo difícil para mí, pero tendría que
hacerlo.
LA
TOMA DE LAS
MANZANAS
La confesión del becerro perdido
fue embarazosa, pero salí de ese mal momento sin dificultades y la vida
tornó su ritmo cotidiano. A futuro debía
tener mucho más cuidado con mis animales.
Esa tarde, cuando llegué a casa, Mamá Bella le había hecho el vestido a
Raquel de una cortina, pero no estaba en casa
en ese momento, había ido a la quinta de la señora Flandes, quién solía
venir todos los veranos desde la capital a pasar algunos días a su casa de campo
y a la vez a cosechar las manzanas, tenía una enorme quinta y para cosecharla
conseguía con los niños vecinos que le ayudaran a hacerlo, ellos se iban en la
mañana muy temprano y la señora Flandes los esperaba con desayuno que se
servían antes de empezar, después se subían a los árboles por las escalera y
llenaban cajones y cajones con fruta, a todos les pagaba por igual el día de
trabajo. Yo estuve muy triste por no haber podido ir desde la mañana.
Era muy divertido subirse a los
árboles y tomar las manzanas en los canastos, el niño que daba más rendimiento
recibía un premio. El año anterior había cinco premios y yo obtuve el cuarto,
que era una figura de gato, me sentí feliz ese día, otro niño recibió un
tambor y otro una corneta, también un pito,
pero este año yo andaba con los animales en los potreros y no pude venir a la
cosecha de manzanas. Mamá Bella se percató de mi tristeza y me dijo;
-Raquel fue donde la señora Virginia
Flandes si tú deseas puedes ir con ella.
Mamá Bella aún no había terminado la
frase cuando yo ya estaba corriendo camino a la quinta que quedaba a dos
cuadras de nuestra casa. Como el trayecto lo hice corriendo llegue muy cansada,
pero aún los niños estaban trepados en los árboles.
Me acerqué a la señora Flandes que estaba contando los
cajones llenos de fruta, ella llevaba un delantal de cuadrillé azul con un
borde blanco y al medio una cartera bordada, su peinado la hacía resaltar el
verde de sus ojos y calzaba unas zapatillas que le eran muy cómodas.
-Hola Li. Me dijo, te eché de menos
este año.
Yo le sonreí y tomé un canasto al
mismo tiempo que salí corriendo en dirección a los árboles para recoger las frutas que aún quedaban. Se sentía el
vocerío de los niños que subían y bajaban de los árboles, yo también empecé a
compartir de la fiesta de las manzanas porque para nosotros era una verdadera
fiesta.
Pronto terminamos y la señora Flandes
nos tenía bajo uno de los parrones una mesa con dulces y chocolates, todos
disfrutamos de los ricos bocados, leche con café chocolate y té y diferentes
dulces; luego después de las onces todos los niños formaron una fila y la
señora Flandes empezó a darles a cada uno lo convenido, yo me quedé en otro
lugar pues había llegado a última hora. Ella me había dicho que me quedara a
compartir las onces con el resto de los niños. Cuando terminó de darle la paga
al último de la fila miró hacia mí y me dijo. -¿Y tú Li? Ven, aquí tienes tu
paga.
Yo la miré muy extrañada, me estaba
dando lo mismo que a los demás, entonces otro niño que estaba cerca y había
trabajado todo el día, le dijo.
-No señora Flandes, ella llegó
recién. Refiriéndose a mí, pero la señora. Flandes lo miró y tomándolo de las
manos tiernamente le dijo.
-¿Acaso no te he dado a ti lo justo y lo
convenido?
-Sí, respondió el chico;
-Entonces, ¿Por qué protestas si yo
le pago lo mismo a la Pequeña Li? -¿Acaso estás envidioso de Ella? ¿No sabes
que yo puedo dar mi dinero a quién yo quiera, si tú ya tienes lo tuyo?
-El niño no respondió y bajando la
vista asintió con la cabeza dando la
razón a la señora Flandes, su cara estaba tan roja como los corales que cubrían
el cerro y entonces yo recibí la paga. Estuve muy agradecida de la señora Flandes y después de tomar once con todos los
niños me fui con Raquel a casa muy contenta.
EN
BUSCA DEL FANTASMA
Una vez en casa tuve la oportunidad
de compartir más con Raquel, nos columpiamos largo rato y después jugamos a la
Caperucita Roja y el lobo, yo hice de Caperucita y ella interpretó al lobo. Me
vestí con un chamanto rojo de Mamá Bella, que no usaba desde hacía mucho
tiempo, decía que no era un color adecuado a su edad. Corté unas rosas que
arreglé en una canasta, en el patio había un enorme árbol de boldo para la
sombra, allí dimos vueltas a su alrededor e hicimos el diálogo, yo creo que lo
estaba haciendo muy bien hasta cuando
Raquel trató de tomarme con sus inmensas manos, traté de arrancarme pero no
pude desprenderme de ella. Estuvimos jugando hasta muy tarde bajo el boldo, sin
sentir el paso de la noche porque había luna llena lo que me dio una gran idea;
como la noche era similar al día con la luna llena, yo me levantaría para saber
cómo transcurría todo ese tiempo que nosotros
pasábamos durmiendo.
Nos fuimos a la cama, pero yo me
quedé pensando en los fantasmas y cosas que siempre nos contaba Mamá Bella en
las interminables noches de invierno.
Trataría de ser lo suficientemente
valiente para llevar a cabo esa hazaña. Raquel se daba vueltas en la cama que
Mamá Bella le había arreglado provisoriamente con una payasa, mientras compraba una lana de oveja para
hacerle buenos colchones con la esquila del año y un buen cotí de damasco. La
paja sonaba cada vez que se movía; miré
por la ventana y aún la claridad era sorprendente, salté en silencio y
salí sigilosamente quedándome en medio del patio, sintiendo la brisa en mi
cara. Allí sola, en una enorme paz, observando.Si veía algún fantasma, de esos
que tanto hablaban, yo no le tendría miedo, los perros ladraban constantemente,
también se sentía croar las ranas y el cantar de los grillos.
Contaba la gente que a la salida del
poblado, en una quebrada solía salir un fantasma con una cabellera muy larga y
se la peinaba con un peine de oro. Caminé hacia la calle por entre los
arbustos, iría a la quebrada para ver si realmente salía ese fantasma.
Estuve en el lugar por mucho rato,
pero no pasó nada, aun así no me daría por vencida y haría lo mismo la noche siguiente hasta descubrirlo
si es que realmente ese fantasma existía.
Ya me venía cuando observé una figura
que avanzaba en dirección a mí, rápidamente me oculté entre las ramas, era un
hombre con una pala al hombro, de pronto
emergió otra figura en la misma dirección, también traía una pala al hombro,
los dos hombres se encontraron ahí y el que había llegado primero le dijo al
otro.
-No me creerá, compadre, pero acabo de
ver el fantasma, se hizo chico ahora.
-¿No le dio miedo? Le manifestó el
otro.
-Qué, ya estoy acostumbrado a estas
cosas.- Respondió el primero.
-Yo me quedé gélida de pavor, pero muy
segura que el fantasma había sido yo y como andaba en camisa de dormir al
visitante no le cabía ninguna duda de haber visto un fantasma. Seguí oculta muy
tentada de la risa que tuve que contener; para mi sorpresa los hombres no se
movían del lugar y muy pronto empezaron a cavar un hoyo.
-Pero, ¿Cree Ud., que aquí está el
entierro?
-Preguntó uno de ellos.
-Aquí tiene que estar, por algo sale su
fantasma. -Yo seguía allí muy preocupada, pues los hombres continuaban en su
trabajo y no podía moverme; decidí arrastrarme por el suelo y así alejarme del
lugar pasando desapercibida de los busca entierro.
Cuando ya me había distanciado un buen
trecho, me levanté y corrí hasta casa. Raquel dormía profundamente, debí
sacar otro camisón pues el mío había
quedado totalmente sucio donde me arrastré por el suelo; los hombres quedaron
allí y nunca supe si realmente habían encontrado un entierro.
Al día siguiente tuve la precaución de
observar el lugar donde habían cavado la tierra y estaba totalmente removida,
solamente yo había sido testigo mudo de lo ocurrido en ese lugar esa noche.
LA HORNILLA
Regresaba de los potreros más temprano que
nunca, papá estaba haciendo una hornilla de barro para hacer el pan en casa, yo
le ayudé a pasar los ladrillos hasta terminarla. Desde su escondite Jonás
nuestro perro observaba participando así de nuestro trabajo. En la parte baja
de la hornilla, papá le dejó una cavidad para guardar la leña. Raquel y yo nos
encargamos de llenar el depósito con palos de leña que papá ya tenía picado
bajo el boldo.
Mamá Bella estaba muy contenta con la
nueva hornilla, guardé el hacha y nuevamente esa noche invité a Raquel a jugar
conmigo al columpio, pero se negó, era evidente, no le gustaban mis juegos,
tenía más edad que yo, decidí correr por entre los árboles como lo hacía
generalmente o acurrucar a mi muñeca
Marisol con quien pasaba horas y horas conversando, ella era la única
que nunca se aburría de escucharme todas las cosas que yo le contaba ni de los
cuentos que le inventaba, la envolví en un chalón y me senté en el columpio,
arrullándola le empecé a contar un cuento, se llama la Máscara.
LA MASCARA
(cuento) (Ana Valdés)
“Tomó la peineta pasándola
suavemente por los hermosos cabellos de Anita, la niña miró a su madre a través
del espejo y le sonrió.
Después del baño y muy peinada se veía
como siempre, cuando salía acompañando a su madre en las compras diarias, tan
bonita que toda la gente admiraba su belleza. Sólo su hermano Andrés, un año mayor,
se sentía muy triste porque nadie se fijaba en él.
Un día Andrés fue a una tienda y compró
una máscara muy fea y esa noche, cuando la madre fascinada por la belleza de su
hija dio la oración de buenas noches dejándola dormida, Andrés entró en
silencio a la alcoba de Anita y le colocó la horrible máscara a su hermanita,
saliendo nuevamente, en puntillas del
dormitorio para que la niña no despertara. Cuando él se acostó se sintió muy
feliz ya que esa noche él era el más hermoso de la casa.
Así pasó una semana quizás más tiempo.
Cada noche le colocaba la máscara a su hermana y cada mañana antes que su madre
entrara al dormitorio de la niña se la
quitaba.
Cierto día llegaron al pueblo unos
hombres muy malos y oyeron decir que Anita era la niña más linda que se haya
conocido, entonces decidieron raptarla. Así fue como una noche entraron a la
casa donde vivía Anita con sus padres y su hermano Andrés. Buscaron por todas
las piezas y no encontraron ninguna niña bonita.
-Qué extraño... Se dijeron, los
malvados, sólo había un niño y otra niña muy fea con cara de bruja que nos
asustó.... Y se fueron sin deseos de volver nunca más por la casa de Anita así,
gracias a su hermano, se salvó de los malhechores.”
FIN
“Consideré que con este cuento mi
muñeca Marisol ya se había dormido, dejé el columpio y la acomodé al lado de mi
cama en una caja que le servía de cuna, como papá ya se había dormido por el
gran cansancio que le produjo la confección de la hornilla, fui hasta su pieza
y le di un beso en la frente, lo quedé contemplando algunos minutos como dormía
profundamente, Mamá Bella me llevó a mi pieza dejándome en mi cama acuñándome
la ropa después de darme también un beso.”
EN LA QUEBRADA DEL LITRE
Corrí por el camino y seguí
corriendo, pero mientras corría parecía no avanzar entonces me di más impulso
para correr más fuerte sintiendo como si el viento me llevara, quería ir a la
Quebrada del litre. Con el viento el pelo se me venía a la frente y no me
permitía ver claramente, los árboles se agitaban en el camino y el viento se
hizo más fuerte produciendo un silbido extraño. Ya estaba llegando a la
quebrada del litre. Cuando me embargó el pánico y en ese instante una figura se
deslizó por el sendero con una enorme
cabellera, no pude ver la peineta de oro con la que me decían solía peinarse,
porque mi impresión fue tan grande que sentí me faltaba el aire para respirar.
Sin poder darme cuenta de cosa alguna, mi cuerpo se reducía a la nada, mis ojos
no podían ver, el mundo se me iba, entonces sentí la mano de Mamá Bella que me
estrechaba contra su cuerpo.
Li, Li, me decía, despierta... ¿Qué te ha
pasado? Has tenido una pesadilla. Me miró muy asustada y yo estaba llorando en
forma desconsolada. Cuando me calmé, Mamá Bella me arregló la cama, apagó la
vela y me dejó allí nuevamente tratando de continuar con mi sueño. En mis
pensamientos sentí más pánico todavía por haber salido la noche anterior en
busca del fantasma. Si ella lo hubiera sabido yo no sé qué me habría dicho,
pero eso no lo volvería a repetir.
EN CASA SEÑORA FRANDES
Había encerrado los terneros y las vacas en
sus respectivos corrales, cuando un hombre iba por la calle gritando con una
corneta muy fuerte, el hombre decía:
-¡A las marionetas! -¡A las marionetas
para niños!- ¡A las marionetas para niños y niñas!...Hoy en la plaza... Adultos
veinte y diez los pequeños...
Siguió
repitiendo y su voz se fue apagando poco a poco en las calles
adyacentes. Yo me había detenido a escuchar lo que el hombre decía y corrí a
mirarlo pasar antes que se perdiera de vista. Estaba vestido de payaso con unos
pantalones rojos muy anchos y unos enormes zapatos, una chaqueta rayada de
azul, un corbatín negro y su cara totalmente pintada. Me alegré mucho que ese
hombre vestido de payaso pasara por nuestra casa y corrí entre salto y salto
hasta donde estaba Mamá Bella que en ese momento hacía unos catutos en piedra,
tenía ya varios terminados.
Trae la miel que está en el mueble de
la cocina- me dijo.
Yo fui por la miel manteniendo el ritmo
de alegría demostrándolo con mis saltos y sonrisa, le entregué el tarro con el
dulce y ella dejó de moler el trigo cocido para colocar dos catutos de los que
ya tenía hechos en un plato, con una cuchara les agregó la miel dejándolos en
la mesa para que me los sirviera. Mientras saboreaba uno, le pregunté por papá.
-Fue a la casa de la señora Flandes me respondió. Había ido desde la
mañana para cosechar la miel de las colmenas. Me serví los catutos y la leche
que Mamá Bella me tenía en una taza, me limpié con una servilleta y le pedí
permiso para ir donde papá.
Ya llegará, manifestó; entonces mi
alegría se opacó al instante, quedándome en una silla sin decir nada.
Bueno, bueno exclamó ella, anda, anda
chiquilla por tu padre, no quiero que te impacientes.
Yo abandoné la silla en que estaba
sentada y salí corriendo en dirección a la casa de la señora Flandes. Pero al
salir de la cocina justo tropecé con el gato pisándole la cola, éste maulló muy
fuerte, entonces Mamá Bella me gritó ofuscada desde adentro llamándome la
atención.
¡Fíjate más por donde pisas!... Mi
prisa era tan grande que dejé el gato allí sin hacerle caso.
La señora Flandes o la señora
Virginia, que cortaba unas rosas en ese momento, al verme llegar vino a mi
encuentro, traía en una mano la tijera de podar y en la otra las rosas, me besó
en la cara y con una sonrisa me dijo: hola Pequeña Li. ¿Vienes por tu papá?
Como yo tenía mucha confianza con ella
correspondí su sonrisa, contestándole al instante.
Sí, sí, señora Virginia. En cambio con
otras personas me era muy difícil
entablar un diálogo y cuando estaba frente a ellas no sabía qué hacer,
me molestaban las manos que no sabía dónde ponerlas, o el pelo, o de nervios me
daba romadizo, o la boca se me llenaba de saliva, pero entre la Señora Flandes y yo existía una gran simpatía.
Bueno, si vienes por tu papá, ve a
buscarlo, que ya está terminando de cosechar la miel,- me dijo: Entrando a la
cocina de su casa.
Entonces fui hasta el colmenar.
Efectivamente papá ya había terminado de cosechar una gran parte de los
cajones, tapó el último cajón de abejas, movió
una rama para espantar las abejas alborotadas, que estaban muy bravas,
yo lo miré desde lejos, él dejó todo en orden y vino a mi encuentro, aún falta
más de la mitad del colmenar para
cosechar, me dijo; pero eso lo dejaré para otro día, terminó manifestando.
Jonás
mi perro que nunca se separaba de mí, movía la cola y saltaba a nuestro
alrededor y como la señora Flandes no tenía ningún perro no protestaba
porque yo llevaba el mío. Papá fue hasta ella para que le
cancelara el trabajo.
-Yo regreso mañana a Santiago de
Chile, dijo ella, pero estoy nuevamente acá en quince días más, entonces ahí me
puede cosechar los cajones de abejas que
faltan, terminó diciendo la señora Virginia
- En la sala de cosecha quedaron los
tambores llenos y los vacíos están listos para la próxima centrifugación. Le
respondió papá. Caminaron juntos hasta el jardín donde yo esperaba a papá.
-¿Sabes
Li? me dijo, volveré con mi nieta
Carolina. Yo me sonreí, no le contesté nada, no se me ocurrió algo en ese
momento; una “nieta” pensé, Nos
despedimos con mucho cariño de la simpática señora Flandes, encaminándonos a
casa
En el regreso a nuestro hogar papá
me manifestó, -Me faltaron las colmenas de la quinta de los Naranjos pero lo haré cuando la señora. Flandes regrese y vendrá con su nieta, terminó diciendo,
luego se sonrió.
LAS MARIONETAS
En ese momento no supe que pensar,
la presencia del payaso con su corneta en la calle me distrajo, una veintena de
niños lo seguía saltando a su alrededor, yo que iba tomada de la mano de papá
inconscientemente empecé también a saltar contagiándome con la alegría de los
demás, papá me miró muerto de la risa, pero yo seguía saltando, llegamos a casa
y mi alegre inquietud hizo suponer a papá mi deseo de ir a ver las marionetas.
Las Marionetas se habían instalado
en la plaza con una pequeña carpa y una cortina verde separaba al público del
proscenio, un hombre gordo vestido de negro con camisa blanca, corbatín
negro y unos zapatos también negros con
la punta blanca, tocaba un enorme tambor, y otro hombre tenía unos platillos
que los hacía sonar dando uno contra el otro. Un tercer hombre vestido de la
misma manera que el hombre del tambor, soplaba una corneta, él de los platillos
estaba vestido de rojo, y a la entrada de la carpa había unas niñas con unos trajes de bailarinas y en una bandeja
ofrecían toda clase de confites, papá me compró un chocolate con forma de un
pez, otro niño que venía al lado de
nosotros compró un chocolate con forma de elefante. Yo no quería comerme el pez
porque deseaba guardarlo, pero le comí la cola y estaba tan rico que no me di
cuenta cuando sólo le quedaba la cabeza, lo miré y sentí que el pez también me
miraba, lo envolví de nuevo, pero muy pronto lo desenvolví y no pude contener
el deseo de comérmelo.
Los niños iban de un lado a otro
ubicándose en sus asientos, nosotros nos habíamos instalado en la tercera fila.
Los músicos seguían tocando sus
instrumentos, cuyos sonidos se confundían con el gran vocerío de la multitud
que entraba y salía.
.
La banda dejó de tocar y se abrió la
cortina pequeña, todos aplaudimos,
algunos gritaron de alegría y otros hasta zapatearon, empezó el espectáculo
apareciendo la primera marioneta, hubo un silencio total, para escuchar el
diálogo. Caperucita Roja hizo su reverencia, escuchando a la primera marioneta
que hacía de mamá, luego salió el lobo y todos los niños volvieron a gritar
protestando contra el lobo.
Transcurrida la presentación, todos
muy fascinados por el espectáculo, salió una cuarta marioneta que era la
abuelita, cuando el lobo se comió a Caperucita Roja con la abuelita, estábamos
muy tristes, pero al final apareció otra marioneta que era el cazador y mató al
muñeco con cara de lobo.
-Huf...huy gritaron los niños- y
todos aplaudimos. Algunos nos levantamos de nuestros asientos, apareció
Caperucita y la abuelita, seguíamos aplaudiendo, que se repita, dijeron los
niños, ¡Que se repita! Gritaban eufóricos. Cuando ya habían cerrado la cortina, nuevamente se abrió y aparecieron todos los
muñecos haciendo reverencias y el lobo abría su enorme hocico, Cansados de
aplaudir empezamos a salir comentando la representación, papá no se entretuvo mucho con la función,
para mí fue algo realmente hermoso, regresé a casa pensando en ese cuento tan
extraordinario, Caperucita Roja[1]
y el lobo feroz.
A
LOS BOLDOS
La claridad del día me daba
fuertemente en la cara, despertándome asustada me coloqué mis zapatos y el
vestido apresuradamente. El sol había salido hacía mucho rato, mamá Bella tenía
pan caliente en la cocina y tomaba su mate a orillas de un brasero, me lavé la
cara y temerosa por haberme quedado dormida corrí al establo, papá había
llenado los tres lecheros y los terneros estaban sueltos junto a las vacas.
Para mí fue sorprendente que no
me llamaran la atención, por mi retraso, papá colocó la tapa a uno de los
lecheros y nos fuimos a tomar desayuno, parece que el pan amasado estaba más
rico que nunca, Jonás compartió también con nosotros y papá mantuvo a su gato
en las rodillas, Raquel había ido a entregar la leche. De pronto papá dijo.
-Hay que llevar una vaquilla con
su cría a Los Boldos. -Los Boldos, repetí. Tuve la intención de protestar, y
rebelarme, no, no puede ser, ir yo tan lejos, si es una legua. Pero guardé
silencio, y pensé “Si papá me pide que camine una legua, caminaré dos”.
Salimos juntos con los animales,
papá se quedó en los potreros donde yo los cuidaba todos los días y sola seguí con la vaquilla hacia Los
Boldos. Papá me dijo que tomara el camino del valle, porque existían dos
caminos, uno del valle era más largo, y el otro de la rivera, era mucho más
corto pero muy inseguro porque estaba cortado en algunas partes e iba al borde
de un precipicio.
-Bueno, me dije. Siempre dicen que
el camino más largo es el más seguro. Arrié la vaca con su becerro, y me fui
camino adentro seguida por mi perro, debí pasar por los mismos lugares que
anduve cuando buscaba a la vaca Clávela y nuevamente vi una cabaña, que antes
no le di importancia por lo afligida que me encontraba por la pérdida de la
vaca, pero ahora me llamó la atención al verla por segunda vez. No sabía si
viviría alguien allí. Aunque pasé muy cerca no pude ver nada, a mi regreso, después
de entregar la vaquilla, investigaría más sobre esa cabaña que estaba casi
oculta entre los árboles que impedían verla desde el camino, había que mirar
muy detenidamente ubicándose en un determinado y reducido ángulo para poder
descubrirla, a mí me pareció novedosa, más bien dicho, misteriosa, yo pensé
¿Viviría alguna Bruja allí? No, eso no, porque yendo por el otro camino en una
casa también solitaria vivía una anciana y toda la gente decía que era una
Bruja, mamá Bella siempre me recomendaba que no me acercara a ese lugar yo
sentía mucho miedo al hablar de ella.
Para llegar a Los Boldos había que
pasar tres puentes de madera y recién había llegado al primero.
Sintiéndome enormemente cansada me
senté bajo un sauce a orillas del estero que pasaba bajo el puente, la vaquilla
y el becerro bebieron del agua que corría limpia y fresca, Jonás con su lengua
afuera empezó a escarbar con sus patas traseras y también bebió el agua del
fresco manantial. Busqué un lugar cómodo en el que me recosté un rato para
descansar, pero de pronto no me di cuenta cómo me embargó el sueño y empecé a
soñar.
LA
MÁSCARA DE LOBO
(cuento)
Estaba frente a dos caminos, uno era
angosto y muy largo, el otro ancho y corto, yo tomé el más corto y de pronto,
mientras avanzaba, a mi encuentro salía un niño con una máscara de lobo, pero
en ese instante yo era una marioneta y el niño con cara de lobo tomó mis hilos
y empezó a correr arrastrándome por la tierra del camino. Entonces yo gritaba y
gritaba y el malvado seguía corriendo hasta llegar a un puente. Allí justo al
centro de ése puente se detuvo, me colocó en el entablado, levantó mis hilos
y empezó a hacerme bailar, tirando un hilo
y el otro y otro y yo obligada a mover mis pies, una mano, la cabeza, el otro
pie, la otra mano. Mi respiración era
cansada, pero el niño con su máscara de lobo reflejando una sonrisa burlesca
seguía jugando y divirtiéndose con mi danza forzada, ya no me podía ni mis
brazos, ni mis piernas y mi cabeza también se tumbaba, pero los hilos me
tiraban provocándome nuevos movimientos.
Ya no podía respirar ni sentía mi
cuerpo, más el travieso niño dejó de
presionar los hilos dejándome exánime en el entablado del puente. Pero
nuevamente tiró mis hilos ahora para sumergirme en el estero que pasaba bajo el
puente, yo en el agua conteniendo la respiración, me sacó para sumergirme de
nuevo con más fuerza. Desesperada convertida en una marioneta de trapo,
zambulléndome una y otra vez en el riachuelo conteniendo la respiración y el
malvado niño con cara de lobo jactándose de su osadía, impávido frente a mi
desesperación. Luego, me acerqué a él en un momento de valentía, no sé de donde
saqué coraje, al acercarme sentí su cuerpo peludo en mi cara. Abrí los ojos
dando un grito sintiendo aún ese cuerpo peludo junto a mí, Jonás. Jonás ¡Era
Jonás! Que ya estaba impaciente por haberme quedado dormida tanto tiempo. ¡Solo
fue un sueño!
Tomé mi varilla, arrié la vaca con la
cría que estaba ramoneando unos arbustos, y seguimos el viaje. Pensando en las
marionetas del día anterior que tan impresionada me habían dejado, no debía de
haber tenido ese sueño tan horrible, no me supe dar cuenta porqué el pánico se
estaba apoderando de mí, me miré en el riachuelo, que corría a nuestro lado
derecho en sentido contrario dejando un susurro del correr del agua, vi allí mi
rostro y el reflejo de una rana, que se movía con el peso de un pequeño
insecto. Un matapiojos pasó en ese instante rozando mi cabellera.
EL NIÑO MENTIROSO
(cuento)
Recordé el cuento del niño
mentiroso.
Era tan mentiroso que una vez quiso
esconderse de sus propias mentiras y fue a un río para ocultar su rostro bajo
el agua, porque sabía que pronto lo descubrirían en todas sus falsedades.
Cuando estaba con la cabeza bajo el agua, pasó un sapo y le preguntó.
¿Quién eres? ¿Que nunca te había visto? Entonces el niño,
jactándose de sus travesuras, le respondió al sapo haciendo su voz muy ronca.
Yo soy la rana más grande que tú
hayas visto. Sí, sí, te creo, dijo el sapo atemorizado y escapó
precipitadamente de aquel lugar.
El niño aún con la cabeza en el agua
se rio del engaño que había hecho, pero cuando sacó su cabeza a la superficie y
vio su rostro reflejado en el río, gritó de espanto al ver que su cara se había
transformado en una enorme rana.
Salió corriendo despavorido hacia el
bosque, croando desesperado, ya no podría decir más mentiras y un día cansado
de comer insectos y andar de charco en
charco, internándose cada vez más en el bosque se sentó junto a un riachuelo a
llorar de pena por haber sido tan mentiroso. Entonces pasó nuevamente un sapo
quien consternado por el llanto del niño con cara de rana le preguntó.
¿Quién eres y por qué lloras?
Entre sollozos le contestó. -Yo soy un
niño muy mentiroso y lloro, porque por haber mentido tanto, mi rostro se ha
transformado en rana pero estoy muy arrepentido y no volveré a mentir, dijo el
niño y siguió llorando.
Entonces el sapo lo felicitó por
haberse arrepentido.
-Yo me alegro que seas un niño bueno
exclamó el sapo siguiendo su camino.
El pobre niño cansado de llorar abrió
sus ojos para seguir vagando por el bosque pero inconscientemente vio su rostro
reflejado en el agua, sintiendo una gran alegría, se tocó la cara aún incrédulo
de lo que había visto. Era su rostro de antes, de un niño bueno. Entonces
corrió a su casa lleno de felicitad, abrazó a sus padres que tanto habían sufrido
por su ausencia, y les prometió que nunca más iba a mentir.
CAMINO
A LOS BOLDOS
Sentí mucha pena y alegría a la vez por
el cuento del niño mentiroso, pero seguí mi camino con la vaca, el perro y el
ternero. Llegué al segundo puente, no quise detenerme para no retrasarme, pero
me gustaban mucho los puentes y ver
correr el agua arrastrando a veces una hoja o una astilla, y los árboles
inclinados como si desearan zambullirse en las cristalinas aguas.
Cuando llegué por fin al tercer puente
que correspondía a Los Boldos o sea la casa de los Guiñes, di un suspiro de
alivio. Un ganso me persiguió como si quisiera morderme, el pánico se apoderó
de mí, pero activé la varilla y se
escabulló entre las otras aves.
El ternero empezó a bramar y la vaca
lo lamió como un gesto de madre, luego la vaca también bramó. Al bramido los
perros de la casa empezaron a ladrar amenazadora recibiendo la respuesta de mi
perro, yo me quedé, en el puente esperando que alguien nos recibiera. La señora
Mercedes dueña de casa, salió a mi encuentro, espantando a los perros y gansos
que por no conocerme querían atacarme, no solo a mí sino también a Jonás a la
vaca y al ternero. Entregué la vaquilla con el ternero y me senté en un piso
que me ofreció la señora para que
descansara, Jonás seguía respirando
fuerte echado a mi lado, sin haber dejado de tomar agua junto a los vacunos,
del estero que atravesaba el patio de los Guiñes.
El dueño de casa, Don Victoriano,
llegó en ese momento y mandó a su hijo Víctor llevar la vaca y el becerro al
corral, su esposa me invitó a la cocina para saborear un queso hecho en su casa
y una rica tortilla al rescoldo, yo acepté con la intención de descansar, ya
que la larga caminata me había cansado mucho, después salí al patio y observé a
los patos y los gansos que nadaban en el chorrillo que pasaba por el frente de
la casa, pensé en mi regreso que sería nuevamente una larga caminata, pero se
me haría más fácil porque ahora tendría que bajar los cerros y no subir como lo
acababa de hacer.
LA
CABAÑA EN EL
CAMINO
Quería regresar pronto, entonces me
despedí de la señora Mercedes y Don Victoriano. Su hijo Víctor, que tenía más o
menos mi edad, aún no había regresado del corral donde tuvo que ir a dejar la
vaca con la cría, miré al pequeño Marco que reía en brazos de su madre, porque
todavía no aprendía a caminar, dije adiós nuevamente mientras me alejaba.
Seguida de Jonás, atravesé el mismo
puente por donde habíamos venido saltando y corriendo, no me di cuenta cuando
estuve casi encima de la cabaña que antes había descubierto, me senté bajo un
pino para descansar un poco, luego caminé en dirección a ella. Cuando estuve
frente a la puerta ésta se abrió de improviso y de ella salió un anciano cuya
reacción fue familiar como si me hubiera
estado esperando, yo me sorprendí pero él con mucha dulzura me saludó
diciéndome:
Hola Li,
Buenos días, Señor. -Le respondí-
¿Que buscas? -Me preguntó. Le conté
haber ido a dejar una vaquilla con su becerro, que papá había vendido a la
familia Guiñes, de Los Boldos, a una legua de distancia desde mi casa.
Está bien eso. Contestó el hombre, su
rostro era blanco y resplandeciente.
¿Quieres pasar? -Me dijo: No, le
respondí. Recordé que mamá Bella me prohibía pasar a otra parte sin su permiso,
pero Jonás se introdujo en la cabaña olfateando todo lo que estaba a su
alcance.
Jonás. Jonás, lo llamé. El anciano me
miró extrañado, preguntándome:
-¿Jonás se llama tu perro?
-Sí, le respondí, mi perro se llama
Jonás y me sentí muy satisfecha. El can se echó
mirando al anciano y luego me miró a .mí,
Moviendo la cola como si
entendiera que era de él que estábamos hablando.
-Yo le elegí ese nombre, terminé
diciéndole.
-¿Y de dónde lo sacaste? - ¿Al perro?
-No, el nombre. - Yo lo escuché en alguna parte, pero no recuerdo. Le respondí.
-Sí. Sí. Dijo el hombre pensativo,
tomándose su canosa barba con la mano derecha y el codo de la misma mano con la
otra.
¿Sabes quién era Jonás? Me preguntó.
-No. No sé quién era Jonás, le
contesté.
-Es una historia larga.- Continuó
diciendo el viejo.
-Yo. Sólo podría resumírtela para que
sepas quién fue Jonás.
-Cuénteme. Cuénteme. - Le insistí. El
anciano trajo un piso para él y otro para mí, nos sentamos fuera de la cabaña
bajo un pino, Jonás continuó echado a mi lado como si deseara escuchar la
historia, el hombre empezó a lijar un pequeño trozo de madera acomodándose en
su asiento, en un tono pensativo continuó diciendo. Yo esperaba impaciente que
él contara la historia de Jonás y me acomodaba también en el piso.
-Jonás, empezó diciendo. Fue enviado
a la ciudad de Nínive por Jehová porque en esa ciudad había mucha maldad, pero
Jonás huyó a la ciudad de Tarsis y desde allí fue a Jope y halló una nave. Pagando su pasaje entró en ella
para irse con la tripulación lejos de la presencia de Jehová, pero Jehová hizo
levantar un gran viento en el mar y hubo en el mar una tempestad tan grande que pensaron que la
nave se partiría en dos, los marineros tuvieron mucho miedo. Llamando a su
Dios, echando a la mar todos los enseres que tenían en la nave para descargarla
de ellos, pero Jonás se había ido a la parte baja de la nave echándose a
dormir, el capitán de la nave se acercó y le dijo:
-¿Qué tienes, dormilón? Levántate y llama a tu Dios, quizás él tendrá
compasión de nosotros y nos salvará de un naufragio, Y los tripulantes echaron
suerte para saber por causa de quién les había venido ese mal y la suerte cayó
sobre Jonás, entonces ellos le dijeron.
-Dinos ahora por qué ha venido
este mal. Entonces él respondió.
-Soy hebreo y temo a Jehová, Dios
de los cielos que hizo el mar y la tierra.
-¿Y, Qué haremos contigo para que
el mar se aquiete? Porque el mar se iba embraveciendo cada vez más y más. -
Entonces Jonás les respondió.
Tomadme y echadme a la mar y el
mar se os aquietará, porque yo sé que por mi causa, - dijo Jonás, ha venido
esta gran tempestad sobre todos ustedes. Los hombres trabajaron por hacer
volver la nave a tierra, mas no pudieron, porque el mar se iba embraveciendo
más y más contra ellos, luego clamaron al Señor no perecer por la vida de un
hombre y tomando a Jonás lo echaron a la mar
y el mar se aquietó de su furor.
El anciano guardó silencio después
de contarme toda esta historia, pero yo
me quedé pensando muy triste y tímidamente le pregunté.
-¿Murió el hombre que fue lanzado a
las aguas del mar? El anciano respiró profundo con la vista fija en la figura
de madera que estaba lijando y sabiamente me dijo.
-Espera buena niña, espera y
continuó.
El Señor tenía preparado para Jonás un gran
pez que se lo tragó y éste pasó tres días y tres noches dentro del vientre del
pez. Entonces Jonás desesperado clamó al Señor por su vida y clamó tanto que el
Señor ordenó al pez lo vomitara en tierra y Jonás fue a Nínive a salvar la ciudad.
-Es una historia muy linda. Le dije
al anciano.
-¿Y tú qué sabes? -Me preguntó, Yo
sé algunos cuentos, le respondí. Entonces nárrame uno de tus cuentos, me dijo:
muy entusiasmado, dejando la figurilla de madera a un lado para sobarse las
manos, se tomó la barbilla, mirándome con una sonrisa, yo también sonreí y
empecé a contarle el cuento de la Rata imprudente.
LA
RATA IMPRUDENTE. (Cuento)
En una mansión había una rata
imprudente que hacía muchos destrozos en la despensa. La señora dueña de dicha
mansión estaba muy desesperada por todos los daños que la rata le estaba
provocando. Entonces fue a una ferretería a comprar una trampa. Esa misma noche
la armó prolijamente con un pedazo de
queso y la dejó en un lugar estratégico,
se fue a dormir con la esperanza que esa noche terminaría con la golosa rata.
Entre tanto, la hábil roedora salió
de su escondite y viendo el pedazo de queso muy tentador a su olfato quiso cogerlo, pero
sorpresivamente una inteligente intuición
la detuvo, entonces buscó un palito el que dejó caer bruscamente en la trampa, al instante
ésta se cerró de golpe dejando el palo
aprisionado y el queso a disposición del astuto roedor, que rápidamente lo
saboreó con sus dientes.
La señora al percatarse que había sido
burlada por la rata, entró en cólera y desesperada se empezó a pasear por toda la casa de un lado a otro,
sin saber qué medidas tomar para terminar con esa rata imprudente, pero de
pronto alguien llamó a la puerta y un gato de muy feo aspecto apareció ante sus
ojos.
-¿Qué deseas, buen gato? - Le preguntó
la señora y el animal suplicante le dijo.
-Buena señora, apiádate de mí y dame
trabajo por un techo donde vivir y un pan que comer. La buena mujer lo
miró preguntándole.
-¿Cómo has tenido la inteligencia para
llamar a mi puerta?
-Bueno
señora, contestó el gato. He llamado a tu puerta porque: “El que busca
encuentra, el que pide recibe y el que llama le abren”.
Entonces la señora exclamó horrorizada
-¡Pero si estás tiñoso!
-La mugre por fuera se puede lavar, más
la que llevamos dentro no, respondió el gato con arrogancia. Mira mi corazón.
-Siguió diciendo. Buena señora, y verás que está limpio.
La mujer con el diálogo había olvidado
su problema, pero de pronto volvió a su mente esa Rata imprudente, a la que no
había podido combatir y que tantos destrozos le había ocasionado en la
despensa.
-Bueno, le respondió la señora al gato.
Te dejaré en mi casa, siempre que me caces una rata malvada que no puedo
eliminar, caso contrario tendrás que irte.
-Mi buena señora. Exclamó el gato. Haré
lo que tú me órdenes. El felino entró en la mansión y la servidumbre le ofreció
los mejores manjares, una excelente cama y comida hasta hartarse, quedándose
profundamente dormido. Esa noche la rata salió de su escondite como de
costumbre e hizo los mismos destrozos de siempre. El pobre gato cansado de su
larga caminata que había hecho, hambriento y débil dormía y dormía.
Al día siguiente la señora lo fue a
ver y lo encontró durmiendo profundamente. ¡Gato flojo y dormilón! Exclamó irritada: el pobre animal abrió sus
ojos muy asustado levantándose de un salto.
-¡Señora! -Exclamó el animal, -¿Acaso
no sabe que la ira es mala?-
-Qué hablas tú, gato mentiroso, le
dijo la señora Indignada, siguiéndolo
con una escoba por toda la casa.
- ¡Perdóneme buena señora! Suplicaba
el gato. Esta noche yo le cazaré esa rata.
La señora contuvo su ira y nuevamente
le sirvieron una excelente comida, confiando que esa noche si cazaría la rata:
Nuevamente el felino comió hasta hartarse, siendo presa fácil del señor sueño.
El roedor nuevamente salió de su escondite sin hacer caso del gato dormilón,
haciendo tantos destrozos como la noche anterior.
Al otro día la indignación de la
señora fue aún mayor y el susto del
pobre felino también fue más grande, con más humildad le pidió perdón
nuevamente, prometiéndole que esa noche sí que cazaría a la rata.
Pero ya te perdoné ayer. Le dijo la
señora.
El gato respondió.-¿Acaso no sabe que
hay que perdonar setenta veces siete?- La buena mujer le dio una última
oportunidad al hambriento animal, éste muy desesperado por no haber podido
cumplir con su trabajo decidió no comer nada durante ese día, y se fue al
entretecho a dormir para hacerle la guardia en la noche a la imprudente rata,
la que muy confiada sin hacer caso del felino dormilón salió de su escondite
apenas llegó la noche para hacer los mismos
destrozos que de costumbre.
Ahora el felino estaba al acecho y la rata no había dado ni dos pasos cuando
el gato ¡pum!, ¡pum! de un salto se lanzó sobre el roedor dándole muerte al
instante, la agarró por el cuello y arrastrándola con su inmensa cola fue donde
su ama para presentarle su trabajo.
La buena mujer estuvo muy contenta
por la caza de la rata imprudente. Felicitó al gato y éste vivió allí para
siempre muy feliz y nunca más hubo destrozos en la mansión.
EL
ANCIANO SE DESPIDE
Una vez que terminé de contar el
cuento, el anciano se sonrió, diciéndome que era un cuento muy bonito.
Yo me levanté de mi asiento haciendo
él lo mismo, caminamos hasta el sendero y Jonás nos siguió acompañándome hasta
una curva del camino. El anciano se despidió regresando a paso lento hasta su
cabaña, yo seguí corriendo por un camino
polvoriento seguida por mi perro. El
encuentro con ese anciano me dejó pensativa y feliz. No sabía yo explicarme por
qué en él encontraba algo tan especial, llegué a casa pero no quise contarle a
Mamá Bella lo de la cabaña, por ese momento sería un secreto, mi secreto que
más adelante compartiría con Mamá Bella.
Cuando pasé por la pieza grande que
hacía las veces de comedor y que nunca se usaba, sobre el armario colgaba un
cuadro de tamaño regular, resguardando una foto de un señor con bigotes y el
pelo peinado hacia atrás, siempre lo había visto pero nunca me había detenido a
observarlo, lo miré y luego le pregunté a Mamá bella que en ese momento pasaba
con una porcelana para guardar en el mueble.
-¿Quién es ese señor que está en la
foto?- Ella me miró sin deseos de responder, entonces yo repetí la pregunta, me
miró diciéndome.
-Simón, ese es Simón... Repitió. Mi
difunto esposo.
- O sea ¿Él es el hermano de la dueña
del vestido español? --Pregunté.
-Sí, hermano de Sara. Repitió Mamá Bella, saliendo de la pieza.
Ya había descubierto algo, di un par de vueltas y me fui a la cama: como
la mayor parte de las veces estaba tan cansada que no pude jugar con mi muñeca
Marisol, tampoco pensé en esas historias de fantasmas, ni en cuentos de
animales o niños traviesos, no supe donde había dejado mi muñeca Marisol, pero
ya no podía pensar más, el sueño me
atrapó en el inconsciente.
EL POZO OBSCURO
Papá había ordeñado las vacas y
habíamos tomado el desayuno, yo estaba lista para partir a los potreros cuando
vi en un montón de paja las piernas de mi muñeca Marisol, corrí a buscarla y al
levantarla sentí un fuerte dolor en mi pecho, la tomé en mis brazos y no pude
contener el llanto, su cabeza estaba sin pelo, algún perro malvado jugó toda la
noche y le arrancó su cabellera, Jonás no podía haber sido, lloré, largo rato y
me fui por el camino muy triste,
arriando mis vacas.
arriando mis vacas.
En uno de los sembrados de trigo había
un espantapájaros que me pareció tan triste como yo, lo miré y sentí mucha
lástima por él, tan pobre allí atado a un palo moviéndose todo el día entre sus
harapos para ahuyentar a los pájaros que querían comerse el trigo, me
habría gustado hablar con él, pero debía
llegar luego al potrero: sentí mucha pena al verlo y pensé en volver otro día.
Mientras las vacas pastaban dejé pasar
el día jugando como de costumbre y fui a mirar a un pozo que estaba sin
agua, apenas me asomé salieron volando
de adentro del pozo unos murciélagos que se asustaron de mi presencia ocacionandome un enorme pavor. Después de un
lapso miré al fondo que se veía
totalmente oscuro, saliendo de él un último murciélago que pasó rozando mí pelo
dándome otro sobresalto. Esto me hizo recordar un cuento “El niño y los
murciélagos”
EL NIÑO Y LOS MURCIÉLAGOS (cuento)
Un niño
no quería ir a acostarse cuando la mamá le ordenó. El siguió jugando
hasta llegada la noche y vinieron muchos murciélagos, que lo tomaron de los
pies, llevándoselo a volar por los cielos, el niño estaba muy asustado entre
esos horribles pájaros negros.
Cuando volaron muy alto el pobre niño
pensó que lo soltarían y caería. Y su cuerpo se podría dañar seriamente con el
golpe, pero no fue así los Murciélagos dieron muchas vueltas por el cielo
columpiando de un lado a otro al asustado niño.
Este estaba casi muerto de miedo
deseoso de acostarse a dormir, pero después que los pájaros dieron muchas
vueltas con el pequeño lo dejaron en un gran salón, lleno de luces de colores,
las paredes eran piedras preciosas, al centro había una mujer muy hermosa y una
luz resplandecía de todo su cuerpo, envuelta en finas sedas que también daban
visos de todos colores. El niño allí
tirado en el piso lloraba desconsolado, Entonces la mujer se acercó a él acariciando
su cabeza, con una voz dulce y amable le
preguntó.
¿Por
qué lloras pequeño niño? El en sollozos apenas pudo decir solamente ¡los
murciélagos! ¡Ah! respondió ella, los murciélagos te han traído porque pensaron
que estabas perdido, ya que cuando ellos salen a jugar no hay niños por ninguna parte, a esa hora
todos los infantes duermen.
El niño lloraba y lloraba. No,
respondió, yo no estaba perdido, sólo fui desobediente porque mamá me ordenó ir a la cama y yo no
hice caso.
Bueno yo soy la reina de las aves
nocturnas, y vivimos en cavernas, hay muchas aves nocturnas que son muy útiles
pero los murciélagos no son aves, ellos son animales que vuelan y son
mamíferos, tienen muy buen corazón, por eso te han traído aquí. Estos
animalitos son muy especiales no le hacen daño a nadie, te protegen de los
insectos. Cuando la Dama estaba hablando entró un pájaro mucho más grande con
unos tremendos ojos, al ver que el niño estaba asustado, le dijo no te asuste
esta es una lechuza, tendió su mano y el pájaro
se posó en ella, Cuando el niño ya estaba tranquilo, ordenó a los
murciélagos que lo devolvieran a su casa.
Nuevamente lo tomaron y emprendieron el
vuelo después de despedirse de la hermosa
mujer, pasaron por un túnel totalmente oscuro, hasta salir a la
superficie. Una vez que lo dejaron en tierra firme, el niño deseoso de
acostarse a dormir, corrió a la cama y nunca más se quedó hasta tarde jugando,
También le perdió el miedo a los Murciélagos sabiendo que no eran malvados y
que jamás le harían daño, pero todos los niños deben ser obedientes, eso le
quedó muy claro.
Fin
Cansada de mirar el pozo y pensar en
los murciélagos jugué en la tierra haciendo figuras con un palito, mis manos me
quedaron totalmente sucias pero yo tenía que entretenerme en algo. Regresando a
casa Como de costumbre pasé por la
quinta de la señora Flandes, estaba todo
cerrado, ni siquiera se veía el cuidador, Don Dionisio, un viejo que vivía ahí
desde hacía mucho tiempo y ocupaba una pieza al fondo de la propiedad. Sentí
nostalgia que no estuviera la señora
Flandes, ya regresaría de Santiago, y ahora vendría con su nieta.
¿Cómo sería la nieta? Eso era un
misterio para mí. Deseaba conocerla pero también sentía una inquietud
indescriptible sabiendo que sería una
niña muy diferente a mí.
El tiempo pasaba y cada día era para mí una
nueva experiencia, ya estaba cansada de ir y venir por el mismo camino y mirar
el tren nocturno todas las tardes. Siempre pensaba que ese tren me daría una
sorpresa importante algún día. No podía imaginar cuán hermoso sería viajar en
él, consideraba casi un deber de mi
parte esperar todas las tardes la pasada del nocturno, algunas veces me acercaba bien a la calle frente a la
línea, cerraba los ojos y escuchaba el ruido que hacía al pasar sintiendo
estremecerse la tierra, entonces yo soñaba con subir algún día a ese lujoso
tranvía del ferrocarril.
CAMBIAR
DE RUTA
Para salir de la rutina cotidiana
decidí cambiar de ruta y una tarde regresé por el camino del cementerio con mis
vacas. Pero justo cuando pasaba por el frente del camposanto, cuya entrada era
un portón muy grande con unos cipreses a
los lados, las vacas se asustaron y salieron corriendo despavoridas, yo sentí
un ruido desconocido para mí y pude ver una cosa intangible que corría de un
lado a otro por el suelo, pero pronto pude observar que era
una calavera. Por un instante sentí que me desmayaba del susto, no podía
respirar de la impresión y mi corazón palpitaba fuertemente, el pánico que me
embargaba era enorme, mientras la calavera seguía dando vueltas de un lado a
otro no podía moverme, sentí como si mis piernas se hubieran paralizado, solo
miraba fijo, atónita, lo que estaba ocurriendo, Las vacas no se veían, habían
tomado el camino por su cuenta y yo ahí paralizada sin poderlas alcanzar. De
pronto la calavera corrió más fuerte como si tratara de arrancar de mí, acción
que me sacó de mi desconcierto, entonces repuesta del pánico traté de
perseguirla y cuando la tenía casi bajo mis pies de adentro de la calavera salió un enorme
ratón que se desapareció entre los matorrales, haciéndome gritar
sorpresivamente provocándome tanto susto como el que me dio al principio cuando
vi correr la calavera.
Después de este incidente traté de
alcanzar mis vacas que me llevaban ventaja, y cuando llegué a casa le conté a
mamá Bella lo sucedido, ella se rio mucho y me dijo:
-¿Por qué inventas tantas cosas, Li?
-yo insistí.
-Sí, si es verdad, le dije. Pero
ella no me creyó, por eso nunca le contaba de todas las cosas que veía y hacía
en el campo, tampoco le contaría lo del anciano de la cabaña hasta
presentárselo en persona para que me creyera. Hacía días que no lo veía, él
siempre me contaba historias hermosas, como la de Jonás el profeta.
PRENDER EL HORNO
Mamá Bella me enseñó a encandilar la
hornilla de barro que había hecho papá, me gustó mucho el nuevo trabajo. Busqué
bastante chamiza, la amontoné en el centro del horno, prendí un fósforo a un
pedazo de papel que introduje al centro de la hornilla, la que empezó a arder.
Luego agregué la leña más gruesa y cuando todo ardía lo dispersé con un garfio
de fierro que teníamos para eso. Pronto los ladrillos del horno cambiaron de
color, entonces con la ayuda de Raquel sacamos los restos de leña quemada y las
brasas, Raquel se encargó de cocer el pan, a ella le habían enseñado a hacer la
masa y el pan, desde ese día fue mi trabajo de todas las mañanas, calentar la
hornilla.
Papá ya había terminado de
ordeñar las vacas, y las había traído hasta el portón para que yo me fuera al
potrero. Me llevé un pan caliente en una bolsa bordada que me había prestado
Raquel, no quería pasármela pero insistí y mamá Bella le dijo que no había que
ser egoísta yo me fui muy contenta con la bolsa adornada con bordados y unos vuelos.
Al pasar por la casa de la señora
Flandes, sentí voces y las cortinas estaban corridas, eso significaba que había regresado de Santiago,
sentí mucha alegría por el regreso de la señora. Flandes y pasé a contarle al espantapájaros; seguramente él
también iba a estar muy contento.
EL
ESPANTAPÁJAROS
¡Pobrecito mi amigo espantapájaros!
Qué triste debe ser su vida, pasar los días así, amarrado a un palo soportando
el viento, las lluvias y los fríos de invierno, yo lo miré con tristeza desde
lejos. Sus harapos iban de un lado a
otro con la brisa de la mañana y el sol empezaba a darle fuertemente en toda su forma y él, allí en pleno monte
sin poder moverse. Entonces sentí una enorme alegría de ser una niña, correr,
reír, cantar, pensar y poder hablar con cada una de las cosas que me rodeaban.
Cuando llegué al potrero Subí a un manzano que había en una esquina y llené
la bolsa con la fruta, al tratar de
bajar se me hizo tan difícil, que la bolsa se me resbaló cayendo al suelo. La
vaca Clávela corrió hasta el manzano y olfateando tomó la bolsa con su hocico
mordiéndola fuertemente, despedazándola y sacando las jugosas manzanas, salté
desde arriba del árbol y corrí para
quitarle mi prenda, sólo dejó la parte de arriba y la vaca se quedó rumiando
mis manzanas y el pan que había guardado
en ella. Me senté en un tronco y miré los restos de género que me había dejado
la golosa vaca, ¡Que iba a decir Raquel!
A MI REGRESO
A mi regreso pasé a ver al
espantapájaros, le conté mi tristeza por lo que me había hecho la vaca, pero
también le conté del regreso de la señora Flandes y eso me hacía feliz, pero
más feliz me sentía de ser una niña y correr y sentir y ver todas las cosas
maravillosas que me rodeaban, entonces Gaspar como yo solía llamar el
espantapájaros se sonrió y me dijo:
-Yo no siempre estoy triste. ¿Qué
mayor belleza que tú estés conmigo?- me dijo; yo quedé tan asombrada, luego él continuó.
- La brisa que pasa cada mañana es
una caricia que hace bailar el trigo. Es la música del viento, de un mundo que
tú por ver demasiado, por saber demasiado no puedes apreciar, yo estoy aquí con
las aves, los insectos, las plantas, yo estoy aquí noche a noche, con cada
estrella, con cada luz del firmamento, formando un mundo dentro de otro mundo.
Entonces le dije: ¿Y en invierno
cuando llueve y hace frío?
-¡Ah! Me respondió. La lluvia es
como el perfume que cae y viene cantando, nos hace revivir y da fuerza a mis
sembrados para que crezcan y el hielo de invierno refresca mi alma.
Que equivocada estaba yo con
Gaspar, si al verlo allí parecía tan miserable y qué belleza y cuánto amor
había en su corazón.
UN SUEÑO NOSTALGICO
Volví al camino y continúe mi
regreso pendiente de la casa de la señora Flandes, para verla, pero aún
distante vi entrar en su casa a su empleada de la mano con una niña un poco
mayor que yo. Vestía un traje realmente hermoso, lleno de vuelos y adornos, sus
zapatos eran de charol con correa y unas medias blancas con bordados también
blancos, tenía el pelo negro, su peinado era corto con chasquilla y de sus orejas resaltaban unos aros de oro con una piedra
rosada. Ellas no me vieron, yo logré pasar desapercibida, pero algo
inexplicable me hizo sentir muy nerviosa, posiblemente a la niña no le iba a
gustar que yo fuera a su casa y no
podría ver a la señora Flandes ni acompañar a papá si iba a hacer algún trabajo.
En casa me lavé los pies entierrados
y pensé en los zapatos de charol que le había visto a la niña en la casa de la
señora Flandes, pensé tantas cosas hermosas, hasta que me fui a la cama,
Una lloica empezó a cantar muy
temprano y el primer rayito de sol irrumpió por la ventana, con mucha pereza me
levanté, después de Raquel, para encender el horno e irme a los potreros.
ENCUENTRO CON CAROLINA
Cuando regresaba de los potreros con
mis vacas y pasaba por la casa de la señora Flandes, la vi en la ventana
sacudiendo los vidrios con un plumero. Yo pasé
agachada, no quería mirar, algo inconsciente me inhibía, pero la señora
Flandes me llamó. Dejé avanzar mis vacas solas
y fui hasta ella con mi varilla en la mano, Jonás me siguió hasta la puerta.
-Ven, Pequeña Li - indicó ella. Yo entré más tímida que nunca,
pensaba en la niñita que había visto el día antes.
-Pasa Li manifestó. Pasa, repitió.
Para presentarte a mi nieta Carolina. Yo sentí como si una corriente fría
corriera por todo mi cuerpo.
-¡Carolina! Llamó
mirando hacia la galería y al instante apareció la niña que yo había
visto la tarde anterior, ahora con un vestido diferente pero tan hermoso como
el del día anterior, la miré allí, parada frente a mí destacándose en su desplante
y su vestimenta, yo sentí un frío enorme en mis pies descalzos y luego un hielo
que se me escurrió por todo mi cuerpo y
pronto un gran calor en mi cara, que me hizo suponer que
tendría mis mejillas sonrosadas.
¡Hola! -Me dijo ella, observándome
detenidamente. Yo hice lo mismo, todo lo suyo era para mí extraño y novedoso,
incluyendo sus movimientos livianos y finos y su caminar en la punta de los
pies que le hacía cimbrar su pelo negro
cortado en forma recta.
Después de mirarme detenidamente,
se sonrió y dando una vuelta en sus tacones salió de la sala, yo me quedé ahí sin saber qué hacer, la señora Flandes seguía
sacudiendo el polvo de los vidrios de
sus ventanas, pero la niña volvió a aparecer y traía en sus brazos una muñeca.
Es mi muñeca me dijo, se llama
Carolina, igual que yo. Yo me llamo Carolina, ratificó. En ese momento recordé
que había dejado mis vacas avanzar solas y debía llegar junto con ellas. ¡Es
linda tu muñeca! le manifesté. Después
vuelvo, le dije al mismo tiempo que di la vuelta para seguir mis animales.
Cuando llegué a la calle estaba
transpirando, tenía calor por todo mi cuerpo, estaba nerviosa, fue para mí
impresionante conocer a Carolina, su muñeca era también hermosa, yo pensé en la
mía Marisol y sentí tanta pena tenerla
sin pelo, no la podría llevar para que conociera a la muñeca de Carolina, era
como no tener nada, o como un niño enfermo que no se le puede llevar a ninguna
parte. Eso me daba mucha pena, después
de rogarle un largo rato a mamá Bella, logré que me diera permiso para volver a
casa de Carolina, cuando asintió corrí donde la nieta de la señora Flandes pero antes
me lavé los pies, la cara las manos, calcé mis zapatos y me coloqué otro
vestido.
EN CASA DE CAROLINA
Cuando llegué a casa de Carolina ella
estaba junto a un órgano tocando una
melodía realmente hermosa, yo me quedé en una esquina de la sala escuchando en
silencio, cuando terminó de tocar se dio vuelta hacia mí, para saludarme con
una sonrisa que correspondí al instante
de la misma forma.
-¡Hola Li! -¡Hola Carolina! Le respondí.
-Luego caminó a mi encuentro, me tomó
de la mano y salimos hasta la galería, su muñeca estaba en uno de los sillones.
Nuevamente lamenté no haber podido llevar conmigo a Marisol mi muñeca, luego
ella me preguntó.
-¿Tú siempre has vivido aquí? - Asentí
con la cabeza.
-¡Ah!
-Exclamó, mientras se sentaba en el sofá. Se quedó pensando un segundo y
continuó; yo también me senté en el sofá escuchándola.
-¿Sabes? A mí no me gusta esto. Mi
papá es diplomático y siempre hemos vivido en ciudades grandes con rascacielos,
vehículos y muchas cosas hermosas.
Yo me quedé pensando cuál sería el
trabajo de un Diplomático, pero seguí escuchándola en silencio.
-Esta es la primera vez que estoy en
un lugar como éste, vale decir primera vez que vengo al campo, terminó diciendo
Carolina.
Yo sentí mucho que Carolina dijera
eso, pero pensé que a mí me pasaría lo mismo si algún día fuera a la casa de
ella o bien decía eso porque no conocía nada de todo lo que nos rodeaba, o todo
lo que yo podría mostrarle.
-¿Te gustan las abejas?- Le pregunté.
Movió la cabeza y desganada dijo: -Sí, a veces las veo en las frutas.
Guardó silencio moviendo los hombros.
-¿Sabes que tienen una Reina?
Sí. -Respondió. Lo aprendí hace
tiempo, y tienen zánganos. Terminó diciendo. Yo no sabía cómo agradarla, lógicamente sabía mucho más
que yo, quedé pensando por un instante y le dije. Pero nunca has visto una
colmena. Me miró y respondió,
-Sí, ayer me las mostró mi nana, la
Carmen, son las que están ahí en la quinta de los manzanos, también hay otras
en los naranjos, esas no las fui a ver.
-Pero, ¿Las has visto de cerca?
-Insistí. Su respuesta fue.
-No.- ¿Y quieres verlas? -Yo te las puedo mostrar.-
Fuimos a las colmenas y observamos en la entrada, de una colmena, como venían
entrando algunas abejas con sus patitas cargadas de polen, muchas nos rodearon
volando por nuestras cabezas, seguramente vienen de muy lejos le manifesté.
Ella miraba interesada el colmenar.
Luego le expliqué, siempre traen polen de un mismo árbol, es por la
polinización.
¡Ah! Sí. Me respondió. Entiendo,
sacan el polen de un castaño, por ejemplo. No van a otro árbol. Solamente a los castaños, hasta terminar de
extraer todo el polen y luego
regresan al colmenar.
-Sí, así es, ¿Conoces a la Reina?
-No, nunca he visto una Reina de las abejas.
-Papá viene mañana a cosechar unos
cajones que faltan por cosechar. ¿Quieres que papá te muestre una Reina? Carolina me miró asombrada y respondió con
énfasis.
¡Sí, me gustaría mucho!
-Demostrando un gran entusiasmo. Salimos de la quinta despacio, temerosas que
un movimiento brusco provocara la ira en las abejas, y nos picaran, yo me sentí
muy feliz porque había logrado mostrarle algo interesante como es un colmenar.
En la casa tomamos el té que nos sirvió Carmen la empleada de la señora
Flandes. Luego Carolina me contó que le gustaba leer y tenía muchos libros de
cuentos, entonces fue por algo, y volvió con un libro pequeño, me lo pasó y me
dijo; Ese es un cuento se llama.
“El pajarito
desobediente”
Yo lo tomé y empecé a mirarlo,
tenía en la portada un árbol sin hojas y un pajarillo en él, a su alrededor
había mucha nieve.
Es muy bonito, puedes llevarlo a tu
casa, después lo traes manifestó.
Yo te puedo contar un cuento, se
algunos. Le dije.
-¿Sí? ¿Cuál? -El trompo, le respondí.
¡El trompo! Repitió. ¿Cómo es?
Cuéntamelo.
Terminé de comerme una galleta, luego
me pasé la servilleta por los labios, igual como hizo ella, aclaré mi voz
carraspeando, me sonreía y empecé a contarle el cuento, ella escuchaba muy
atenta.
El
TROMPO (cuento)
Había una vez un niño que le gustaba
mucho jugar, él quería pasar todo el día jugando. Una vez su madre le dijo: ¿No
sabes que también debes ayudar en los quehaceres de casa y estudiar? El niño no
contestó pero apenas su madre se dio
vuelta corrió a la calle a jugar, con tan mala suerte que mientras corría
tropezó con una piedra y cayó quedando
inconsciente.
En ese mismo momento el niño sintió
que se había transformado en trompo, otros pequeños que a cierta distancia
jugaban al trompo lo vieron y corrieron a recogerlo.
¡Que trompo más lindo! Exclamaron. El
niño más grande lo alcanzó primero y dijo. “Es mío, es mío”. Contempló
detenidamente su tamaño y los diferentes colores que tenía, era realmente
hermoso, todos lo admiraban fascinados, orgulloso de su nueva propiedad le
enrolló la lienza y lo hizo bailar. El niño transformado en trompo se sintió
muy feliz bailando y los otros que jugaban estaban extasiados con el baile del
nuevo juguete, haciéndolo bailar muchas veces, tomándolo en sus manos,
lanzándolo al suelo, no se cansaban de hacerlo bailar y bailar, pero el niño
que era el trompo, se empezó a marear y cada vez más mareado y más cansado,
sentía que todo el mundo le daba vueltas y vueltas sin poderse ya sus piernas y
sus brazos los sentía aprisionados por la lienza, sus pies parecían estar
heridos, desesperado quería gritar, pero nadie lo oía, porque no era más que un
trompo.
Llegada ya la noche, los niños
cansados también de jugar, dijeron:
¡Este trompo está
cucarro!, está cucarro, está cucarro repitieron y lo tiraron por última vez
pero no bailó, se fue de un lado a otro. Entonces lo dejaron ahí tirado como
una cosa inservible y se fueron corriendo a sus casas. El niño convertido en trompo se sintió muy enfermo
botado en el suelo, cansado y totalmente mareado, abrió los ojos y aún le
pareció sentir que el mundo le daba vueltas y vueltas, aún con vahído, se
levantó y corrió donde su madre arrepentido y dispuesto a ayudar en los
quehaceres de casa y estudiar sus lecciones, en adelante, él sólo jugaría a sus
horas, o sea después de hacer todas sus
tareas y saber muy bien las lecciones, como también ayudar en casa.
Fin.
Lindo
tu cuento. Exclamó Carolina. Yo me
sonreí y corrí la silla para irme a casa. Carmen vino a levantar las tazas de
té. Carolina también se levantó y caminamos juntas hasta la puerta. Yo me llevé
el libro para leerlo.
Era de noche pero a la luz de la
vela empecé a leer el cuento, al principio me costó mucho aunque la letra era grande, lo
encontré tan entretenido que no me di
cuenta cuando lo terminé
EL PAJARITO DESOBEDIENTE (Cuento)
Los árboles estaban vestidos de gala
y la tierra bordada de tréboles en flor. El huerto lucía esplendoroso, en cada
rama un pajarillo cantaba a la fresca mañana. En una de ellas había un nido con
cuatro polluelos piando mientras llegaba su madre con alimentos. De pronto, dos
alas ondulantes revolotearon alrededor del árbol posándose junto al nido, los
débiles hijos piaban de alegría, la mamá muy feliz alimentó a sus pequeños con
pajitas y gusanos. Cuánta ternura había en esta familia de pajaritos que
alegraban el huerto.
Una mañana, cuando ya los pequeños
zorzalitos estaban más grandes, su madre debió ir más lejos en busca del
alimento. Antes de salir los recomendó, diciéndoles: -Hijos míos, iré por
vuestra comida, no intenten salir del nido, aún son muy pequeños para volar,
eso es peligroso, pueden caer y tener algún accidente. Yo los quiero mucho y
deseo que sean obedientes por su propio bien.
-Sí, sí, mamá- Gritaron todos en un
solo cántico.
Ella, confiada se alejó del árbol
que los cobijaba.
No había pasado mucho tiempo
cuando uno de ellos empezó a mover sus alas, cada vez lo hacía con más fuerza. Por su pequeño cuerpo sentía
una energía enorme, un deseo propio del ave, de volar y volar. Levantó su
cabeza pico al cielo, cantó de alegría.
Puedo volar...Puedo volar, se
dijo; aleteando y pisoteando los frágiles cuerpos de sus hermanos que llorando
desesperadamente, como anunciando una desgracia, piaban atolondrados.
¡No, no lo hagas! Nuestra madre no
nos ha enseñado a volar, no debes desobedecer.
Pero aun así, se colocó al borde
del nido, trémulo de júbilo se sintió libre, vio una rama corta y dijo;
“Volaré... Volaré” Extendió sus
pequeñas alas, alargó su cabeza y se lanzó.
Allí se posó justo en la rama. Su corazón desbordaba de alegría. -Qué grande es el mundo, pensó. Vio el
sol, sintió sus rayos quemantes sobre sí. El paisaje con su extensa e infinita
gama de colores, verdes, amarillos,
rojos, azules, como un beso de cielo en el suelo feraz.
Respiró profundo recibiendo un
baño en sus pulmones de los más exquisitos perfumes.
“¡El Paraíso”! -Se dijo; Empezó a
sacar de su garganta una hermosa melodía que jamás se había escuchado. La
chicharra, que estaba muy cerca, decidió guardar silencio para admirar tal
consonancia. Luego el osado pajarito dejó de cantar, miró una rama que estaba más lejos saltó a ella,
con tan mala suerte que no alcanzó a cubrir la distancia y al suelo cayó: allí
quedó tendido sin poder piar.
Salían los niños de la escuela,
José venía a su casa con los libros en los brazos, de pronto, entre algunas
hojas del suelo vio algo que se movía, se precipitó y grande fue su sorpresa al
ver un pajarito. Lo tomó, acurrucándolo en sus brazos, hablándole con ternura,
lo llevó a su casa. Al examinarlo se percató que tenía una patita fracturada.
Pobrecito, se dijo. Yo lo curaré.
Una vez allí buscó una venda,
alcohol y lo entablilló confeccionó una jaula, dejándolo reposar por largo
tiempo.
Ya estaba grande, pero nunca se le
oía cantar. ¿Qué sentía en su corazón? El triste pajarito se decía. Por qué habré desobedecido a mi madre, cuánto
dolor le he causado... Este buen niño me ha ayudado, no sé cómo pagarle.
Había pasado tanto tiempo y José
pudo darse cuenta que su protegido no era feliz en la jaula, hasta que un buen día, ya en otoño, decidió sacarlo y
darle su libertad.
Cuando
se vio libre y comprendió que el niño deseaba su felicidad, cantó una serenata
a su amigo José que tanto se había esmerado por cuidarlo, nunca antes había
cantado así. Los hermanos del niño y su madre quedaron extasiados ante tan
hermosa melodía que él había dedicado con todo su amor para la familia que lo
había cuidado. Era la forma de pagar dejarles este recuerdo, luego, bajó su
cabeza un poco triste y emprendió el vuelo.
-Mis hermanos... Se decía. Llegó a una
parte, pero no era la misma, reconoció el árbol, pero éste casi no tenía hojas
y las que aún quedaban ya no eran
verdes, sino amarillas y el viento, cómo se las arrancaba una a una, jugando
con ellas como un niño juega con sus carritos. Vio un nido entre las ramas
caídas nido deshecho. Llorando se dijo; ¡Fue nuestro nido! Pero ya no hay nada.
¿Dónde estarán? Grande fue su dolor al
darse cuenta que se había quedado solo por haber sido desobediente.
Caía la tarde, fría y silenciosa. Ni
la cigarra, ni la avispa, ni un rayito de sol estaban allí. Cuando él cantó por
primera vez su serenata, haciendo callar al bosque con el eco de su joven
melodía. Tan fugaz fue todo, si sólo se asomó a la vida. Trató de cobijarse en
una rama, caminó por los suelos mojados. El tiempo trajo la nieve, él seguía
solo, el frío lo abrazaba, cada día más y más nieve, que estremecía sus
entrañas, cortándole el aliento.-
-¿Por qué?.... ¿Por qué?... Se decía. Ya no podía remediar
lo que una mañana había hecho, desobedecer a su madre.
La vida seguía. Los
niños seguían su paso. El tiempo también seguía. Luego vendría otra primavera,
otros cánticos, otros frutos, otras flores. Rueda del tiempo infinita en sus
misterios
FIN
EN LA QUINTA
DE LAS COLMENAS
Al día siguiente pedí a papá llevar
las vacas más tarde para mostrarle la reina de las abejas a Carolina. Nos
levantamos muy temprano y papá ordeñó las vacas mientras yo prendía fuego al
horno.
Apenas terminamos nos fuimos donde
la señora Flandes, Carolina ya estaba desayunando en la galería, la mesa redonda con un mantel blanco bordado
y servilletas chiquitas haciendo juego con el mantel, las sillas eran de felpa roja. Ella, o sea
Carolina se veía esplendorosa con sus vestidos tan hermosos. Me invitó a tomar
una leche, pero yo no me atreví a aceptarle, vino la señora Flandes e insistió.
-¿Una leche Li? Me dijo, pero una
fuerza irresistible pareció que me aprisionaba todo el cuerpo y mi lengua se me
trabó en el paladar, lo que no me permitía contestar palabra, parecía que mis
propias manos me molestaban, que no sabía dónde colocarlas. Entonces no me di
cuenta cómo me empecé a morder un dedo de la mano derecha y con la otra mano
empecé a jugar con la falda de mi vestido que lo tenía más arriba de la
rodilla, llegándome a sentir casi mareada con el rico perfume de Carolina y el olor de las cremas y polvos
de la señora Flandes, incluso Carmen la empleada se veía muy pintada y
aromática. Carolina se levantó de la mesa, y me dijo:
¡Vamos, vamos! Tomándome de la mano
salimos corriendo hacia la quinta. Papá ya había empezado a trabajar en las
colmenas, tenía un cajón de abejas abierto, le había sacado la parte de arriba
y echaba humo para ahuyentar a las abejas.
Como era de mañana no estaban bravas, de pronto papá dijo sacando un
marco completo de celdas cerradas (operculadas) y llenas de miel. “Aquí en esta
cavidad debe estar la reina, echó más humo y,
desde un montón de abejas extrajo una abeja hermosísima, mucho más grande
que las demás, él la tomó con mucho cuidado de las alas colocándola en un vaso
de vidrio que había traído, y ahí
pudimos observarla detenidamente. Carolina estaba fascinada por haber visto la
reina de las abejas, pero también muy nerviosa por miedo que nos picaran ya que
eran muchas las que volaban a nuestro alrededor y hacían mucho ruido, lo que
provocaba más pánico. Ya nos veníamos y papá había devuelto la reina a la
colmena cuando Carolina hizo un movimiento brusco pues estaba deseosa de salir de
allí, pero no debíamos correr pues estimulaba a estos insectos, de improviso
una abeja imprudente se paró en el brazo de Carolina y ella sorpresivamente
trató de sacarla bruscamente haciendo que le clavara la lanceta, dejándosela a
la vista. Ella se quejó y en su rostro se reflejó el dolor. Inmediatamente papá
corrió junto a nosotros y le extrajo la lanceta con mucho cuidado, ella fue muy valiente, yo habría
llorado, no me gustaba que me picaran
las abejas, este incidente me tenía tan
afligida que no me atreví a hablarle.
-¿Crees tú que fui valiente? -Me preguntó ella.
-¡Oh, Sí! y muy valiente. Exclamé.
-Yo me he asustado mucho porque esa abeja te picó. Le manifesté, no te preocupes, cada abeja que pica a
alguien muere y tú no te morirás.
-No. Me contestó. Lógico que no, pero
se me va a hinchar, mostrándome el brazo con la marca de la picadura que le
había dejado el aguijón. La señora Flandes se asustó cuando la vio y yo me
sentí aún más culpable. Llamó a Carmen para que le preparara una salmuera y
curarle el brazo que pronto le iba a provocar calor en la picadura.
EL CANDELABRO
Yo debí regresar a casa por
mis vacas, había encontrado tan corta la tarde anterior y esa mañana aún más
corta, tendría que esperar todo el día para volver a ver a Carolina, quería contarle y mostrarle todas las cosas hermosas que tenía el campo. En el
trayecto pasé donde el espantapájaros Gaspar a contarle de Carolina, era mi
amigo y siempre le hablaba, lo único malo era que él raras veces me respondía,
pero a mí me gustaba hablar con él. Una vez que dejé las vacas en el potrero
fui donde el anciano de la cabaña, hacía muchos días que no lo veía, desde que
había ido a dejar la vaquilla y el becerro a los boldos del campo de los
Guiñes.
El anciano sentado en un piso de madera afuera de la
cabaña bajo un pino que daba sombra, lijaba un trozo de madera con el que hacía
hermosos objetos de artesanía, yo avanzaba con mi varilla en la mano que nunca
dejaba, pues me había acostumbrado a
andar con ella, Jonás me seguía a cierta distancia, como iba descalza él no se
percató de mi presencia hasta que yo le hablé. Sorprendido levantó la cabeza,
me miró y con una sonrisa me dijo:
-Hola Li, ¿Cómo estás? Yo le contesté
el saludo y luego le conté que tenía un amigo, el espantapájaros y que le había
dado el nombre de Gaspar.
¡Gaspar! -Exclamó el Anciano, sin
dejarme tiempo para contarle también de Carolina, me hizo pensar en algún
profeta, inmediatamente me preguntó.
-¿Sabes quién fue Gaspar?
-No, no, le respondí muy interesada en
saber quién fue Gaspar.
-Bueno, dijo él. -Yo te voy a contar. Y
alcanzando otra banca, me la pasó, para que yo me sentara, Jonás estaba echado
en un faldeo del terreno, y mientras seguía dando forma al trozo de madera
empezó a decir.
-Cuando Jesús nació en Belén de Judea
vinieron del oriente tres Reyes Magos, quienes fueron guiados hasta el Mesías
por una estrella que apareció en el firmamento y uno de ellos se llamaba
Gaspar, que venía del Reino Meroé, el otro Melchor, que venía del Principado de
Palmira y el otro Baltasar que venía del Reino de Nippur. Una vez que llegaron
al lugar del nacimiento del Mesías se acercaron al pesebre donde estaba el
Salvador. Los Reyes Magos vieron al niño junto a su madre María y su padre José
que era un carpintero. Los visitantes se postraron ante él, lo adoraron y
abrieron los cofres que traían, le ofrecieron tesoros, presentes con incienso y
mirra.
El anciano terminó de contarme la
historia, yo me quedé pensando, él se
levantó de su asiento y entró a la cabaña, luego regresó trayendo consigo una
figura de madera.
Este es un candelabro. Me dijo.
Llévatelo para ti. Para que te alumbres de noche, debes ponerlo en alto,
siempre la luz debe estar en lo alto para que alumbre mejor, porque no lo
pondrás dentro de un almud.
Me dijo el Anciano sonriendo, yo
también sonreí tomando el candelabro.
Eso para mí fue algo maravilloso, me
pareció que la luz que me iba a dar significaría mucho más en mi vida. Lo
acomodé en un brazo y regresé corriendo al potrero, una vez allí empecé a
pensar en Gaspar, el espantapájaros, ahora lo imaginé como un pequeño rey que
venía hacia mí, me tomaba de la mano y salíamos a correr entre el trigo y
corríamos, nos dábamos vueltas tomados de las dos manos, y nuevamente corríamos
y reíamos, y el viento pasaba por nuestras mejillas y nosotros seguíamos corriendo, pero luego Gaspar tenía que volver
a cuidar el trigo y yo debía volver a cuidar mis vacas, pensé toda la tarde en
los tres Reyes Magos, hasta que llegó la hora de mi retorno.
UNA TARGETA
Cuando pasaba por la casa de Carolina me llamó desde la puerta, yo
subí a la vereda y fui hasta ella, se sorprendió al ver mi candelabro,
¡Que hermoso es esto! Manifestó. Lo
tomó en sus manos mirándolo minuciosamente. Era realmente hermoso, yo le conté
que me lo había dado un anciano que vivía en una cabaña. Me devolvió el
candelabro y me pasó un sobre pequeño. Lo guardé y continué mi camino, pero no
pude esperar llegar a casa para abrirlo y mientras caminaba lo despegué con cuidado, en su interior venía
una tarjetita con un dibujo y se leía “Te invito a mi cumpleaños”, la fecha y
la hora.
Una vez en casa, busqué en el
calendario la fecha correspondiente que sería el sábado subsiguiente. “El
cumpleaños de Carolina” pensé, cerré los ojos y me tiré en la cama de un salto.
Yo nunca había ido a un cumpleaños, irían más niños, esa sería mi primera
fiesta.
Fui contando los días uno por uno, me
parecían más largos que nunca, me entretenía haciendo una y otra cosa, al reverso de la tarjeta escribí
los nombres de Gaspar, Melchor y
Jonás, los tres Reyes Magos.
Fui a la pieza del papá, dejé la
tarjeta encima del velador y busqué en el primer cajón. Quería seguir
investigando el misterio de mamá, encontré varios papeles a los que yo no di
importancia, uno tenía el nombre de
Simón San Martín y estaba el nombre de Mamá Bella Cruz, más abajo el nombre de
papa sí, era un certificado de
nacimiento del papá y el hombre del retrato era mi abuelo y Mamá Bella mi
abuela, lo doblé y lo dejé ahí mismo, seguí buscando y encontré al fondo, muy
al fondo, una foto de una mujer, no decía nada, sólo era la foto, la dejé en el
mismo lugar.
EL DÍA
DEL CUMPLEAÑOS
Estaba
tan eufórica que sin darme cuenta pasé a
llevar un jarrón que se hizo pedazos al caer al suelo.
-¡Es el último regalo que me trajo
Sara desde España la hermana de Simón!, La última vez que estuvo con nosotros y
nos bailó flamenco y nos contaba lo hermoso que era España “La Madre Patria”.
Luego dio un suspiro y barrió los restos del jarrón.
Yo me fui a mi pieza y lloré mucho,
aun así seguí pensando en el cumpleaños,
también capté que mamá Bella estaba tan o más nerviosa que yo, alguna
razón tendría. Igual seguí pensando en el cumpleaños de Carolina, debía llevarle un regalo y no sabía qué,
seguramente los otros niños le llevarían muchos presente, me desesperé, lo
único que tenía era mi muñeca, pero estaba sin pelo, no contaba con otra
alternativa, debía llevarle a Marisol, sentía pena y a la vez alegría porque
iba a entregarle a Carolina lo que más quería mi muñeca Marisol.
Ese sábado no fui al potrero, papá
llevó las vacas y él iría a buscarlas en la tarde, Carolina pasó a buscarme con
Carmen antes de las doce para ir a la oficina
del correo, había cartas y muchos paquetes, me habría gustado recibir
alguna carta o encomienda, Carmen recibió la correspondencia para la señora
Flandes, regresando al instante, yo me quedé en mi casa y ellas siguieron hacia
la suya.
Con casi dos horas de anticipación me
coloqué el vestido que Mamá Bella me había lavado y planchado, fui al espejo y
me di cuenta que mi aspecto no era de lo mejor, entonces sentí una enorme
desesperación que me hizo perder los deseos de ir al cumpleaños de Carolina. Me
recosté en la cama y pensé en Cenicienta, ella tenía una hada madrina y yo no,
además ése era sólo un cuento, yo estaba viviendo mi realidad, mis zapatos
estaban lustrados y mis calcetines limpios, pero aun así se mostraba el uso que
habían tenido, ya no tenían esa belleza innata que se refleja en lo nuevo. No
pude contener el llanto, la hora avanzaba y mi tristeza me sumió en el sueño.
La preocupación por el cumpleaños no me permitió darle importancia al incidente
anterior, la caída del jarrón que tanto susto me causó. Con todo lo que me
estaba pasando me sumergí en un profundo sueño. Dejando atrás los incidentes, o
mejor dicho malos entendidos.
Mamá bella me estaba acariciando el
pelo, ¿Te dormiste Pequeña Li? me
manifestó. Con una sonrisa disimulé mi tristeza. Ella se sentó a mi lado
acariciándome, empezó a decirme. -¿Sabes tú que a veces suceden milagros?
Sí. Le respondí cuando hay un hada
madrina, pero yo no tengo un hada Madrina. Mis ojos se llenaron de lágrimas y
mi rostro se contrajo.
Te apuesto dijo ella que tú serás la más
bonita del cumpleaños.
-Yo reí entre sollozos,
sentía mi corazón apretado, entendí a mamá Bella que se esmeraba por
consolarme. Ahora no estaba irascible más bien parecía muy contenta, algo
estaba pasando.
No supe darme cuenta cuánto tiempo había
transcurrido, cuando un golpe en la puerta me sobresaltó, Mamá Bella acudió a
abrir. Era papá, que venía con un paquete, el mismo paquete que horas antes yo
había visto en la oficina de Correos, no podía ser otro el papel rosado con
rayas amarillas y las amarras, las letras, todo era igual. Sorprendida miré a
papá, preguntándole, ¿Y las vacas?- -¡En
el potrero! Esto era más importante para mí. Respondió. Sólo en ese momento
comprendí la actitud de mamá Bella.
Entonces Ella, tomó el paquete cortó
las amarras con unas tijeras. Sus rostros estaban sonrientes y yo muy
sorprendida abrí el paquete y lo primero
que vi fue una tela celeste, y unos botones dorados, un zapato rodó al suelo, y
yo lo tomé, fascinada, era de color azul con correa, no pregunté nada, me saqué
mis zapatos viejos, subí a la cama y me probé el pie derecho que quedaba justo.
Toma me dijo mamá Bella, pasándome unos
zoquetes blancos, volví a sacarme el zapato azul, me coloqué los calcetines y
luego los zapatos era un sueño, un vestido celeste con bordados blancos hacía
juego con el abrigo, papá había salido de la pieza y Mamá Bella me ayudó a
vestirme, mi felicidad era inmensa, después pregunté.
-¿De dónde salió esto? -Un hada
Madrina, un milagro, lo que sea, como vez nunca hay que perder las esperanzas,
“La fe mueve montañas”.
-Terminó diciéndome Mamá Bella en una sonrisa.
Saqué el papel cortando unas letras que
dejé a un lado y en el resto envolví a Marisol para llevársela a Carolina de
regalo. Entonces le dije a mamá Bella. Parece que mi hada madrina se olvidó del
regalo para mi amiga Carolina, Me sonreí. Y no pensé en nada más, corrí a la
fiesta de cumpleaños, lógicamente con todos mis problemas llegué atrasada.
Carolina se alegró mucho cuando me vio
entrar, me tenía un puesto reservado a su lado y todos los niños se veían
felices, la señora Virginia Flandes también estaba muy alegre sentada en un
sillón grande que hacía juego con las sillas del comedor, habían muchas cosas
exquisitas, a mí me llamó la atención un muñeco enorme de chocolate que estaba
al lado de la torta.
Cuando terminamos de tomar la leche,
Carolina apagó las velitas y su abuelita vino a repartir la torta, todos
aplaudimos este acto, los platos de vidrio empezaron a correr por la mesa y todos disfrutamos del exquisito
manjar: fuimos a jugar y cuando íbamos saliendo una niña dijo; ¡El muñeco de
chocolates!... ¡El muñeco! -Exclamó otro y todos se dieron vuelta mirando el
chocolate que estaba erguido al lado del plato vacío de la torta.
-¡Después!- Dijo Carolina. Y todos salimos quedándose el
muñeco en su estática posición. Cuando estábamos en el jardín, la señora
Flandes dijo que teníamos que hacer un número y demostrar nuestros talentos, un
niño recitó y otro cantó, todos hicieron
algo, una niña bailó y dos cantaron a dúo, sólo faltaba yo, estaba angustiada
porque no sabía cantar ni recitar, tampoco tenía mucha gracia con el baile, Qué
impresión se iba a tomar Carolina de mí, si todos habían demostrado sus
talentos y no faltó una de las niñas que dijo;
Ahora Li- empezaron todos a palmotear las manos y exclamaron a
coro: falta Li...Li...Li...
Yo sentía mi cara de todos colores,
entonces traté de hablar pero nadie me escuchó porque la voz no me salió en ese
momento, Carolina levantó los brazos y dijo muy fuerte. ¡Silencio! porque Li va a decir su número.
Yo me sonreí, la miré e incliné la
cabeza asintiendo lo que ella decía y todos los niños guardaron silencio,
entonces yo les dije, no cantaré porque no sé cantar, no tengo voz, no
recitaré porque tampoco sé. Al decir
esto todos a coro hicieron una exclamación de protesta. Guardé silencio por un segundo aún insegura de lo
que iba a hacer y todos me miraban en ademán de espera. ¡Que baile! Gritó un niño, pero yo continué y dije: yo
les voy a contar un cuento.
Todos estaban muy atentos esperando,
aún no sabía qué contarles, pero, rápidamente pensé en el muñeco de chocolate
que tan solito se había quedado en la mesa y como pude empecé diciendo:
EL MUÑECO DE CHOCOLATE
(Cuento de
Ana Valdés)
Una niña celebraba su cumpleaños y su madre quiso
festejarla haciéndole los mejores manjares, quería impresionarla con algo
especial, decidió hacerle, además de la torta con sus velitas, otros dulces y
además un muñeco de chocolate. Estuvo toda la tarde trabajando en ello hasta
llegar a hacer un muñeco perfecto.
Cuando llegaron los niños invitados,
disfrutaron de todos los dulces y bailaron alrededor de la mesa donde estaba el
muñeco de chocolate que los tenía realmente fascinados.
Tenemos que colocarle nombre, dijo una
de las invitadas, él es el muñeco de chocolate, exclamó la festejada y todos
rieron y bailaron muy alegres cantando al muñeco. Como ya habían tomado la
leche con la torta y todos los dulces, ahora queremos al muñeco dijeron los
niños. Primero vamos a jugar, contestó la anfitriona, después nos comeremos el
muñeco de chocolate. Y todos salieron corriendo al jardín.
Entonces el muñeco de chocolate se
quedó muy triste al oír que se lo iban a comer, trató de mover una pierna,
luego la otra, y con mucha dificultad pudo caminar hasta la orilla de la mesa
para bajar por una silla, empezó a caminar sin rumbo hasta llegar a la orilla
del río, quedándose allí muy pensativo.
Las aguas del río que corrían y corrían
le preguntaron:
-¿Por qué estás tan triste? Él contestó, -Porque unos
niños me van a comer.
¡Pero, si eres de chocolate-! Le
respondió el agua debes alegrar a los niños con tu sabor, yo soy el agua, quito
la sed, riego las plantas, siempre estoy en todas partes, sin mí los seres
vivos no podrían existir, yo soy muy feliz contribuyendo al mundo; terminó
diciendo el agua.
El muñeco de chocolate se quedó
pensando un rato y luego exclamó: ¡Entonces yo soy un egoísta! -Sí, le respondió el agua. Ahora escucha como
canto cuando corro entre cerros y quebradas o en planicies formando cuencas,
lagunas, charcos, lagos o ríos. Ves como danzo en el aire en nubes por el
infinito y bailo sobre las casas cuando me convierto en lluvia y tú que eres
tan pequeño no quieres hacer feliz a los niños. Yo también estoy en tu cuerpo,
si te privara de mí existencia serías sólo polvo.
¡No! no, por favor, no me conviertas en
polvo... Manifestó el muñeco muy asustado, volveré, yo volveré donde los niños,
y emprendió el regreso corriendo. Cuando los niños, cansados de jugar
regresaron a la mesa, todos disfrutaron felices del rico muñeco de
chocolate.
Fin
Al terminar este cuento improvisado,
todos aplaudieron y yo sentí aún más vergüenza que al empezar. Carolina fue a
abrir los regalos que había recibido. Yo había dejado el mío debajo de los demás y me habría gustado poder
sacarlo, pero ahora ya no era posible, había sido mejor no llevar regalo pero
ya nada se podía hacer, sentí un fuerte dolor en el estómago, pienso que era de
nervios. Ya había abierto todos los regalos, sólo faltaba el mío, tenía dulces,
juguetes, campanas, cajitas de música, con una melodía hermosa, una linterna
pequeña, y varias cosas más. Empezó a abrir el paquete que yo le había traído,
en ese momento sentí mi rostro pálido y
le dije, temerosa; ¡ese es el mío!
Ella lo abrió lentamente sonriendo
hasta que sacó a Marisol, la quedó mirando sorprendida, ¡Li! exclamó. ¡Te has
quedado sin tu muñeca!
Yo sólo sonreí y ladeé la cabeza.
Bueno, dijo: todos los regalos son
realmente lindos, yo diría hermosos les estoy inmensamente agradecida, pero quiero destacar que el
regalo de más valor es el de Li porque me ha traído la única muñeca que ella
tenía, yo estoy muy contenta y agradecida; terminó diciendo Carolina
-¡Bravo! ¡Bravo!... Gritó un niño y
todos los demás respondieron igual palmoteando las manos. Una niña que estaba
en el grupo, levantó la mano y avanzó adelante. Se detuvo frente al grupo y
empezó a decir. El acto de la Pequeña Li, me recuerda una parábola bien
importante La parábola de la Viuda.
“Había que dar ofrendas. Y cuando los ricos
supieron la nueva buscaron en sus desvanes baúles llenos de oro y prendas
preciosas que no usaban porque en realidad tenían demasiado, la canasta de las ofrendas estaba llena cuando
llegaron a casa de la viuda, la pobre mujer se desesperó, no tenía que dar, lo
único que le quedaba era el sustento que consistía en un quintal de harina.
Entonces lo trajo y de todo corazón y feliz porque ella también había podido
contribuir con las ofrendas.”
Cuando la niña terminó de expresar
esta parábola todos nos quedamos muy pensativos, si yo había hecho también un
regalo. Seguidamente corrimos al lado de Carolina que fue por el muñeco de
chocolate, gozamos mucho en la repartición porque a algunos les tocó un pedazo
de pie, oreja, nariz, boca, brazo, creo que eso fue lo más hermoso de toda la
fiesta; también cuando le cantamos el
cumpleaños feliz.
Cuando regresé a casa sentí nostalgia por
haber regalado a Marisol, pero había sido a mi única amiga y eso me hacía
feliz, luego el pánico me invadió y pensé que había sido un acto de una mala
madre. ¿Podría una madre dar a su hija? el anciano de la cabaña me ayudaría a
ordenar mis pensamientos, pero yo estaba sufriendo mucho en ese momento.
En la tarde del día siguiente fui a casa
de Carolina, aún guardaba dulces del día anterior los que compartió conmigo, jugamos con
Marisol y su muñeca Carolina, pero después trajo un pequeño cofre donde
guardaba algunas de sus pertenencias, sacó un libro de cuentos y me lo mostró
yo le había devuelto el del pajarito desobediente. Leí un título y decía “La
Señora Maldad”
LA
SEÑORA MALDAD (Cuento)
Iba por la calle la señora maldad
cargada de juguetes y golosinas. Unos niños que estaban jugando
correctamente se acercaron a ella para
pedirle golosinas y también juguetes.
¡Sí! - Les dijo la señora Maldad: Les
puedo dar todos los juguetes que quieran y también golosinas, pero tienen que seguirme.
-Te seguiremos, dijo uno de los
niños. –Sí, manifestó ella. -Pero para
seguirme deben tener un salvoconducto.
-¿Y cómo podremos obtener ese
salvoconducto? -Preguntaron los niños.
-Para obtenerlo sólo deben hacer una
maldad, dijo la mujer. A los niños les pareció muy divertido y corrieron a
hacer una maldad y apenas la hicieron
les empezó a crecer una cola, fascinados por la aventura no le dieron
importancia y siguieron a la señora Maldad compartiendo los juguetes y las
golosinas, pero entre más avanzaban en la maldad, más se alejaron de sus casas
y todos sus seres queridos, como también de sus juguetes que los habían tenido
por tanto tiempo, y a medida que pasaban los días se iban sintiendo más tristes
y la cola les crecía cada día más, la señora Maldad los hacía trabajar
intensamente y hacer cosas muy malas.
Pero una vez descendió de lo alto una nave que
decía “Viajes al Paraíso”
¡Al Paraíso!... -Exclamó un niño. Esa
es nuestra tierra. Todos se alegraron mucho y corrieron muy contentos hasta la
nave, pero el señor de la nave les dijo, que para subir a ella debían tener un
pasaje.
-¿Y cómo podremos obtener ese pasaje?
-Preguntó un niño.
El señor de la nave les contestó.
-Todos los que quieran subir a mi nave, antes deberán cortarse la cola.
Ellos se miraron atónitos su cola gruesa y
totalmente arraigada a su cuerpo, todos deseaban no tenerla pero cortársela así
les era imposible. Uno de los pequeños muy apenado porque echaba de menos a sus
padres, su casa y sus juguetes, estaba tan desesperado que tomó un machete los
otros niños lo miraban asombrados, pero él fue muy valiente cerró los ojos, y
con mucha fuerza pegó contra el rabo. Éste se cortó bruscamente saltando lejos, retorciéndose
como una serpiente. El niño alcanzó a ver un chorro de sangre y cayó desmayado
por la impresión, así permaneció tendido en el suelo sin conocimiento por un
largo rato, mientras sus compañeros lloraban a su lado muy preocupados.
De pronto, el niño abrió los ojos y todo su
ser lucía esplendoroso, sus compañeros no se atrevieron a tocarlo, abriéndole
paso hasta la nave lo observaron admirados al ver en él tanto esplendor y que
había podido ascender sin problema a la nave que lo llevaría al Paraíso. Ellos
también fueron valientes, tomaron el machete y se cortaron su cola dejándolas
allí retorciéndose en su propia maldad, subieron a la nave y se fueron muy
felices a sus hogares, dispuestos a no volver a cometer nunca más ninguna
maldad.
Fin
Cuando terminé de leer el cuento, sentí
pena que los niños siendo tan buenos hubieran sido tentados por la maldad y esa
enorme cola que era como la acumulación de todo lo malo que hacían, yo pensé
que una persona se podría sentir igual si no actuara bien. Carolina me
preguntó, mientras yo cerraba el libro.
-¿Te gustó el cuento? Sí y mucho
- le respondí.
Le entregué el libro y lo guardó en
el mismo lugar de donde lo había sacado. Yo debía regresar pronto a casa, pero
estábamos tan entretenidas que no deseaba hacerlo y le dije: Ahora te cuento un
cuento yo. -¡Ya! -exclamó ella. ¡Cuéntamelo
EL POLLO ENANO (Cuento)
Este cuento había que contarlo con
un poco de gracia para que se entendiera mejor, entonces me levanté de mi
asiento para hacer todas las figuras que necesitaba a objeto de darle más
énfasis.
“Era un pollito muy pequeño como del
porte de una nuez y él estaba muy triste por ser tan chico, entonces un día fue
donde el señor Gallo y le gritó.
¡Eh! señor Gallo. El gallo miró a
todos lados y no vio a nadie, nuevamente le gritó: ¡Eh! señor Gallo. Estoy aquí
insistió el pollito. El gallo enormemente grande lo vio y le preguntó.
-¿Qué deseas pequeño pollo?
-Yo, señor Gallo, le dijo deseo saber qué hizo usted Para ser tan
grande. Entonces el gallo abrió sus enormes alas, y le dijo:
-¿Vez mis alas? Luego extendió una
hacia abajo y dio una vuelta completa bailando en una pata, después sacó una
enorme pechuga y cantó tres veces.
El pollito estaba fascinado
contemplando al señor Gallo, luego éste le dijo:
Yo desde muy pequeño me levantaba
muy temprano, hacía mis ejercicios y
nuevamente abrió las alas lanzando al pollito lejos, pero él se repuso y siguió escuchándolo, en seguida continuó el
gallo. Cantaba y me comía todo mi alimento, el trigo, el maíz y alimento de
aves, yo comía de todo enfatizó y así fui creciendo hasta obtener este porte,
¿Vez? - Le dijo al pollo enano. Y
nuevamente volvió a bailar en una pata y dando una vuelta completa con el ala
abajo. Entonces el pollito empezó a hacer sus ejercicios y a comerse todo su
alimento y así empezó a crecer hasta llegar a tener el mismo porte del gallo,
siendo muy feliz.
Fin
Carolina
disfrutó mucho con mi cuento, pero yo debí regresar a casa
.PÁNICO EN EL CAMINO
Venía ya de vuelta, cuando las vacas
por alguna razón se fueron hacia otro lado, sin poder descubrir lo que estaba
pasando observe detenidamente y vi como una enorme culebra se arrastraba en el
camino, me detuve y el reptil quedó casi frente a mí, entonces en seguida se
levantó hasta la mitad de su largo cuerpo y mirándome sacó dos hilillos de
lengua los movió, de arriba hacia abajo
como si se estuviera burlando de mí,
seguí allí sin moverme, entonces el pánico que sentí en ese momento me
hizo mover inconscientemente la varilla
y así la culebra salió arrancando, seguí aún con mi corazón palpitante hasta
llegar a mi casa.
EN EL POZO DE LOS
MURCIELAGOS
Al día siguiente regresé a buscar las vacas al potrero pues
ya era la hora de ir a la casa, venía saliendo cuando justo se atravesó una
liebre que pasó por mi lado corriendo. Jonás saltó velozmente sobre ella
tratando de darle alcance, yo también instintivamente empecé a correr sin
fijarme por donde pasaba y de pronto me sentí en el vacío, traté de aferrarme a
algo buscando en forma desesperada a qué sujetarme, con los ojos muy cerrados
de espanto, logré tocar algo que no supe en ese momento qué era, un ruido
ensordecedor retumbó en mis oídos y la brisa parecía agitarse cuan abanicos en
movimiento. Suspendida en el aire forcejeando con mis brazos abrí los ojos con
miedo y me sentí aterrada al darme cuenta que había caído a un pozo,
encontrándome sujeta sólo de una raíz. Grité muy fuerte y nuevamente el ruido
ensordecedor, eran los murciélagos que habían salido despavoridos de la profundidad del pozo cuando caí. Y luego al gritar salieron los restantes que
se ocultaban, miré al fondo y vi una gran oscuridad. un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Pensé
que con toda seguridad en el fondo habría un yepo de culebras, porque agua ese
pozo no tenía; habría sido catastrófico si me hubiera soltado.
Con la punta del pie traté de hacer un
hoyo en la pared de éste y así poder sujetarme mejor, busqué con los pies algo
en qué afirmarme, toqué algo duro con el
pie derecho, acomodándome cuidadosamente descansando un poco de mi propio peso,
volví a gritar.
Desde la superficie Jonás empezó a
ladrar. -Vete a casa, Jonás le grité, pero se quedó allí gimiendo por largo
rato, escarbando con sus garras en ademán de alcanzarme, cansado de su
fracasado intento por salvarme, desapareció, yo me quedé pensando aterrada sin
saber si alguien me encontraría y si podría resistir más tiempo sin caer al
fondo del pozo donde, seguramente estarían las culebras. Ya era de noche y no
había luna sólo podía ver las estrellas
temblorosas en un fondo negro, grité una vez más, -¡Sáquenme de aquí! Me había puesto ronca, y
empecé a llorar amargamente tenía mucho miedo.
Las vacas habían llegado solas a casa y a mamá
Bella le extrañó mucho, tampoco estaba Jonás,
papá no había regresado aún del
campo. Ella las encerró junto con sus terneros, quedándose muy preocupada y
pronto vio entrar al perro que gemía con la cola entre las piernas. Mamá Bella
no sabía qué hacer, en ese mismo
instante llegó papá quién al enterarse de mi ausencia buscó una linterna, además una lámpara a parafina y fue en mi búsqueda
adelantándosele Jonás al trote, mamá Bella se quedó orando en su dormitorio. Jonás corrió al pozo y empezó
a ladrar, yo casi no podía gritar, el llanto me tenía ahogada, hice un último esfuerzo. ¡Papáaa! Grité,
una luz iluminó en lo profundo del inmenso hoyo en que me encontraba
suspendida.
-¡Li, Li! Sentí la voz de papá.
-¡Papá! ¡Estoy aquí papá!... Y mi llanto aumentó, pero papá no había
llevado nada con qué sacarme.
Rápidamente desabrochó su cinturón y me hizo alcanzarlo, era muy corto, luego desesperado gritó.
¡Espera! Iré a la casa más próxima a pedir un cordel. Papá no demoró mucho,
pronto regresó y yo me tomé de la cuerda muy firme, papá con otro señor amigo
me subieron, al llegar y en el extremo opuesto de donde yo estaba subían unas
culebras en busca de un nuevo refugio. Yo me quedé helada pero la alegría de
estar a salvo con papá de tan terrible
desgracia no me permitió detenerme a pensar en nada, me tomé de la mano de
papá, con la otra traía la lámpara y Jonás nos siguió corriendo, demostrando
también su alegría, el señor que ayudó a mi rescate nos acompañó un trecho,
llevó su cordel despidiéndose de nosotros. Diciéndome supongo que no volverás a
caer a ese pozo, acariciándome el pelo regresó a su hogar.
En el camino le conté a papá que por
alcanzar la liebre me había caído. Él estaba un poco disgustado por mi
imprudencia. Siempre hay que fijarse más musitó.
Mamá Bella nos estaba esperando
intranquila, -¿Qué había pasado? exclamó. Papá le contó en breves palabras lo
ocurrido. Raquel sirvió la comida, después que mamá Bella me lavó
minuciosamente como era tan tarde no pude ir donde Carolina, lo que me
entristeció y me fui a la cama apenas terminé la cena.
Pasé el día siguiente con mucha
nostalgia, la caída al pozo me había afectado. Además no había podido ir
a casa de Carolina y en la noche siguiente ella regresaría a la capital, cuando
volví esa tarde fui a despedirme de mi amiga. La señora Flandes estaba muy
ocupada preparando sus maletas para el viaje, conversamos mucho con Carolina,
nuevamente trajo esa cajita donde solía guardar sus tesoros. Sabíamos que esa
sería la última tarde que estaríamos juntas.
-Yo quiero contarte un último cuento,
le dije:
-Sí, debes contármelo, es el último,
te escucho balbuceó.
Entonces yo empecé a contarle el
cuento del Sapito porfiado.
EL SAPITO PORFIADO (Cuento)
Un sapo cansado de vivir en el fango,
decidió salir en busca de algo mejor, el resto de los sapos le pidieron que no
se fuera, ése era su hogar por lo tanto debían permanecer allí todos juntos,
pero el sapito muy porfiado no hizo caso, tampoco a los ruegos de su madre que
llorando le suplicaba que no se fuera y el sapito igual se fue.
Anduvo tanto que se le hizo
tarde, al llegar la noche que era tan
clara como el día, encontró un jardín muy hermoso y en él una piscina, se
acercó a la orilla y pensó. “esto
es lo que yo buscaba”
Se lanzó al agua y nadó de todas
formas, de espalda, de pecho, de lado, se zambulló y saltaba del trampolín.
Este sapito se sentía muy feliz por haber encontrado ese lugar tan maravilloso.
A la mañana siguiente, de la enorme casa
salieron los niños y se fueron a jugar a la piscina. Él sapito que
estaba en un rincón, saltó lejos cuando los jovencitos empezaron a jugar en el agua provocando un
fuerte oleaje y de pronto, uno de ellos gritó.
-¡Un sapo!- Saltó tres veces el sapo, otro niño trató de darle
alcance con un palo, así corrían de un lado a otro y el pobre anfibio
desesperado arrancaba, tratando de ocultarse sin poder salir del agua de la
piscina, pero él como pudo se dio impulso saltando al césped, donde se pudo
ocultar. Cansado y muy asustado emprendió su regreso hacia el fango, allí su
familia y sus amigos lo recibieron con muestras de mucha alegría y el sapito
porfiado nunca más intentó buscar otro lugar que no fuera su propio hogar.
Fin
CAROLINA
REGRESA A LA
CAPITAL
(Santiago de Chile.)
Carolina disfrutó mucho con las aventuras del
sapito porfiado, luego me dijo:
Antes que se me olvide, debo decirte
que yo no podré llevar a Marisol conmigo, porque llevamos muchas cosas, yo
quiero que te quedes con ella, igual te agradezco mucho que me hayas regalado
tu muñeca en mi cumpleaños, pero yo tengo muchas muñecas en mi casa, incluso
trataré de enviarte una de las mías
¿Quieres?
Yo la miré sorprendida y a la vez
radiante de felicidad, le contesté: ¡Magnífico, yo la cuido!
-Sí,
no sólo quiero que te quedes con Marisol sino también con mi muñeca Carolina,
porque al enviarte una desde Santiago el correo tarda un poco por eso prefiero
dejarte a Carolina.
Yo no podía salir de mi asombro. Es lo
mejor que me puede pasar, le dije e instintivamente abracé a mi amiga porque la
emoción que me embargaba era realmente enorme, luego tomé las muñecas que me
pasó y las abracé tiernamente.
-Yo sé que tú las cuidarás. Balbuceo
ella. Me fui corriendo a casa y pedí permiso a mamá Bella para ir a dejar a
Carolina con su abuela y la empleada al tren nocturno que pasaba más o menos a
las nueve de la noche.
Esperamos en la estación la llegada
del convoy, cuando el Jefe Estación anunció la llegada del tren estábamos muy nerviosas
seguramente Carolina no tanto, ella estaba acostumbrada a viajar, pero para mí era algo
nuevo, aunque yo me quedaba ahí sólo con los buenos recuerdos de esta nueva
amiga de vacaciones. En la curva apareció la enorme máquina y una bocanada de
aire arrasó en la atmósfera sintiendo el chirrido de los fierros al detenerse.
Yo subí al tren a la carrera y vi el departamento que las llevaría de regreso a
la Capital, me quedé extasiada contemplando el carro con sus cortinas de felpa,
alfombra en los pasillos y las señoras con abrigos de pieles y joyas que
resaltaban. El mozo don Dionisio les acomodó las maletas, junto con el
asistente del carro del tren que le indicó a Carmen su cama, en el coche de los
camarotes. Mis amigas se acomodaron en el departamento con baño y dos camas.
Cuando se sintió el silbato de partida yo debí bajar precipitadamente, seguida
de don Dionisio, Carolina me hizo señas por la ventana mientras el tren se
perdía por la vía férrea lentamente. Papá me estaba esperando para regresar a
casa, yo volví sumida en una gran tristeza.
LA CAJA DE MÚSICA
Había pasado una semana desde que se fuera
Carolina, cuando papá llegó desde el correo con una encomienda y una carta, mi
alegría fue inmensa, venía a mi nombre y era de Carolina. La abrí
precipitadamente, era una caja de música, y además una linda muñeca. En la
carta decía; te envío esta caja de música y la muñeca que te ofrecí, para que
te acuerdes de tu amiga, la caja de música
tiene dos hermosas melodías la novena sinfonía de Beethoven y copihues
rojos de Rayen Quitral.
Desde ese día llevé la caja al
corral, entonces todos los días cuando llegaba por las tardes escuchaba la
melodía mientras les daba el forraje a los animales, me daba la impresión que
rumiaban al compás de la melodía, con la música el trabajo se me hacía más
liviano. En cuanto a mi nueva muñeca la bauticé con el nombre de Rayen.
Me gustaba tanto escuchar la novena
sinfonía, como igualmente copihues rojos en la caja de música. Qué un
día la llevé al potrero, ahora estaba
llevando las vacas a otro potrero que se llamaba el llano, era una enorme
planicie a orillas del ancho río Bío Bío, su vegetación nativa como el litre,
quillay, copihues, arrayanes, Pichis, maitenes no me permitían observar, las
vacas se me perdían entre el follaje y cuando debía regresar perdía mucho
tiempo reuniéndolas una a una, Cuándo lograba juntarlas ya estaba agotada,
luego la caminata hasta la casa y todos los días lo mismo, estaba molesta con
esta rutina pero papá siempre decía “La vida es sacrificada” Cuando llevé la
caja de música al potrero aun siendo temprano, me tendí bajo un maitén y
escuché primero la novena sinfonía y luego la Rayen Quitral con copihues rojos
no habían pasado tres minutos que había empezado la música y sentí una de
bramidos y desde distintos puntos venían
las vacas corriendo, me levanté del suelo a mirar que pasaba pensé lo
peor, hasta creí que habría un incendio, no sabía que pensar, hasta que
llegaron todas junto al árbol donde estaba
escuchando las melodías, yo de píe con la caja en la mano y las vacas con sus terneros bramando desesperadas,
mirándome, ¡Que pasa!
Yo ahí atónita. De pronto salté de alegría, ¡La música!
Grité, ¡La música! Grité, salté y corrí
alrededor del árbol riéndome. Sí, como los fardos de pasto en el corral se los
daba, junto con colocar la música, seguramente al escuchar la misma melodía en
el llano pensaron que también les daría su ración de forraje, lo mejor de todo
esto es que ya no tendría que salir a juntarlas una a una para llevarlas a
casa, desde ese día no me separé más de mi caja de música y en el momento de
regresar, la novena sinfonía y las canciones de Rayen Quitral se encargaban de
llamarlas y ellas venían corriendo y bramando desesperadas, pero el forraje no
lo tenían hasta llegar a casa.
Mamá Bella se Enferma
Algunos días después mamá Bella enfermó gravemente a medianoche. Raquel le
preparó algunos remedios caseros, pero
ella seguía con un fuerte dolor a un lado derecho. Todos nos preocupamos por lo grave que se veía, recurriendo al hospital de la
ciudad más próximo. Raquel debió
viajar con ella, papá y yo la
acompañamos hasta la estación, se veía muy pálida y no cesaba de quejarse, yo
también estaba muy alarmada, sintiéndome en cierta forma ingrata, ya que
siempre pensaba más en mi madre y de alguna manera me alejaba de ella, pensé
que era como pensar en las nubes del cielo, sin disfrutar las flores de nuestro
propio jardín.
Pasaron los primeros carros del tren
frente a nosotros, dejando un aire de perfume y vestidos de seda, a medida que
fue aminorando la marcha, los carros me parecieron deteriorados y su aire
agrio, bajaron algunas personas y
Raquel subió a Mamá Bella
con la ayuda de papá.
Cuando el tren partió y se perdió en la
lejanía llevándose a la enferma y a su
acompañante, yo sentí como si alguien me hubiera apretado el corazón muy
fuerte, causándome un gran dolor, no pude contener las lágrimas, papá me tomó
de la mano para retornar a casa, Él no me dijo nada seguramente estaba
sufriendo igual que yo. En los días siguientes se nos terminó la comida que nos
habían dejado preparada, papá no era aficionado a la cocina y yo tampoco,
porque generalmente me quemaba los dedos.
Una tarde volvía del llano y
encontré a papá en casa esperándome, me
miró y dijo: -En diez días más llega Mamá Bella
¡Qué bueno! Le respondí, me alegré
mucho, luego le pregunté.
-¿Qué tenía? -Una peritonitis, debieron operarla de urgencia, me respondió.
-¿Y ahora está en reposo? Sí,
una vez repuesta volverá con Raquel.
Yo terminé la tarde jugando, hasta irme a la
cama.
Nos levantamos temprano y después de
ordeñar las vacas fuimos los dos a llevarlas al potrero, seguidos por Jonás.
Papá abrió las trancas, arreándolas hacia adentro y luego volvió a cerrarlas
quedándonos nosotros afuera, yo lo miré esperando una respuesta sin preguntar.
-Vanos a ir donde los Guiñes. Me dijo:
Emprendimos el viaje disfrutando del sol
y del paisaje, Jonás corría, yo trataba de seguirlo saltando en un pie o en el
otro, mientras papá caminaba pensativo, pero muy seguro de sí mismo. Corté
flores que en el primer puente lancé al agua una a una para verlas flotar e
irse en la corriente zigzagueando, titubeando en su paso.
Don victoriano Guiñes no estaba en
casa, tampoco su hijo menor Marcos, pero su esposa, Doña Mercedes y su hijo de
mi edad Víctor, si se encontraban, después de saludarme nos mandaron a jugar al
patio. Víctor me miró y llevando su mano a uno de los bolsillos sacó una
lagartija muerta que me lanzó a los pies y salió arrancando. Yo salté al ver al
repelente reptil, sin sentir lo más mínimo de pánico, ya que también yo tenía
la mala costumbre de jugar con lagartijas.
Como no logró su propósito que era provocarme un gran susto, volvió muy
cabizbajo. Me entretuve mirando unos patos
como nadaban en un charco de agua. Cuando él volvió riéndose.
-Pon tu mano, me dijo: Yo le obedecí.
Luego me hizo cerrar los ojos, se seguía riendo con sus manos empuñadas sobre
las mías, riéndose aún más fuerte, los ojos cerrados, repitió -¡Sí! Le contesté haciendo un esfuerzo por no
abrirlos. Luego abrió las manos, dio un grito y salió corriendo nuevamente, yo
sentí una cosa blanda, miré y vi con asombro un sapo que saltó precipitadamente
en dirección al charco de agua, yo también grité y luego me reí. Empecé a
correr para alcanzarlo y darle su merecido, pero él era mucho más veloz que yo,
dio varias vueltas alrededor de un peral, saltó una cuneta volviendo al mismo
lugar en que estábamos.
En ese momento salió de la casa papá
con la señora Mercedes, ella asentía con la cabeza de lo que venían
conversando, dando la impresión de haber llegado a un mutuo acuerdo, papá me
llamó en ese instante lo que me hizo
pensar que ya regresábamos, pero su tono de voz me hizo pensar que tenía algo
importante que decirme. El niño había quedado agazapado detrás del peral.
Cuando llegué donde papá, la señora
Mercedes se acercó a mí colocando una mano sobre mi hombro en ademán de afecto, me dijo: ¿Por qué no te quedas
aquí? - Yo la miré extrañada y papá intervino.
-Sí, te vas a quedar aquí hasta que llegue
Mamá Bella
-Yo lo miré de tal forma que no le
permití continuar palabra. Me voy contigo, exclamé enfáticamente. Iracunda
repetí. -¡Me voy contigo!...
-Pero Li, mamá no está, no podemos
cocinar.
-No importa, insistí a punto de
llorar.
-Necesitas un hogar. Me dijo: -Mi
hogar está donde tú estés, le manifesté sollozando y corrí hasta el camino, no
pude despedirme de la señora Mercedes ni de su hijo Víctor, Jonás me siguió y
seguimos corriendo por largo rato hasta llegar a uno de los puentes, allí
tomamos agua de una vertiente y descansamos. Después de un lapso llegó papá, él
también tomó agua de la vertiente, luego me tendió una mano y me dijo, con una
sonrisa. -Vamos Li, y descendimos el cerro de senderos empinados y arenosos,
rodeado de agreste hierba y pinos erizados, Jonás corría a nuestro alcance,
entonces yo me solté de su mano y seguí el camino en ángulos cortados,
trepando, bajando, golpeteando la bella y polvorienta tierra que me sostenía.
Respirando ese aire perfumado, olor a menta, a pinos, olor a campo. ¡A mi campo
Chileno!
-Vamos, papá le dije. Y el viento
llevó mi voz a otras laderas, jugueteó con la floresta y papá, corrió a mi
alcance, y yo riendo alborozada le gritaba:
¡Vamos papá! - ¡Vamos!
[1] Caperucita Roja
cuyo autor el escritor Francés nacido en París 1628/1703 Charles Perrault,
es además autor de los cuentos infantiles el Gato con botas, Piel de asno, Barba Azul, La cenicienta, Pulgarcito, La bella y la
bestia. Estas son fábulas famosas conocidas en
todo el mundo que los niños han sabido disfrutar.
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