LA
PEQUEÑA LI EN
LAS LAGUNAS
DE HIELO
DEDICO ESTE TEXTO A MI NIETA LUCÍA MONTES
DERECHO DE AUTOR
SEPTIMO
TEXTO
30
ENER0 2020
Nota
Preliminar.
En
las lagunas de hielo, por el hecho de amar
tan intensamente el País donde nací llevándome hasta los últimos
rincones de su indescriptible belleza. Este texto se refiere a las grandes
riquezas naturales del fin del mundo,
únicas en nuestro continente describiendo sus montañas, su mar , sus volcanes,
su fauna como el cóndor, la ballena, sus leyendas del sur como la Pincoya, el Caleuche, sus rutas como
el puente Malleco monumento nacional y la ciudad de Puerto Montt.
Tener
la dicha de contemplar los hielos eternos que se están desvaneciendo poco a
poco con el paso del tiempo. Al leer este séptimo libro viajamos por nuestro
país desde mi pequeño Villorrio Truenos
entre montañas actualmente comuna de Hualqui (Rodeo del riachuelo en mapudungun)
para llegar a la laguna San Rafael disfrutando la bella naturaleza de los
hielos polares que nos brinda este hermoso País Chile.
LAGUNAS DE HIELO EN LAS
Había
estado tan dedicada a Musga, o sea, a las Atolonias, Como también, a Tulú,
el niño de mis sueños y ese viaje
inolvidable a los nueve planetas,
con sus respectivos Dioses, ese sueño maravilloso en la colmena con las
abejas y el viaje tan especial a los nevados de Chillán, que no me había podido detener a pensar en el viaje que hizo
papá a Puerto Montt, al sur de Chile,
aunque sólo trabajó en el puerto, o sea,
en tierra, sin tener la dicha de salir a
alta mar y por unos pocos días. De todas
maneras, fue muy grato para él conocer esa ciudad y poder ver la entrada y salida
de diferentes embarcaciones.
Regresó
sin novedad con la esperanza de volver como jefe de taller del barco en que
estuvo trabajando esos días. En lo que se refiere a electricidad, como también
mecánica, papá no estaba contento con su
regreso porque él esperaba navegar, pero
se suponía que su trabajo había gustado
y pronto lo volverían a llamar.
Caminé por los bosques en absoluta soledad, todos se
habían ido. Ya no volvería a ver a Musga, ni a Tulú el Extraterrestre en su
pequeña nave, con esa capacidad de
viajar por el espacio impulsado por
energía solar, recorrer cada uno
de los planetas y sus lunas, vibrar
entre nubes, contemplar la
belleza del Universo y sentirse en uno de cada uno de nuestro sistema solar. Los
nombro para así sentirme más cerca de
ellos, en donde estuve una vez en sueños, en una fantasía o una realidad; Mercurio,
Venus, Tierra, Marte, Júpiter,
Saturno, Urano, Neptuno, Plutón.
En
cuanto a mi amiga Carolina, después de nuestra estadía en las termas con su
abuela la señora Flandes, lo último que supe de ella fue que se iría al
extranjero con su padre que era un Destacado
Diplomático. Pero antes de viajar
irían a las lagunas de hielo del Sur de
Chile vale decir “Laguna San Rafael” y toda
la Región de los Lagos.
En
ese estado nostálgico corrí a la cabaña del Maestro Celestino y contemplé sus
bellas manos en la confección de sus
perfectas figuras de madera. Se sonrió
al verme y con cariño deslizó su mano derecha por mi cabellera
enmarañada, contemplé sus ojos azules, y su blanca y bien cuidada barba que caía sobre su pecho, captando en esa mirada su gran sabiduría. Dejó sus objetos
que tenía marcados con un pedazo de papel, luego se sentó. Invitándome a hacer
lo mismo, me alcanzó otro piso.
Siéntate
Pequeña Li, me dijo; lo miré con atención mientras me sentaba. Luego empezó a leer un libro qué
tomó desde una repisa “San Juan 16-16. “La tristeza se convertirá en
gozo”. Cuando terminó de leer sentí gran
gozo en mi corazón y mi tristeza se había esfumado, nuevamente me tomó el
cabello con ternura y manifestó. Corre
Li, corre a tu casa, que tus padres esperan por ti, porque ellos te aman.
Entonces, salí
de esa humilde y hermosa cabaña donde se guardaban de una manera muy
misteriosa tantas riquezas que sólo se
palpaban con el corazón y saltando en un pie y en otro, me siguió mi
perro eufórico de alegría, adelantándome en un ademán de guía. Y el viento rozó mis cabellos como una caricia del destino,
como un soplo de aliento, como un rayo de esperanza.
Al
entrar a casa papá se encontraba en medio del patio y sorpresivamente me tomó
en sus brazos, bailó conmigo pletórico de
alegría y me dijo: Pequeña Li, me llamaron de la Empresa Naviera para hacer un
reemplazo en el barco por quince días. Yo lo abracé y exclamé ¡papá! Pero que hermoso, o sea que ahora navegaras
-Sí,
me respondió. Yo bajé de sus brazos, fui hasta Mamá Bella contenta, feliz de
viajar al Sur de Chile. Esa era la
promesa y mientras tomábamos el té, papá
manifestó que el Técnico
electricista salía con su feriado legal y “yo lo voy a reemplazar, además la empresa me autoriza para llevar un
familiar, aunque generalmente sólo se
pueden llevar los familiares cuando el funcionario tiene un año de servicio en
la empresa, esta es una excepción que hacen
conmigo para llevarte a ti, Pequeña Li” terminó
diciendo papá.
Yo no
sabía qué decir, mi felicidad era desbordante. No me di cuenta cuando llegó el día de tomar el
tren en las mismas circunstancias que ya lo había hecho antes papá. Entre sueño, sentí que papá
me decía, “vamos pasando el
puente Malleco”. No le
presté atención y seguí durmiendo en mi asiento de madera del destartalado tren
de pasajeros que nos llevaba a esa gran
ciudad de Puerto Montt.
Al
venir el día divisé tras la ventana hermosas praderas amarillas y verdes. Los trigos ya habían sido
cortados y los caminos se cruzaban entre sí. Uno que otro jinete cabalgaba, ya
sea hacia el norte o hacia el sur, vacunos pastaban en algunos potreros y, en
otros, ovejas, incluso uno que otro chancho o puerco. Bostecé aún soñolienta y papá me compró un desayuno al cafetero del tren. Cansado de
viajar, se levantó de su asiento y caminó por el coche entre los pasajeros, que
algunos aún dormían.
Oye
papá, le pregunté cuando volvía de su paseo por el pasillo del coche,
¿qué me decías anoche de un puente?
Ah,
sí. Pasamos el puente Malleco, uno de los puentes más altos de Chile es
realmente hermoso, una verdadera obra de arte, si tú lo vieras, te quedarías
extasiada mirándolo, es realmente hermoso,
está todo hecho en fierro.
Ya tendré
la oportunidad de admirar esa obra de arte papá, le respondí, aunque
lamenté, no haber podido ver desde el
tren, ese puente tan especial, como me lo describió papá,
algo extraordinariamente bello en
su estructura. Después le preguntaría a mi profesora sobre el
puente Malleco.
En la ciudad
de Puerto Montt
No nos dimos cuenta cuando el tren se detuvo, al
final del viaje; ya estábamos en la Estación de los ferrocarriles de Puerto
Montt. Tomamos nuestras cosas. Papá me
arregló el poncho con el que iba
abrigada y nos encaminamos al puerto, orillando el mar. A lo lejos divisé un barco enorme que se acercaba a la orilla,
y en medio de jardines había una locomotora a vapor durmiendo el sueño eterno
de los recuerdos, para que nadie olvidara las primeras máquinas a vapor que habían unido la capital (Santiago de Chile) con la ciudad de Puerto Montt, eso me lo
explicó papá, mientras observábamos la
reliquia de museo que se exhibía
allí a campo abierto.
Reseña del ferrocarril
En 1913 queda unida
la vía férrea del ferrocarril entre Iquique
hasta Puerto Montt. Esto fue una
de las obras más importantes del País... Históricamente significó el desarrollo
del sur de Chile, la comercialización de
las ciudades en los productos agrícolas,
ganaderos, forestales. Considerando un excelente medio de transportes para toda
clase de viajeros tanto comerciantes como turistas. Destacándose el tren de
pasajeros, “el nocturno” con coches de dormitorios de departamentos dormitorios
de camarotes, un coche comedor, el coche
salón de primera, los coches de segunda
y de tercera.
Cuando
llegamos a la oficina, papá habló con unos señores, luego con una señorita y nuevamente salimos de ahí.
Antes habíamos pasado por una feria artesanal donde se exhibían tejidos de lana, de ovejas y toda clase de
trabajos manuales, hechos en materiales
de la zona, como figuras en piedras de ónix y otros en cueros. Anduvimos toda
la mañana de oficina en oficina, hasta
que al fin papá me dijo. Ahora vamos a ir a almorzar.
¿Adonde?
-le pregunté.
Aquí, en Angelmó. Me respondió.
Atravesamos
la calle y caminamos hacia unos puestos donde vendían comida. Las ollas estaban
hirviendo a la vista de los turistas. “Al rico curanto con chapalele.” gritaban
unas niñas jóvenes, buenas mozas y muy gorditas.
“Aquí, Señor, al rico curanto”, le decían a papá
las jóvenes mujeres. Yo caminaba a su lado extasiada, deseando almorzar luego,
porque el olor del exquisito guiso me abrió
el apetito, entramos a uno de los
puestos. “Bien venidos a Angelmó” nos dijo la dueña del negocio y una joven nos
llevó pan y servicios, también ají picante, consultó a papá si quería mosto, yo
la miré sin saber qué era eso, “Mosto”.
Papá le respondió que sí.
¿Qué es eso? Pregunté.
Él se sonrío
y al oído muy suavecito me dijo. Es vino. En ese instante la niña volvió y le consultó, ¿Blanco o tinto? Papá movió
la cabeza como si le diera lo mismo o no supiera cuál elegir, después de unos segundos respondió, tráigame
tinto.
¿Y la niña? Consultó la joven dirigiéndose a mí Papá
me miró, luego respondió un refresco. Yo me quedé esperando mi bebida, Mientras, tomé un cuchillo y corté un pedazo de pan. En ese instante una señora muy gorda, con un delantal floreado y una blusa blanca
apareció con dos enormes platos
vagueando y colmados de cholgas, almejas
longanizas, pollo y carnes,
chapalele y milcao. Dijo sonriendo. “Aquí viene el rico curanto a la
Chilena” Dejó los platos en nuestros puestos
y se regresó, para el fondo del local. La joven nos trajo la bebida y el mosto, con unas
copas dejándolas en la mesa. Con una
sonrisa se retiró igual que la mujer gorda que nos trajo los platos con
curanto. Es el mejor curanto que he comido en toda mi vida, dijo papá,
pasándose una servilleta de papel por la boca,
para luego gustar del rico mosto.
Salud,
Pequeña Li. Me dijo eufórico y yo, choqué
mi vaso con el suyo. Respiré profundo tocándome mi estómago que lo
sentí un tanto pesado con el
opíparo guiso.
Pedimos
la cuenta y nos despedimos. “Que disfruten
su paseo nos dijo la buena mujer”.
EN EL BARCO
Llegamos al muelle y entramos a un enorme barco, el
mismo en que papá había trabajado la vez anterior. Yo contemplé
extasiada su estructura. Inmediatamente papá
entró por una puerta estrecha y
bajamos por una escalera también estrecha, él iba adelante y yo lo seguía con
cuidado, pisando peldaño por peldaño, el ruido era ensordecedor, en la parte
de atrás del barco, donde iban todas las máquinas. Los motores estaban
funcionando. Papá entró
a un taller mecánico y habló con uno de los mecánicos. Se saludaron y salieron para bajar otra
escala también estrecha, en estructura
de metal igual que la anterior. Allí
presentó al electricista que papá
iba a reemplazar, conversaron casi a gritos para poder escucharse,
ya que el ruido de los motores era infernal. Aquí en la popa están estos dos motores trabajando,
independiente uno del otro, le
indicó el electricista de planta y acá
están los otros cuatro auxiliares
terminó diciéndole.
Después de recibir algunas instrucciones, uno de los
tripulantes nos acompañó a nuestro
camarote, regresando por las mismas escaleras metálicas y angostas. Luego
atravesamos la rampa del barco para dirigirnos a una construcción de cuatro
pisos donde estaba el puente de mando, los camarotes, los comedores, salones de
estar y las terrazas. Yo subí las escaleras corriendo y en una de ellas
había una señora rubia de ojos azules con delantal blanco limpiando los
escalones con unos líquidos de un olor más
bien fuerte, pero no
desagradables. Al darnos la pasada se sonrío, yo también la miré con simpatía. Papá venía
con el mecánico conversando del barco, este trasbordador le decía tiene
cien de manga, hasta ese momento yo había escuchado unas cuantas palabras totalmente desconocidas para mí.
Cuando llegamos al tercer piso, entramos
por un pasillo angosto con puertas por ambos lados, una de las puertas estaban abierta, a través
de ella en la que se veía un camarote,
una mesa con un asiento apegado a las paredes del barco y al fondo otra puerta,
Este es el baño dijo nuestro acompañante
abriendo al instante la puerta. Avancé
y, al fondo estaba el lavatorio
reluciente de limpio y un espejo grande, me
di vuelta y atrás quedaba una
ducha tras una floreada cortina celeste.
Sentí ese olor característico a
limpieza, emanados del jabón, perfumes,
shampoo y todo lo que se encuentra en un baño, dejamos nuestras cosas sobre una silla, luego
papá dijo. Mientras se lavaba las manos. “Sólo disponemos de una sola cama” y me miró. El tripulante le respondió al instante. “Ese
problema se lo soluciona El Comisario.”
Yo lo miré intrigada y él se
percató de mi curiosidad, entonces me
explicó.
El
Comisario es el que tiene más grado que
el Mayordomo y soluciona los problemas administrativos del barco.
Enseguida
manifestó, “ahora yo me voy”, se despidió y lo vi perderse por el estrecho
pasillo. No habían pasados diez minutos salimos con papá por pasillos y
escalones hasta encontrarnos frente a
una oficina que decía “Comisario.” Nos
recibió un joven alto de bigotes, muy
atento. ¿Cómo se llama su niña? Nos
preguntó después del saludo. Le decimos Li, respondió papá. Lo miré y le
sonreí, entonces le dije, ¡Hola! Hola me respondió él, desde ese mismo día nos hicimos muy amigos.
-Yo
les voy a instalar una litera para que
duerman más cómodos, le manifestó a
papá. Nos despedimos y empezamos a
descender escaleras nuevamente y, nuevamente, nos encontramos con la señora
rubia que ya estaba terminando de limpiar el último peldaño de una de las
escaleras. Un joven gordo de pantalón negro y camisa blanca, venía subiendo encontrándose de frente con
nosotros.
¿Es
usted el reemplazante del maestro Muñoz? Nos preguntó.
-Sí,
le respondió papá y luego el joven le
preguntó por mí. Es mi hija, manifestó él, que me acompañó para conocer el barco y el mar especialmente
la laguna San Rafael. Yo soy Maximiliano, se presentó el joven gordo y soy uno de los monitores, el encargado de los pasajeros en
todos sus aspectos, también hago de
show-men o sea que estoy a cargo de la
parte divertida y entretenida que le
ofrecemos al público en la navegación por los canales hasta llegar a la laguna
San Rafael y contemplar el glaciar.
Es un
placer conocerlo, le respondió papá
sonriente, permiso, y seguimos en
dirección a las máquinas. El monitor
siguió subiendo sus escalas, pero íbamos
por la mitad de la rampa cuando apareció
nuevamente este joven gordo de nombre Maximiliano. Venía corriendo y con la respiración entre cortada le dijo a papá. Estaba
pensando que en vez de llevar a su hija
a los talleres es mejor que la deje acá,
en los pioneros. Papá lo
miró complacido. Luego se dirigió a mi
consultándome lo que acababa de insinuar
nuestro recién conocido, Yo acepté,
pero antes pregunté ¿qué son los pioneros? Bueno, dijo el gordito
carraspeando en una sonrisa y colocando
un pie adelante del otro, en uno de los
pisos explicó, hay un salón con butacas
donde van los pasajeros y ese es el pionero “A”
y en el segundo piso visto desde
acá está el pionero “B” También es un
salón con butacas donde van los
pasajeros que viajan. Algunos al puerto
de -Chacabuco y otros a la laguna San Rafael.
Terminando
de decir esto me tomó de la mano y regresamos
a la parte alta del barco. Subimos
escalas, pasamos por oficina y luego manifestó. Vamos a ir por los pasajeros que deben embarcarse
ahora en la tarde, para zarpar lo antes posible. Y así fue como salimos del barco y nos dirigimos a la oficina de embarque
en tierra firme. Allí había una gran
cantidad de gente, adultos jóvenes niños
y viejos, cada uno traía maletas,
bolsos, mochilas, cámaras fotográficas e incluso filmadoras, un ir y venir, de
un lado a otro, personas que hacían
preguntas, unos sentados, otros
de pie, algunos con ponchos y otros con gorros de lana. Personas también extranjeras de diferentes países hablando diferentes
idiomas, Maximiliano caminaba conmigo de
la mano y me presentó al otro monitor,
yo soy Rafael me dijo, pasándome su mano
derecha en ademán de saludo y riéndose chistosamente, dio una vuelta sobre sus
tacones, alto y delgado, su figura ágil y dinámica me recordó a Rufi mi gran
amiga hormiga, pero ahora no estaba en
un hormiguero, sino en la ciudad de Puerto Montt, lista para partir en un
enorme barco, a la laguna San Rafael, la
laguna de los hielos.
Rafael
y Maximiliano empezaron a comunicarse por un alto parlante con los pasajeros
dando instrucciones. Primero avisaron que todos debían pedir butaca y uno a uno se fueron
desplazando hacia un escritorio y una señorita fue atendiendo a los viajeros,
luego debieron de entregar los equipajes, para que fueran llevados al barco y al final debieron pedir la tarjeta de alimentación. Así en todo esto pasó largo rato,
pero yo estaba muy entretenida observando todo este ajetreo, y más aún
la cara de felicidad que denotaba cada turista.
UBICACIÓN DE
LOS PASAJEROS
Ahora nos dirigiremos hacia el barco, anunció Rafael y explicó a la gente por cual puerta debían salir.
Maximiliano avanzó adelante y Rafael más
atrás, siempre contestando preguntas y
más preguntas de los turistas. Yo caminaba ahora al lado de Rafael. La
gente empezó a caminar primero por la
rampa del barco, todos iban extasiados contemplando el panorama totalmente
desconocido para la mayoría de las
personas. Una vez que estuvimos en el segundo
piso entraron al pionero B como se llamaba el salón de butacas y allí fueron ubicando uno a uno cada pasajero. A ti
también te vamos a dar una butaca Li, me
dijo Rafael, luego siguió diciéndome. ¿”Te
llamas Li”? y sentí mi apodo tan frío
que le respondí. “No”
-¿No?
- Me respondió.
Lo
miré muy fijo a los ojos, sin saber si
decirle mi nombre o mi sobre nombre, entonces le manifesté. Yo me llamo Lindaura.
Ah, respondió,
haciendo una reverencia, ¿Es por eso que te dicen Li?
Sí,
le contesté, pero también me dicen Pequeña.
Ah,
dijo otra vez, o sea que tú eres la
Pequeña Li.
Sí,
le contesté nuevamente, yo soy la Pequeña Li.
Muy
bien manifestó.
Esta será tu
butaca. Me indicó uno de los asientos.
Entre todo el tumulto de pasajeros salió casi corriendo en su constante hiperquinecia, porque realmente era hiperquinético y
cuando caminaba lo hacía inclinado hacia
delante, dejando la parte final de su columna vertebral muy notoria hacia
atrás.
En
todo este enorme ajetreo y distribución
de gente se pasó la tarde, ya entrada la noche zarpamos rumbo a los canales,
para después de varios días llegar a la Laguna
de los hielos. Papá vino por
mí y nos fuimos a nuestro camarote.
Después de acomodarnos nos trajeron la cena que estaba realmente
exquisita. Mientras cenábamos le pregunté
a papá por varias palabras que le
decía el jefe de máquinas y yo no conocía. ¿Qué es a babor?
¡Ah!,
respondió papá, a babor, es el lado
izquierdo del barco y a estribor
es el lado derecho, siempre que esto sea de popa a proa.
Bueno
manifestó papá mientras cortaba un pedazo de pan, eso es justamente desde
atrás, porque popa es la parte de atrás del barco y proa
es la parte de adelante y la manga es el ancho y la eslora es el largo
y el costado se llama banda. Terminamos
de comer y papá se tendió en la parte inferior de la litera, yo me quedé un rato observando un calendario con una
mujer en traje de baño que había detrás
de la puerta. Papá dijo es Marilyn.
Si gustas, puedes ir a dar una vuelta por el
barco me manifestó. Acto seguido salí
casi corriendo y pasé por la oficina del Comisario ese joven buen mozo de bigotes.
Hola
Li, me saludó. Hola Señor Comisario, le
respondí quedándome a observar sus
movimientos desde afuera. Vi que hurgaba con unas llaves en un estante, desde allí
sacó un paquete de galletas y me
lo regaló, le di las gracias y salí corriendo buscando la salida para llegar
a los pioneros donde estaban los
turistas, sentí música y cánticos, adelanté mis pasos y a medida que
avanzaba los cánticos se oían más fuertes.
RECEPCIÓN DE
LOS PASAJEROS
En uno de los pioneros le estaban dando una recepción de arribo a los pasajeros, que consistía en un pequeño cocktail, un vaso de licor y algo así como tres galletas
por personas: yo tenía mi paquete de galletas que me había regalado el Comisario. En ese momento al ir entrando Rafael el monitor,
me pasó un vaso de bebida. Me senté
en mi butaca que me habían
designado y empecé a disfrutar del espectáculo, el maestro de ceremonia
era Maximiliano ayudado por Rafael, ellos anunciaban los números y también actuaban. Maximiliano y Rafael cantaban y
bailaban, incluso contaban chistes pero
además tenían dos músicos. Un
Chilote Jorge que interpretaba música
Chilota tocaba muy bien la guitarra y su
voz era bien especial, muy adecuada para
el folklore. También lo acompañaba otro
guitarrista, Gerson quien tocaba excelente la guitarra El venía de Puerto Montt
y tenía estudios de música, más serio y con sueños para ser algún día un
músico famoso, Jorge se conformaba con su música chilota le daba fuerte a la guitarra
y fuerte a los cánticos. El público los
aplaudía, con alegría y ellos seguían su
show con más entusiasmo. Después bailó
Maximiliano un baile de zapateo argentino el malambo y Rafael imitó
al cantante Español también de nombre Rafael, todos aplaudían. Cantaron
los dos juntos acompañados por los dos guitarristas, la gente se sentía muy
feliz con este “show” hasta que avanzada la noche lo dieron por terminado.
Al final los turistas se presentaron unos con
otros, con los que estaban a su lado. Entonces
yo saludé a una señora que estaba a mi
lado derecho pero ella no me pudo decir nada porque era alemana y, a mi lado
izquierdo, había un caballero también extranjero pero hablaba algo de español.
Yo soy suizo, me dijo y me presentó a su
señora, una dama trigueña muy buena
moza; ella solo se sonrío porque tampoco hablaba el castellano. El señor era
muy chistoso y bueno para reír y hacer bromas. Muchas personas después que se presentaron se
quedaron haciendo grupos y conversando.
Yo salí casi inadvertida y subí a mi camarote.
Papá ya dormía. Con mucho cuidado
subí a mi litera de arriba, me coloqué
el pijama y me quedé
profundamente dormida. Ya era muy tarde.
Desperté
temprano, inquieta, sintiendo el vaivén del barco, habíamos navegado toda la
noche. Fue muy grato dormir, como si una mano misteriosa nos hubiera estado
meciendo en una cuna. Rápidamente nos
levantamos, papá se fue con el personal de servicio, yo estaba con él cuando
pasó por ahí Maximiliano, se acercó a
nosotros y le comunicó a papá que me llevaría
a los comedores para compartir con los pasajeros, a lo que papá
asintió con placer. Subimos al
último piso donde estaban ya los pasajeros desayunando. Todo lo que estaba viendo en ese momento era
para mí muy novedoso, jamás había navegado y ahora lo estaba haciendo por los
canales del sur de Chile, vale decir al fin del mundo. Una vez que terminé de
desayunar y el monitor bajó a los
pioneros, me fui a una de las terrazas para contemplar el mar, me sujeté de una
de las barandas y observé hacia un lado el mar, el inmenso mar, cuyo nombre es
del Pacifico. Se veía como dice su nombre, tranquilo y sereno; mientras el barco avanzaba, iba dejando una
estela, como si fueran velos de tules
blancos, flotando sobre el agua. De pronto divisé una gran masa de hielo que
avanzaba por el costado del barco en sentido contrario. Era hermoso, dando
visos de varios colores, tornasoles en violeta, celeste, hasta rosado, no sé
cuánto rato estuve contemplándolo, fascinada.
Luego caminé hacia el otro
costado del barco para contemplar las montañas, parecían montañas vírgenes, me
dio la impresión que era impenetrable. Luego bajé pasando por uno de los pioneros entre turistas
por todos lados, algunos contemplando el paisaje, otros contemplando el mar,
otros en la terraza tomando bebidas, grupos de personas conversando, allí en
uno de los pioneros estaba Maximiliano,
le conté lo hermoso que era ese bloque de hielo, él me miró sonriendo y me dijo “esos bloques de hielo se
llaman iceberg y se forman por el desprendimiento de la masa de un glaciar, al hacerlo producen un estruendo tremendo,
luego flota en el agua un diez por ciento y un noventa por ciento queda por
debajo del agua. Son muy peligrosos para la navegación, chocar con un
iceberg puede ser fatal para el barco”,
concluyó. Corrí por todas las dependencias, escalas arriba, escalas
abajo, los comedores estaban en los últimos pisos, por las noches había una
discoteque, donde la gente iba a bailar pero yo no fui nunca, a esa hora ya estaba durmiendo.
EN EL
GLACIAR.
No me di cuenta como pasaron los días navegando
hasta llegar al glaciar. No puedo explicar lo grandioso, maravilloso, poder
contemplar los enormes bloques de hielo, como una gran ciudad de rascacielos,
pero esto eran torres enormes de hielo en diferentes formas dando reflejos de
diferentes tonos. Todos los pasajeros estaban extasiados contemplando una de
las maravillas naturales más grandes del mundo. Los turistas empezaron a embarcase en
pequeños botes con sus respectivos
salvavidas, hasta acercarse lo que más pudieron a los bloques de hielo. Allí tomaron wiskis con el mismo hielo extraído de la laguna, el
que por cantidades flotaba alrededor de
los botes. Yo no consumí el licor,
Rafael tuvo la precaución de llevar café en un termo, lo que compartió
conmigo una rica taza pequeñita eso me quitó el frio. Regresamos al barco, todos venían fascinados
de haber contemplado tanta belleza al
fin del mundo.
El
regreso al puerto fue lento, muy placentero contemplando el paisaje, el
inmenso mar; montaña, mar y cielo. Una señora dijo, “nunca
me había sentido tan cerca de Dios; el haber estado aquí es como ingresar a un
templo lleno de paz, de amor, de
belleza, respirando un aire puro, sentir como si flotáramos en la atmósfera
pura y cálida como si los Dioses nos sostuvieran en sus respiros de diáfanas tardes del Universo”.
REGRESO
AL PUERTO
Venía
fascinada con el viaje, Atravesamos
la rampa del barco para pisar tierra firme en el malecón. Allí
había mucha gente
esperando la salida de otro barco.
Un gran tumulto de personas que iban y venían, yo estaba de la mano con papá, un tanto asustada por esta gran cantidad de viajeros con
bultos, voces diferentes,
equipajes, algunos gritos, se te quedó
el bolso gritaba un caballero, un niño gritaba por su pelota; de
pronto vi pasar a un matrimonio con una niña de la mano y pensé
en Carolina mi amiga, la nieta de
la señora Flandes, hacía tanto tiempo
que no la veía. Por un instante sentí
nostalgia. Me detuve un momento y
papá, me tomó fuerte de la mano
diciéndome apúrate, Li. Pero igualmente casi no podía
avanza por todo el tumulto de personas.
En
ese momento, el barco que parecía que estaba listo para zarpar empezó a pitear.
Entonces dije. Papá quiero ver por más tiempo ese barco blanco como una novia y
con muchas ventanas. Su piteo era como un cántico. Nos quedamos a orillas del
muelle. La gente empezaba a subir
cuando sentí que alguien
decía mi nombre. No volteé la
cabeza, sólo pensé quién se llamará
igual que yo y suspiré. Pero sentí mi nombre por segunda vez, me
pareció la voz de Carolina. Entonces
miré, sí, ¡Carolina, qué alegría, mi
amiga, mi gran amiga! Nos abrazamos,
papá nos miró. Más
allá estaban los padres de
Carolina. Ella venía con su mamá y su
papá. Me extrañó no ver a la señora
Flandes. Me hablaba atolondrada.
“Vamos
a un paseo por los lagos, como también alcanzaremos al glaciar de la laguna san
Rafael. “Me dijo”. Porque papá se va al extranjero, pero antes decidimos hacer
este viaje.
¿Y tú
Pequeña Li? Cuéntame ¿Qué haces aquí? Donde menos pensaba encontrarte.
Yo
les conté lo de papá y del barco en que habíamos viajado, luego corrió conmigo
donde sus padres diciéndoles, papá
quiero ir con la Pequeña Li en
este viaje. Ellos me saludaron con cariño, el matrimonio se acercó a papá para saludarlo con mucha diplomacia.
Era un matrimonio muy especial. Yo los miré un tanto cohibida, siempre me sentía muy tímida frente a
terceras personas, a ellos no los conocía.
En ese momento sentí mi cara roja, no sé por qué siempre me pasaba lo
mismo, me enrojecía por cualquier cosa, especialmente cuando estaba con los
familiares de Carolina. Sus padres se sonrieron, me miraron y luego miraron a
papá. También miré a papá, fueron
miradas, pero en esas miradas no se
necesitaron palabras. Carolina quería
que fuera con ella en ese barco hermoso, sus padres parecieran aceptar
la petición. Papá también recibió el
mensaje por las miradas, yo estaba desesperada Era algo así tan imprevisto. Todo fue tan rápido, cuando la gente ya se
estaba embarcando. Entonces el papá de Carolina que era un Señor muy alto
imponente, con mucho desplante, infundiendo
un gran respeto, dijo.
“Bueno.
Que dice Ud. Señor San Martín. Mi hija
quiere viajar en compañía de su hija por los lagos del sur de Chile nuestro país, en este barco de turismo.”
Yo
miraba a papá. No sé qué cara tendría en
ese momento, él me miró en silencio y todos lo mirábamos esperando una respuesta positiva,
especialmente Carolina, Ella y yo teníamos nuestra cabeza hacia arriba
pendiente de su respuesta. Luego dijo:
tomándose la barbilla. ¿Qué va a decir Mamá Bella? ¡Nada papá! Le respondí, nada, le volví a decir. Bueno, si tu amiga Carolina
y sus padres te invitan puedes ir sin problemas. Acto seguido la mamá de mi amiga corrió conmigo hasta la oficina de venta de pasajes
para solicitar un pasaje para mí. Papá se quedó en el muelle con el papá de
Carolina. Nosotras acompañamos a la mamá hasta que conseguimos el pasaje y casi
corriendo llegamos nuevamente donde
estaban ellos. Entonces escuché a papá que decía, yo tengo acá para quince días más, la niña ya
hizo un viaje, lo disfrutó bastante, pero si vuelve a hacerlo pienso que se va
a aburrir, le agradezco mucho la
invitación que le han hecho, terminó
diciendo papá. Fuimos por mis cosas al barco donde estaba trabajando papá, no
eran muchas pero igual yo las iba a necesitar, todo esto fue de muchas
carreras. A regresar nos despedimos. Adiós
papá le dije. A pesar de estar
tan feliz igual me embargó una gran tristeza, al separarme de él.
Caminamos
adelante con mi amiga casi solos los cuatro porque todos los pasajeros se
habían ubicado en el barco. Un asistente vino a recibirnos, para indicarnos el
camino.
LLEGADA
LA NOCHE
Como
a Carolina le gustaba leer, especialmente cuentos sacó de entre sus cosas un
libro con cuatro cuentos, de princesas los que empezamos a leer.
No nos dimos cuenta
cuando nos quedamos dormidas, con
el vaivén del barco y con todas las
atenciones del matrimonio. La mamá de Carolina se preocupó de
arreglarle su ropa en el clóset,
yo coloqué lo mío en un lado, además era tan poquito.
Al
día siguiente la Tía vino muy
temprano a despertarnos. Aún
traía su bata de levantarse
puesta, era de un color palo de rosa Yo fui
la primera en despertar, Carolina
se restregaba los ojos. Ella la
mamá nos preparó la ducha, nos pasó jabón y todo lo necesario,
luego entré yo primero, salí con el pelo
mojado, entonces ella me cubrió con una
tohalla grande envolviéndome amorosamente y en el pelo me colocó otra toalla
más chica. Eso me hizo recordar a Mamá
Bella y nuevamente sentí una gran
nostalgia, Después de secarme sacó de la maleta de Carolina un vestido de color
rosado, mirando a su hija le manifestó.
“Este
traje se lo vamos a colocar a la Pequeña
Li.” -Sí, mamá. Respondió, aún casi durmiendo. Luego sentándose en el camarote dijo, mi amiga “Te ves Bonita” y, de un salto, entró a la ducha. Yo ya estaba lista,
peinadita y perfumada, cuando Carolina
salió del baño. Su mamá hizo lo
mismo con ella, envolviéndola con la tohalla y ayudándola a vestirse. Una vez
que estuvo lista la miré detenidamente, con su pelo negro con chasquilla y un
vestido azul rey. Se veía hermosa tan
hermosa que parecía una princesa egipcia, pero no me atreví a decírselo.
LA
HORA DEL ALMUERZO
Las
mesas estaban todas con manteles blancos,
muy blancos, sobre el mantel una carpeta de color azul, los puestos
ya estaban con la vajilla. Nos sentamos los cuatro en la mesa asignada
para nosotros. Un garzón con
pantalón negro y una chaqueta color granate oscuro vino a ofrecer el vino y las bebidas, El tío pidió un ciento veinte,
creo que es un Concha y Toro. Luego nos
explicó el origen del vino. Nosotras las
mujeres consumimos bebidas. El garzón volvió
con una bandeja en la que traía
las bebidas y el vino y en el brazo un mantel blanco. Sirvió los vasos, con mucha elegancia. Cuando terminó de servir el último vaso había otro
garzón esperando con una bandeja con
tazones de los que se elevaba el vaho. Era el primer plato de sopa caliente,
una crema de tomates, nos dejó a cada uno
servido y se retiró haciendo una reverencia. Entonces Carolina
tomó la servilleta y se la colocó en la falda. Yo hice lo mismo. El papá
nos ofreció pan, que había en una panera al centro de la mesa. Saqué una
rebanada dejándola en mi plato de servilleta que tenía a mi izquierda. Había tanto servicio que no sabía cuál tomar,
entonces Carolina me dijo, “es la
cuchara más grande, ¿vez?” Y me
mostró la suya. Nuevamente vino un
garzón a retirar los tazones de la crema. Mi amiga levantó la servilleta que
tenía en la falda, se la pasó por los labios y luego tomó su vaso,
mirándome manifestó, ¡salud Pequeña Li! Repetí lo mismo, levanté la servilleta me la pasé por mis labios, la volví
a su sitio y tomé la copa. Todo esto era para mí un mundo nuevo, la gente hablaba despacio, en un tono casi melódico y los garzones parecían desplazarse en la punta de los pies. Cuando
nosotras dijimos salud, los papás de Carolina hicieron lo mismo. Brindaron el
vino que tenían servido en los vasos, “estos vinos son muy ricos”, dijo el papá
de Carolina. Yo manifesté que mi papá tenía unos viñedos y todos los años yo
disfrutaba mucho con la vendimia, Sí,
me respondió el tío. Cuéntanos Pequeña Li. ¿Cómo es eso de la vendimia?,
Sí,
intervino la tía Camila. Nosotros no tenemos idea como se hace el vino
Yo me sonreí
porque eso yo lo había vivido desde que nací.
La vendimia para mí no era ningún misterio. Les dije que cuando termináramos de almorzar
les contaría todo sobre la vendimia y todo lo que se sacaba de las uvas, era
muy hermoso ver el trabajo de una vendimia.
Ellos
quedaron muy interesados en que yo les contara como se hacía el vino, pero no
solo el vino, porque de las uvas se sacaban varios productos. Mientras hablaba
tuve la precaución de no tomar bocado, porque con la boca llena no se debe
hablar, es una falta de respeto para el resto de los comensales. En eso regresaron los garzones con el segundo plato, lo sirvieron por la
derecha y nos colocaron más pan
tomándolo con unas cucharas. En la mesa
había de todo, platillos pequeños con
mantequilla, salsas, ají y ensaladas. Sin que me dijeran elegí el cuchillo y el tenedor más grande, había uno
más chico. Cuando los padres de Carolina
empezaron con el segundo plato, empecé yo, el cuchillo en mi mano derecha y el
tenedor en la izquierda, era carne mechada con puré de papas de esas papas del
sur. Tuve la precaución de empezar por
mi lado, con mucho cuidado. Mamá Bella
siempre me leía el manual de Carreño, a mí no me gustaba cuando me leía, pero
ahora eso me estaba sirviendo mucho. Fui midiendo mi tiempo de comida para
terminar al mismo ritmo que los demás. Cuando ya estaba por terminar, sabía que tenía que dejar la política o sea un poco en el plato o sea dejar el
resto. Tampoco debía ladear el plato,
eso no era correcto y, lógicamente menos por ningún motivo pasarle el pan, como
igualmente no hacer sonar la vajilla con el servicio. Si hacía eso pensarían
que había quedado con hambre y los garzones me traerían otro plato, cuando ya
estaba totalmente satisfecha.
Estábamos
terminando cuando un niño de otra mesa empezó a llorar desesperadamente. Todos
miramos qué pasaba. La mamá salió con él corriendo. Cuando vino el garzón le preguntamos qué le había pasado al niño, nos contestó que
lo habían llevado a la enfermería porque se había cortado un labio, que no era
grave, pero igual estaba sangrando, él
niño fue muy imprudente al llevarse el cuchillo a la boca, eso nunca se debe
hacer, El garzón retiró los platos volviendo
con los postres. Antes nos ofrecieron flanes, fruta, leche asada, o
panqueques con manjar o miel. Todos los de la mesa pedimos panqueques: miré mi
servicio que quedaba y en ese instante. ”Ese es para el postre” Habló Carolina
dirigiéndose a mí. Cuando nos trajeron el postre tuve la oportunidad de ocupar
el servicio chico. Pero aún quedaba una cucharita pequeña. Era para el café
después del postre. Los tíos tomaron café y después les trajeron un bajativo, que consistía
en un cocktail dulce con licor.
EN UN SALON
DEL BAR
Nos
retiramos de los comedores para
contemplar el hermoso paisaje, sintiendo el vaivén del barco como se iba
abriendo camino sobre las tranquilas
aguas del Pacífico en busca de
esa famosa laguna San Rafael. Un enorme puñado de agua en medio de ese
enorme glaciar, navegar y navegar, ver
cielo, cielo y mar, el aire que nos envolvía era como el respiro de Dioses que
nos sostenían en un suspiro de amor. Un
paraíso entre nubes que nos cobijaban en un pedazo de cielo, mi pecho
acongojado contemplando esa maravilla terrenal cubierta de ese mar tan grande sereno y tranquilo, solo un leve oleaje como si
estuviera danzando al compás de una música creada por ángeles. Recorrimos la
terraza para contemplar al lado opuesto
la gran floresta, montañas impenetrables de un intenso verdor, todo se veía tan
tranquilo, una paz que solo Dios es
capaz de crear.
Después
de contemplar tanta belleza, nos fuimos a uno de los salones del bar. Los
sillones eran grandes forrados en cuero
color oscuro, las mesas pequeñas, al centro de varios sillones. Nos sentamos
los cuatro en cuatro sillones, el papá
de Carolina fue al mesón pidió
cocktail para él y su esposa, para nosotras bebidas. El salón estaba repleto de pasajeros. Una vez
que el tío tomó asiento, yo le
conté que cuando veníamos viajando con mi papá él me habló
de un Puente, un puente muy hermoso.
Ah,
me respondió: el único Puente extraordinariamente hermoso que une el sur de Chile con la parte
central es el Puente Malleco. Sí, respondió Carolina una vez papá me habló de ese Puente. Fue declarado Monumento
Nacional. En su época fue uno de los más
altos del mundo.
¡Del
mundo!, manifesté, entonces debe ser
algo monumental.
Sí,
es algo realmente extraordinario, intervino la mamá de Carolina, El tío prosiguió, imagínense ustedes, mide ciento
dos metros de alto, pero en el norte de Chile existe otro Puente tan alto como
este que mide ciento tres metros de alto, o sea lo aventaja solo por un metro más. Este puente de
Collipulli mide cuatrocientos metros de ancho.
Qué
lástima, yo venía durmiendo cuando papá me dijo. No pude despertar además era
de noche.
No
puedo negar que te perdiste algo
realmente espectacular.
¿Y cuándo fue construido? Fue construido el año
1890.
¿Y quiénes lo construyeron?
Siempre se
decía que lo había construido Gustavo Eiffel, porque lo construyó
la siderúrgica Gala Schneider, también de Francia París Gustavo Eiffel participó en la licitación por un valor más alto, pero
fue la Empresa Schneider la que adquirió
el proyecto cuya propuesta en acero dulce y roca contaba con una
estructura sólida como un gigante sobre ese tremendo barranco dando paso al
ferrocarril hasta el sur de Chile
O sea que si no existiera ese hermoso Puente no
habríamos llegado hasta Puerto Montt.
Exactamente Pequeña Li. Fue una gran hazaña tecnológica. Fue la realización de un gran sueño, tanto
del gobernante como de los habitantes
del sector que no contaban con el servicio de trenes en esa época único medio
de transporte más importante de la
Nación.
¿Y de quién fue
esa hazaña en ese tiempo?
Ah sí, ya
recuerdo, la gran hazaña fue del
Presidente de ese entonces, Don José
Manuel Balmaceda en el año 1890. La obra
demoró tres años.
Una
pregunta más.
Pregunta
todo lo que quieras Pequeña Li.
-¿Todo
lo hizo la Empresa Francesa?
-No,
el diseño lo confeccionó un Ingeniero Chileno Aurelio Lastarria. Ah entonces
fue diseñado por un Ingeniero Chileno, una obra tan especial como la misma
Torre de Eiffel.
Tú lo has
dicho, Pequeña Li, manifestó la tía Camila.
Yo estaba
realmente fascinada con todo lo que nos decía el papá de Carolina sobre el Puente del río Malleco. Y la mamá lo
confirmaba.
Como
dije antes, las piezas fueron traídas en barco y en el territorio se unieron con
pernos y más pernos. Existe en la zona una
molinera “el Globo”, lo que facilitó
el traslado de la harina a diferentes lugares con este gran medio de transporte como fue
en ese entonces La Empresa de Ferrocarriles del Estado.
La
molinera “El Globo” pertenecía a una familia Bunster, siendo los más beneficiados con este tremendo
adelanto.
Toda
esta información que nos dio el papá de Carolina fue para mí muy importante. Ahora
entendía por qué mi papá quería que yo
viera esta gran obra.
Pasó la
tarde como una dulce brisa acariciando
nuestros rostros en el vaivén de las aguas, mientras el barco danzaba como una
hermosa bailarina en una pista de hielo. Como digo, para mí era estar en un pedazo de cielo,
cobijados bajo el divino manto de la bella
naturaleza del fin del mundo. Después de la cena, nos retiramos a nuestros camarotes, los tíos
tenían una cama de dos plazas. Esa noche tendríamos que pasar el canal del
Corcovado. Como haríamos la travesía de
noche, no nos daríamos cuenta de lo fuerte que son las olas y lo mucho que se
mueve el barco. Dicen que es muy peligroso. Las embarcaciones pequeñas
generalmente sucumben. No deben arriesgarse y, en estas embarcaciones grandes los pasajeros no se sostienen en pie, por eso
generalmente se atraviesa de noche.
LOS
MISTERIOS Y SUS FANTASÍAS
¡Pequeña
Li, despierta! ¿Por qué se mueve tanto el barco? –Seguramente estamos pasando
el Corcovado.
Vamos
a mirar como son las olas, ¡pero no me
puedo sostener! Me caigo, ¿Estaremos en peligro? No, yo pasé el Corcovado una vez con papá, él me contó
que el golfo Corcovado aquí, al
sur de Chile, es un gran brazo de mar.
¡Sujétame,
Pequeña Li! ¡Que me caigo! Ya como sea caminemos, ¡No puedo! Sujétate
fuerte. ¡El barco se va a dar vuelta!
¡No grites, si siempre es así! Por eso lo pasan de noche, así los
pasajeros no se dan cuenta ¿Es
peligroso? Ya te dije antes, creo que
sí, que es peligroso ´pero la experiencia de los navegantes ya ha superado toda clase de peligros. Mira
ya estamos afuera. ¡Cuidado! ¡Esa enorme ola se nos viene encima! ¡Ay! Cuidado,
me resbalo ¡sujétame! Estoy atrapada en esta enorme ola. Dame la mano, no te
sueltes. No puedo. Tómame firme, más
firme, así de mi cintura. ¡Carolina!
¿Dónde estás?
En
medio de la oscura noche, las niñas imprudentes fueron alcanzadas por una
Hermosa Mujer de una larga cabellera de
hilillos de oro, la oscuridad no les permitía
verla pero pudieron sentir su buen corazón llevándolas en sus brazos a
otro barco. Allí las protegío y les
contó que ese golfo el Corcovado era realmente peligroso, especialmente para
las embarcaciones pequeñas, no así para
el barco en que venían viajando ellas. ¿Si
no es peligroso, por qué nos sacaste? Porque
ahí donde ustedes estaban a la
orilla, sí. Arriesgaban que la ola las
derribara y las envolviera como un juguete
indefenso. Han sido muy
imprudentes al tomar la decisión para ver los misterios del Corcovado.
Mientras
habló la misteriosa mujer. Nosotras las niñas estabamos aterradas, en otro
barco y con una mujer que, pese a ser tan hermosa y de apariencia bondadosa, igual teníamos pavor. No sabíamos qué estaba pasando en ese
momento. Solo se veían las tenues luces de nuestro barco que en cada segundo se alejaba mucho más
y más.
La mujer nos abrigó con frazadas y nos siguió
contando. Es paso conocido como boca del
guafo con una prolongación de 90 km. Hay
islas que lo separan del golfo de Ancud. Este golfo tiene de ancho 25 km. No se puede ver nada, pero en esta parte la
cordillera de los Andes ofrece un
paisaje majestuoso.
Pero
dinos ¿quién eres tú y qué haces en este
barco? Ella se sonrió y aún en ese
peligroso movimiento se acercó a una ventana. Nos llamó a acercarnos preguntándonos,
¿ven algo? solo podemos ver apenas el
movimiento de enormes olas.
¿Solo eso?
Sí y apenas solo eso. No puedo negar que estábamos aterradas. Todo tan
oscuro, el vaivén del barco que no era
nuestro barco, ese ruido infernal del viento, olas tan fuertes. La bella mujer
nos calmó consolándonos, no se preocupen yo las voy a proteger.
¿Qué quieres
que veamos en esta oscuridad, en
medio de este agitado mar? Le preguntamos.
Esperen, nos
dijo, levantando una mano como si fuera
a tomar un fruto de algún árbol
imaginario, o una estrella del cielo,
es lo que pudimos captar en medio de esa
inmensa oscuridad. Yo diría que
atrapó una estrella e iluminó todo el entorno. En ese instante pudimos ver muchas ballenas azules
disfrutando del oleaje, era algo espectacular y muchos cardúmenes de peces. Después
de un momento, volvió la oscuridad.
La hermosa mujer, de la que aún no sabíamos nada, nos siguió
contando. Esta angosta entrada de mar
o mejor dicho este fiordo
rodeado de islas, es famoso por su belleza, sus aguas
parecen verdes esmeraldas rodeadas de
enormes montañas. Es un valle que el glaciar ha hecho más profundo. Es lo
último que escuchamos, el sueño nos atrapó en los brazos de Morfeo
Los movimientos
del barco fueron aminorando y
los cielos empezaban a dar una pequeña claridad. Cuando entre sueños sentimos
el pequeño vaivén, al abrir los ojos, ya
no estaba la hermosa mujer.
Ubicadas en un rincón de ese misterioso barco,
abrigadas aún con las frazadas que nos dejó también la misteriosa y hermosa mujer. Desde el interior de la embarcación oíamos voces, risas, música, ruidos de vidrios. Sentimos más ruido y esa mujer tan especial había
desaparecido. En ese instante se abrió
una puerta y frente a nosotras
apareció un marinero que miramos
sorprendidas. Este viaje ha terminado, manifestó. Abrimos los ojos en ademan de
preguntar. Luego el hombre exclamó. Nuestra amiga y dueña de los productos del mar las dejó muy recomendadas. En silencio escuchábamos al
marinero sin hacer preguntas. Luego manifestó.
Este barco
es el mismo Caleuche y como ya está
amaneciendo nosotros debemos desaparecer.
Existe la posibilidad que la
Pincoya la mujer misteriosa que las
ayudó envié una ballena para que las regrese a vuestro barco.
El barco
como dijo el capitán “El Caleuche” se sentía
casi sin movimiento y las aguas
iban subiendo en cada momento más y más,
luego un torbellino, un
ruido ensordecedor, sentímos
como si voláramos por los aires para
aterrizar por arte de magia sin saber dónde. Encontrándonos en el lomo de una
enorme ballena. Un fuerte oleaje nos permitió ver solo una punta del barco el
Caleuche y desapareció, dejando un torbellino de olas, como si se besaran entre
sí, ocultando su Tesoro en las profundidades del mar.
Las aguas
ya estaban tranquilas, una calma como gotas de agua en la palma de una
mano.
Impactadas escuchamos una voz diciendo. En las
oscuras y misteriosas noches, este barco sale en busca de los muertos, generalmente Pescadores que se pierden buscando el alimento de cada
día para su familia. Fue la ballena que nos habló. Era hermosa y
muy grande. Debe de haber medido
unos treinta metros de largo con un peso
de ciento ochenta toneladas. Majestuosa, era como haber cambiado de barco, pasando a una increíble balsa que
era el animal mamífero más grande de la tierra habitante de los mares.
Este nuevo
transporte avanzaba muy rápido, algo
así como a siete nudos, empezó a emitir
sonidos muy fuertes y diferente, como si fuera una copla, algo que no
podíamos descifrar, pero muy hermoso. No eran
lamentos, sino como una
copla al encanto del mar, de las
montañas, del cielo, a toda esa belleza que nos rodeaba. En ese momento, una enorme sombra nos sorprendió de
improviso. Entonces la ballena nos dijo: he llamado al cóndor para que las
lleve a la montaña sagrada de cien mil
hectáreas, al fin del mundo, es el cóndor azul único en estos parajes
vírgenes, con doncellas y ninfas. Pese a mi edad que ya tengo ciento cinco años,
puedo seguir nadando. Estoy
segura que en cinco años más ya no existiré a no ser que un Tiburón me ataque y me haga
heridas que me puedan llevar a la muerte antes de lo previsto.
El
cóndor se acercó a nosotras posándose en el lomo de nuestra
embarcación viviente. Subimos a esta
hermosa ave, la más grande de todas las aves. Abrió sus enormes alas y emprendió el vuelo. Allí quedó nuestra amiga la ballena, majestuosa en medio
de las verdes aguas. Parecían como si
fueran una fuente de piedras preciosas turquesas, dando vueltas, formando fuentes de agua, flotando
en esos mares, al fin del mundo,
regresando a la población de sus iguales,
las ballenas azules. En realidad no eran azules, pero como tenían ciertas
manchas en su piel, con el reflejo del agua se veían como si fueran azules.
Cada vez teníamos más sorpresas. Ahora ir volando
en un cóndor era algo inimaginable, como también el estar sobre el lomo de la
ballena azul fue sorprendente y hermoso.
El cóndor nos habló, primero nos dijo: yo soy el cóndor azul. No podíamos oír bien por la brisa del espacio
donde íbamos volando. Hablándole más
fuerte, le preguntamos por qué, lo de
cóndor azul. Nos respondió. Una vez un cazador me disparó y fui a caer al mar; allí la ballena me salvó
de no morir ahogado, nuestra amiga la misma que las ayudó a ustedes. Ella
me sostuvo en su lomo alimentándome con pequeños
peces por largo tiempo, hasta que mejoré
de mi ala herida, cuando ya pude volar me trajo
cerca de la orilla y, desde allí
emprendí el vuelo hacia estas montañas.
Antes de llevarlas a vuestro barco, las llevaré a dar una vuelta por lo más hermoso que nunca
hayan visto.
Luego “el cóndor azul”, como se hacía llamar, subió
casi a la altura de las nubes. Y ya no movía las alas. Con mucho susto le
preguntamos, donde estábamos, porque él
no estaba volando si no batía sus alas.
Es muy simple, nos respondió.
Yo tomo la
corriente de aire más fuerte y esta me
lleva donde yo quiera ir, es como ir planeando,
¿Cómo lo sienten ustedes?, nos preguntó.
Es realmente
fantástico estar suspendidas en el aire
sin mover nada, sentir una fuerte brisa
en la cara, en el pelo, sentirse tan alto, como si estuviéramos entre nubes.
Volaré tan
alto como el volcán Mocho y desde allí
contemplaremos otros volcanes. Yo puedo ver mucho, porque mi vista es única, puedo ver hasta muy lejos.
Cuando
llegamos a la cima del volcán Mocho
pudimos observar a trecientos sesenta grados, dominando todo el sur de Chile, de este a oeste y de norte a sur. Pudimos ver
el volcán Osorno, el Puntiagudo, el Puyegue,
Casa blanca, larun, Quetrupillan,
Sierra Nevada, Lonquimay, Llaima, Villarrica
y el salto del Huilo-Huilo, En el
río Fuy está el salto de
Huilo-Huilo. Este río es de origen
glaciar. Su cauce es de origen de roca volcánica originada por una
gran erupción del volcán Mocho, por rocas volcánicas de Salto del Puma, un bosque nevado con nieves
eternas. Estaban allá los fiordos
patagónicos de chile un tramo de un río de gran anchura y caudal que ha
sido invadido por el mar debido a la
influencia de las mareas y así, al hundimiento
de las riveras, los estuarios
suelen llamarse bahías, lagunas, ensenadas o canales, cunas marinas.
Ya amanecía, el cóndor nos dijo: soy mudo pero con
ustedes he podido entenderme. Ahora las llevaré de regreso a vuestro barco,
espero que no tengan problemas, con sus padres por este viaje que han hecho sin
la autorización de ellos, han sido muy imprudentes. Felizmente la Pincoya fue
la primera que las ayudó, luego el marinero del barco el Caleuche y mi gran amiga la ballena azul que me pidió las ayudara y el último soy yo, regresándolas a su origen. He sido muy feliz en compartir con ustedes
dos niñas demasiado traviesas, que aún
no se sus nombres.
Atolondradas respondimos casi al mismo tiempo.
Yo soy Carolina. Yo soy La ´Pequeña Li.
Así fue como el cóndor emprendió el vuelo abriendo
sus alas con nosotras a cuesta. Fue tan fugaz lo que compartimos, pero sentimos como si nos hubiéramos conocido
por mucho tiempo. Nos dejó en la terraza de nuestro barco, el que ya navegaba
sin grandes movimientos y las aguas estaban en pleno reposo, porque ya
había quedado el golfo del Corcovado
atrás. Sentimos pena tener que despedirnos del cóndor. Para él fue lo mismo. Lo observamos cómo
emprendió el vuelo nuevamente perdiéndose entre nubes muy altas. Bajamos corriendo a nuestros dormitorios en la punta
de los pies para que no nos sintieran, nos acostamos en silencio, para iniciar un nuevo sueño. Al día siguiente,
todo sería distinto.
EN LA LAGUNA
Una vez en la laguna San Rafael algo así como al
mismo centro de toda la laguna empezaron los preparativos para ir a los
hielos a tomar whisky. Nosotras tomaríamos un té caliente que nos
llevaron en un termo, fue muy hermoso ver
esa gran montaña de hielo. Era como una gran ciudad de rascacielos en bloques
de hielo dando tornasoles de diferentes colores. Carolina y yo estábamos
extasiadas contemplando tanta belleza al
fin del mundo. Aunque yo ya había vivido este sueño hermoso contemplando
tanta belleza.
Los turistas no se cansaban de comentar tanta hermosura de esa montaña de hielo, témpanos
enormes, con sus tornasoles y cada ciertos minutos se derribaba un bloque dando estruendos enormes de ruidos
espantosos, como si un pedazo de mundo se hubiera derribado en las tranquilas
aguas de la laguna, que con este
derrumbe formaba también enormes olas, pero cuando eso ocurrió nuestros botes ya no estaban al alcance de
las olas que ocasionaba el derrumbe de un gran trozo de hielo que al instante,
empezaba a flotar en busca de un nuevo destino.
Esta enorme alegría tan difícil de poder describir,
tanta belleza nos dejó exangüe. Llegó la noche después de opíparas
comidas. No sé cómo nos dormimos hasta
que despertamos al día siguiente lejos de esa hermosa laguna que no era más que
un diamante incrustado entre las
montañas del fin del mundo. Entonces yo recordé un mensaje poético que guardaba
en mi memoria titulado “Laguna de mi pueblo”
Laguna de mi
pueblo
Laguna de mi pueblo, concierto de voces,
Que guardas, en lo más profundo de tu vientre
cristalino,
Secretos de ayer y de hoy, sueños y sonrisas
De los que se sumergieron en tus besos
transparentes.
Cuantas veces me envolviste en tu manto de perlas
Formando cascadas en mi estatua de mármol viviente
Jugueteando con mis cabellos, deslizándote en mí
Como un velo de seda transparente.
Refrescaste mi alma cuando te besé con ansias
Apagando mi sed, lavando mi tristeza de alguna
tarde amarga,
Hundida en tus remolinos cuajados de estrellas,
Llenos de bríos y esperanzas que tú sembraste.
Eres como diamante, broche incrustado entre cerros,
Contemplando las nubes que te besan cada mañana.
La diosa gea te sostiene en su mano, puño de agua
cristalina,
Pura y fresca como la nube que se detuvo a besarte.
Las totoras danzan al compás de esa música
Que sólo los ángeles pueden escuchar.
Los sauces te hacen reverencias y el viento baila
contigo
La música del amor, de la fantasía, de la belleza.
Tus hijos te veneran, te cuidan, te aman.
Eres parte de cada ser que mora en las siete leguas
de tu reino.
Tú vas en cada uno de nosotros, tú estás en cada
planta,
En cada suspiro, en cada mirada, en cada festejo.
LAGUNA DE MI
PUEBLO, ¡YO TE AMO!
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RECORDANDO
LA VENDIMIA
Quería despertar
y no podía. El sueño me dominaba. Esos ruidos que venían desde
afuera insistían en que despertara hasta
que abrí los ojos y de un salto me levanté saliendo en dirección a la puerta. Bajé
de mi dormitorio y justo en la escalera, Mamá Bella me detuvo. ¿A dónde vas? me dijo: Esos ruidos, manifesté, mirando por la ventana. Estaba
totalmente oscuro “la vendimia hija, la vendimia” ¿Y yo no voy a ir? A qué vas
a ir si solo van trabajadores. Raquel va a cocinar. Entonces yo voy con Raquel.
Yo quiero ir. Como no tenía respuesta favorable de Mamá Bella, empecé a gritar:
papá, papá. Yo quiero ir a la vendimia.
Al instante él vino a mi encuentro. Como siempre me hacía el gusto, respondió. “Bueno, hija, vamos a la vendimia” Corrí a
vestirme, luego salí al patio observando
cómo los hombres amarraban unas tinajas en las carretas con coyundas hechas de cuero. Cinco carretas con
sus respectivas tinajas. Papá, de un lado a otro, organizando todo; era una
fecha importante “la vendimia.”
Mamá
Bella con la ayuda de Raquel habían
preparado el desayuno para los trabajadores, un total de quince hombres. En una
olla grande, un caldillo con pedazos de carne, cebollas, papas cortadas a lo largo,
pan amasado, ají en capi y una
taza de café de grano, como también café de trigo. Cuando todos terminaron de
desayunar, papá habló: Ya vamos
saliendo. En una carreta estaban las ollas
con la comida que consumirían en
la faena. Raquel se fue en esa carreta.
Cuando ya habían salido todos, papá, al final, me dijo vamos, Pequeña Li. Montado en el caballo me
tendió la mano levantándome casi en el aire, afirmándome en el estribo subí en la parte de adelante, con un brazo me sostenía en la
montura y con el otro sujetaba las riendas. Ya
había aclarado en parte dando origen
a una hermosa mañana, Mamá Bella, con delantal en medio del patio
contempló nuestra salida llena de optimismo esperando nuestro regreso.
Los
bueyes, como sumisos amantes al trabajo, tiraban la carreta con fuerza
sintiéndola liviana… contraria a la
vuelta. Cuando las tinajas vinieran
cargadas de esos racimos de uva madura. El viaje a las viñas era casi de una hora a una legua de distancia
desde nuestra casa. Yo iba muy cómoda
porque el caballo, o sea. El Manco, como se llamaba, Para mí, era como
un compañero del constante ir y venir cotidiano
de cada día. Era un regalo que me
había hecho papá. Ahora llevaba una montura chilena lo que hacía más cómodo el estar montada en él. Los bueyes, con un paso lento en vez de
rápido aunque la carga era liviana
acompasadamente marcando sus
pezuñas en el polvoriento camino,
dando origen a pequeñas nubes de polvo
que a esa hora cuando aún no teníamos
un rayo de sol solo una tenue claridad que poco a poco nos empezaba a abrazar trayéndonos los primeros
rayos de sol, apareciendo como
brazos de un gran pulpo, extendiendo sus tentáculos sobre toda la montaña. Así fuimos cortando el camino hasta llegar a los
viñedos. Choock decían los trabajadores deteniendo con la
picana la carreta frente al yugo, cada
yunta se fue estacionando en sus respectivos lugares a la entrada de la viña. Una
vez que cada carreta quedó bien ubicada,
desenyugaron los bueyes dejándolos amarrados bajo una arboleda con una
porción de fardos de pasto.
Los
temporeros empezaron a sacar los canastos que iban dentro de las tinajas y cada
uno emprendió la toma de la uva con su canasto al hombro. Luego, elegido el
lugar, canasto en el suelo, empezaron a cortar los racimos
ubicando el nudo de corte donde con la uña presionaban este nudo y el racimo
era extraído. Algunos hombres tenían cuchillos
para cortarlos.
Raquel, con un ayudante, improvisó una parrilla de
fierro con un buen fogón que hicieron con leña que recogieron en el lugar. En
una mesa armada con dos caballetes y tres tablas de diez por una, fueron dejando las cosas, servicios, jarros, el pan, la carne y todo lo necesario para un
buen almuerzo. Empezó el acarreo en los canastos vaciándolos a las tinajas,
eran quince hombres que iban uno a uno llevando el producto. Vaciándolos a las
tinajas, regresando con los envases vacíos, cortando racimos tras racimo y las
viñas parecían que, gustosas, entregaban su fruto para su elaboración. Sacando los diferentes productos, los hombres corrían
felices de hacer su trabajo con tallas muy criollas, algunos chistes de los que disfrutaban riéndose a carcajadas.
Jonás, mi perro, también corría por entre los viñedos
olfateando cada planta, de pronto un salto y ladridos. Un pequeño conejo
salió corriendo y el perro a la siga pasando por sobre las plantas en su carrera loca siguiendo al conejo, dio
vuelta un canasto que estaba lleno de
uva, el hombre gritó ¡perro del carajo! El animal siguió su carrera enloquecida llegando hasta un
cerco de zarza, donde se introdujo el
pequeño roedor. El can debió volver derrotado. Los hombres se rieron, porque le había dado vuelta el canasto lleno de uva. El perro se acercó a mí moviendo su cola como si me contara de su
hazaña sin haberme podido regalar la presa que pretendía atrapar. Papá ya había desensillado el
caballo dejando la montura a la sombra
de un maitén donde yo me senté a observar y Jonás se echó a mi lado, jadeando con la lengua afuera por
el cansancio que le había producido la
carrera desenfrenada en persecución del animalito. El sol ya estaba más
fuerte.
Fui hasta la bolsa de pan a sacar un pedazo compartiéndolo con Jonás. El
fogón ardía y las ollas estaban
hirviendo. Una olla llena de papas,
papas cocidas y un cocimiento de carne que venía preparado, más
tres fuentes con ensalada. Papá se acercó
a la improvisada cocina diciéndole a Raquel que, después del mediodía,
almorzarían.
Habían llenado tres tinajas con uvas, los hombres estaban actuando más lentos. Yo tomé un canasto pequeño que era el canasto
del pan y entré a los viñedos. Empecé a
cortar algunos racimos ubicando el nudo, pero algunos nudos estaban demasiado
duros y no pude extraerlo. Papá se
percató y fue a mi encuentro. Tomó el
racimo como si fuera un tesoro o una joya valiosa, presionó el nudo con sus fuertes manos y me entregó el racimo de uva. Una vez lleno mi canasto,
muy pesado, como pude lo llevé hasta la tinaja que estaban llenando. Un
hombre me lo recibió vaciándolo, yo no
alcanzaba , estaban muy altas para mí, habría
tenido que subirme a la rueda, pero eso habría sido muy difícil y complicado para una niña como yo, en cambio, el hombre tomó
mi canasto casi en el aire y lo
vació, me lo entregó con una sonrisa y yo salí corriendo en busca
de más uvas. Como avanzó el día y ya íbamos a
almorzar, arreglaron la mesa y
Raquel empezó a servir los platos. Los hombres bajaron a un chorrillo de agua
donde se lavaron las manos, se mojaron la cara y el pelo, incluso algunos
sacaban agua con sus manos y la tomaban.
Esta agua de vertiente es buena para la salud, decían, mientras disfrutaban del pequeño canal rodeado de sauces, coligues, litre y una gran cantidad de
copihues. El pequeño manantial emitía
un sonido tan especial que parecía una hermosa melodía semejante
a la creación de los mejores compositores de la música.
Todos en la mesa disfrutaron el almuerzo sacando
desde una fuente ensalada y las papas
cocidas vagueaban en otra fuente. Uno de los temporeros más jóvenes que
había querido participar en la cosecha
de la uva se quedó hasta después de la
merienda para ayudarle a Raquel a ordenar los platos, el servicio y todo. Este
joven le contó a Raquel que nunca
había participado en una vendimia, porque era del sur y en el sur por el frio
clima no se daban los parrones o los viñedos, por sus estudios se radico en
nuestra zona.
Raquel estaba muy sonriente y cuando terminaron de
arreglar todo, el joven se sentó en un tronco y le dijo; ¡Me gustaría verla más seguido! Es lo último
que escuché y continuaron con el acarreo de las uvas. Yo también elegí los racimos más bonitos para llevárselos a Mamá
Bella, ya no quedaba pan así que podía ocupar
dicho canasto. La tarde avanzaba y las
tinajas estaban casi todas
rebalsadas de tan hermosos racimos, solo estaba faltando llenar la última. Con
mi canasto lleno de racimos escogidos me senté
en la montura observando todos los movimientos de los trabajadores, papá
estaba pendiente de todos los
detalles. Como solo faltaba una sola tinaja, Daniel, el estudiante que hablaba
con Raquel empezó a traer los bueyes y a
enyugarlos dejándolos junto a la respectiva carreta cargada, quedando pendiente la última, que era de Don Segundo al que solían decirle
Don Chundo. Este señor era muy eficiente y siempre le gustaba ser el primero en todo. Parecía
que adrede la tinaja de Don Chundo la habían dejado para el último. La carreta de las cosas ya estaba
cargada con las ollas, platos, servicio, manteles y la parrilla, Raquel se
había instalado y papá le dijo a Daniel que guiara la carreta de las cosas y se fuera adelante,
incluso me dijo que como ya no quedaba comida yo podía irme con Raquel. Acepté porque
estaba muy cansada.
Daniel avanzó
adelante con la picana, había amarrado bien la carreta al yugo con el
cabestro, lentamente avanzó adelante. Los animales conocían
el camino, pero era mejor guiarlos. Al cabo de un rato, fue hacia atrás y de un salto
subió al carro sujetándose de las barandas. Sonriente manifestó que no
sabía lo hermoso que es trabajar en una
vendimia, “me gustó mucho” manifestó. Raquel respondió: “es muy hermoso, pero
esto es solo la toma del fruto, ahora viene el zarandeo”. ¿Qué es eso del
zarandeo? Preguntó el joven Raquel se
rio. Ahora hay que pisar la uva
con los pies sobre una zaranda y el jugo
va cayendo al lagar grande, junto con el orujo, se deja en reposo por varios días hasta que fermenta
y se convierte en vino; pero antes, el
primer día, se consume el jugo de uva que es dulce y se consume con harina
tostada o a la hora de almuerzo
generalmente se le llama chicha.
Raquel le manifestó todo eso a Daniel. Que la escuchó atentamente. Luego le dijo que
estaba cursando el último año de
un curso de mecánico y cuando terminara iba a trabajar en un garaje muy grande de la ciudad.
Sin
darnos cuenta llegamos a casa y Mamá Bella
nos estaba esperando con sopaipillas y leche caliente Daniel ayudó a sacar las cosas de la
carreta, compartió el té con nosotras y
se llevó la carreta con los bueyes al dueño que se la habían arrendado. En ese
momento, llegó la primera carga de uva.
El carretero la arregló en el patio, luego la desenyugó y se fue llevándose los
bueyes. Ahí quedó la tinaja colmada de uva. Llegó la otra y la otra: había tres carretas,
una al lado de la otra con sus
respectivas tinajas con uva. Faltaba aún la última y también papá.
Al rato, llegó la que faltaba; era la de don Chundo. Yo miré a papá,
sin preguntarle me dijo: “Estos
bromistas le escondieron las coyundas a Don Chundo para que no llegara
primero. Demoramos buscándolas. Las habían dejado bajo una mata de litre, Don
Chundo desamarró la carreta del yugo y
se fue con los bueyes enyugados.
Estaba muy ofuscado, no se
despidió. Para él fue muy humillante
llegar al último, le gustaba ser siempre
el primero. Era un hombre de muchos valores.
Papá estaba contento pues había tenido una buena cosecha. Al día siguiente empezarían con los zarandeos.
Sentí
voces y desperté. Me levanté corriendo Mamá Bella y Raquel tenían
la cocina encendida y las teteras hervían vagueando produciendo su
característico ruido. El pan recién
sacado del horno en la panera
envuelto en un mantel blanco esperando ser consumido. Papá andaba en el patio dando órdenes para empezar
la faena de ese día, los trabajadores
venían llegando y cada uno traía una
horqueta. Papá tomó los canastos y le pasó uno a cada trabajador. Se acercaron a la primera tinaja, llenaron los canastos de
uva que extrajeron de la tinaja con la horqueta dirigiéndose a la bodega
donde estaba el lagar grande. Era enorme debe de haber tenido unos cinco metros. Una semana antes lo habían
estado lavando como también la
zaranda hecha de coligues muy largos, amarrados con una lienza, un hilo muy firme. Esta
era del mismo porte del lagar. Desde la viga del techo de la bodega
colgaba un cordel. Cuando ya habían
vaciado varios canastos de uva sobre la zaranda, dijeron a viva voz.
¿”Quién se sube a la zaranda?” “Papá
llamó a Daniel” ve, lávate bien
los pies ahí hay jabón y, después,
vienes a zarandear, ¡”Yo no sé zarandear!” exclamó Daniel, Ya, don Segundo,
este es su trabajo de toda la vida. El
viejo corrió a lavarse los pies con jabón,
se colocó las ojotas también
recién lavadas con los pantalones
arremangados hasta las rodillas, acercó
un cajón al lagar y, de un salto,
estuvo sobre la zaranda.
¡Ya don Chundo, que no te la gane el jutre! ¡”Que no se la
gane!” Le gritaban sus compañeros. El viejo,
eufórico, se tomó de uno de los
cordeles lo acomodó a su altura luego lo
soltó, “esto es para los que se cansan”,
levantó los brazos y empezó el zapateo. Todos lo avivaban,
luego vino Daniel. Lentamente se sujetó
del borde del lagar pisando en el cajón
que había dejado don Chundo,
se paró
sobre la zaranda, caminó indeciso sobre
la uva desparramada tambaleándose por no tener práctica, observando detenidamente a don Chundo que zapateaba
y zapateaba, jactándose de su habilidad en el zarandeo. Daniel miró
el cordel y se tomó de este
empezando a aplastar los racimos con los pies. El jugo de la uva iba
cayendo al fondo del lagar, produciéndose un ruido como si fueran
pequeñas cascadas. Un desfile de canastos llenos de uva sobre los hombros de los hombres que vaciaban sobre la cubierta del lagar y
los dos hombres traspiraban zarandeando
sujetándose de los cordeles o moviendo los brazos al compás de ese baile tan característico, un trabajador
empezó a retirar en un canasto
los escuajos que iban quedando después de extraerles los granos de uva del racimo, pasando el jugo
con el orujo al fondo del lagar.
Pasado el mediodía, muy cansados
almorzaron en el patio. Papá se
sentó con los trabajadores. Cabecera de mesa colocaron dos jarros llenos de jugo
de uva recién sacada. Con la ayuda de Raquel, Mamá Bella había
hecho el almuerzo para todos.
Reanudaron la faena cuando ya les faltaban dos tinajas. Daniel se adelantó
a recoger los platos, pero los otros trabajadores le dijeron: “Ya
Pije”, vamos en el campo era costumbre
decirle a los hombres de la ciudad “jutre o pije” derivado de la palabra “pijo”
que significa niño de bien que viene de buena familia. Y jutre, que está bien
vestido. Algo así como elegante.
Daniel y don Segundo siguieron en su faena. Ya muy tarde, terminaron de pasar toda
la uva por la zaranda. Las tinajas ahora vacías quedaron ahí hasta el día siguiente. Papá los llamó
para cancelarles dos días de
trabajo. Se despidieron contentos con su
paga, Daniel se quedó hasta el
último ayudando a ordenar algunas cosas.
La bodega quedó con llave y una vez todo
terminado papá, muy
cansado, se fue a descansar.
En algunos días más el orujo en el jugo de la uva fermentaría
y se convertiría en vino, antes por la etapa de chacolí. Una vez que el jugo está ya en su punto, sería envasado
en barriles hechos de
madera de roble o raulí quedando en la bodega para, después, ser entregado
a comerciantes dedicados a la venta del rubro de licores. Una vez extraído
todo el jugo convertido en vino, en ese rico mosto para los que saben
disfrutarlo, ya sea en banquetes o
fiestas como matrimonios, aniversarios, u ocasiones especiales.
Papá
sacaba el orujo para transformarlo en otros licores de cóctel. En la bodega, en un
lugar estaba el lagar y en otro
extremo una pequeña destilería de
donde se sacan varios productos. Lo último es el vinagre, que sirve para aliñar
las ensaladas. Antiguamente se limpiaban los servicios de plaqué con vinagre para dejarlos brillantes, también cuando los niños
tenían lombrices les daban en ayuna una
cucharada de vinagre por tres días, así
los niños botaban las lombrices y se
mejoraban. Una semana estuvo papá destilando
el orujo, no sé cuántas damajuanas
obtuvo. Guardó el producto en una
de las bodegas como hueso santo, con llave. Luego hizo una lista, de las personas a quienes les enviaría como
regalo la famosa agua ardiente con diferentes
sabores, ya sea a menta, anís, nueces, betarragas, esta bebida alcohólica recibía
el nombre de mistela. Generalmente se consumía mucho en las trillas. No podía haber trilla sin mistela. Y con “pajaritos”. Que son panes duces con merengue.
El
tiempo pasaba rápidamente y ya estábamos en invierno. Yo diría casi terminando esta estación del año,
nuevamente papá contrató varios trabajadores para trabajar las viñas
en la cava y la poda, incluso la
azufrada. Como los estudiantes estaban de vacaciones Daniel vino a ayudar en
los quehaceres ahora de invierno.
Salieron muy de mañana en dos carretas donde llevaron el alimento y las herramientas
correspondientes para el trabajo. Preparados con los respectivos utensilios,
empezaron por la cava, lo que consistía
en cavar la tierra alrededor de
cada planta y, en algunas ocasiones, se les aplicaba salitre. En esta oportunidad no aplicaron abono de
ninguna especie porque papá era la
última vez que trabajaría los viñedos. Luego los
destroncaría para plantar los
terrenos de árboles frutales. Su sueño
era una plantación de paltos. Me había dicho como los iría plantando uno
a uno hasta llegar a tener un gran huerto o mejor dicho una gran quinta de
paltos y en vez de hacer la vendimia sería la toma de paltas. Llenar cajones y
cajones de paltas era su sueño.
Los
hombres con sus azadones al hombro los
depositaron en una de las carretas,
Daniel se preocupó de llevar las ollas, el pan, platos y el servicio.
Yo no fui en esta
oportunidad porque hacía mucho frio, Jonás
salió a la siga del caballo y todos emprendieron el viaje hacia la cava
de las viñas. Ya habían cumplido la primera etapa, ahora estarían efectuando
lo que se llama la poda, cada hombre con
su tijera de podar. Papá les iba
indicando donde tenían que
cortar, hasta que aprendieran si en el primer nudo del sarmiento en el segundo o
tercer nudo de la vara o del sarmiento,
o mejor dicho de la rama o vástago de la vid.
Terminada
la poda tenían que hacer el azufrado para proteger las plantas de cualquier enfermedad como dije
anteriormente no aplicarían azufre. Una vez
terminada la faena de los viñedos
había que esperar que dieran el fruto para repetir nuevamente el trabajo
de la vendimia aunque para papá esta sería
la última cosecha y luego destroncar los viñedos y empezar una
plantación de árboles frutales con la esperanza de llegar a tener una hermosa
quinta, El vino es bueno solo para ocasiones especiales, y debe consumirse en pequeñas cantidades, caso contrario es
perjudicial para la salud, pero debemos
considerar que la fruta de la uva, como las pasas o mermelada son muy
apetitosas y no hacen daño,
lamentablemente todo licor consumido en exceso es muy dañino.
DE
REGRESO EN CASA
Terminado nuestro viaje nos encontramos con papá con la
clara convicción que me dejarían viajar al extranjero con Carolina y sus padres. Eso era un sueño pero también nostálgico el
dejar por un tiempo a mis seres
queridos. Una vez en nuestro hogar, lo
conversaríamos con Mamá Bella. Mi amiga regresó a su casa en la capital y yo con papá hicimos lo mismo.
El
reencuentro con Mamá Bella fue hermoso.
El perro Jonás no se cansaba de mover la cola y hasta el gato acudió a
ronronearme. Sentí una felicidad tan
grande de estar nuevamente rodeada de mis seres queridos, si me pareció que hasta los árboles me
saludaban con sus ramas al viento como si me estuvieran reconociendo. Luego
pregunté por Raquel que no la había visto, Mamá
Bella me respondió, “Raquel
contrajo matrimonio con ese estudiante de mecánica y se fueron felices.” Al saber la noticia me entristecí,
pero luego me colmé de alegría sabiendo que Raquel era feliz con ese joven que
la amaba convirtiéndola en su esposa.
Corrí
con Jonás hasta la cabaña para ver al maestro Celestino. Grande fue mi sorpresa
al encontrar la puerta cerrada. Llamé y no hubo respuesta. Me senté en el
suelo, no quería imaginar que el Maestro también se había ido, sin poder
despedirme, No sé cuánto rato estuve a la sombra de un pino, yo diría sin
pensar. El perro como siempre a mi lado
mi fiel compañero parecía captar mi
inquietud. Después de un largo rato, pude ver que el Maestro venía entre los
matorrales con un trozo de madera, salté de alegría, me abracé a él contándole
las maravillas de mi viaje con papá y el encuentro con Carolina. A la vez
decirle que me habían invitado al extranjero con los papas de mi amiga, pero
aún no sabían a qué País sería enviado su padre como Diplomático.
El
maestro recibió mis noticias con mucha alegría. Entonces se sentó en un banco
pasándome otro banco a mí.
Pequeña
Li, manifestó, mañana yo estoy de viaje, regreso a mi País, pasaré por tu casa
para despedirme de tu Mamá Bella, así tendré el honor de conocerla.
Guardé silencio. Sentí que mi corazón se me
apretaba, pero también sabía que el maestro no era de acá y que tendría que
regresar a España, su tierra natal.
Mamá
Bella preparó unos dulces para despedir al Maestro, yo le había contado
que era un hombre muy especial. A la distancia lo vi venir con su barba blanca
y una boina sobre su cabeza, corrí a encontrarlo. Mamá Bella también vino a su
encuentro. Compartimos los ricos manjares preparados para él. Cuando Mamá Bella
supo que regresaba a España, se entristeció, entonces le empezó a contar que su
cuñada se había ido a ese país porque también era de allá, y cuando estuvo en
nuestro país, Chile, ya hacía muchos
años, ella se había enamorado de un Lonco de Arauco, pero no le permitieron
contraer matrimonio; entonces, ella prefirió regresar a su patria entrando a un
Convento de Monjitas.
No he sabido nada de ella ya hacen muchos años.
Terminó
de contarnos esto y se quedó muy triste. Curioso para mí, porque el Maestro demostró recibir una grata
sorpresa, luego preguntó:
¿A
qué parte de España se fue la hermana de su esposo?
A Guipúzcoa, Rentería,
¡Ah!
exclamó él. Yo soy de ese lugar y vivo en el Convento de los Padres Capuchinos.
Pedí permiso por un año para conocer estas tierras que siempre supe eran muy
hermosas, además mi salud estaba un tanto quebrantada. Dígame, ¿cómo se llamaba
su cuñada?
Sara, respondió Mamá Bella.
Yo escuchaba esta conversación, pareciéndome muy interesante,
Estoy seguro que Sara bajo otro nombre es la
Madre Superiora de uno de los Conventos, una gran Religiosa, ese sería su
destino, muy querida y respetada por toda la comunidad Religiosa. ¿Y qué pasó
con el Lonco?
Eso fue muy triste. Este Lonco prometió que
jamás volvería a amar mujer alguna. Nunca contrajo matrimonio, vivió en una
ruca como un ermitaño sumido en una gran tristeza dejándole las tierras y todo
a su hermano menor. La tribu mapuche lo respetaba mucho y lo amaba, dedicó su
vida a la sanación de los suyos.
La Tribu Mapuche se opuso a este enlace y los
padres de Sara también, llevándola de regreso a España. Para mí es una gran alegría saber que está
bien, por lo que usted me dice. Éramos de la misma edad. Mi esposo Simón
falleció en un accidente. Era mayor que
nosotras.
El
maestro Celestino se comprometía de escribirme tanto desde el barco como también
cuando llegara a su país de España. Nos despedimos felices de haber compartido
durante el tiempo que permaneció en esa hermosa cabaña en medio del bosque. Lo vimos
partir con destino a su Patria.
Yo
feliz contemplando el hermoso mundo que me rodeaba, soñando con mil fantasías
del mañana, agradecida del amor, de la
amistad, de la bella naturaleza que me rodeaba, de tantas cosas que el destino
me entregaba, esta dicha de ser una niña y correr por los campos contemplando el cielo con sus
estrellas, sus nubes, abrazando la tierra acariciada por los vientos.
La felicidad de ser un niño o niña no tiene
precio. Cuidemos de Ellos.
FIN
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