La
pequeña Li
y
el leñador
Lila Layers
Sexto Tomo
Dedico este libro
“La Pequeña Li y el Leñador”
A mí querido nieto Alfredo Antonio
Que lleva el nombre de mí padre.
Quién amaba la naturaleza
Prólogo
Hace algunos
días, trabajaba yo en los variados temas
sobre Historia Regional,
que escribo semanalmente tanto
para el diario,
como otros encabezados, relativos a la Historia
Penquista, todos
ellos producto de un proceso de investigación
donde las
fuentes tratadas dan al texto la credibilidad de lo
expuesto y
siempre queda uno con la insatisfacción de no haber
hecho algo más
que fundamente lo verosímil de lo tratado.
Mis pensamientos
fueron sacados de su función histórica,
cuando Lila se
sienta en mi oficina frente a mi y me solicita
para sorpresa
mía le prologue un texto de cuento titulado “La
pequeña Li y El
Leñador”. Sin pensarlo dos veces acepte el
reto, y juro que
me sentí honrado que una escritora como Lila
Layers,
reconocida dentro de sus pares por la serie de libros
publicados sobre
“La pequeña Li”, me considerara digno de
prologar uno de
sus cuentos. Pero es aquí donde realmente
comienza el
cuento, luego de leer el texto y fascinarme con
la narrativa y
brillante imaginación de la autora, la cual me
traslado por un
mundo imaginario inmerso en el bosque
impenetrable del
sur chileno, con sus fumarolas de volcanes,
sus pisos
nevados y una descripción mágica de la flora y fauna
nacional; en un
relato que cautiva su lectura donde cóndores
y huemules de
nuestro escudo nacional toman vida saliendo
de la panoplia
en que los colocó su autor para generar en
compañía de
otros animales del bosque chileno el encanto de
un cuento
maravilloso.
El relato
continúa con cuentos y leyendas regionales,
conocidas por la
tradición penquista que se pierden en su
origen, como la
banda de Los Pincheira, el origen de las Termas
de Chillán. En
fin el texto que hoy prologo y, otros de la autora
que he tenido el
gusto de disfrutar, han logrado sacarme de
la academia
formal para volverme a la infancia del cuento de
cabecera que
quedo en el recuerdo de mi generación, cuando la
abuela comenzaba
el relato con la manida frase “Érase una vez,
en un lugar
lejano…”. Y venia a continuación toda una historia
maravillosa como
la que muchos escuchamos: Caperucita
Roja, Pinocho,
algo de las Mil y una Noches, Aladino y su
lámpara
maravillosa, y tantos otros que al término se agregaba
“Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado”.
A mi edad, 65
años, y después de trabajar por mas de
cuarenta años
sobre el acontecer histórico, alejado ya de la
literatura y el
cuento, he logrado una vez mas maravillarme
con la
imaginación de la autora, que mezcla la realidad con el
mito y la
fantasía, con gran conocimiento del paisaje, la flora
y la fauna del
sur chileno, logrando capturar con la lectura
de su relato
para transportar al lector a un mundo donde la
imaginación no
resiste limite.
La publicación
de estos cuentos viene en llenar un espacio
siempre
necesario, que en la mezcla de la realidad, el mito y la
fantasía dan
origen a la magia de elevar el pensamiento más
allá del hecho
cotidiano, ejercicio solo factible en la mente
del genero
humano. Termino recomendando la lectura de
este texto al
amparo de un momento de tranquilidad que te
permita
disfrutar este encuentro místico y maravilloso que es
el imaginar.
Alejandro Mihovilovich Gratz
Director
Biblioteca Municipal de Concepción
“José Toribio Medina”
Nacida en la
década del cuarenta en un villorrio Talcamávida,
ubicado a
cuarenta kilómetros de la ciudad de Concepción,
Octava Región
Chile. Sus primeros estudios los realizó en la
escuela Pública
de la misma localidad. Cursó sus humanidades
en el Internado
de Señoritas Colegio Santa Filomena de la
Ciudad de
Concepción. Continuando sus estudios en el Liceo
Fiscal Gabriela
Mistral de la Araucanía Novena Región Temuco,
estudió
Administración Pública e inició la carrera de Sociología
en la
Universidad de Concepción, sin lograr terminarla por
cierre de la
Facultad en 1973. Estudió en talleres literarios.
Realizó cursos
de Literatura en la Universidad de Concepción
con excelentes
profesores. Participó en la Feria Internacional
del libro Buenos
Aires Argentina, como también en la Feria
Internacional
del libro Santiago de Chile. Participó en un
encuentro de
literatura infantil con los países Nórdicos. En el
Paraguay
compartió con destacadas escritoras, disfrutando de
las cataratas
del Iguazú. Ha viajado a México, Brasil. Ha dado
recitales en
colegios Bibliotecas, de diferentes ciudades. Casada
con el Ex
Parlamentario de la República, Manuel Valdés Solar,
actualmente
viuda, tres hijos.
Hay que ganar
con honor y saber perder con dignidad.
Los libros que
escribo son como el aire que respiro.
El silencio es
más sabio que una palabra mal interpretada.
Saber querer y poder
El gran misterio
del humano vivir, que agotan fuentes de la
vida, querer y
poder son los dos verbos que expresan todas las
formas que
asumen esas dos causas de muerte, términos del
humano obrar
pero hay una formula aun más sabia, el querer
nos abraza y el
poder nos mata, pero el saber nos tiene en un
estado ecuánime
al deseo o el querer muere en manos del
pensamiento y el
poder es el juego natural de nuestra presencia
física no es el
corazón que salta ni los sentidos que se embotan
sino es el
cerebro que no se gasta y sobrevive a todo, nada de
excesivo rozó
nunca mi alma, ni mi cuerpo pero he visto el
mundo, mi
ambición no es saber sino ver.
Bella es la vida
de aquel que puede estampar todas las
realidades en
sus pensamientos, trasladar a nuestra alma los
veneros de la
felicidad, el pensamiento es la clave de todos los
tesoros, nos
proporciona los goces del avaro sin sus inquietudes,
me he cernido en
el mundo con mis placeres intelectuales, mis
orgías de
contemplación a la bella naturaleza donde todo lo
vemos sin
fatiga, tranquila sin desear nada todo lo aguardamos,
viajamos por el
universo haciéndolo nuestro como mi propio
cuerpo, lo que
llamamos penas, amores, ambiciones y pasiones
reveses y
tristezas son ideas que se cambian en sueños, en vez
de sentirlas las
traduzco para no dejar que devoren mi vida, las
dramatizo, las
desarrollo me deleito con ellas como si leyera
cuentos de hadas
con mi vista interior mi cabeza tiene más
riqueza que mis
propios bienes, es donde guardo mis mayores
tesoros y vivo
días deliciosos mirando mi pasado.
Tengo un cofre
imaginario en el que guardo todos los
tesoros del
mundo, que sin ser su dueña igual los he disfrutado.
Tengo la
facultad sublime de hacer comparecer dentro de
mi el universo
al placer inmenso de desplazarme sin sentirme
agarrotada por
las ataduras del tiempo, ni las trabas del espacio
al placer de
sentirlo todo, de inclinarme a un costado del mundo
contemplando las
esferas del universo y tener la facultad de
escuchar a Dios
evitar los goces que matan, aminorar el dolor
que nos lleva a
vivir en la demencia, porque el mal no es más
que un placer
violento las luces más vivas del mundo acarician
nuestra vista,
las tinieblas del mundo físico solo nos hieren. La
cordura emana
del saber y la locura producto del placer o el
querer o el
poder.
La pequeña Li
y el Leñador
Las vacaciones de
invierno me parecían tan tristes y
monótonas, Mamá
Bella trataba de subirme el ánimo, pero
para mí todo era
aburrido. Lloviendo, los arboles sin hojas, sí
parecía que
hasta Jonás estaba incómodo, llover y llover, a veces
truenos
relámpagos, uf, que aburrimiento me dormí pensando
en esos días de
primavera tan hermosos, llenos de flores, un
sol radiante en
los jardines mariposas, tanta belleza difícil de
describir, ahora
todo parecía oscuro, hasta que me dormí.
De pronto siento
a mamá Bella, –Despierta Pequeña Li,
despierta–.
-¡Abrí los ojos!
-¿Qué pasa Mamá Bella?
¡Carolina te
busca!
¡Carolina!
exclamé, al mismo tiempo que me levantaba,
¡que sorpresa!,
Nos saludamos con un abrazo, felices, parecía
que todo había
cambiado en un instante.
Luego mi amiga
me contó que había venido con su abuela
la señora
Flandes, para seguir viaje a las termas de Chillán;
aprovechando las
vacaciones de invierno.
Pequeña Li, yo
quiero que tú nos acompañes y para eso
mi abuela va a
venir a hablar con tu mamá Bella, espero te dé
permiso, sólo
serán tres días. Tú sabes que nosotras viajamos a
las termas todos
los años en esta época.
Estábamos en el
hotel, el Gerente saludó a la Señora Flandes,
que ya la
conocía por varios años. Carolina y yo nos dedicamos
a observar el
salón. De pronto en una de las mesas de centro
encontramos un
libro, leímos el título, decía “El leñador de
los nevados de
Chillán”.
Fuimos hasta la abuela de Carolina
que aún seguía
conversando con el Gerente. Les mostramos el
libro, el señor
representante del hotel nos dijo que hacía días
que ese libro
estaba ahí, y que seguramente se le había quedado
a algún
pasajero. No sé con que cara lo miramos que él muy
amable nos dijo
que podíamos disponer de ese libro y leerlo y
que después le
contáramos de que se trataba, felices guardamos
el regalo para
leerlo en la noche antes de dormir.
Una vez en la
cama la señora Flandes tomó una novela
“Coirón” de
Daniel Belmar. Entonces nosotras tomamos el
libro, que ya
era nuestro y empezamos a leer “El Leñador en
los nevados de
Chillán”.
El Leñador
en los Nevados de Chillán
Había una vez un
leñador que vivía al interior de la Cordillera
de Los Andes, en
los nevados de Chillán, tenía una casa en
medio del
bosque, propiedad que había sido antes de su padre
de su abuelo,
bisabuelo, tatarabuelo, un verdadero paraíso,
vivir entre
matorrales y árboles nativos y animales silvestres
que para él no
eran nada de desconocidos, su casa construida
en maderas
nobles color rojizo (raulí), las tejas de barro en
color rojo
colonial, los senderos llenos de flores silvestres.
Don Juan. El
Leñador sentía que vivía en un verdadero
paraíso, a tanta
felicidad nunca falta una desgracia. En uno de
sus viajes a la
ciudad haciendo una entrega de leña, acompañado
por su único
hijo, al regresar encontraron a su esposa blanca
muy enferma, no
les fue posible salvarla, su corazón falló y
nada se podía
hacer.
Don Juan el
leñador había perdido a su esposa y su hijo
también llamado
Juan, había perdido a su madre; la vida siguió
su curso.
Los dos, padre e
hijo, siguieron con sus tareas, cortar y
cortar leña para
entregarla en la ciudad, el hacha compañera
inseparable, un
tronco donde afirmaba el palo para proceder a
cortarlo, una
sierra de mano con la que extraía el producto de
la montaña ya
sea roble, lleuque, peumo hasta litre.
Sentir la
caricia de los primeros rayos solares por la mañana
y un despertar
con el cántico de las aves silvestres, era vivir en
un paraíso.
Padre e hijo
eran realmente felices haciendo leña y
entregándola en
la ciudad, no tan cerca pero contaban con
una buena
carretela para frecuentar a excelentes clientes
habitantes de
Chillán era difícil poder llegar, teniendo que
pasar por
senderos intransitables, con quebradas y caídas de
agua hermosas,
tenían que atravesar riachuelos, esteros, zonas
rocosas, faldeos
y desfiladeros por donde sólo podía pasar un
caballo, a veces
ni siquiera montado sino solo a tiros con todo
este sacrificio
lograban llegar hasta las minas del Prado que
les quedaba
cerca del sendero que solo ellos conocían, desde
allí llegar al
pequeño villorrio llamado Coihueco y desde este
hermoso
villorrio a cerca distancia Chillán, cuna de héroes.
Como Arturo
Prats, Bernardo O’Higgins, Marta Brunet,
Claudio Arrau.
Una vez que
entregaban la carga de leña incluso carbón
de hualle, se abastecían
con víveres, lo que guardaban en una
despensa para el
invierno, ya que en esa estación del año, no
podían bajar a
ningún poblado porque la nieve subía hasta dos
o tres metros.
Durante este
tiempo de las nevazones pasaban en casa
junto a una gran
chimenea que los mantenían calientitos Juan
Chupalla, el
hijo de don Juan el leñador, llamado así porque
siempre usaba un
sombrero que había comprado en Coihueco,
niño aún conocía
todos los rincones y vericuetos de este sector
de la
cordillera, a veces en pleno invierno y aun nevando,
corría por entre
la nieve. Su padre le había traído desde Chillán
un juego de
esquí, que usaba cada vez que la nieve estaba en
condiciones para
ello. Bajo la nieve que caía él se bañaba
desnudo en un
pozón que solo él conocía, el agua era muy
caliente
soportable a su cuerpo, allí pasaba tardes enteras. Su
padre le
preguntaba y una vez el contó de su hallazgo, Don
Juan se sonrió y
le dijo, pero hijo ese pozo fue mío y antes de
mí, del abuelo y
bisabuelo y para que seguir, todos nuestros
ancestros lo
disfrutaron, ambos rieron contentos tranquilos
estaban
soportando el invierno cuando de pronto tocan en la
puerta, solo
debe ser el viento se dijeron.
Inesperada visita
¿Quién va a
venir?
Si nadie puede
pasar, además nadie conoce este lugar, pero
siguieron los
golpes, debe ser un animal que quiere guarecerse
de la lluvia, o
de la nevazón, no vamos a ver porque puede ser
hasta peligroso.
Si es un puma
hambriento nos puede atacar, los golpes
siguieron,
entonces Don Juan se levantó de su asiento y fue
hasta la puerta
preguntando enérgicamente
¿Quién anda ahí?
Desde el otro
lado una voz le respondió ¡Yo! Una voz muy
débil, el buen
hombre abrió la puerta encontrándose frente
a una mujer casi
muerta de frío, la entró dándole ayuda con
ropa seca y algo
caliente a tomar, la mujer era muy hermosa,
ella le
manifestó que se había perdido en la montaña y esa era
la única casa
que había visto desde muy lejos y caminó hasta
llegar y pedir
ayuda.
La mujer se
quedó allí con ellos convirtiéndose en la esposa
de Don Juan.
Un día a la
mujer se le ocurrió que quería tener una cabeza
de huemul como
trofeo, ellos se negaron a complacerla.
Juan Chupalla,
para que la mujer no tratara mal a su padre,
por este afán de
tener un trofeo de huemul, decidió ir en
busca de uno de
estos animales, que quedaban muy pocos y
era difícil
verlos porque siempre estaban en la parte más alta
de la cordillera
y ya habían sido casi exterminados por la
caza
indiscriminada de algunos individuos, enojado con su
madrastra
decidió salir en busca de uno.
La mujer molesta
con el niño le dijo:
Irás en busca de
un huemul, pero tendrás muchas pruebas
antes de
encontrarlo. El niño tomó su chupalla, algunas cosas
y salió al
bosque, entre quebradas y senderos muy difíciles de
recorrer, como también
muy hermosos.
En la realidad
la mujer, que no era más que una bruja, lo
único que quería
era deshacerse del niño. Eso del huemul sólo
un pretexto
porque encontrar uno de esos hermosos animales,
era casi
imposible, lo más fácil habría sido buscar un escudo
nacional de
Chile y allí se encuentra nuestro huemul.
Juan Chupalla
empezó su largo viaje, con un bolso de
comida, algunas
ropas y su cantimplora, tomó uno de tantos
senderos que
solo el conocía como la palma de su mano, pero
antes de salir
la bruja le dijo; cada vez que mires hacia atrás te
convertirás en
el animal que esté más cerca viéndote frente a él.
Juan Chupalla
estaba muy seguro que no debía mirar
hacia atrás,
sintiera lo que sintiera, acto que no fue posible,
había salido muy
de mañana ya cansado por la tarde había
transcurrido el
día sin novedad y sin mirar atrás, se sentó en
un tronco a
descansar y comer algo de lo que traía en el bolso
olvidando la
recomendación, sintió un ruido extraño y sin
pensar se dio
vuelta a mirar encontrándose frente a frente con
un zorro culpeo,
una hembra hermosísima también reciben el
nombre de zorro
colorado o zorro grande.
Una familia de Zorros
La miré
detenidamente, de unos cincuenta cm de largo por
unos cuarenta de
alto, de un color gris en el dorso y rojizo en
las patas
traseras, su mentón de un color marmóre, la cola muy
larga, se veía
muy solitaria, avanzó hasta mí, yo me asuste y sin
darme cuenta
empecé a retroceder hasta quedar en un charco
de agua, mi
sorpresa fue grande, al ver en el agua dos culpeos,
en el agua
habían dos, pero yo veía uno solo, sí el otro zorro
era yo.
Eso fue por
mirar atrás, esta hermosa hembra tocó mi
hocico con su
hocico, ya empezaba a sentirme también zorro.
Estaba yo en su
territorio, casi de noche, justo cuando estos
animales
empiezan su caza nocturna, de pequeños mamíferos,
ella corrió a la
siga de una liebre, avancé desde muy cerca,
luego me senté,
descubriendo mi cuerpo y todo mi ser igual
a ella. Sentí
que la amaba, comimos liebre, que encontré muy
rica, era la
primera vez que comía liebre cruda, siempre las
habíamos comido
asadas o guisadas, eso ya era tiempo pasado,
ahora soy un
culpeo pronto a formar una familia de culpeos
en realidad
estaba feliz, ella era muy hermosa, buscamos nidos
de aves
silvestres y comimos huevos de perdices, codornices,
torcazas,
tórtolas, la noche era nuestra, la montaña también,
los mamíferos
pequeños huían al sentirnos, el mundo era
nuestro, a los
tres meses yo tenía que traerle el alimento, ya
acostumbrado a
mi vida de zorro.
Ella estaba en
una pequeña cueva que habíamos construido,
para nuestra
familia, a los dos meses empezamos a enseñarles a
cazar a nuestros
cachorros en correrías nocturnas éramos muy
felices. Cuando
ya estuvieron más grandes les empezamos a
dar mordiscos
para que siguieran su vida solos.
Nosotros
abandonamos la madriguera que habíamos
construido
cuidándonos de cazadores que buscan nuestra
piel, en ese
lugar no entraban cazadores, teníamos el paraíso,
caminamos mucho
yo siempre a su lado, luego se adelantó
hasta que la perdí
de vista, se fue sola era su vida vivir sola, yo
me quedé allí
también solo, camine un poco encontrándome
en el mismo
tronco el tronco y el charco de agua estaban allí,
me vi en el
charco y lo primero que distinguí fue mi chupalla,
yo Juan, era yo
nuevamente ya amanecía seguiría mi viaje
montaña arriba en
busca del huemul.
El sol ya daba
en toda su plenitud, mi chupalla me protegía
de una
insolación, llegue a unos pozones donde me bañé
disfrutando las
aguas cristalinas y contemplando el bello
paisaje bordado
de copihues rojos y rosados, una leve brisa
parecía
acariciar los arboles haciendo reverencias como si
quisieran
saludarme, tomé la sombra bajo un maitén para
descansar un
rato, todo era silencioso, seria por el calor, muy
a lo lejos se
escuchó el cántico de un pájaro, un tordo o una
codorniz, creo
que dormí bajo el maitén, observe el cielo, vi
un peuco que
volaba sigiloso, seguramente en busca de algún
ave pequeña para
devorarla, como buen ave de rapiña siempre
estaba al acecho
de algún polluelo.
Seguí mi camino,
llegué a un riachuelo, no podía cruzarlo,
rodeado de rocas
una caída de agua hacía un fuerte ruido,
tenía que
cruzarlo, busqué una parte que me permitiría llegar
hasta el otro
lado, tomé un palo para medir la profundidad,
aún sabiendo
nadar era peligroso por la gran corriente.
Un Chingue y las Vizcachas
Al buscar el
palo sin darme cuenta me di vuelta, claro hacia
atrás ¡uf! me
doy cuenta que ya no soy yo, sino un animalejo
de cuerpo
robusto hocico largo, orejas cortas y patas cortas
con uñas muy
firmes, me quedé agazapado en un matorral,
mi instinto me
condujo a una cueva muy grande, me acomodé
en un rincón,
pero muy pronto empezaron a llegar otros
animalitos,
fueron entrando uno a uno hasta completar unos
cincuenta, no me
fue difícil identificarlos yo los conocía, eran
vizcachas de la
familia de la chinchilla, roedores perseguidos
por cazadores
por su lindo pelaje, tupido, espeso, liso y
suave,
animalitos pequeños con una cola larga de pelos muy
largos las
orejas largas y las patas traseras también largas, las
patas delanteras
cortas y pequeñas con las que sostienen sus
alimentos, yo
sabía que las vizcachas en el norte eran de un
color
amarillento, en el sur gris, estas eran gris con una banda
negra en la zona
media dorsal, vive tanto en desiertos, costa o
montañas de la
Cordillera de los Andes, buena para vivir hasta
a cinco mil
metros de altura, esta cueva donde yo me había
cobijado, tenía
casi veinte metros con muchas salidas, no faltó
uno que gritara
¡un chingue! ¡un chingue!
Sí, ese era yo,
todos corrían de un lado a otro, no por miedo
era costumbre de
ellos compartir la vizcachera, pero con un
chingue no les
agradó mucho, un chingue, habían preferido
una lechuza,
incluso un zorro.
El macho mayor
de las vizcachas salió a la superficie, para
ver si había
peligro, cuando ya estaban seguros empezaron a
salir, eran más
o menos como cincuenta, salieron en busca de
alimento, son
roedores herbívoros, tan pequeños que no deben
pesar más de un
kilo o un kilo y medio, cuando ya no quedaba
ninguna
vizcacha. Salí yo, molesto por mi mal olor ni yo mismo
me soportaba,
tan desesperado que busqué un riachuelo no
era bueno
sumergirme en agua con el frío que hacía por las
noches, pero ya
empezaba otro día y el sol acariciaba el paisaje
con sus primeros
rayos solares.
Una Güiña, un Puma y una Chilla
Miré el sol, no
era propio de un chingue, yo lo hice y al
instante sentí
mi transformación, miré mi cuerpo y sentí
una gran
felicidad de ser Juan, Juan Chupalla como solían
llamarme, busqué
un riachuelo y me bañé, aún me sentía como
chingue, fétido,
tendría más cuidado, pero era tan difícil no
volver la cabeza
al lugar de donde yo venía, no sabía cuánto
tiempo había
transcurrido, yo sabía que mi ausencia no le daba
la oportunidad a
la bruja para molestar a papá, estarían más
felices sin mí,
nuevamente sentí un ruido, esos ruidos siempre
me hacían volver
a mirar hacia atrás, el ruido seguía, pero no
miré, sin saber
sentí miedo, ¡tanto miedo! el ruido ya estaba
más cerca, yo no
miraba, no sabía lo que era, entonces para
seguridad me
subí a un árbol, un roble que estaba delante
de mí, en eso
voy subiendo, cuando siento un rugido, me
estremecí y sin
pensar miro, uf ¡un puma! ¡Un enorme puma!
Sigo subiendo
agarrado de las ramas y acto seguido empiezo a
maullar, siento
una respuesta otro maullido, en la misma rama
¡Una güiña!,
güiña, el susto que me llevé, miré al puma que
estaba detrás de
mí, pero más cerca, en el árbol estaba la güiña,
un felino
autóctono que es buena presa para el puma y el zorro,
no más que un
gato silvestre o gato colorado o gato montés yo
no lo había
visto, porque su pelaje es mimetizado con manchas
negras redondas
y el fondo color marrón el pelaje del vientre
blanco, allí
junto a otro gato nada de amistoso, yo le estaba
usurpando su
territorio, en una rama del árbol, yo en otra,
exhaló un
maullido, que asustaba, yo también en ese momento
era un felino,
aunque habría preferido ser el gato regalón de
mamá, que había
dejado en casa, con la bruja porque mamá
blanca ya no
estaba, por un instante me embargo la pena, pero
ya tenía una
misión y la iba a cumplir, todo lo que se hace en
buena ley es
para un buen futuro. El puma permanecía bajo el
árbol asechando.
Su presa era yo
y la otra güiña, este hermoso puma, no
podía negarlo,
pese al miedo que me infundía un león chileno
de la Cordillera
de Los Andes, felino de color pardo rojizo
mejillas blancas
con gran habilidad para subir a los árboles,
esto me tenía
aterrado, la otra güiña empezó a subir y las ramas
se balanceaban,
luego la seguí y el puma de un salto se subió a
la parte gruesa
del árbol, los dos maullábamos balanceándonos
en la copa de
los árboles y el puma gruñendo, la otra güiña
estaba tan alto
que la rama que la sostenía ya casi no resistía,
yo no podía
ayudarla aunque estaba muy incómoda, el puma
que ya nos comía
y yo el intruso con forma de güiña, pero ella
no lo creyó me
mostraba los dientes furiosa, no me atacaba por
respeto al puma,
luego este último dio un salto al suelo, había
visto una chilla
a la que persiguió veloz, la chilla que es astuta
lo evadió muy
rápido.
La chilla, es
también un zorro pequeño, que se alimenta
de pequeños
roedores, es de color gris, hermoso pelaje y una
gruesa cola, no
pesa más de cuatro kilos, andariega y solitaria,
camina mucho.
El puma
desapareció persiguiendo a la chilla yo pude bajar
del árbol y
buscar otro lugar, donde guarecerme, subí a un
radal, con tan
buena suerte que encontré un nido con varios
huevos de color
morado, fue un gran alimento, exquisito,
estaba
terminando de comer cuando veo a la chilla corriendo
por entre los
matorrales, es una zorra muy astuta me dije, no
se por cuánto
tiempo sería una güiña, algo había a mi favor
era muy agresiva
y nunca me pudieron domesticar yo era
un gato salvaje,
libre entre los árboles o matorrales a veces
dormía echado en
una rama, mis maullidos aterrorizaban a
los pequeños
roedores, como también a las aves pequeñas,
ese era el mejor
festín, sólo le dejaba las plumas, saltando de
una rama a otra
hasta llegar al suelo, seguí avanzando entre los
matorrales, al
llegar la noche me subí a un árbol donde estar
más seguro para
pernoctar.
Desperté muy
temprano, bajé en busca de alimento, un
pequeño ratón me
sirvió de desayuno, había corrido por unas
plantas con
espinas cuando sentí en mi cabeza mi chupalla,
nuevamente era
yo.
Esto me cansaba,
el transformarme en un animal a veces
salvaje como la
güiña, puma no había sido y espero no ser un
puma, es muy
hermoso pero peligroso un león chileno. Seguí
caminando con mi
chupalla que me protegía del fuerte sol del
mediodía, a
veces me encontraba con enormes barrancos, en
esos casos tenía
que buscar una pasada que yo fuera capaz de
sortear, algunas
veces me arrastraba de nalgas hasta llegar a
terreno plano,
siempre buscando suelo suave y no escarpado.
No sé cuánto
tiempo había pasado, caminar y caminar
tantas noches,
convertirme en tantos animales, eso no ha sido
lo más difícil,
sino muy grato conocer la vida tan íntimamente
de algunos
roedores o felinos o caninos algo que nunca soñé y
más que castigo
ha sido como un premio por el gran amor que
siento por ellos
y todos son tan hermosos. Cansado busqué un
lugar donde
pasar la noche, en un tronco de coihue muy viejo,
me acomodé a un
costado, no sentí como el sueño me venció,
casi sin darme
cuenta hasta sentir por la mañana el cantar de
algunos
pajarillos.
Nuevamente seguí
mi caminata, el sendero se hacía más
difícil, para
que decir camino, si no había camino entre
matorrales,
rocas, esteros de agua, pozones debía abrirme paso,
no tenía con que
apartar la maleza, sólo con mis manos ya casi
hecho pedazos
quebrando ramas, mis pies estaban heridos,
apenas llegué
hasta una enorme roca con sacrificio subí hasta la
cumbre, era
enormemente grande, cuando llegué a la cima pude
contemplar toda
la montaña, era un verdadero paraíso, flores
silvestres, una
variedad de árboles, frutos silvestres, murtillas,
peumos,
dihueñes, avellanos, changle, no tengo palabras para
expresar tanta
belleza, no sé cuánto rato permanecí en esa
roca, siendo tan
grande fue posible avistar un huemul aunque
la intensión no
era la mejor, de alguna forma salvaríamos al
animal ante la
bruja, yo solo iba a cumplir con llevárselo.
Chinchilla
No sé cuánto
dormí en la roca, sobre dormido me di vuelta
de un lado a
otro y cuando desperté justo estaba mirando
para el lado
contrario, ¡Ay! me tomé la cabeza, suspiré aún no
terminaba el
suspiro cuando me sentí lleno de pelos, orejas
largas, cola
larga, un roedor, un animalito lanígera, especial
para un abrigo
de piel, para eso se habrían necesitado ciento
cincuenta
Chinchillas yo apenas era una sola, que linda se
habría visto mi
madre con un abrigo de estos, ella no lo habría
aceptado, quería
mucho a los animales para sacrificarlo por
un abrigo, si
con las ovejas que teníamos nos sobraba la lana,
después de la
esquila íbamos a lavarla al río Niblinto incluso
una vez al río
Chillán. Después se hilaba, se teñía con yerbas
del campo en un
tambor con agua hervida y luego mi madre
nos tejía
chalecos, calcetines, hasta pantalones tejidos de lana
para el frío
invierno, no necesitábamos abrigos de pieles, allí
estaba yo sobre
esa enorme roca con un hermoso abrigo de
piel, convertido
en una Chinchilla no me cansaba de tocarme
la piel tan
especial que me quedé sobre la piedra sin moverme,
de pronto unas
aves de rapiña empezaron a volar en círculo
sobre mí, muy
asustado. ¡Soy un roedor pequeño! Y estos
peucos o
aguiluchos apetecen mucho a los pequeños roedores,
entonces
rápidamente me deslicé roca abajo en ese apuro casi
me quebré una
pata, me escondí en un hueco de la roca no se
cuánto tiempo
permanecí allí, a cada rato me asomaba a mirar
al cielo y allí
estaban volando en círculo las aves de rapiña, no
podía distinguir
si eran peucos o aguiluchos por el porte creo
que eran
aguiluchos.
Dormí toda la
noche en la pequeña cueva de la roca hasta el
día siguiente.
Salí de allí como Chinchilla respirando ese aire
fresco y
aromático, olor a flores a yerbas, al sudor de los árboles,
a sus hojas,
olor a pasto, el cantar de las aves y el constante
ruido de las
pequeñas caídas de agua que eran como melodías
caídas del
cielo, poco a poco recobré mi cuerpo, ya no era una
Chinchilla,
igual fue una experiencia importante, estar en un
animalito tan
hermoso.
El encuentro de un Pudú
Nuevamente
caminar y caminar, de tanto caminar, no iba
ni en la mitad,
para llegar a la cumbre de la montaña, donde
podrían estar
los huemules, que en la realidad serían muy
pocos, en una
quebrada nuevamente aves de rapiña, volando en
círculo, miré y
en el fondo de la quebrada un pequeño animal,
con mucho
cuidado bajé hasta el lugar donde se encontraba
el pequeño
animalito. Era un pudú, yo los conocía muy bien,
había tenido uno
como mascota, hasta que lo dejamos en la
montaña para que
se reprodujera, un ciervo chileno, el más
pequeño de todos
los ciervos en el mundo, estaba allí herido
sin comer y sin
agua, lo tomé en mis brazos, pesaba como
unos diez kilos
y medía algo de cuarenta centímetros de alto
por noventa de
largo, un animal muy tímido, como pude, subí
con él entre
peñascos y tierra colorada, una vez que llegué a
la planicie
busqué agua, lo tendí en el suelo y junté hierbas y
hojas para que
comiera, estaba casi sin fuerzas, luego traje agua
en mi
cantimplora, mojándole el hocico, acaricié sus orejas
redondeadas,
sobé su pelaje café rojizo, muy tímido, solo
quería arrancar,
por lo tímidos que son generalmente salen a
comer de noche.
El macho tiene
dos astas pequeñas en su cabeza, este era un
macho que cuando
tienen familia solo anda con su hembra,
la hembra demora
doscientos días en tener su cría una sola,
se cobija en un
nido de hojas, es un mamífero muy hermoso,
pequeño, tímido,
delicado e inofensivo lo seguí acariciando, el
empezó a comer
las hojas que le traje, le saqué una espina que
tenía en una de
sus patas, la que se le había infectado, luego le
lavé la herida
sacándole la pus, una vez bien limpia le envolví
con hojas de
radal amarradas con huiras. Con todo esto el
animalito
descansó, nuevamente lo tomé en brazos y lo dejé
en unos
matorrales, entre algunas rocas donde los animales
depredadores no
pudieran encontrarlo, era tan hermoso
que no me
cansaba de mirarlo, parecía un niño, pero ya era
adulto por sus
pequeñas astas, descansé un rato y luego seguí
caminando.
Ya me había
acostumbrado a no mirar para atrás, en
esos casos lo
hacía retrocediendo, siempre caminando hacia
adelante, creo que
esto fue para que yo nunca volviera. No,
no debo pensar
así, fue para que llegara hasta la cima de la
montaña y
pudiera encontrar al huemul.
Hurón chileno o Quique
Estaba tan
cansado que me recosté en un montón de pasto,
para descansar
un momento, sin darme cuenta me quedé
dormido, cuando
aún no era de noche, luego un pequeño ruido
me despertó,
abrí los ojos y sorpresivamente frente a mí había
un animalito que
me miraba detenidamente, me asusté, pero
mi susto no duró
mucho, ¡Uf! Era un quique, sorpresivamente
miré hacia otro
lado de manera opuesta, encontrándome
con otro
animalito igual al anterior, este estaba totalmente
amenazante,
intentando atacarme, aun siendo tan pequeño
un tanto
alargado de cola corta, de color amarillo gris con
matices negros la
planta de los pies desnuda los observe bien
y lógicamente se
trataba de un quique el macho y la hembra,
dispuestos a
atacarme, estaban embravecidos, como también
podríamos decir
hurón chileno, pero una vez que me levanté
ya no eran dos
yo también me había convertido en un quique,
no me aceptaron
como tal, un olor pestilente por las glándulas
que rodean el
ano, en mapudungun la palabra quique significa
hombre malo,
estos mamíferos siendo tan pequeños son
muy bravos desde
ahí el dicho que cuando alguien es mal
genio le dicen
“es como un quique”. Por lo rabioso que son,
me agazapé entre
unos arbustos, con la esperanza de regresar
pronto a mi
estado físico, como también que esta fuera mi
última
transformación, tendría que actuar como este animal
comiendo los huevos
de los nidos e incluso matando las crías
de algunas aves,
caso contrario me moriría de hambre, pero
sin darme cuenta
me invadió el sueño que era muy normal en
estos mamíferos,
dormir y dormir.
No sé cuánto
tiempo transcurrió, cuantas noches ni cuantos
días, pero una
tarde desperté con hambre, sed y frío, sin darme
cuenta había
recuperado mí físico, lo primero que hice fue
buscar un
riachuelo donde bañarme, y luego comer algo, ya
sean raíces o
frutos silvestres.
El tiempo seguía
pasando, no sabía si sólo había dado vueltas
y vueltas por la
enorme montaña, pero de algo estaba seguro
que mucho más
arriba estaban los nevados de Chillán, uno de
los volcanes que
nos daban las aguas calientes o termales.
Tenía que seguir
adelante, siempre adelante, sin mirar para
atrás ¿Cuánto
tiempo? De algo estaba seguro, la Primavera se
había ido y el
Verano también, ya no tenía esos calores, que lo
hacían bañarme
en algún pozón o estero, incluso en algún río
torrentoso como
el Renegado.
El frío me
estaba abrazando, las primeras nevazones le
daban otro toque
a la montaña, al fondo el “volcán blanco”
(Chillán) con una pequeña columna de humo,
como si
estuviera
respirando, me asustó, ¿como pasaría esos meses,
cuando las
nevazones fueran más intensas? lo primero que
hice fue seguir
caminando, sin saber con qué destino, pero
siempre de
frente. De pronto divisé una especie de humo,
creí que habría
una casa, pero no era eso, eran fumarolas
muy calientes,
me saqué la ropa y me di un baño con barro
a una alta
temperatura, a un costado corría un hilo de agua
también
caliente, fue un baño alentador, quedé como nuevo,
tenía hambre aún
en medio de la nieve busqué alguna cueva,
donde podría
encontrar algún roedor o cualquier mamífero
pequeño para
cazarlo.
El encuentro con la Perra
Encontré una
cueva, me quede al acecho, al venir la noche
salió una
liebre, salté sobre ella. Ya era de noche sentí frío, como
pude hice fuego
bajo una roca, con ramas que encontré aun
secas y preparé
mi liebre al fuego, el olor era apetitoso, sentí
unos aullidos,
debe ser un zorro pensé, los aullidos seguían
cada vez más
fuertes, un lobo, imposible, no habitan lobos
por estos lados,
el fuego ahuyentaba algún puma, pero esos
aullidos, no
sabía que pensar, cada vez más fuertes y más cerca,
la liebre ya
estaba asada, empecé a comer retrocedí un poco
para ver que era
ese ruido que hacía rato estaba sintiendo, con
una presa en la
mano, me sorprendí al encontrarme frente a
un animal
hermoso, no sabía si era lobo, oveja, pero recordé
que en la
escuela había en un marco con muchas fotos de
todas las clases
de perros, este era uno de esos samoyedo, un
samoyedo oriundo
de los países nórdicos, compartí con el
animal mi liebre
asada, se acercó a mi lado moviendo su cola,
todo blanco un
pelaje largo que parecía lana, yo sabía que estos
caninos eran de
la nieve, aún no tan domésticos, nómades y
muy andariegos,
libres, andadores, se echó a mi lado, ya tarde
y satisfecho
junto al fuego envuelto en mi poncho me dormí.
Al día siguiente
cuando desperté la perra estaba a mi lado, no
era salvaje sino
domesticada.
¿Qué hacía allí
un perro como este? En plena cordillera,
estaba seguro
que sería una mascota regalona, de algún turista
que se había
perdido, era regalona de eso ya me había dado
cuenta, me lamió
la cara y las manos, parecía muy contenta de
haberme
encontrado saltaba a mi alrededor.
La nieve había
subido tanto que no sería posible seguir
avanzando, en
eso la perra empezó a olfatear y salió corriendo,
yo me quede bajo
la roca cuidando del fuego que hacía
frotando dos
piedras, cuidándolo como un tesoro, junté todo
lo que pude de
leña seca, bajo la roca donde la nieve no llegaba,
pasé todo el día
solo, en ese espacio reducido, todo era nieve
que seguía
subiendo. Sólo podía pensar y pensar.
El paisaje
protegía mis sueños, y el viento me hablaba al
oído,
despertando la gran poesía de existir, porque existir es
un poema, el
poema de la vida, el poema del amor, que nos
despierta en
cada suspiro, en cada mirada, albergando la dicha
que nos
proporciona todo lo que nos rodea.
Por la nevazón
la perra tan hermosa se había ido, estos
inviernos yo los
pasaba en una escuela de internado en Recinto,
recordé a mis
maestras, Fresia se llamaba una y la otra Edith
eran jóvenes y
bonitas muy amigas con la Sra. del correo que
le decían la
Rusia del correo, era rubia y también muy bonita,
cada vez que en
la escuela se hacía algo como el aniversario
o actos
culturales, la señora del correo era invitada, la esposa
del director don
Francisco hacía clases de música. Tocaba la
guitarra, había
un grupo folclórico yo bailaba cueca me había
sacado el primer
lugar en un concurso de cueca con las escuelas
de Chillán. Y
ahora estaba ahí bajo una roca rodeada de nieve,
solo ¡Tan solo!
sin comida, sin más abrigo que mi poncho hecho
a telar por una
anciana que tejía en Recinto. Dios nunca falta.
Como pude
haciendo camino fui hasta las fumarolas a darme
un baño caliente
estuve casi todo el día, ubicada cerca de la
roca que había
improvisado como lo que sería mi hogar, por
último aún
estaba vivo, mi padre estaría esperándome, algún
día volvería
junto a él. Regresé a la roca que era una pequeña
gruta eso me
recordó la cueva de los Pincheira. Ellos también
habían vivido en
esos sectores, pero tenían caballos, carretas,
yo sólo era un
niño y estaba solo.
Nuevamente hice
fuego para pasar la noche, no había
comido la liebre
del día anterior me tenía aún satisfecho, la
perra que era
como una bolita de algodón se había ido, ya me
estaba quedando
dormido cuando sentí unos aullidos, ¡La
perra! me dije y
empecé a silbar cuando apareció contenta
moviendo su
cola, traía un conejo en su hocico ¿Y dónde lo
cazaste? Le
pregunté. Sin que me contestara, sólo movía la cola,
la bauticé con
el nombre de Lobita. En este lugar con tanta
nieve ya no
quedan estos animalitos o están muy escondidos
en sus cuevas.
Preparé el conejo asado en el fuego, primero lo
descueré y el
cuero lo quemé, porque los pelos le hacen mal a
los perros, si
Lobita se lo comía.
Después de
cenar, Lobita se arrimó a mi lado intentando
abrazarme,
gracias a eso pude dormir calientito, al día siguiente
nuevamente la
perra salió temprano lo que yo tenía que hacer
nuevamente
sumergirme en el pozo de barro caliente y así
superar el frío
que cada día estaba haciendo más, pero aún
seguir viviendo
eso era importante.
Salí del pozo
para irme a la gruta donde tenía leña seca
nuevamente hice
fuego, con la esperanza que Lobita volviera
pronto, para
pasar la noche como sea, era una buena compañía
no pasó mucho
rato y Lobita venía corriendo, cansada con la
lengua afuera
muy helada, su doble pelaje la protegía del frío,
su cola
enroscada le daba una característica especial y sus ojos
café de
expresión sonriente me alentaba a seguir allí, gracias a
ella las noches
no eran tan heladas, con su pelo que era como
lana angora me
mantenía calientito, siempre llegaba con algo
en el hocico,
ahora tan solo traía un zorzal, una presa muy
chica pero
igualmente la compartimos, la dejó caer al suelo
sacando la
lengua cansada se echo a un costado, preparé el
pájaro asado en
el fuego que yo prendía todas las tardes, los
refugios nos
sobran habían cuevas hechas ya sea por zorros
u otros
mamíferos o grutas por la naturaleza, estas grutas
realmente
espectaculares.
La cascada y la gruta
En ese nuevo día
decidí seguir a Lobita. No me era muy fácil
caminar por la
nieve, Lobita una perra oriunda de Rusia del
pueblo de
Samoyedo al que se debe su nombre, muy inteligente
y forzuda,
difícil para mí seguirla, lo extraño es que se adentró
entre unos
árboles robles, después una caída de agua entró
caminando a la
caída de agua, ¡Que extraño! No sabía que
pensar pero la
seguí, caminé por debajo de la cascada y cuando
salí al otro
lado me encontré en una tremenda cueva o gruta,
allí podrían
caber unas doscientas carretas, quedé extasiado,
todo estaba seco
y muy abrigado yo y mi padre que conocíamos
todos los
rincones del sector nunca nos imaginamos que
debajo de esa
cascada existiera tal gruta, no había nada ningún
vestigio que
alguien o algún animal hubiera pasado por ahí.
Habían helechos
en los muros de roca y por las orillas
enredaderas de
copihues, era algo hermoso yo estaba fascinado
Lobita empezó a
ladrar y mirando hacia arriba, como pude me
subí y encontré
unos huevos no sé de qué serían, muy añejos
después que hice
fuego los cocí en las brasas, había leña seca eso
nunca nos iba a
faltar teníamos en abundancia, por el costado
de la gruta un
chorrillo de agua que vagueaba, la toqué estaba
muy caliente con
un fuerte olor a azufre me saqué mis zapatos
ya muy gastados,
introduje los pies en la vertiente caliente ya
no sentía frío,
Llegó la noche y
Lobita me abrigó con sus lanas, con tanta
nieve difícil
sería una casería para alimentarnos, ella se acercaba
contenta y me
lamía las manos incluso la cara, era muy buena
compañera yo
había decidido tratar de subsistir solamente
cuidarme del
frío y esperar hasta que volviera el buen tiempo,
el huemul
tendría que esperar y mi padre también sé lo muy
preocupado que
estaría pensando a los peligros que yo me
arriesgaba, no
me faltaba el alimento ni el abrigo en cavernas
pequeñas el agua
caliente que venía del volcán, no quería
arriesgarme
tratando de seguir pero la Lobita era inquieta,
saliendo de la
gruta hacía un día lindo pero tan gélido como
un témpano.
Una semana
nevando había algo así como dos metros de
nieve, difícil de
trasladarse de un lado a otro, Lobita salió de
la cueva, subió
por la
nieve y feliz
corrió entre
algodones
blancos parecían
algodones o
estar
sobre nubes
blancas yo
la seguía, era
algo muy
hermoso todo
blanco,
los arboles
parecían estar
vestido de gala,
trajes de
tul blanco toda
la montaña,
no me cansaba de
contemplar tanta
belleza,
fue tanto lo
dinámico
que me sentía,
que corría
y corría de un
lado a otro
subiendo
bajando, los pelos externos de Lobita todos mojados
pero como tenía
doble pelaje, los del interior no permitían que
se mojara,
además este pelaje no le permitía tener pulgas ni garrapatas
lo eufórica de
Lobita me contagió y también empecé
a resbalar
sentado por la nieve el correr y jugar con Lobita me
dio mucho calor
pero terminé completamente mojado.
Esto me produjo
hambre, mucha hambre, de pronto observé
que Lobita salió
corriendo, me quedé sorprendido observándola,
no pasaron
muchos minutos apareció arrastrando un animalito,
era un pudú me
dio mucha pena, un ciervo, el ciervo más chico
del mundo y tan
hermoso pero teníamos que subsistir, me
quedé pensando
que a lo mejor era el mismo pudú que antes yo
le había salvado
la vida, sacándole una espina, curándole una
pata y dándole
agua y hojas de comer, sentí mucha pena pero
Lobita estaba
feliz movía la cola y lo dejó caer al suelo, lo recogí,
muerto. Nos
fuimos a la cueva allí deje la carnada a un lado.
Me saqué la ropa
mojada bañándome en el agua calientita vale
decir las aguas
termales, el aroma no era de lo mejor porque
el azufre se
impregnaba en mi cuerpo, igual me sentía bien,
seguí desnudo y
empecé hacer fuego, descueré el pudú y sobre
piedras lo
empecé a asar como también a secar mi ropa, no
tenía frío, el
fuego y las aguas termales que pasaban por la cueva
temperaban el
ambiente.
Tenía que
disfrutar un día hermoso me lancé en un resbalón
jugando,
gritando de alegría. Tuve la precaución de no mirar
para atrás, me
sentía muy bien siendo Juan. Juan Chupalla
lejos de todo,
solitario. No podía verlo así era un poco distante
de mi hogar y mi
padre, igual estaba en mi mundo, un mundo
tan hermoso y
solo.
¿De qué soledad
hablamos? Rodeados de tan hermosos
árboles y Lobita
en ese momento mi mejor compañera. De
algo estaba muy
seguro en ese gran paraíso no podía faltar
Dios, solo con
su fuerza y su gran poder existía este paraíso un
paraíso sólo de
Dios.
Una semana
tuvimos de buen tiempo, lo que nos permitió
jugar en la
nieve y disfrutar de tanta belleza, la más feliz era
Lobita ella
estaba
en su habitad,
en las
fuertes
nevazones
yo pasé en la
cueva,
la perra salía y
siempre al
atardecer
volvía con
alguna
presa.
Estaba ya
durmiendo
con el ruido
de la cascada
que era la
entrada de la gruta que nos cobijaba, cuando sentí
un fuerte croar
de rana, me senté asustado no se veía nada, el
fuego ya se
había apagado y Lobita no estaba a mi lado, saqué
por conclusión
Lobita se había encontrado con una rana, sentí
que algo estaba
comiendo un festín de sapos el hambre da para
todo.
A la mañana
siguiente seguía el tiempo bueno, comí algunas
raíces no puedo
decir que estaban exquisitas pero igual me
alimentaron.
Salimos a recorrer el paisaje blanco como si
estuviera
bordado de encajes de alguna novia, penetramos
por túneles de
nieve encontrando cuevas y algunos nidos
abandonados con
huevos. Logré juntar cinco de estos, los que
introduje en uno
de mis calcetines los dejé en el chorrillo de
agua caliente
que corría al costado de la gruta, al rato me los
comí ya cocidos
compartiéndolos con Lobita.
No me atrevía a
avanzar por que no sabía si encontraría un
lugar donde guarecernos,
esperaría que terminara de nevar
para seguir.
Convertido en Perro
Durante esos
meses de invierno me acostumbré a la
compañía de
Lobita, ya casi me había olvidado de la maldición
y corría por las
laderas cubiertas de nieve, no tenía esquí como
había disfrutado
en esos parajes que eran verdaderas canchas
de esquí, ese
día corrimos tanto y jugamos con Lobita que sin
darme cuenta me
di vuelta hacia atrás y justo convertido en
perro samoyedo,
en cierta forma fue muy beneficioso pude
comunicarme con
Lobita ella se extrañó mucho al no verme y
Juan, Juan
Chupalla pero con ella un perro de su misma raza.
Soy samoyedo fue
lo primero que le escuche, debo ese nombre
a un pueblo de
Rusia, mis amos me trajeron para conocer
estos campos de
nieve que son famosos, lamentablemente yo
me perdí terminó
diciendo. Yo le conté mi historia, buscar
un huemul que la
esposa de mi padre quería su cabeza como
trofeo para
adornar el salón de la casa.
Con esta nueva
fisonomía jugamos mucho más, corríamos
por las grandes extensiones
de nieve y cazábamos juntos en
los túneles de
nieve encontrábamos cuevas de conejos, liebres,
quiques, incluso
ratones que al verse en apuros cuando los
apresábamos
cargándolos con las patas musitaban desesperados.
No nos faltaba
la comida, seguíamos frecuentando la
gruta debiendo
cruzar la caída de agua que resguardaba la
entrada y el
chorrillo de agua termal en el interior la mantenía
temperada, los
dos como perros samoyedos salíamos igual
en plena nevazón
confundidos en lo blanco de la nieve, no
teníamos
problemas con los pumas o algún culpeo, solo esos
eran nuestros
depredadores, para el resto ya fueran mamíferos
pequeños los
depredadores éramos nosotros.
Hasta que se
terminaron las nevazones y el agua empezó
a correr por
todos lados formando pequeños riachuelos,
algunos de aguas
muy fría por la nieve que se derretía y
aparecían
también vertientes de aguas calientes emanando
vapor y un
fuerte olor a azufre, todo parecía empezar a renacer
una nueva vida,
días de sol y flores y animalitos nos salían al
paso,
lógicamente aterrados arrancaban de nuestra presencia,
empezamos la
caminata montaña hacia arriba, en busca del
huemul, ahora
los dos como perros.
No sé cuánto nos
iba a durar esto, fue más fácil porque
corríamos y
corríamos, Lobita me manifestó que cuando
recuperara mi
estado físico debía hacerme un trineo y ella
me tiraría ya
que eso le encantaba hacer además tenía mucha
fuerza, esta
oferta la tendría muy presente cuando volviera a
ser Juan
Chupalla buscaría palos y los amarraría con huiras
estaba seguro
que me quedaría un excelente trineo.
Ya atardecía
abriéndonos camino en la maleza que era
impenetrable, un
búho ulula, yo en calidad de perro me asusté
y empecé a
ladrar al árbol de donde venía el sonido de búho,
Lobita que iba
adelante volvió donde mí intrigada, le conté que
el escuchar el
ulular de un búho era presagio de mala suerte.
No, me dijo
Lobita. Eso lo inventan los que no saben, ningún
ser vivo ya sea
ave o animal puede ser mal augurio, todo lo
contrario el nos
está dando la bienvenida y es más hasta nos
puede indicar
donde se encuentran los huemules, porque yo
olfateo y
olfateo, pero no conozco el olor a huemul, eso se me
hace muy
difícil, en cambio las aves pueden ver desde el cielo y
se les puede
hacer mucho más fácil.
No sentimos más
ulular al búho, más arriba en la montaña
divisamos
volando un águila sobre una roca muy alta un
cóndor hermoso
con su cuello blanco, Lobita me dijo ya
hemos llegado,
los huemules deben estar por aquí como dices
tú Juan difícil
de ver por su color y el follaje tan tupido deben
estar
agazapados, además si son tan pocos tendremos que
tener paciencia,
en eso me senté en una piedra y ya era Juan,
había vuelto a
mi estado físico, cansado muy cansado suspire
profundo no
podría volver a entenderme con Lobita porque yo
hablo y la
onomatopeya de los perros es el ladrido.
Lobita me miró
con su cara sonriente y olfateaba y olfateaba
entre los
matorrales ladraba y ladraba, en eso siento un fuerte
ruido y desde
unos matorrales sale corriendo un huemul y
exclamo
emocionado ¡Un huemul! Frente a frente de este
animal tan
especial que lo tenemos en el escudo chileno al lado
izquierdo y al
lado derecho al cóndor que aún se encontraba
en la roca.
Yo estaba allí
frente al huemul y viendo al cóndor, me
sentí muy pero muy
afortunado de haber podido vivir esta
experiencia, me
quedé inmóvil contemplando sus astas, un
ciervo chileno
como lo es nuestro huemul, su pelaje hermoso
cambiando de un
color café oscuro según de donde se le
mira de acuerdo
de la luz, se mimetiza fácilmente, sus astas
no son cuernos,
son de hueso protegidos por un fino pelaje al
principio y las
cambian una vez al año, una mirada tan tierna,
miré a Lobita.
Me pregunté.
¿Cómo lo
llevamos?
Corté unas
huiras que crecían junto a un riachuelo, hice
unas amarras que
me iban a servir para amarrar de manera
muy segura al
animal que fui a buscar a los nevados de Chillán.
El encuentro con el Huemul
A la soga que
había fabricado le junté tres huiras y las
trencé para que
quedaran más firmes, una vez terminada la
soga traté de
lacear al huemul el que lógicamente al principio
arrancó, no
pudimos tomarlo, con la ayuda de Lobita aún así
nos fue
imposible, buscamos un lugar donde guarecernos del
frío de la
noche, aunque ya había llegado la primavera, pero
siempre en plena
cordillera hacía mucho frío por las noches,
además a esa
altura aún quedaban vestigios de nieve, como
estábamos en
zona de huemules nos arreglamos para pasar
la noche en unos
matorrales muy tupidos, además con la
compañía de
Lobita que me servía de un gran abrigo no tenía
problemas para
pasar una buena noche hasta un nuevo día.
Como nos
encontrábamos en la cresta de la cordillera
amaneció muy
temprano. Lobita no estaba, al principio me
desesperé, sabía
que pronto volvería, bajé una quebrada
donde encontré
unas plantas de nalca, lo que consumí como
desayuno, esperé
la vuelta de la perra, porque si antes se
había perdido de
sus amos no querría que pasara lo mismo
conmigo, ya que
había sido un gran apoyo en esta aventura, no
había pasado
mucho tiempo cuando apareció Lobita, como
de costumbre
corriendo fatigada, parecía querer decirme
algo, no podía
entenderle, daba vueltas a mi alrededor
colocando su
hocico justo en mi boca. ¿Qué quieres? Le
decía yo, luego
después de todos estos movimientos extraños
que hizo, me
miró, me ladró, tratando de ser más clara para
que yo la
entendiera, bajó la cabeza y vomitó. ¡Ah! Exclamé,
dejando en el
suelo un alto de comida extraña que no miré,
empezó a gemir
mirando la comida, me costó entender, ella
me traía el
desayuno. Costumbre de los canes, alimentar de
esa manera ya
sea a sus crías u otros canes, una buena forma
para trasladar
el alimento, le hice cariño y me sonreí ella
me cuidaba, no
había podido traerme una presa como otras
veces, no sé lo
que sería, algo así como ranas ya en primavera
teníamos muchos
alimentos, como no le acepté su regalo
decidió comer
ella.
Esperé que
terminara de engullir su alimento y empezamos
nuevamente
nuestra tarea, con la soga en mano a buscar a
los huemules,
ella olfateaba y olfateaba ya les conocía el olor,
avanzando entre
una floresta casi impenetrable, contemplando
desde la parte
más alta de nuestra cordillera los nevados de
Chillán, el
hermoso paisaje que por un largo tiempo habíamos
disfrutado y
sobreviviendo a tantas dificultades, creo que
sin Lobita no
habría podido superar este viaje tan absurdo y
caprichoso
inventado por la esposa de papá.
Un ruido me
sobresalto, era un tropel de huemules allí
estaban todos,
no eran más de doce, que hermosos animales,
parecían salir
de un cuento de hadas, yo ahí contemplándolos
extasiado,
estaba viviendo un cuento de fantasías, imaginé
tantas cosas
pero no había nada que imaginar, lo estaba
viviendo un
paraíso tan hermoso con vestigios de nieves,
entre flores
silvestres y ese piño de huemules tan nuestro, tan
únicos,
chilenos, criaturas de nuestro país, en un rincón de
nuestros parajes
de la cordillera de Los Andes, una sombra
me hizo
reaccionar, una sombra, era un cóndor, se posó muy
cerca de donde
estábamos nosotros o sea yo, Lobita y los
huemules, no sé
cuánto tiempo estuve contemplando esta
belleza en la
cumbre de la cordillera una que otra nube blanca
con el azul del
cielo, una brisa tibia en algún momento y muy
fresca en otro,
pero el sol ya empezaba a derretir los pocos
morros de nieve
que quedaban y a quemar nuestros brazos
por el calor que
nos estaba dando, Lobita no se cansaba de
ladrar
alborotada, porque ella había traído la manada de
huemules,
entonces yo corrí con la soga sí por tres veces
corría una
corría el otro, uno más pequeño que los demás se
quedó al último
era más nuevo por sus astas, tiré la soga y lo
atrapé.
Era un ciervo
joven aún. Los otros se dispersaron, me quedé
con este y lo
empecé a tirar.
El regreso
Nuestro regreso
sería más fácil, primero por ser primavera
y porque ya nada
teníamos que buscar orientarnos buscando
la mejor bajada,
cruzando ríos mirando y observando desde la
altura los
diferentes ríos, ya sea el río Itata, el río Chillán, río
Ñuble, río
Niblinto. Incluso el río Bíobío que se encontraba
más lejos. Así
empezó nuestro regreso contento estaba yo iba
a poder
complacer a Cornelia, Yo la quería, ella acompañaba
a papá y lo
atendía, ahora si se querían o no yo no lo sabía,
quien quería a
quién, pero algo si estaba seguro mi padre
había amado
mucho a mi madre, ojalá pudiera amar también
a Cornelia como
se llamaba ella, primera vez que yo escuchaba
ese nombre,
caminábamos y caminábamos cordillera abajo, yo
sabía que mi
padre me estaría esperando y todo eso que me
había visto
crecer estaría allí esperándome yo era parte de eso,
de las vacas que
teníamos, de los gatos, las aves, los chanchos y
un quiltro que
no tenía nada de raza era solo un quiltro negro
que igual
queríamos mucho y nos deleitaba con sus ladridos,
pero el fuerte
nuestro era la leña, sí con mucha honra mi padre
y yo éramos
leñadores estos productos nos lo daba el bosque
y en este viaje
en sueños yo había estado con Mahuida la reina
de las montañas
nuestras montañas y la Diosa de los bosques
Oréades. Parece
que me había tendido su mano protegiéndome
de algún peligro
mostrándome todo ese maravilloso mundo,
tan lleno de
misterios y fantasías, difícil de describir.
Lentamente
emprendimos el descenso de la montaña con
nuestro huemul,
amarrado o atado con la soga que yo mismo
había hecho, no
sé en qué estaría pensando que cuando salí de
casa no traje un
lazo o una cuerda o un cabestro para liar al
ciervo.
Cuando llegó la
noche nos cobijamos en una gruta,
amarrando al
animal a un tronco de árbol. Siendo un ser aun
no domesticado
que no conocía a los seres humanos se estaba
portando muy
dócil, aunque al principio se comportó muy
chúcaro, pero
Lobita ladró haciéndole un guapo y al instante
se calmó.
Dejamos allí nuestra mascota con pasto y hojas que
cogimos y
salimos de la gruta.
Un cielo bordado de perlas
Una vez en el
exterior nos encontramos con una noche
realmente
maravillosa, clara como el día y un manto de estrellas
que más que
estrellas parecían diamantes fácil de tocar y tomar,
un cielo bordado
de perlas flotando en los verdes campos
sembrado y
tantos árboles con hojas de formas tan caprichosas
como caprichosa
era la noche que nos abrazaba con su brisa
envuelta en
aromas del bosque impenetrable y misteriosa.
Lobita empezó a
correr y a gemir que era lo que generalmente
hacía, gemir
como lobo por eso yo le decía Lobita. Así llegamos
hasta un salto
de agua y una pequeña laguna entre matorrales
plantas de
copihues helechos y enredadera, extraño fue para
mí ver allí unas
plantas de nalcas que parecían árboles, al
centro me
pareció ver Ninfas Náyades, Ninfas de las fuentes,
Dríades ninfas
de los árboles y Oréades de las montañas, estas
ninfas están
dotadas de bondad ternura dulzura fraternidad
fuera de ser muy
bonitas no envejecen nunca. También tienen
la facultad de
curar.
Estaba tan
extrañado, no podía creer lo que estaba viendo,
la luna hermosa
alumbrando los árboles, la caída de agua, el
remanso de aguas
cristalinas y las ninfas tan hermosas, con
unos trajes como
tiras solamente casi nada de ropas, telas
transparentes de
diferentes colores muy suaves, rosados, verde
claro, celestes
y ellas tan lindas, como ángeles caídas del cielo,
una larga y
risada cabellera.
No debo olvidar
que la montaña es la morada de los
dioses, es
temida, venerada, escogida como lugar de culto. En
la montaña se
evoca a Dios. Cada montaña tiene un espacio
especial, un
aura mágica, el bosque es el santuario, la búsqueda
de sueños,
poetas y escritores se inspiran en el bosque. Fuente
de amor, de
deseos de aspiraciones. Rayos capaces de unirnos
con esa fuerza
celestial tan poderosa y sublime.
Poco a poco me
sentí en un laberinto, cayendo más y más en
el encanto de
estas montañas rodeado de ninfas tan hermosas
y encantadoras
como el mismo cielo que nos cobijaba.
Creo que sin
darme cuenta me dormí en el césped, con la
hermosa melodía
del caer del agua y la suave brisa de la noche,
el frío me fue
abrazando poco a poco, despertándome de
improviso abrí
los ojos asustado, miré a mi alrededor, Lobita
dormía muy cerca
de mí, con mis movimientos se levantó
rápidamente
batiendo la cola. Regresamos a la gruta donde
estaba el ciervo
atado, nos acomodamos en un rincón de la
cueva
entregándonos a Morfeo, sin sentir frío como cuando
estábamos a la
intemperie. Me detuve a pensar en las ninfas
todo era tan
hermoso pero la soledad me estaba afectando.
¿Cómo pude ver
ninfas? Eso fue la fantasía de la montaña. En
los bosques,
como son los de la cordillera de Chillán existen
tantos misterios
que no conocemos, es posible que esa pequeña
laguna sea un
lago de las ninfas.
Los fines de
esta diligencia eran bien claros, atrapar un
huemul para
satisfacer un deseo irresistible de la bruja, los
medios no
existían, tuve que abrirme camino en esa montaña
impenetrable
hasta llegar a la meta, logrando capturar al huemul.
Lograda la
consecuencia entre capricho y acción, un
capricho diabólico
originado por la estrecha relación de un
hombre, mi
padre, un leñador justo y honrado eclipsado por
una mujer que
llegó a nuestro hogar en medio de una tormenta,
deslumbrado por
su irresistible belleza que quería la cabeza de
un huemul como
trofeo.
Los fines y el
motivo aceptarían tal fin, solo querían ganar
tiempo y ya lo
había conseguido, con mi ausencia estaría
tranquila y
feliz esperando la llegada del ciervo.
Todo este
sacrificio me ha servido para perfilar el sentido de
mi existencia,
luchar siempre por las cosas buenas de la vida,
la consecuencia
de mi pensamiento y acción eran diferentes,
yo jamás
aceptaría la muerte de este animal que estaba
conduciendo a su
fin. Teniendo valores cristianos que mis
padres y mi
escuela me habían inculcado no podía cambiar
mis convicciones
profundas, de valores enraizados desde que
empecé a
perfilar entre lo bueno y lo malo.
Mientras el
huemul pastaba yo sentado sobre una piedra
y Lobita
dormitaba a mi lado, el ciervo se acercó a mí como
si hubiera
captado mis pensamientos al igual la perra levantó
la cabeza y me
miró moviendo su rabo. Cubrí mi rostro con
mis dos manos
como si tratara de borrar todo esto tan terrible
por un lado,
como conducir a un inocente animal al cadalso
y tan hermoso el
haberme introducido y vivir los misterios
de la montaña,
el encuentro con Lobita y los huemules; tenía
que seguir
regresando. El fin me lo dirá el destino, el fin será
alcanzado por
los medios que me entregue la propia naturaleza.
Me levanté de un
salto, desamarré al huemul y emprendimos
el regreso
caminamos todo el día, no avanzábamos mucho
por lo irregular
del terreno y evitando maleza con espinas,
sobreponiéndonos
a toda clase de dificultades pendiente de no
desviarnos y
salir más lejos de nuestro destino.
Llegan a la gruta
Con buena suerte
llegamos a la gruta del salto de agua, el
huemul se
resistía a pasar por debajo de la cascada, entonces
le cubrí la
cabeza con mi camisa tirándolo de la soga logré
introducirlo a
la gruta, sorpresa fue para mí sentir que Lobita
se volvió loca
ladrando corriendo de un lado a otro luego
dando manotazos
en el pozo de agua fría, el chorrillo de
agua caliente
estaba vagueando, al otro extremo de la gruta
había un pozón
de agua fría que seguramente se formó con
el derretimiento
de la nieve, saqué la camisa de la cabeza del
ciervo y una vez
que amarré al huemul a un roble que servía
para abrigar y
ocultar la gruta traté de ver qué pasaba. No pude
distinguir algo,
hice fuego como siempre con dos piedras que
recogí del
suelo, la llama iluminó todo el recinto, pude ver
dos coipos
muertos a orillas del charco de agua fría, Lobita
lo había hecho y
una enorme rana, por eso saltaba, la había
aplastado con
sus patas, los coipos tenían el cuello roto de un
mordisco, nos
habíamos alimentado solo con hierbas, bien nos
iba a hacer el
asadito de coipo y la piel la guardaría, una piel
muy hermosa. Fue
una cena que Lobita y yo disfrutamos, sería
la última noche
que pasaríamos en esa gruta tan especial, me
recordaba la
cueva de los Pincheira en el camino de Recinto a
las Trancas
recordaba los fundos hermosos que habían, como
el de los
Etchever, del Señor Topelber, de los Baco y de los Tohá
más arriba las
trancas y las Termas de Chillán pero yo ahí en
lo más alto de
la cordillera donde estoy seguro nadie había
llegado hasta
esos lugares impenetrables por un ser humano.
Debo plasmar el
encuentro con Cornelia, tenía que salvar
al huemul como
también a mi padre de las garras de la bruja.
Faltaba muy poco
para llegar a casa, algo así como un
kilómetro desde
lo alto se divisaba nuestra morada con su
chimenea recordé
tantas cosas, mi infancia, los inviernos junto
a la cocina de
leña, mis mascotas, todos los que me habían
visto crecer,
aunque aún era un niño, esta experiencia me había
enseñado tantas
cosas, nos detuvimos a orillas del río muy
angosto no
tendría más de diez metros de ancho pero muy
torrentoso y sus
aguas heladas, tendría que buscar un lugar
para
atravesarlo, no podía arriesgarme ser arrastrado por la
fuerte
corriente, descansaríamos allí. Estaba feliz de regresar a
casa encontrarme
con mi padre, juguetear con mi perro, con el
gato regalón,
estar en el patio donde di mis primeros pasos, ya
faltaba poco
para eso.
Nos disponíamos
a partir cuando inesperadamente apareció
Cornelia me
sorprendí, su fuerte risa me estremeció.
¡Me has traído
al huemul que yo quería! Manifestó, gritaba
eufórica, riendo
y avanzando hacia el animal como loca a
tomarlo, en una
de sus manos traía un enorme cuchillo,
avanzaba con
ansias, al encuentro del ciervo, yo estaba atónito
sin saber qué
hacer, Lobita parecía no entender lo que estaba
pasando, luego
cuando la mujer ya casi encima del animal con
su enorme
cuchillo, yo grité muy fuerte. ¡Noo!
Balanceándome
sobre ella, para impedir, que atacara al
inocente ciervo,
al instante Lobita reaccionó rasgándole la
pollera y el
animal dio un salto, con sus patas traseras las que
dejó caer con
mucha fuerza sobre la señora atacándola con
tanta ira, fue
una pateada, Ella voló por los aires cayendo al
medio del río
renegado. En segundos desapareció de nuestra
vista la fuerte
corriente se encargó de su destino.
En medio de la
polvareda abracé al huemul con el que me
había
encariñado, Lobita me miraba con esos ojitos tan tiernos
y llenos de
amor, busqué un lugar por donde atravesar el río
para llegar a
casa, no podía estar más emocionado volver a mi
hogar. ¡Pude
haber muerto!
El gato dormía
sobre un piso, el perro salió a mi encuentro
ladrando por el
huemul que amarre del maitén que había en el
patio, luego
Lobita y mi perro se dieron de hocicados, entré a la
cocina todo
estaba tan abandonado y papá no estaba, empecé a
llamarlo lo
sentí toser, fui hasta el dormitorio ahí se encontraba
mi querido
padre, cuando me vio gritó de alegría ¡hijo! creí
que no
volverías, yo me estaba muriendo de pena sentí que te
había perdido
para siempre, hijo mío. Nos abrazamos con tanto
cariño como es
el de un padre y un hijo. ¡Me has resucitado!
exclamó. Flaco y
demacrado sonrió ¿Sabes papá? todo esto no
ha sido más que
una utopía. No dejemos que las tristezas del
ayer empañen
nuestra felicidad del presente. Mañana será otro
día y cortaremos
leña como siempre y los hachazos despertaran
el bosque, el
valle, la pradera a los que duermen en esas grutas
misteriosas, a
los que habitan en rincones que nadie puede
descubrir. Regresaremos
el huemul a los suyos, a disfrutar del
trueno del
relámpago de las tormentas, regocijándose en un
rayo de sol,
cuando se va la lluvia.
Miré a Lobita,
sentí esa nostalgia que nos embarga cuando
estamos lejos de
nuestro terruño, todo sigue y emprendimos a
la ciudad con
nuestra carga de leña, me pareció que la yunta de
bueyes estaba
más ágil que nunca y feliz con la picana en mano
a un costado de
la carreta y al otro costado papá avivando el
paso. Por ese
camino agreste, tan nuestro como los mismos
bueyes. Lobita
nos seguía. En uno de los árboles a orillas del
camino un
letrero, junto a una foto. ¡Lobita eres tú! Exclamé, la
perra corrió a
mi lado moviendo la cola.
“Si la encuentra
devuélvanla”, “Soy Nicolás Igor estoy en el
hotel de las
Termas”.
Sentí un apretón
tan fuerte en mi corazón, que me abracé
a ella, yo la
sentía mía, nos amábamos, era mi mascota, me
empezó a lamer,
mi rostro, mis manos, se percató de lo que
estaba
ocurriendo, papá detuvo la carreta, sorprendido exclamó.
¡Que pasa hijo!
Con mi rostro desencajado le respondí ¡Es
el dueño de
Lobita, está en el Hotel! Ve hijo, ve a devolverla,
agradece la
dicha que te proporcionó. Con su compañía, eso es
algo impagable.
Lobita y yo
regresamos en sentido contrario, iríamos
hasta el hotel,
subí el camino con una pena irresistible, no sé
cuanto
demoramos, casi todo el día, habíamos salido muy de
madrugada con la
carga de leña. Pasaban vehículos pero con
la perra era
difícil que alguien ofreciera llevarme hasta el hotel.
En el hotel
Una vez allí,
pregunté por Nicolás Igor. Lobita llegó muy
cansada con la
lengua afuera se echó bajo una planta de nalca,
el botones me
pidió que esperara. Desde una de las habitaciones
de la
construcción de madera, salió un señor alto pero no tan
alto, delgado
con una pequeña barba y un pelo castaño semi
ondulado, al
instante cuando él se acercó a mí, me levanté del
asiento, Lobita
había quedado afuera, nos saludamos lo miré a
los ojos, unos
ojos muy claros. Consternado le manifesté “Le
traigo su perra”
ya no pude más y me volví a sentar, tapándome
el rostro.
Salimos al
exterior del recinto, Lobita vino corriendo se
sentó en sus
patas traseras, levantando las superiores, fue
el saludo que le
hizo a su amo. El era su amo, como ya era
atardecer pronto
llegaría la noche, me invitó a pernoctar en el
hotel, para
regresarme al día siguiente, habló con el Gerente,
diciéndole que
yo era su invitado de honor, Lobita saltaba,
hacia él hacia
mí corría de un lado a otro, era muy feliz.
En su inocencia
sentía que tenía sus dos amores, había
recuperado a su
amo, Nicolás joven con estirpe me atendió
muy bien,
hablaba el español mejor que yo. Me habló de su
país Rusia su
nombre Nicolás era el del último Zar.
Me fui a mi
habitación para regresar a mi hogar temprano
al día
siguiente. Había devuelto al ciervo a la montaña, ahora
estaba
devolviendo a Lobita.
Tomamos un
opíparo desayuno, llegó la hora de despedirnos,
abrasé a Lobita.
Regresaras a Samoyedo tu lugar de origen, sobé
su pelaje lanudo
me despedí de Nicolás y emprendí mi regreso.
Lobita empezó a
gemir y corrió alcanzándome, más dolor
para mí.
Entonces Nicolás la llamó, fue hasta él, saltó, lamió su
rostro gimiendo
lamió sus manos, dio un ladrido, se dio vuelta
y corrió hacia
mí, Nicolás me hizo señas, luego me gritó. ¡No
te preocupes es
tuya! Yo tengo una camada, ella me dejó una
camada.
Me abracé a sus
lanas, sentí su cuerpo vivo, tibio, su
mirada sus
movimientos su sentir, un ser tan lleno de amor e
inteligencia.
Mi alegría era
plena, corrimos por esos caminos agrestes,
contemplando las
noches llenas de misterios, mirando alguna
estrella fugaz
en el firmamento. Dándonos zambullidos en los
manantiales de
aguas cristalinas, subiendo la montaña, bajando
cerros en busca
de anécdotas o aventuras, disfrutando nuestra
existencia tan
llena de amor, con tantos sueños y esperanzas en
el mañana,
satisfecho del ayer, gozoso del presente, confiado
del futuro.
Vamos Lobita,
vamos. Y la montaña nos atrapó en sus
ribetes colmados
de misterios, leyendas, sueños y fantasías
de poetas y
escritores. En los nevados de Chillán. “De este
hermoso país
Chile”.
FIN
LA ESTATUA
Había una vez un
Rey, muy necio e ignorante, careciendo de
inteligencia
para reinar de manera justa y prospera, sus súbditos
cada día estaban
más desconformes, El Rey al darse cuenta de
lo incapaz que
estaba siendo y teniendo buen corazón, decidió
hablar con su
hijo; que tampoco tenía capacidad para gobernar
Existe una
leyenda de hace muchos años.
¿Y qué dice esa
leyenda?
Le preguntó su
hijo.
El Rey
respondió; algunos fueron injustos, entonces los que
no estaban
conformes porque algunos sabios se equivocaron
en sus
conceptos, empezaron a quemar todos los libros.
Los sabios,
siendo muy eruditos, se desesperaron y evocaron
a una hada para
que los salvara de esta injusticia, al instante
una hada
apareció, amante de la sabiduría, del conocimiento,
de la justicia,
y empezó a aspirar las letras de los libros
quedando todos
en blanco, llevándose ella los escritos. Pero
un hechicero que
se alegraba lo que estaba pasando la maldijo
convirtiéndola en
una efigie, al instante se gravó la imagen de
la hada en un
medallón que el hechicero colgaba de su cuello,
pesando
demasiado por el efecto de la absorción de todas las
letras de los
libros.
El hombre se
quedó inclinado tocando el suelo con su
cabeza, desesperado
sin poder moverse porque en realidad la
hada se había
quedado en el medallón, hizo otro embrujo al
instante,
¡Esfinge! Gritó, que te conviertas en esfinge.
Al instante
salió la imagen del medallón, liberándose
el malhechor del
peso que le causaba. La esfinge que era un
león con cabeza
de mujer, levantó sus garras delanteras para
atacarlo,
viéndose en mayor peligro casi bajo las garras del
felino,
nuevamente gritó ¡Estatua! Repitiendo desesperado.
¡Que te
conviertas en estatua!. ¡Por mil años!
Así el mundo se
quedó sin los medios para investigar, y
aprender, la
cultura se fue trasmitiendo de boca en boca lo
poco que podían
aprender unos de otros, sin saber leer, es muy
poco lo que se
puede hacer.
¿Y qué quieres
padre?
Quiero que tú
siendo joven y mi heredero busques esa
estatua.
Será difícil sin
saber dónde se encuentra.
Tendrás que
hacerlo, quiero que seas un buen Rey, no
fracases como
estoy fracasando yo, manifestó el Rey.
Difícil tarea
manifestó el Príncipe, siendo un hijo obediente,
emprendió el
viaje en busca de la estatua, preparado para
un largo tiempo,
tomó su caballo, y salió sin rumbo, con la
esperanza de
encontrar, lo que su padre le había encomendado.
Pasó por muchas
Aldeas, preguntando, todos le respondían
eso es solo una
leyenda. Cansado ya sin tener ninguna
posibilidad de
encontrar la estatua, se desmontó descansando
en el césped, a
la sombra, de un canelo. Durmió toda la tarde,
un anciano que
pasaba por ahí con un hato de leña, lo saludó.
Oportunidad que
el Príncipe tuvo para preguntarle por la
estatua.
El anciano se
rió. Luego le respondió.
Se dice que es
una leyenda, yo estoy seguro que algo hay
de verdad, yo no
conozco los libros ni las letras. Existe una
montaña que es
la más alta del mundo e impenetrable, estoy
seguro que ahí
debe estar la estatua.
El Joven
Príncipe agradeció al anciano, y se encaminó en
busca de la
montaña más alta e impenetrable del mundo, no
tardó mucho en
encontrarla porque todos sabían de reliquia,
y riquezas de
esa gran montaña, difícil fue avanzar y avanzar,
a veces
extenuado dormía en el suelo, otras veces con mucha
sed por no
encontrar agua, o con hambre. Pero por su padre
él tenía que
buscarla. Un año había transcurrido. Sabía que su
padre lo estaría
esperando con la esperanza que como hijo le
iba a cumplir.
El caballo fue
una gran ayuda, para penetrar en esos montes,
cuando ya había
perdido toda esperanza, de noche, cansado, se
durmió junto a
su animal, de pronto una luz lo despertó, pensó
que era un
relámpago, miró para percatarse de donde venía
ese rayo tan
potente, montó en su caballo avanzando hacia la
potente luz.
Extasiado se
quedó contemplando un tremendo
monumento,
enorme, dando un esplendor difícil de describir,
¡Era la estatua!
Con forma de mujer, tan hermosa, tan grande,
colosal, todo su
cuerpo parecía estar formado por miles y miles
de piedras
preciosas, las que resaltaban alumbrando todo a su
alrededor,
deslumbrado, extasiado atónito bajó del caballo
caminando hacia
este gran monumento nunca antes visto algo
igual. Las
pequeñas piedras preciosas o brillantes o diamantes,
parecían
respirar, palpitar, como si tuvieran vida, y diferentes
tonos,
diferentes formas, diferentes portes.
Se arrodilló
ante la estatua ensimismado, tan emocionado,
sin darse cuenta
al inclinarse, rozó la punta de un pies de la
estatua, ese
contacto fue como si un rayo, una energía hubiera
entrado en su
espíritu, en su alma, en su existir. Entonces
levanto la
mirada, y vio a la reluciente estatua con forma de
mujer, tan
bella, tan especial, tan hermosa.
¡Me has despertado
mi bello Príncipe!, He permanecido
aquí por mil
años y nadie me buscó en tanto tiempo, solo tú.
Extasiado la
miró, a sus ojos tan llenos de sabiduría, de
bondad, su voz
un lirismo poético, El Príncipe no podía
articular
palabra.
Luego Ella dijo:
¡Tengo aquí todos los libros del mundo cada
piedra de estas
que forman mi cuerpo corresponde a un libro.
Donde encuentras
todas las sabidurías del mundo la ciencia, la
cultura, Las
leyes, los poemas, cuentos, novelas, y fábulas. Cada
uno está formado
por letras, que son como niños jugando a la
ronda donde
forman palabras, y con las palabras se construyen
las frases,
oraciones, por medio de las letras podemos expresar
nuestros
pensamientos, sentimientos, nuestros sueños Un libro
es la caja del
tesoro, del decir y sentir, para llevar a cabo lo que
obtenemos de
ellos, y realizarnos como personas. Racionales
y eruditas.
La estatua
terminó su discurso, abrió los brazos y las perlas
empezaron a caer
de su cuerpo transformándose en libros,
una infinidad de
libros, allí contemplando la mayor riqueza
del intelecto
junto a esa montaña de textos que guardaban los
conocimientos
más grandes del mundo.
El príncipe vio
alejarse al hada que había estado prisionera
por mil años. Su
padre el Rey ya no sería más ignorante sino un
Rey de grandes
conocimientos, justo, ecuánime, bondadoso,
humanitario.
Su Reino sería
cuna de grandes intelectuales compartiendo
su sabiduría con
las nuevas generaciones.
EL POEMA
Desde el tronco
de un árbol, una ardilla lloraba y lloraba,
nadie sabía por qué.
Sólo se veía su cabeza y sus lágrimas
rodaban al suelo
sin cesar.
El mono que se
encontraba cerca corrió a preguntarle,
porqué lloraba
tanto, iba a despertar a todos los animales que
dormían. Pasó el
conejo por ese mismo lugar, se detuvo para
saber por qué
tanta tristeza.
La ardilla no
podía hablar, una vez más calmada abrió los
ojos, se limpio
las lágrimas, respiró profundo, miró al pie del
árbol que la
cobijaba y no solo estaba el conejo y el mono, sino
muchos
animalitos más que habían venido por su llanto, hasta
un anfibio, la
rana abandonó el pantano en compañía del sapo
dejando de
croar, por venir a la novedad, un reptil la culebra,
fuera de todos
los demás animales como el león, el tigre, el
leopardo, el
puma, todos los felinos, los canes etc.
Allí alrededor
del árbol muy atentos la miraban esperando
les contara por
qué lloraba.
Entonces la
ardilla nuevamente se limpió sus ojos que
aún le
lagrimeaban y empezó diciendo; lloro porque la brisa
me entregó un
poema y al recibirlo vino el puelche y me lo
arrebató.
La brisa me
manifestó que era mi poema, solo mío y que
tenía sólo tres
palabras, y era el más lindo de todo el mundo.
Terminó diciendo
esto y siguió llorando más fuerte.
Los animalitos
la escucharon atentamente. Preguntándose
qué poema puede ser,
se miraron unos con otros, luego la
marmota exclamó.
Nosotros te
ayudaremos a buscarlo, la ardilla seguía llorando
desesperada por
encontrar su poema, en eso llegó la brisa y les
comunicó a
todos.
Yo guardé ese
poema a la ardilla para que algún día cuando
ya fuera mayor
entregárselo y ella lo guardara, es el poema más
hermoso del
mundo que todos debiéramos tener, y solo cuenta
de tres
palabras. Pero. ¿Quién lo tiene? Preguntó el mono.
La ardilla
respondió: El puelche que bajó de la cordillera,
me lo arrebató,
sin alcanzar a leerlo.
Entonces la
brisa levantó la voz manifestando: Vamos en
busca del
puelche. Y junto a ella salieron todos los animalitos
corriendo en
busca del puelche.
Cansados ya de
tanto correr encontraron al puelche. Todos
le preguntaron por
el poema de la ardilla, único en el mundo
que solo contaba
con tres palabras. El puelche respondió: Si lo
tuviera te lo
devolvería, pero me lo quitó una ráfaga que pasó
por mi lado y no
me di cuenta se lo llevó.
Desalentados
siguieron a la brisa que los llevaría hasta la
ráfaga. Después
de una larga caminata se encontraron con
la ráfaga,
nuevamente todos le preguntaron por el poema
de la ardilla.
Esta les respondió: Yo se lo entregaría pero no
lo tengo, me lo
arrebató el ciclón, ya no podían más, pero
igual siguieron
a la brisa en busca del ciclón, hasta que se
encontraron con
El. Muy cansados, con la esperanza que
tendría que
tenerlo. Hicieron la misma pregunta, queremos
el poema de la
ardilla que tú tienes ciclón. La respuesta fue
nuevamente
negativa. No lo tengo. Me lo arrebato el huracán.
¡Huracán!...
Repitieron todos. La brisa les manifestó: Yo sé
que este gran
viento tiene que pasar por aquí, lo esperaremos,
transcurrió un
largo rato, lo que les sirvió para descansar, sin
darse cuenta se
durmieron sintiendo la suave caricia de la
brisa, pasó
mucho tiempo, hasta que un ruido ensordecedor
los despertó.
Un torbellino
rozó sus cuerpos y vino el huracán con
mucha fuerza
arrancando árboles, arrastrando palos, hojas,
todo lo que
encontró a su paso, molesto con la brisa.
Esta la brisa se
fue al centro del huracán, que con su
ojo el ojo del
huracán la quería dominar, pero el centro era
totalmente
calmado, Ella le pidió el poema de la ardilla, con
su ojo de
huracán la miró formando un torbellino. Luego dijo
muy fuerte. ¡Yo
lo tengo, es mío!
Los animalitos
todos muy aferrados al suelo para no ser
arrastrados por
la fuerza de este terrible viento capaz de
arrancar
árboles, y crear grandes tormentas.
Entones la brisa
llamó. Al puelche, al ciclón a las ráfagas
a los tornados,
a los truenos. Todos vinieron y lucharon con
el huracán el
viento más temible de todos los vientos, todo el
bosque tembló,
hasta los cielos temblaron con el ruido de los
truenos, la
tierra se levantó por los aires, los animales aterrados
adheridos al
suelo, hasta que obtuvieron el poema.
Entonces el
huracán ya muy calmado, con mucha tristeza
les gritó:
¡También es mío! Una nube que estaba cerca fue
arrastrada por
el huracán y llovió torrencialmente, eran las
lágrimas del
huracán.
La brisa y los
animales regresaron felices porque la ardilla
no lloraría más.
Habían recuperado su poema.
El mono gritó
muy fuerte que lo lea, queremos conocer el
poema más
hermoso del mundo con tres palabras.
Entonces la
ardilla tomo el pergamino muy pequeño lo
desdobló y les
manifestó. Voy a compartir con ustedes mi
poema, porque
son mis amigos que me ayudaron a recuperarlo:
Empezó a leerlo
y todos lo escucharon emocionados muy
emocionados.
Regresaron a su
morada repitiendo el poema más hermoso
del mundo, de
solo tres palabras:
“Te amo mamá”.
LA RANA, EL SAPO Y LA ORU GA
Un hermoso rayo
de sol la invitó a salir del fango que tanto
le agradaba,
entre raíces a orillas del riachuelo, donde pasaba
la mayor parte
de su existencia, seguida por el sapo se subió a
una piedra que
sobresalía del agua, que emitía una melodía al
encuentro con el
atasco, provocando pequeñas ondulaciones
en la corriente
continua de la vertiente.
Desde ahí
observó que la rama de uno de los árboles que
adornaba como
protección al estero, se inclinaba más hacia el
agua, entonces
le dijo al sapo que se encontraba muy cerca de
ella, mira, mira
tú, sapo Socratón que sabes más porque vives
observando todo
lo que te rodea,
El sapo se
sonrió y muy seguro respondió. ¡Es una oruga!
Guardó silencio
y prosiguió, con el mismo desplante y seguridad
de un sabio, o
sea una cuncuna como se le llama comúnmente.
¿Es un insecto?
Preguntó la rana.
Si. Manifestó el
sapo.
Es una
lepidóptera metamorfosis como nosotros los anfibios
ranas y sapos.
¿Cómo es su
metamorfosis? Preguntó la rana.
Primero un
huevo, algo así como esos huevos que siembras
tú en el agua,
pero estos lepidópteros los ponen en el aire cerca
de una hoja para
que puedan alimentarse, pueden quedar en
forma de un
montón o en hileras, en el interior de este huevo
se encuentra el
embrión que va creciendo, protegido por la
caparazón que se
llama corion, este embrión se alimenta por
sustancias
nutritivas que posee el corion además tiene un
orificio central
por donde respira el embrión.
La pequeña Li y
el Leñador
¿Cuántas veces
has saboreado esos ricos manjares que
hemos encontrado
en las hojas a nuestro alcance?
¡Ah, sí!
Respondió la rana.
Cuando el
embrión ya crecido rompe esta cascara del
huevo o corion
saliendo de allí la oruga o cuncuna, se come
inmediatamente
el cascaron sale con un hambre insaciable por
las tres semanas
que estuvo allí formándose un ser vivo desde
el embrión hasta
la cuncunita esa misma que se encuentra ahí
en esa hoja
balanceándose.
La rana estaba
muy interesada en saber más de este insecto
ya que para ella
el mejor alimento eran los insectos como
también para su
interlocutor el sapo Socratón.
Tan interesada
estaba que desde la piedra saltó hacia la
hoja de la rama
que sostenía a la oruga que comía y comía
abundantemente y
con su pequeño peso la hoja adherida a la
rama, se
balanceaba acercándose al agua bajando y subiendo.
Trató de apresar
este bocado con su lengua pegajosa, cuando
la rama bajaba
ella saltaba, la oruga o cuncuna ensimismada en
comer y comer no
se percató del peligro en que se encontraba.
La rana saltó y
saltó. El sapo observaba la escena, la rama se
columpiaba la
oruga comía y la rana saltaba.
El sapo Socratón
a orillas del riachuelo, en tierra firme,
prefirió
alimentarse con sancudos que había en abundancia.
Para el era lo
más exquisito.
En uno de tantos
saltos la rana tocó a la oruga con su lengua
la que retiró al
instante volviendo a la piedra.
El sapo se
sonrió y le dijo; tan grande y no sabes que las
orugas mudan su
piel varias veces existiendo un estado de
reposo antes de cada
muda, su piel está formada por una
especie de pelos
o espinas y esas clavan para defenderse de
sus
depredadores, como nosotros, terminó diciendo el sapo
riéndose de la
avergonzada rana, que felizmente la oruga o
cuncuna no se
adhirió a la lengua pegajosa de la oruga (anfibia).
Esta
conversación fue escuchada por la lepidóptera,
avanzando con
sus trece segmentos seis pares de ojos simples y
una boca con
mandíbulas poderosas, dos labios en uno de sus
labios la
glándula productora de seda, expulsada en forma de
líquido
secándose al contacto del aire, usándola para diferentes
cosas, uniendo
hojas, haciendo camino para huir o hacer el
capullo para la
crisálida.
Se dio vuelta y
observó a la rana, indignada.
¡Mira! Le dijo;
Y en el instante empezó a emanar una
sustancia con la
que hizo un manto de seda, subiendo más
arriba del árbol
se envolvió en su manto que ella misma lo
fabricó. Una vez
en lo alto se colgó de una rama quedándose
allí, tranquila
arrullada por la brisa.
La rana se
extasió mirándola asombrada, no podía creer
lo que estaba
viendo, el sapo nuevamente siguió dando su
conferencia.
Miró hacia
arriba del árbol, de donde colgaba ese pequeño
bultito envuelto
en un manto de seda, Es una crisálida, ese será
un siclo de tres
semana regulado por hormonas según el clima,
Todos los días
la rana subía a la piedra a observar la
crisálida
suspendida del árbol, no podía creer lo que le había
dicho el sapo.
Fascinada no se cansaba de contemplar esa cosa
ahí inmóvil
abrigando en su interior una vida, largas fueron
las tres semanas
de espera que podía haber sido más tiempo o
menos, eso
dependía de la temperatura del clima.
Hasta que un
día, la rana observo que la crisálida se movía,
¡Se mueve!
Exclamó. ¡Se mueve! Gritó más fuerte, o mejor
dicho empezó a
croar, el sapo escuchó el croar de la rana y
vino a su
encuentro, los dos contemplaron este suceso, el sapo
conocía la
metamorfosis de las mariposas, nada era extraño
para él, por ser
tan observador sabía mucho, de ahí su nombre
Socratón,
ensimismada la rana ve que desde la parte inferior
de la crisálida,
empieza a parecer una cabeza tiene sus ojos
manifestó el
sapo. Con su propia cabeza rompió la seda que la
envolvía estando
ella con la cabeza hacia abajo.
Extasiada la
rana, vio como de ese capullo salió una
mariposa.
Moviendo sus
hermosas alas, volando en ese paraíso donde
ellos habitaban.
¡Qué vuelos! zigzagueando en ronda, de flor
en flor
absorbiendo el néctar o chupando el néctar de estos
jardines
espectaculares que nos rodean.
¡Qué alas tan
hermosas! verde sobre una hoja verde, roja
sobre una flor
roja, gris sobre un tronco.
Es lo más
maravilloso que la rana había visto.
El sapo le
manifestó.
En tus cuarenta
años, ¿nunca te diste cuenta del mundo
maravilloso que
te rodea?
Yo era feliz en
mi pantano disfrutando tantas primaveras
época de poner
mis huevos ver a mis rana cuajos como se
transformaban
hasta llegar a ser una rana como yo.
La rana
observaba desde la pequeña piedra con su boca
abierta, dejando
a la vista su dentadura, no se cansaba de
contemplar la
mariposa, que danzaba en el aire subiendo y
bajando,
batiendo esas alas tan frágiles delicadas y tiernas.
Era como si el
lirio se hubiera escapado de su tallo para flotar
por los aires
contemplando la bella naturaleza que nos cobija,
luego la rana
suspiró profundo y exclamo.
¡Quién fuera
mariposa! para cruzar los cielos, beber ese
néctar de cada
flor, tener esas alas, tan hermosas y ¡volar y volar!
Junto a la
piedra se quedó la rana inerte. El sapo se acercó
a ella.
Hermosa rana
dime ¿Cuál es tu último deseo?
Débilmente
respondió.
¡Convertirme en
mariposa!
Cerró sus ojos
estiró, sus heladas patitas exhalando un
último suspiro
del que emanó una bella mariposa que voló y
voló.
Era tan hermosa,
como antes nunca fue vista alguna.
EL LEÓN Y LA PRINCESA
Había una vez un
Rey que tenía una hija muy hermosa y de
muy buen
corazón, la que cuando cumpliera los veinte años
su padre le
haría una fiesta para que algún príncipe le pidiera
la mano y
contrajera matrimonio. Pero adelantándose a los
proyectos del
Rey un príncipe de otro Reino que solía conocer a
La Princesa y
muy prendado de ella por su gran belleza decidió
ir a pedir su
mano aunque aún no había cumplido los veinte
años, el padre
de la hermosa joven conociendo a su vecino y
sabiendo que no
era un hombre de buen corazón no concedió
la mano de su
hija al osado Príncipe.
El Príncipe muy
ofendido por la negativa del Rey de no
concederle la
mano de la joven princesa decidió raptarla, pero
la princesa
tenía una estrella de diamante que lucía en su pecho,
y le había sido
entregada al nacer por su abuela materna, que
a la vez había
recibido de un hada para ser protegida de todo
mal.
El vil
pretendiente, dispuesto a llevar a cabo sus bajas
intenciones de
raptar a la princesa, estaba al asecho observando
cada paso, de la
joven.
Un día la bella
niña salió de paseo por el bosque, esta fue la
mejor ocasión
para realizar sus bajos instintos mientras ella se
internaba en el
bosque, el malvado príncipe la seguía a corta
distancia sin
que ella se diera cuenta, pero cuando la princesa
se percató de
los hechos corrió lo que más pudo, lo mismo hizo
su pretendiente.
La Princesa
entró en pánico, su corazón empezó a latir
muy fuerte la
estrella que lleva en su pecho como prendedor
de diamantes
captó los fuertes latidos y a la vez un hada que
había regalado
este prendedor a la abuela de la niña captó el
peligro por el
que estaba pasando La Princesita. Apareciéndose
al instante en
el lugar de la escena, al ver que el malvado se
encontraba casi
tocando a la princesa lista para apresarla lo
transformó en un
animal, un león con una gran melena acto
seguido hizo
aparecer un enorme árbol frente al felino.
Al sentir su
cambio se quedó allí muy confuso ante el árbol,
una vez
recuperado de la impresión tanto por el árbol como
por el cambio de
su cuerpo. La Princesa tuvo tiempo para
trepar al árbol.
Desde lo alto pudo observar al tremendo león
con una suntuosa
melena, el suceso lo hizo entrar en un estado
de ira
incontrolable.
Después de un
rato La Princesa ya superado el miedo, el
hada se había
ido, decidió hablarle, para buscar la forma de
distraerlo, así
poder bajar del árbol y correr a su palacio.
Entonces se dio
valor y le habló.
–Señor león
–¿Quiere que le cuente un cuento?
El león también
ya más resignado miró a La Princesa en lo
alto del árbol,
respondiendo.
¿Y qué cuento me
vas a contar?
–El cuento de la
rata y el gato.
“La rata y el
gato” manifestó el león un tanto interesado
repitiendo el
titulo, me parece interesante exclamó, bueno te
escucho terminó diciendo.
Y así fue como
La Princesa desde lo alto del árbol empezó a
narrar un
cuento.
81
Lila Layers
La rata y el gato
Había una ratita
muy pequeña, que salió de su escondite
para adquirir
alimento, no contó con un gato que le salió al
paso, ella con un
pedazo de queso, desde un rincón sin poder
arrancar para
ningún lado, con mucho susto, empezó a suplicar
al gato, que
siendo tan pequeña como se la iba a comer, si él
era el gato
regalón de la casa y tenía tanta comida, más todo
82
La pequeña Li y
el Leñador
el cariño de sus
amos en cambio yo dijo la ratita, que vivo
escondida en
cuevas y no tengo alimentos para eso debo robar
y robar es
pecado lo sé, en cambio tú no tienes que robar, ni
mendigar como yo
para subsistir, lo único que tengo es mi vida
y tú me la
quieres quitar, la ratita lloraba y lloraba, suplicando
al gato
repitiendo lo mismo una y otra vez. Tanto fue así que
el gato se
convenció de las plegarias de la ratita dejándola libre
regresando ella
feliz a su escondite.
No, no manifestó
el león, no me gustó tu cuento, como
puede ser que el
gato no se comió a la rata, ¡qué vergüenza!
¿Qué gato era
ese? El león muy ofuscado molesto por el cuento
le dijo a La
Princesa.
No te irás hasta
que me cuentes un cuento bueno.
La Princesa, no
sabía que cuento sería bueno para el felino.
Suspiró
profundo, otro cuento se dijo, sujetándose del árbol
para no caer,
luego empezó diciendo.
La coneja y la zorra
Había en el
bosque una coneja que salió de noche en busca
de alimento la
luna era hermosa dando una claridad que
parecía de día,
la coneja se veía desde lejos, fácil para cualquier
depredador, la
zorra que justamente andaba por ahí muy cerca
vio a la coneja
que muy feliz se alimentaba con hierbas del
campo, el canino
avanzó sigiloso para cazar al pequeño roedor,
pero este
sabiendo lo peligroso que era para ella salir de su
cueva, sintió un
ruido percatándose de la venida de la zorra
que detrás de
unos arbustos la observaba para lanzarse sobre
ella.
83
Lila Layers
La coneja
dándose cuenta del peligro que se encontraba
dio un solo
salto, y corrió muy fuerte zigzagueando como lo
saben hacer los
conejos, con tan mala suerte que justo quedó
enredada en una
zarza, en eso llegó la zorra. Sra. zorra como
me vas a comer
si tengo mis hijos que me están esperando la
coneja lloraba y
lloraba suplicándole a la zorra.
La zorra también
pensó en sus cachorros dio la media
vuelta y se fue
en busca de algún gallinero, la coneja como
84
La pequeña Li y
el Leñador
pudo salió de la
zarza y se fue a la cueva donde tenía la camada
de cachorros.
El león se rió a
carcajadas, que cuento tan ridículo exclamó
si la zorra
tenía que comerse a la coneja o lo que sea, exclamó
irritado.
Con estos
cuentos Ud. Nunca va a poder bajar de ese árbol
porque hasta que
no me cuente un buen cuento yo no me
muevo de aquí,
manifestó el león muy molesto.
La Princesa,
tímida y muy angustiada se quedo pensando,
luego exclamó.
El búho y el guarén
Una vez había un
búho en un tronco de un álamo subió a
las ramas y
desde allí vio a un tremendo guarén en el huerto
vecino que se
comía unas castañas que habían caído desde
un enorme
castaño con más de doscientos años en medio del
patio.
El búho abrió
sus alas y voló en dirección al guarén, un
ratón muy
grande, pero este lejos de su escondite no alcanzó a
huir, del ave de
rapiña quedando frente a frente del pájaro, el
ratón con voz
ronca le dijo.
¿Cómo me va a
comer? señor búho, yo estaba saboreando
unas castañas
que este bello árbol tan generosamente me las
da, sólo tengo
que recogerlas con mi hocico y Ud. tendría que
matarme.
¡Señor búho
apiádese de mí! Que para alimentarme tengo
que comer de
todo, a veces hasta palos secos, o papeles. Todas
las mugres, que
encuentro a mi paso. Tengo que vivir en cuevas
85
Lila Layers
subterráneas,
muchas veces húmedas y bien escondido, nadie
me quiere, los
gatos también me cazan, en cambio Ud. Vive
en los troncos y
vuela por los aires. Se alimenta de carne, sólo
presas como yo,
por favor no me coma.
El ratón
tiritaba de miedo, suplicando, a la vez dándose
mucho valor para
exponer la defensa por su vida.
86
La pequeña Li y
el Leñador
El búho se
paseaba de un lado a otro mirando sus garras de
rapiña para
agarrar al ratón y comérselo despedazándolo con
sus garras y el
pico encorvado que poseía, pero tanto fue la
súplica del roedor
que el búho consternado abrió sus alas y se
volvió al álamo
desde donde venía. Del tronco hueco del árbol.
El león dio un
tremendo rugido exclamando muy ofuscado,
no puede ser, el
búho tenía que comerse al guarén, y no se lo
comió, no puede
ser repetía muy molesto.
La princesa,
pacientemente seguía en la copa del árbol
pensando como
distraer al felino pero no sabía cómo, decidió
seguir
contándole cuentos.
La caza del zorro
Un Rey decidió
salir de caza buscó a sus perros, montó en
su caballo en compañía
de algunos amigos que había invitado
y cabalgaron
hacia los campos donde podrían encontrar
zorros, no
habían avanzado mucho cuando los canes salieron
corriendo y
ladrando desesperados, justo su olfato le indicó
que un zorro
andaba por ahí cerca, hasta que lo arrinconaron,
y en su
desesperación el zorro se hizo el muerto, entonces los
perros al creer
que estaba muerto dejaron de ladrar pero en
un descuido el
zorro salto y salió corriendo muy fuerte hasta
encontrar una
cueva donde se escondió.
Los sabuesos
perdieron el rastro del animal, la jauría regresó
junto a los
caballos, cansados ya sin ladrar por haber perdido
la presa que
casi tenían segura.
El Rey y sus
amigos regresaron al palacio lamentando no
haber cazado
nada.
87
Lila Layers
Perros necios,
exclamó el león, ¡cómo no saber que los
zorros cuando
están en peligro se hacen los muertos! ¡Como
se dejaron
engañar por el astuto zorro! El león movía la cabeza,
no podía aceptar
el fracaso de los canes.
La Princesa
cansada de contar cuentos y sujetándose de las
ramas del árbol
para no caer ya no daba más de cansancio,
88
La pequeña Li y
el Leñador
allí el león
echado, la miró diciéndole no sabes ningún cuento
bueno, la
princesa pensó y pensó pero nada venía a su mente.
La culebra y el polluelo
Había una
gallina clueca con su parvada de polluelos pero
un polluelo se
alejó y una culebra que andaba al acecho se
paró hasta la
mitad de su largo cuerpo sacando los hilillos de
lengua mirando
de fijo al pollito, la gallina al percatarse que
le faltaba uno
de sus hijos salió en busca y vio el rastro de la
culebra,
enfurecida corrió con las alas abiertas y las plumas
encrespadas
dando muchos ruidos cuando la culebra la vio que
venía directo
hacia ella dispuesta a picotearla bajó la cabeza
y salió
arrastrándose por entremedio de la maleza, el pollito
aterrado no
podía salir del espanto hasta que la gallina le decía
co co co y sus
hermanitos piaban desesperados por el susto que
habían visto en
su hermanito.
El león la miró
diciéndole, me tienes cansado con tus
cuentos. Haber
déjame pensar, el primer cuento era del gato
y la rata.
– Sí, respondió
La princesa.
La rata no tenía
comida, y salió a robar, a robar para
alimentarse,
exclamó el león, luego dijo.
¡Pobre rata!
Tenía que robar para alimentarse, es digna de
lástima.
Manifestó cabizbajo. ¿Y el segundo cuento?
De la coneja y
la zorra –respondió La Princesa.
Y tenía sus
hijitos balbuceo el felino, por eso la zorra la
perdonó. ¡Pobre
coneja! La zorra casi se la come que habría
sido de sus
cachorritos, terminó diciendo el león acongojado.
89
Lila Layers
¿Y el otro
cuento?
Se trata del
búho y el guarén manifestó La Princesa.
Pobre guarén
casi se lo come el búho pero fue un pájaro
muy bueno al
renunciar a su presa que grandioso fue el búho
90
La pequeña Li y
el Leñador
91
Lila Layers
exclamaba el
león, ¿y el otro cuento? –Preguntó.
La caza del
zorro, respondió La Princesa
¡Ah! Sí. Los
malditos perros que el zorro se hizo el muerto,
como los hizo
tontos. ¿Y cuántos perros eran?
Una jauría,
respondió ella.
–Es admirable la
astucia del zorro o zorra ¡Como los
engañó! Y se
arrancó haciéndolos perder el rastro que astuta,
no se cansaba de
repetir el león. ¿Falta uno? Preguntó.
Sí respondió La
Princesa falta el de la culebra y el polluelo.
¡Ah! Sí. El
pollo que casi se lo come la culebra tragándoselo
entero, pobre
pollo, su madre lo salvo, siempre las madres cuidan
de sus hijos,
aunque fuera una gallina, estaba desesperada por
su hijito, la
culebra tuvo que arrancar caso contrario la gallina
habría peleado
heroicamente por la vida de su retoño. Terminó
diciendo el
felino quedándose muy triste tan triste que de sus
ojos rodaron
lagrimas, así se quedó muy decaído muy triste,
en silencio
Ella La Princesa
al verlo así no sintió miedo y bajando del
árbol se acercó
al felino acariciándole la hermosa melena, el
león con las
caricias de La Princesa fue cayendo en un profundo
sueño sin darse
cuenta se transformó en el Príncipe que era.
Con todos los
cuentos que la joven le contó los mensajes
de cada historia
llegaron a su corazón transformándolo en un
buen joven, de
buen corazón capaz de renunciar y sus malvados
instintos
preguntándose como el gato, la zorra y búho, la jauría
de perros y la
culebra renunciaron a lo que más deseaban.
Entonces el
también renunció a sus instintos con la princesa.
Le dio sus
disculpas llevándola de regreso al palacio, visitándola
a diario sin
darse cuenta que poco a poco la amó intensamente
hasta que el Rey
se la entregó como esposa, dando una gran
fiesta.
92
La pequeña Li y
el Leñador
La Princesa
también lo amó intensamente fueron muy
felices y
tuvieron muchos hijos.
¡Uf! -¡Que
cansadas estamos! Pero no hemos podido dejar
de leer, hasta
terminar todos los cuentos de este libro.
La Pequeña Li y
Carolina se durmieron soñando con las
aventuras del
hijo del Leñador, Juan Chupalla y los otros cuentos
del libro que
les había regalado el Gerente del Hotel. Para ellas
lo más hermoso
fue disfrutar de la nieve, e imaginarse toda la
belleza que
existía a su alrededor por toda la descripción de
ese texto tan
especial. El Leñador en los nevados de Chillán.
FIN
93
Lila Layers
Índice Pág.
La peq ueña Li y el Leñad or
........................................... 11
El Leñador en los nevados de
Chillán....................................... 13
Inesperada
visita........................................................................ 16
Una familia de Zorros
............................................................... 19
Un Chingue y las Vizcachas
..................................................... 22
Una Guiña, un Puma y una Chilla
......................................... 24
Chinchilla
..................................................................................
28
El encuentro de un
Pudú........................................................... 31
Hurón chileno o
Quique............................................................ 33
El encuentro con la
Perra.......................................................... 36
La cascada y la gruta.................................................................
40
Convertido en
Perro................................................................... 44
El encuentro con el
Huemul...................................................... 49
El Regreso ...................................................................................
51
Un cielo bordado de
perlas........................................................ 53
Llegan a la
gruta........................................................................ 56
En el hotel ..................................................................................
60
La estat
ua...............................................................................
63
El poema
...................................................................................
67
La rana, el sap o y la oruga ......................................... 73
El leó n y la Princesa
....................................................... 79
La rata y el
gato.......................................................................... 81
La coneja y la
zorra.................................................................... 82
El búho y el
guarén..................................................................... 84
La caza del
zorro........................................................................ 86
La culebra y el
polluelo.............................................................. 88
94
No hay comentarios:
Publicar un comentario