lunes, 16 de marzo de 2020


La pequeña Li
y el leñador

Lila Layers
Sexto Tomo

Dedico este libro
“La Pequeña Li y el Leñador”
A mí querido nieto Alfredo Antonio
Que lleva el nombre de mí padre.
Quién amaba la naturaleza
Prólogo

Hace algunos días, trabajaba yo en los variados temas
sobre Historia Regional, que escribo semanalmente tanto
para el diario, como otros encabezados, relativos a la Historia
Penquista, todos ellos producto de un proceso de investigación
donde las fuentes tratadas dan al texto la credibilidad de lo
expuesto y siempre queda uno con la insatisfacción de no haber
hecho algo más que fundamente lo verosímil de lo tratado.
Mis pensamientos fueron sacados de su función histórica,
cuando Lila se sienta en mi oficina frente a mi y me solicita
para sorpresa mía le prologue un texto de cuento titulado “La
pequeña Li y El Leñador”. Sin pensarlo dos veces acepte el
reto, y juro que me sentí honrado que una escritora como Lila
Layers, reconocida dentro de sus pares por la serie de libros
publicados sobre “La pequeña Li”, me considerara digno de
prologar uno de sus cuentos. Pero es aquí donde realmente
comienza el cuento, luego de leer el texto y fascinarme con
la narrativa y brillante imaginación de la autora, la cual me
traslado por un mundo imaginario inmerso en el bosque
impenetrable del sur chileno, con sus fumarolas de volcanes,
sus pisos nevados y una descripción mágica de la flora y fauna
nacional; en un relato que cautiva su lectura donde cóndores
y huemules de nuestro escudo nacional toman vida saliendo
de la panoplia en que los colocó su autor para generar en
compañía de otros animales del bosque chileno el encanto de
un cuento maravilloso.
El relato continúa con cuentos y leyendas regionales,
conocidas por la tradición penquista que se pierden en su
origen, como la banda de Los Pincheira, el origen de las Termas
de Chillán. En fin el texto que hoy prologo y, otros de la autora
que he tenido el gusto de disfrutar, han logrado sacarme de
la academia formal para volverme a la infancia del cuento de
cabecera que quedo en el recuerdo de mi generación, cuando la
abuela comenzaba el relato con la manida frase “Érase una vez,
en un lugar lejano…”. Y venia a continuación toda una historia
maravillosa como la que muchos escuchamos: Caperucita
Roja, Pinocho, algo de las Mil y una Noches, Aladino y su
lámpara maravillosa, y tantos otros que al término se agregaba
“Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”.
A mi edad, 65 años, y después de trabajar por mas de
cuarenta años sobre el acontecer histórico, alejado ya de la
literatura y el cuento, he logrado una vez mas maravillarme
con la imaginación de la autora, que mezcla la realidad con el
mito y la fantasía, con gran conocimiento del paisaje, la flora
y la fauna del sur chileno, logrando capturar con la lectura
de su relato para transportar al lector a un mundo donde la
imaginación no resiste limite.
La publicación de estos cuentos viene en llenar un espacio
siempre necesario, que en la mezcla de la realidad, el mito y la
fantasía dan origen a la magia de elevar el pensamiento más
allá del hecho cotidiano, ejercicio solo factible en la mente
del genero humano. Termino recomendando la lectura de
este texto al amparo de un momento de tranquilidad que te
permita disfrutar este encuentro místico y maravilloso que es
el imaginar.
Alejandro Mihovilovich Gratz
Director
Biblioteca Municipal de Concepción
“José Toribio Medina”
Nacida en la década del cuarenta en un villorrio Talcamávida,
ubicado a cuarenta kilómetros de la ciudad de Concepción,
Octava Región Chile. Sus primeros estudios los realizó en la
escuela Pública de la misma localidad. Cursó sus humanidades
en el Internado de Señoritas Colegio Santa Filomena de la
Ciudad de Concepción. Continuando sus estudios en el Liceo
Fiscal Gabriela Mistral de la Araucanía Novena Región Temuco,
estudió Administración Pública e inició la carrera de Sociología
en la Universidad de Concepción, sin lograr terminarla por
cierre de la Facultad en 1973. Estudió en talleres literarios.
Realizó cursos de Literatura en la Universidad de Concepción
con excelentes profesores. Participó en la Feria Internacional
del libro Buenos Aires Argentina, como también en la Feria
Internacional del libro Santiago de Chile. Participó en un
encuentro de literatura infantil con los países Nórdicos. En el
Paraguay compartió con destacadas escritoras, disfrutando de
las cataratas del Iguazú. Ha viajado a México, Brasil. Ha dado
recitales en colegios Bibliotecas, de diferentes ciudades. Casada
con el Ex Parlamentario de la República, Manuel Valdés Solar,
actualmente viuda, tres hijos.
Hay que ganar con honor y saber perder con dignidad.
Los libros que escribo son como el aire que respiro.
El silencio es más sabio que una palabra mal interpretada.

Saber querer y poder

El gran misterio del humano vivir, que agotan fuentes de la
vida, querer y poder son los dos verbos que expresan todas las
formas que asumen esas dos causas de muerte, términos del
humano obrar pero hay una formula aun más sabia, el querer
nos abraza y el poder nos mata, pero el saber nos tiene en un
estado ecuánime al deseo o el querer muere en manos del
pensamiento y el poder es el juego natural de nuestra presencia
física no es el corazón que salta ni los sentidos que se embotan
sino es el cerebro que no se gasta y sobrevive a todo, nada de
excesivo rozó nunca mi alma, ni mi cuerpo pero he visto el
mundo, mi ambición no es saber sino ver.
Bella es la vida de aquel que puede estampar todas las
realidades en sus pensamientos, trasladar a nuestra alma los
veneros de la felicidad, el pensamiento es la clave de todos los
tesoros, nos proporciona los goces del avaro sin sus inquietudes,
me he cernido en el mundo con mis placeres intelectuales, mis
orgías de contemplación a la bella naturaleza donde todo lo
vemos sin fatiga, tranquila sin desear nada todo lo aguardamos,
viajamos por el universo haciéndolo nuestro como mi propio
cuerpo, lo que llamamos penas, amores, ambiciones y pasiones
reveses y tristezas son ideas que se cambian en sueños, en vez
de sentirlas las traduzco para no dejar que devoren mi vida, las
dramatizo, las desarrollo me deleito con ellas como si leyera
cuentos de hadas con mi vista interior mi cabeza tiene más
riqueza que mis propios bienes, es donde guardo mis mayores
tesoros y vivo días deliciosos mirando mi pasado.
Tengo un cofre imaginario en el que guardo todos los
tesoros del mundo, que sin ser su dueña igual los he disfrutado.
Tengo la facultad sublime de hacer comparecer dentro de
mi el universo al placer inmenso de desplazarme sin sentirme
agarrotada por las ataduras del tiempo, ni las trabas del espacio
al placer de sentirlo todo, de inclinarme a un costado del mundo
contemplando las esferas del universo y tener la facultad de
escuchar a Dios evitar los goces que matan, aminorar el dolor
que nos lleva a vivir en la demencia, porque el mal no es más
que un placer violento las luces más vivas del mundo acarician
nuestra vista, las tinieblas del mundo físico solo nos hieren. La
cordura emana del saber y la locura producto del placer o el
querer o el poder.

La pequeña Li
y el Leñador

Las vacaciones de invierno me parecían tan tristes y
monótonas, Mamá Bella trataba de subirme el ánimo, pero
para mí todo era aburrido. Lloviendo, los arboles sin hojas, sí
parecía que hasta Jonás estaba incómodo, llover y llover, a veces
truenos relámpagos, uf, que aburrimiento me dormí pensando
en esos días de primavera tan hermosos, llenos de flores, un
sol radiante en los jardines mariposas, tanta belleza difícil de
describir, ahora todo parecía oscuro, hasta que me dormí.
De pronto siento a mamá Bella, –Despierta Pequeña Li,
despierta–.
-¡Abrí los ojos! -¿Qué pasa Mamá Bella?
¡Carolina te busca!
¡Carolina! exclamé, al mismo tiempo que me levantaba,
¡que sorpresa!, Nos saludamos con un abrazo, felices, parecía
que todo había cambiado en un instante.
Luego mi amiga me contó que había venido con su abuela
la señora Flandes, para seguir viaje a las termas de Chillán;
aprovechando las vacaciones de invierno.
Pequeña Li, yo quiero que tú nos acompañes y para eso
mi abuela va a venir a hablar con tu mamá Bella, espero te dé
permiso, sólo serán tres días. Tú sabes que nosotras viajamos a
las termas todos los años en esta época.
Estábamos en el hotel, el Gerente saludó a la Señora Flandes,
que ya la conocía por varios años. Carolina y yo nos dedicamos
a observar el salón. De pronto en una de las mesas de centro
encontramos un libro, leímos el título, decía “El leñador de
los nevados de Chillán”. Fuimos hasta la abuela de Carolina
que aún seguía conversando con el Gerente. Les mostramos el
libro, el señor representante del hotel nos dijo que hacía días
que ese libro estaba ahí, y que seguramente se le había quedado
a algún pasajero. No sé con que cara lo miramos que él muy
amable nos dijo que podíamos disponer de ese libro y leerlo y
que después le contáramos de que se trataba, felices guardamos
el regalo para leerlo en la noche antes de dormir.
Una vez en la cama la señora Flandes tomó una novela
“Coirón” de Daniel Belmar. Entonces nosotras tomamos el
libro, que ya era nuestro y empezamos a leer “El Leñador en
los nevados de Chillán”.



El Leñador
en los Nevados de Chillán

Había una vez un leñador que vivía al interior de la Cordillera
de Los Andes, en los nevados de Chillán, tenía una casa en
medio del bosque, propiedad que había sido antes de su padre
de su abuelo, bisabuelo, tatarabuelo, un verdadero paraíso,
vivir entre matorrales y árboles nativos y animales silvestres
que para él no eran nada de desconocidos, su casa construida
en maderas nobles color rojizo (raulí), las tejas de barro en
color rojo colonial, los senderos llenos de flores silvestres.
Don Juan. El Leñador sentía que vivía en un verdadero
paraíso, a tanta felicidad nunca falta una desgracia. En uno de
sus viajes a la ciudad haciendo una entrega de leña, acompañado
por su único hijo, al regresar encontraron a su esposa blanca
muy enferma, no les fue posible salvarla, su corazón falló y
nada se podía hacer.
Don Juan el leñador había perdido a su esposa y su hijo
también llamado Juan, había perdido a su madre; la vida siguió
su curso.
Los dos, padre e hijo, siguieron con sus tareas, cortar y
cortar leña para entregarla en la ciudad, el hacha compañera
inseparable, un tronco donde afirmaba el palo para proceder a
cortarlo, una sierra de mano con la que extraía el producto de
la montaña ya sea roble, lleuque, peumo hasta litre.
Sentir la caricia de los primeros rayos solares por la mañana
y un despertar con el cántico de las aves silvestres, era vivir en
un paraíso.
Padre e hijo eran realmente felices haciendo leña y
entregándola en la ciudad, no tan cerca pero contaban con
una buena carretela para frecuentar a excelentes clientes
habitantes de Chillán era difícil poder llegar, teniendo que
pasar por senderos intransitables, con quebradas y caídas de
agua hermosas, tenían que atravesar riachuelos, esteros, zonas
rocosas, faldeos y desfiladeros por donde sólo podía pasar un
caballo, a veces ni siquiera montado sino solo a tiros con todo
este sacrificio lograban llegar hasta las minas del Prado que
les quedaba cerca del sendero que solo ellos conocían, desde
allí llegar al pequeño villorrio llamado Coihueco y desde este
hermoso villorrio a cerca distancia Chillán, cuna de héroes.
Como Arturo Prats, Bernardo O’Higgins, Marta Brunet,
Claudio Arrau.
Una vez que entregaban la carga de leña incluso carbón
de hualle, se abastecían con víveres, lo que guardaban en una
despensa para el invierno, ya que en esa estación del año, no
podían bajar a ningún poblado porque la nieve subía hasta dos
o tres metros.
Durante este tiempo de las nevazones pasaban en casa
junto a una gran chimenea que los mantenían calientitos Juan
Chupalla, el hijo de don Juan el leñador, llamado así porque
siempre usaba un sombrero que había comprado en Coihueco,
niño aún conocía todos los rincones y vericuetos de este sector
de la cordillera, a veces en pleno invierno y aun nevando,
corría por entre la nieve. Su padre le había traído desde Chillán
un juego de esquí, que usaba cada vez que la nieve estaba en
condiciones para ello. Bajo la nieve que caía él se bañaba
desnudo en un pozón que solo él conocía, el agua era muy
caliente soportable a su cuerpo, allí pasaba tardes enteras. Su
padre le preguntaba y una vez el contó de su hallazgo, Don
Juan se sonrió y le dijo, pero hijo ese pozo fue mío y antes de
mí, del abuelo y bisabuelo y para que seguir, todos nuestros
ancestros lo disfrutaron, ambos rieron contentos tranquilos
estaban soportando el invierno cuando de pronto tocan en la
puerta, solo debe ser el viento se dijeron.

Inesperada visita

¿Quién va a venir?
Si nadie puede pasar, además nadie conoce este lugar, pero
siguieron los golpes, debe ser un animal que quiere guarecerse
de la lluvia, o de la nevazón, no vamos a ver porque puede ser
hasta peligroso.
Si es un puma hambriento nos puede atacar, los golpes
siguieron, entonces Don Juan se levantó de su asiento y fue
hasta la puerta preguntando enérgicamente
¿Quién anda ahí?
Desde el otro lado una voz le respondió ¡Yo! Una voz muy
débil, el buen hombre abrió la puerta encontrándose frente
a una mujer casi muerta de frío, la entró dándole ayuda con
ropa seca y algo caliente a tomar, la mujer era muy hermosa,
ella le manifestó que se había perdido en la montaña y esa era
la única casa que había visto desde muy lejos y caminó hasta
llegar y pedir ayuda.
La mujer se quedó allí con ellos convirtiéndose en la esposa
de Don Juan.
Un día a la mujer se le ocurrió que quería tener una cabeza
de huemul como trofeo, ellos se negaron a complacerla.
Juan Chupalla, para que la mujer no tratara mal a su padre,
por este afán de tener un trofeo de huemul, decidió ir en
busca de uno de estos animales, que quedaban muy pocos y
era difícil verlos porque siempre estaban en la parte más alta
de la cordillera y ya habían sido casi exterminados por la
caza indiscriminada de algunos individuos, enojado con su
madrastra decidió salir en busca de uno.
La mujer molesta con el niño le dijo:
Irás en busca de un huemul, pero tendrás muchas pruebas
antes de encontrarlo. El niño tomó su chupalla, algunas cosas
y salió al bosque, entre quebradas y senderos muy difíciles de
recorrer, como también muy hermosos.
En la realidad la mujer, que no era más que una bruja, lo
único que quería era deshacerse del niño. Eso del huemul sólo
un pretexto porque encontrar uno de esos hermosos animales,
era casi imposible, lo más fácil habría sido buscar un escudo
nacional de Chile y allí se encuentra nuestro huemul.
Juan Chupalla empezó su largo viaje, con un bolso de
comida, algunas ropas y su cantimplora, tomó uno de tantos
senderos que solo el conocía como la palma de su mano, pero
antes de salir la bruja le dijo; cada vez que mires hacia atrás te
convertirás en el animal que esté más cerca viéndote frente a él.
Juan Chupalla estaba muy seguro que no debía mirar
hacia atrás, sintiera lo que sintiera, acto que no fue posible,
había salido muy de mañana ya cansado por la tarde había
transcurrido el día sin novedad y sin mirar atrás, se sentó en
un tronco a descansar y comer algo de lo que traía en el bolso
olvidando la recomendación, sintió un ruido extraño y sin
pensar se dio vuelta a mirar encontrándose frente a frente con
un zorro culpeo, una hembra hermosísima también reciben el
nombre de zorro colorado o zorro grande.

Una familia de Zorros

La miré detenidamente, de unos cincuenta cm de largo por
unos cuarenta de alto, de un color gris en el dorso y rojizo en
las patas traseras, su mentón de un color marmóre, la cola muy
larga, se veía muy solitaria, avanzó hasta mí, yo me asuste y sin
darme cuenta empecé a retroceder hasta quedar en un charco
de agua, mi sorpresa fue grande, al ver en el agua dos culpeos,
en el agua habían dos, pero yo veía uno solo, sí el otro zorro
era yo.
Eso fue por mirar atrás, esta hermosa hembra tocó mi
hocico con su hocico, ya empezaba a sentirme también zorro.
Estaba yo en su territorio, casi de noche, justo cuando estos
animales empiezan su caza nocturna, de pequeños mamíferos,
ella corrió a la siga de una liebre, avancé desde muy cerca,
luego me senté, descubriendo mi cuerpo y todo mi ser igual
a ella. Sentí que la amaba, comimos liebre, que encontré muy
rica, era la primera vez que comía liebre cruda, siempre las
habíamos comido asadas o guisadas, eso ya era tiempo pasado,
ahora soy un culpeo pronto a formar una familia de culpeos
en realidad estaba feliz, ella era muy hermosa, buscamos nidos
de aves silvestres y comimos huevos de perdices, codornices,
torcazas, tórtolas, la noche era nuestra, la montaña también,
los mamíferos pequeños huían al sentirnos, el mundo era
nuestro, a los tres meses yo tenía que traerle el alimento, ya
acostumbrado a mi vida de zorro.
Ella estaba en una pequeña cueva que habíamos construido,
para nuestra familia, a los dos meses empezamos a enseñarles a
cazar a nuestros cachorros en correrías nocturnas éramos muy
felices. Cuando ya estuvieron más grandes les empezamos a
dar mordiscos para que siguieran su vida solos.
Nosotros abandonamos la madriguera que habíamos
construido cuidándonos de cazadores que buscan nuestra
piel, en ese lugar no entraban cazadores, teníamos el paraíso,
caminamos mucho yo siempre a su lado, luego se adelantó
hasta que la perdí de vista, se fue sola era su vida vivir sola, yo
me quedé allí también solo, camine un poco encontrándome
en el mismo tronco el tronco y el charco de agua estaban allí,
me vi en el charco y lo primero que distinguí fue mi chupalla,
yo Juan, era yo nuevamente ya amanecía seguiría mi viaje
montaña arriba en busca del huemul.
El sol ya daba en toda su plenitud, mi chupalla me protegía
de una insolación, llegue a unos pozones donde me bañé
disfrutando las aguas cristalinas y contemplando el bello
paisaje bordado de copihues rojos y rosados, una leve brisa
parecía acariciar los arboles haciendo reverencias como si
quisieran saludarme, tomé la sombra bajo un maitén para
descansar un rato, todo era silencioso, seria por el calor, muy
a lo lejos se escuchó el cántico de un pájaro, un tordo o una
codorniz, creo que dormí bajo el maitén, observe el cielo, vi
un peuco que volaba sigiloso, seguramente en busca de algún
ave pequeña para devorarla, como buen ave de rapiña siempre
estaba al acecho de algún polluelo.
Seguí mi camino, llegué a un riachuelo, no podía cruzarlo,
rodeado de rocas una caída de agua hacía un fuerte ruido,
tenía que cruzarlo, busqué una parte que me permitiría llegar
hasta el otro lado, tomé un palo para medir la profundidad,
aún sabiendo nadar era peligroso por la gran corriente.

Un Chingue y las Vizcachas

Al buscar el palo sin darme cuenta me di vuelta, claro hacia
atrás ¡uf! me doy cuenta que ya no soy yo, sino un animalejo
de cuerpo robusto hocico largo, orejas cortas y patas cortas
con uñas muy firmes, me quedé agazapado en un matorral,
mi instinto me condujo a una cueva muy grande, me acomodé
en un rincón, pero muy pronto empezaron a llegar otros
animalitos, fueron entrando uno a uno hasta completar unos
cincuenta, no me fue difícil identificarlos yo los conocía, eran
vizcachas de la familia de la chinchilla, roedores perseguidos
por cazadores por su lindo pelaje, tupido, espeso, liso y
suave, animalitos pequeños con una cola larga de pelos muy
largos las orejas largas y las patas traseras también largas, las
patas delanteras cortas y pequeñas con las que sostienen sus
alimentos, yo sabía que las vizcachas en el norte eran de un
color amarillento, en el sur gris, estas eran gris con una banda
negra en la zona media dorsal, vive tanto en desiertos, costa o
montañas de la Cordillera de los Andes, buena para vivir hasta
a cinco mil metros de altura, esta cueva donde yo me había
cobijado, tenía casi veinte metros con muchas salidas, no faltó
uno que gritara ¡un chingue! ¡un chingue!
Sí, ese era yo, todos corrían de un lado a otro, no por miedo
era costumbre de ellos compartir la vizcachera, pero con un
chingue no les agradó mucho, un chingue, habían preferido
una lechuza, incluso un zorro.
El macho mayor de las vizcachas salió a la superficie, para
ver si había peligro, cuando ya estaban seguros empezaron a
salir, eran más o menos como cincuenta, salieron en busca de
alimento, son roedores herbívoros, tan pequeños que no deben
pesar más de un kilo o un kilo y medio, cuando ya no quedaba
ninguna vizcacha. Salí yo, molesto por mi mal olor ni yo mismo
me soportaba, tan desesperado que busqué un riachuelo no
era bueno sumergirme en agua con el frío que hacía por las
noches, pero ya empezaba otro día y el sol acariciaba el paisaje
con sus primeros rayos solares.

Una Güiña, un Puma y una Chilla

Miré el sol, no era propio de un chingue, yo lo hice y al
instante sentí mi transformación, miré mi cuerpo y sentí
una gran felicidad de ser Juan, Juan Chupalla como solían
llamarme, busqué un riachuelo y me bañé, aún me sentía como
chingue, fétido, tendría más cuidado, pero era tan difícil no
volver la cabeza al lugar de donde yo venía, no sabía cuánto
tiempo había transcurrido, yo sabía que mi ausencia no le daba
la oportunidad a la bruja para molestar a papá, estarían más
felices sin mí, nuevamente sentí un ruido, esos ruidos siempre
me hacían volver a mirar hacia atrás, el ruido seguía, pero no
miré, sin saber sentí miedo, ¡tanto miedo! el ruido ya estaba
más cerca, yo no miraba, no sabía lo que era, entonces para
seguridad me subí a un árbol, un roble que estaba delante
de mí, en eso voy subiendo, cuando siento un rugido, me
estremecí y sin pensar miro, uf ¡un puma! ¡Un enorme puma!
Sigo subiendo agarrado de las ramas y acto seguido empiezo a
maullar, siento una respuesta otro maullido, en la misma rama
¡Una güiña!, güiña, el susto que me llevé, miré al puma que
estaba detrás de mí, pero más cerca, en el árbol estaba la güiña,
un felino autóctono que es buena presa para el puma y el zorro,
no más que un gato silvestre o gato colorado o gato montés yo
no lo había visto, porque su pelaje es mimetizado con manchas
negras redondas y el fondo color marrón el pelaje del vientre
blanco, allí junto a otro gato nada de amistoso, yo le estaba
usurpando su territorio, en una rama del árbol, yo en otra,
exhaló un maullido, que asustaba, yo también en ese momento
era un felino, aunque habría preferido ser el gato regalón de
mamá, que había dejado en casa, con la bruja porque mamá
blanca ya no estaba, por un instante me embargo la pena, pero
ya tenía una misión y la iba a cumplir, todo lo que se hace en
buena ley es para un buen futuro. El puma permanecía bajo el
árbol asechando.
Su presa era yo y la otra güiña, este hermoso puma, no
podía negarlo, pese al miedo que me infundía un león chileno
de la Cordillera de Los Andes, felino de color pardo rojizo
mejillas blancas con gran habilidad para subir a los árboles,
esto me tenía aterrado, la otra güiña empezó a subir y las ramas
se balanceaban, luego la seguí y el puma de un salto se subió a
la parte gruesa del árbol, los dos maullábamos balanceándonos
en la copa de los árboles y el puma gruñendo, la otra güiña
estaba tan alto que la rama que la sostenía ya casi no resistía,
yo no podía ayudarla aunque estaba muy incómoda, el puma
que ya nos comía y yo el intruso con forma de güiña, pero ella
no lo creyó me mostraba los dientes furiosa, no me atacaba por
respeto al puma, luego este último dio un salto al suelo, había
visto una chilla a la que persiguió veloz, la chilla que es astuta
lo evadió muy rápido.
La chilla, es también un zorro pequeño, que se alimenta
de pequeños roedores, es de color gris, hermoso pelaje y una
gruesa cola, no pesa más de cuatro kilos, andariega y solitaria,
camina mucho.
El puma desapareció persiguiendo a la chilla yo pude bajar
del árbol y buscar otro lugar, donde guarecerme, subí a un
radal, con tan buena suerte que encontré un nido con varios
huevos de color morado, fue un gran alimento, exquisito,
estaba terminando de comer cuando veo a la chilla corriendo
por entre los matorrales, es una zorra muy astuta me dije, no
se por cuánto tiempo sería una güiña, algo había a mi favor
era muy agresiva y nunca me pudieron domesticar yo era
un gato salvaje, libre entre los árboles o matorrales a veces
dormía echado en una rama, mis maullidos aterrorizaban a
los pequeños roedores, como también a las aves pequeñas,
ese era el mejor festín, sólo le dejaba las plumas, saltando de
una rama a otra hasta llegar al suelo, seguí avanzando entre los
matorrales, al llegar la noche me subí a un árbol donde estar
más seguro para pernoctar.
Desperté muy temprano, bajé en busca de alimento, un
pequeño ratón me sirvió de desayuno, había corrido por unas
plantas con espinas cuando sentí en mi cabeza mi chupalla,
nuevamente era yo.
Esto me cansaba, el transformarme en un animal a veces
salvaje como la güiña, puma no había sido y espero no ser un
puma, es muy hermoso pero peligroso un león chileno. Seguí
caminando con mi chupalla que me protegía del fuerte sol del
mediodía, a veces me encontraba con enormes barrancos, en
esos casos tenía que buscar una pasada que yo fuera capaz de
sortear, algunas veces me arrastraba de nalgas hasta llegar a
terreno plano, siempre buscando suelo suave y no escarpado.
No sé cuánto tiempo había pasado, caminar y caminar
tantas noches, convertirme en tantos animales, eso no ha sido
lo más difícil, sino muy grato conocer la vida tan íntimamente
de algunos roedores o felinos o caninos algo que nunca soñé y
más que castigo ha sido como un premio por el gran amor que
siento por ellos y todos son tan hermosos. Cansado busqué un
lugar donde pasar la noche, en un tronco de coihue muy viejo,
me acomodé a un costado, no sentí como el sueño me venció,
casi sin darme cuenta hasta sentir por la mañana el cantar de
algunos pajarillos.
Nuevamente seguí mi caminata, el sendero se hacía más
difícil, para que decir camino, si no había camino entre
matorrales, rocas, esteros de agua, pozones debía abrirme paso,
no tenía con que apartar la maleza, sólo con mis manos ya casi
hecho pedazos quebrando ramas, mis pies estaban heridos,
apenas llegué hasta una enorme roca con sacrificio subí hasta la
cumbre, era enormemente grande, cuando llegué a la cima pude
contemplar toda la montaña, era un verdadero paraíso, flores
silvestres, una variedad de árboles, frutos silvestres, murtillas,
peumos, dihueñes, avellanos, changle, no tengo palabras para
expresar tanta belleza, no sé cuánto rato permanecí en esa
roca, siendo tan grande fue posible avistar un huemul aunque
la intensión no era la mejor, de alguna forma salvaríamos al
animal ante la bruja, yo solo iba a cumplir con llevárselo.

Chinchilla

No sé cuánto dormí en la roca, sobre dormido me di vuelta
de un lado a otro y cuando desperté justo estaba mirando
para el lado contrario, ¡Ay! me tomé la cabeza, suspiré aún no
terminaba el suspiro cuando me sentí lleno de pelos, orejas
largas, cola larga, un roedor, un animalito lanígera, especial
para un abrigo de piel, para eso se habrían necesitado ciento
cincuenta Chinchillas yo apenas era una sola, que linda se
habría visto mi madre con un abrigo de estos, ella no lo habría
aceptado, quería mucho a los animales para sacrificarlo por
un abrigo, si con las ovejas que teníamos nos sobraba la lana,
después de la esquila íbamos a lavarla al río Niblinto incluso
una vez al río Chillán. Después se hilaba, se teñía con yerbas
del campo en un tambor con agua hervida y luego mi madre
nos tejía chalecos, calcetines, hasta pantalones tejidos de lana
para el frío invierno, no necesitábamos abrigos de pieles, allí
estaba yo sobre esa enorme roca con un hermoso abrigo de
piel, convertido en una Chinchilla no me cansaba de tocarme
la piel tan especial que me quedé sobre la piedra sin moverme,
de pronto unas aves de rapiña empezaron a volar en círculo
sobre mí, muy asustado. ¡Soy un roedor pequeño! Y estos
peucos o aguiluchos apetecen mucho a los pequeños roedores,
entonces rápidamente me deslicé roca abajo en ese apuro casi
me quebré una pata, me escondí en un hueco de la roca no se
cuánto tiempo permanecí allí, a cada rato me asomaba a mirar
al cielo y allí estaban volando en círculo las aves de rapiña, no
podía distinguir si eran peucos o aguiluchos por el porte creo
que eran aguiluchos.
Dormí toda la noche en la pequeña cueva de la roca hasta el
día siguiente. Salí de allí como Chinchilla respirando ese aire
fresco y aromático, olor a flores a yerbas, al sudor de los árboles,
a sus hojas, olor a pasto, el cantar de las aves y el constante
ruido de las pequeñas caídas de agua que eran como melodías
caídas del cielo, poco a poco recobré mi cuerpo, ya no era una
Chinchilla, igual fue una experiencia importante, estar en un
animalito tan hermoso.

El encuentro de un Pudú

Nuevamente caminar y caminar, de tanto caminar, no iba
ni en la mitad, para llegar a la cumbre de la montaña, donde
podrían estar los huemules, que en la realidad serían muy
pocos, en una quebrada nuevamente aves de rapiña, volando en
círculo, miré y en el fondo de la quebrada un pequeño animal,
con mucho cuidado bajé hasta el lugar donde se encontraba
el pequeño animalito. Era un pudú, yo los conocía muy bien,
había tenido uno como mascota, hasta que lo dejamos en la
montaña para que se reprodujera, un ciervo chileno, el más
pequeño de todos los ciervos en el mundo, estaba allí herido
sin comer y sin agua, lo tomé en mis brazos, pesaba como
unos diez kilos y medía algo de cuarenta centímetros de alto
por noventa de largo, un animal muy tímido, como pude, subí
con él entre peñascos y tierra colorada, una vez que llegué a
la planicie busqué agua, lo tendí en el suelo y junté hierbas y
hojas para que comiera, estaba casi sin fuerzas, luego traje agua
en mi cantimplora, mojándole el hocico, acaricié sus orejas
redondeadas, sobé su pelaje café rojizo, muy tímido, solo
quería arrancar, por lo tímidos que son generalmente salen a
comer de noche.
El macho tiene dos astas pequeñas en su cabeza, este era un
macho que cuando tienen familia solo anda con su hembra,
la hembra demora doscientos días en tener su cría una sola,
se cobija en un nido de hojas, es un mamífero muy hermoso,
pequeño, tímido, delicado e inofensivo lo seguí acariciando, el
empezó a comer las hojas que le traje, le saqué una espina que
tenía en una de sus patas, la que se le había infectado, luego le
lavé la herida sacándole la pus, una vez bien limpia le envolví
con hojas de radal amarradas con huiras. Con todo esto el
animalito descansó, nuevamente lo tomé en brazos y lo dejé
en unos matorrales, entre algunas rocas donde los animales
depredadores no pudieran encontrarlo, era tan hermoso
que no me cansaba de mirarlo, parecía un niño, pero ya era
adulto por sus pequeñas astas, descansé un rato y luego seguí
caminando.
Ya me había acostumbrado a no mirar para atrás, en
esos casos lo hacía retrocediendo, siempre caminando hacia
adelante, creo que esto fue para que yo nunca volviera. No,
no debo pensar así, fue para que llegara hasta la cima de la
montaña y pudiera encontrar al huemul.

Hurón chileno o Quique

Estaba tan cansado que me recosté en un montón de pasto,
para descansar un momento, sin darme cuenta me quedé
dormido, cuando aún no era de noche, luego un pequeño ruido
me despertó, abrí los ojos y sorpresivamente frente a mí había
un animalito que me miraba detenidamente, me asusté, pero
mi susto no duró mucho, ¡Uf! Era un quique, sorpresivamente
miré hacia otro lado de manera opuesta, encontrándome
con otro animalito igual al anterior, este estaba totalmente
amenazante, intentando atacarme, aun siendo tan pequeño
un tanto alargado de cola corta, de color amarillo gris con
matices negros la planta de los pies desnuda los observe bien
y lógicamente se trataba de un quique el macho y la hembra,
dispuestos a atacarme, estaban embravecidos, como también
podríamos decir hurón chileno, pero una vez que me levanté
ya no eran dos yo también me había convertido en un quique,
no me aceptaron como tal, un olor pestilente por las glándulas
que rodean el ano, en mapudungun la palabra quique significa
hombre malo, estos mamíferos siendo tan pequeños son
muy bravos desde ahí el dicho que cuando alguien es mal
genio le dicen “es como un quique”. Por lo rabioso que son,
me agazapé entre unos arbustos, con la esperanza de regresar
pronto a mi estado físico, como también que esta fuera mi
última transformación, tendría que actuar como este animal
comiendo los huevos de los nidos e incluso matando las crías
de algunas aves, caso contrario me moriría de hambre, pero
sin darme cuenta me invadió el sueño que era muy normal en
estos mamíferos, dormir y dormir.
No sé cuánto tiempo transcurrió, cuantas noches ni cuantos
días, pero una tarde desperté con hambre, sed y frío, sin darme
cuenta había recuperado mí físico, lo primero que hice fue
buscar un riachuelo donde bañarme, y luego comer algo, ya
sean raíces o frutos silvestres.
El tiempo seguía pasando, no sabía si sólo había dado vueltas
y vueltas por la enorme montaña, pero de algo estaba seguro
que mucho más arriba estaban los nevados de Chillán, uno de
los volcanes que nos daban las aguas calientes o termales.
Tenía que seguir adelante, siempre adelante, sin mirar para
atrás ¿Cuánto tiempo? De algo estaba seguro, la Primavera se
había ido y el Verano también, ya no tenía esos calores, que lo
hacían bañarme en algún pozón o estero, incluso en algún río
torrentoso como el Renegado.
El frío me estaba abrazando, las primeras nevazones le
daban otro toque a la montaña, al fondo el “volcán blanco”
 (Chillán) con una pequeña columna de humo, como si
estuviera respirando, me asustó, ¿como pasaría esos meses,
cuando las nevazones fueran más intensas? lo primero que
hice fue seguir caminando, sin saber con qué destino, pero
siempre de frente. De pronto divisé una especie de humo,
creí que habría una casa, pero no era eso, eran fumarolas
muy calientes, me saqué la ropa y me di un baño con barro
a una alta temperatura, a un costado corría un hilo de agua
también caliente, fue un baño alentador, quedé como nuevo,
tenía hambre aún en medio de la nieve busqué alguna cueva,
donde podría encontrar algún roedor o cualquier mamífero
pequeño para cazarlo.

El encuentro con la Perra

Encontré una cueva, me quede al acecho, al venir la noche
salió una liebre, salté sobre ella. Ya era de noche sentí frío, como
pude hice fuego bajo una roca, con ramas que encontré aun
secas y preparé mi liebre al fuego, el olor era apetitoso, sentí
unos aullidos, debe ser un zorro pensé, los aullidos seguían
cada vez más fuertes, un lobo, imposible, no habitan lobos
por estos lados, el fuego ahuyentaba algún puma, pero esos
aullidos, no sabía que pensar, cada vez más fuertes y más cerca,
la liebre ya estaba asada, empecé a comer retrocedí un poco
para ver que era ese ruido que hacía rato estaba sintiendo, con
una presa en la mano, me sorprendí al encontrarme frente a
un animal hermoso, no sabía si era lobo, oveja, pero recordé
que en la escuela había en un marco con muchas fotos de
todas las clases de perros, este era uno de esos samoyedo, un
samoyedo oriundo de los países nórdicos, compartí con el
animal mi liebre asada, se acercó a mi lado moviendo su cola,
todo blanco un pelaje largo que parecía lana, yo sabía que estos
caninos eran de la nieve, aún no tan domésticos, nómades y
muy andariegos, libres, andadores, se echó a mi lado, ya tarde
y satisfecho junto al fuego envuelto en mi poncho me dormí.
Al día siguiente cuando desperté la perra estaba a mi lado, no
era salvaje sino domesticada.
¿Qué hacía allí un perro como este? En plena cordillera,
estaba seguro que sería una mascota regalona, de algún turista
que se había perdido, era regalona de eso ya me había dado
cuenta, me lamió la cara y las manos, parecía muy contenta de
haberme encontrado saltaba a mi alrededor.
La nieve había subido tanto que no sería posible seguir
avanzando, en eso la perra empezó a olfatear y salió corriendo,
yo me quede bajo la roca cuidando del fuego que hacía
frotando dos piedras, cuidándolo como un tesoro, junté todo
lo que pude de leña seca, bajo la roca donde la nieve no llegaba,
pasé todo el día solo, en ese espacio reducido, todo era nieve
que seguía subiendo. Sólo podía pensar y pensar.
El paisaje protegía mis sueños, y el viento me hablaba al
oído, despertando la gran poesía de existir, porque existir es
un poema, el poema de la vida, el poema del amor, que nos
despierta en cada suspiro, en cada mirada, albergando la dicha
que nos proporciona todo lo que nos rodea.
Por la nevazón la perra tan hermosa se había ido, estos
inviernos yo los pasaba en una escuela de internado en Recinto,
recordé a mis maestras, Fresia se llamaba una y la otra Edith
eran jóvenes y bonitas muy amigas con la Sra. del correo que
le decían la Rusia del correo, era rubia y también muy bonita,
cada vez que en la escuela se hacía algo como el aniversario
o actos culturales, la señora del correo era invitada, la esposa
del director don Francisco hacía clases de música. Tocaba la
guitarra, había un grupo folclórico yo bailaba cueca me había
sacado el primer lugar en un concurso de cueca con las escuelas
de Chillán. Y ahora estaba ahí bajo una roca rodeada de nieve,
solo ¡Tan solo! sin comida, sin más abrigo que mi poncho hecho
a telar por una anciana que tejía en Recinto. Dios nunca falta.
Como pude haciendo camino fui hasta las fumarolas a darme
un baño caliente estuve casi todo el día, ubicada cerca de la
roca que había improvisado como lo que sería mi hogar, por
último aún estaba vivo, mi padre estaría esperándome, algún
día volvería junto a él. Regresé a la roca que era una pequeña
gruta eso me recordó la cueva de los Pincheira. Ellos también
habían vivido en esos sectores, pero tenían caballos, carretas,
yo sólo era un niño y estaba solo.
Nuevamente hice fuego para pasar la noche, no había
comido la liebre del día anterior me tenía aún satisfecho, la
perra que era como una bolita de algodón se había ido, ya me
estaba quedando dormido cuando sentí unos aullidos, ¡La
perra! me dije y empecé a silbar cuando apareció contenta
moviendo su cola, traía un conejo en su hocico ¿Y dónde lo
cazaste? Le pregunté. Sin que me contestara, sólo movía la cola,
la bauticé con el nombre de Lobita. En este lugar con tanta
nieve ya no quedan estos animalitos o están muy escondidos
en sus cuevas. Preparé el conejo asado en el fuego, primero lo
descueré y el cuero lo quemé, porque los pelos le hacen mal a
los perros, si Lobita se lo comía.
Después de cenar, Lobita se arrimó a mi lado intentando
abrazarme, gracias a eso pude dormir calientito, al día siguiente
nuevamente la perra salió temprano lo que yo tenía que hacer
nuevamente sumergirme en el pozo de barro caliente y así
superar el frío que cada día estaba haciendo más, pero aún
seguir viviendo eso era importante.
Salí del pozo para irme a la gruta donde tenía leña seca
nuevamente hice fuego, con la esperanza que Lobita volviera
pronto, para pasar la noche como sea, era una buena compañía
no pasó mucho rato y Lobita venía corriendo, cansada con la
lengua afuera muy helada, su doble pelaje la protegía del frío,
su cola enroscada le daba una característica especial y sus ojos
café de expresión sonriente me alentaba a seguir allí, gracias a
ella las noches no eran tan heladas, con su pelo que era como
lana angora me mantenía calientito, siempre llegaba con algo
en el hocico, ahora tan solo traía un zorzal, una presa muy
chica pero igualmente la compartimos, la dejó caer al suelo
sacando la lengua cansada se echo a un costado, preparé el
pájaro asado en el fuego que yo prendía todas las tardes, los
refugios nos sobran habían cuevas hechas ya sea por zorros
u otros mamíferos o grutas por la naturaleza, estas grutas
realmente espectaculares.
La cascada y la gruta
En ese nuevo día decidí seguir a Lobita. No me era muy fácil
caminar por la nieve, Lobita una perra oriunda de Rusia del
pueblo de Samoyedo al que se debe su nombre, muy inteligente
y forzuda, difícil para mí seguirla, lo extraño es que se adentró
entre unos árboles robles, después una caída de agua entró
caminando a la caída de agua, ¡Que extraño! No sabía que
pensar pero la seguí, caminé por debajo de la cascada y cuando
salí al otro lado me encontré en una tremenda cueva o gruta,
allí podrían caber unas doscientas carretas, quedé extasiado,
todo estaba seco y muy abrigado yo y mi padre que conocíamos
todos los rincones del sector nunca nos imaginamos que
debajo de esa cascada existiera tal gruta, no había nada ningún
vestigio que alguien o algún animal hubiera pasado por ahí.
Habían helechos en los muros de roca y por las orillas
enredaderas de copihues, era algo hermoso yo estaba fascinado
Lobita empezó a ladrar y mirando hacia arriba, como pude me
subí y encontré unos huevos no sé de qué serían, muy añejos
después que hice fuego los cocí en las brasas, había leña seca eso
nunca nos iba a faltar teníamos en abundancia, por el costado
de la gruta un chorrillo de agua que vagueaba, la toqué estaba
muy caliente con un fuerte olor a azufre me saqué mis zapatos
ya muy gastados, introduje los pies en la vertiente caliente ya
no sentía frío,
Llegó la noche y Lobita me abrigó con sus lanas, con tanta
nieve difícil sería una casería para alimentarnos, ella se acercaba
contenta y me lamía las manos incluso la cara, era muy buena
compañera yo había decidido tratar de subsistir solamente
cuidarme del frío y esperar hasta que volviera el buen tiempo,
el huemul tendría que esperar y mi padre también sé lo muy
preocupado que estaría pensando a los peligros que yo me
arriesgaba, no me faltaba el alimento ni el abrigo en cavernas
pequeñas el agua caliente que venía del volcán, no quería
arriesgarme tratando de seguir pero la Lobita era inquieta,
saliendo de la gruta hacía un día lindo pero tan gélido como
un témpano.
Una semana nevando había algo así como dos metros de
nieve, difícil de trasladarse de un lado a otro, Lobita salió de
la cueva, subió por la
nieve y feliz corrió entre
algodones blancos parecían
algodones o estar
sobre nubes blancas yo
la seguía, era algo muy
hermoso todo blanco,
los arboles parecían estar
vestido de gala, trajes de
tul blanco toda la montaña,
no me cansaba de
contemplar tanta belleza,
fue tanto lo dinámico
que me sentía, que corría
y corría de un lado a otro
subiendo bajando, los pelos externos de Lobita todos mojados
pero como tenía doble pelaje, los del interior no permitían que
se mojara, además este pelaje no le permitía tener pulgas ni garrapatas
lo eufórica de Lobita me contagió y también empecé
a resbalar sentado por la nieve el correr y jugar con Lobita me
dio mucho calor pero terminé completamente mojado.
Esto me produjo hambre, mucha hambre, de pronto observé
que Lobita salió corriendo, me quedé sorprendido observándola,
no pasaron muchos minutos apareció arrastrando un animalito,
era un pudú me dio mucha pena, un ciervo, el ciervo más chico
del mundo y tan hermoso pero teníamos que subsistir, me
quedé pensando que a lo mejor era el mismo pudú que antes yo
le había salvado la vida, sacándole una espina, curándole una
pata y dándole agua y hojas de comer, sentí mucha pena pero
Lobita estaba feliz movía la cola y lo dejó caer al suelo, lo recogí,
muerto. Nos fuimos a la cueva allí deje la carnada a un lado.


Me saqué la ropa mojada bañándome en el agua calientita vale
decir las aguas termales, el aroma no era de lo mejor porque
el azufre se impregnaba en mi cuerpo, igual me sentía bien,
seguí desnudo y empecé hacer fuego, descueré el pudú y sobre
piedras lo empecé a asar como también a secar mi ropa, no
tenía frío, el fuego y las aguas termales que pasaban por la cueva
temperaban el ambiente.
Tenía que disfrutar un día hermoso me lancé en un resbalón
jugando, gritando de alegría. Tuve la precaución de no mirar
para atrás, me sentía muy bien siendo Juan. Juan Chupalla
lejos de todo, solitario. No podía verlo así era un poco distante
de mi hogar y mi padre, igual estaba en mi mundo, un mundo
tan hermoso y solo.
¿De qué soledad hablamos? Rodeados de tan hermosos
árboles y Lobita en ese momento mi mejor compañera. De
algo estaba muy seguro en ese gran paraíso no podía faltar
Dios, solo con su fuerza y su gran poder existía este paraíso un
paraíso sólo de Dios.
Una semana tuvimos de buen tiempo, lo que nos permitió
jugar en la nieve y disfrutar de tanta belleza, la más feliz era
Lobita ella estaba
en su habitad, en las
fuertes nevazones
yo pasé en la cueva,
la perra salía y
siempre al atardecer
volvía con alguna
presa.
Estaba ya durmiendo
con el ruido
de la cascada
que era la entrada de la gruta que nos cobijaba, cuando sentí
un fuerte croar de rana, me senté asustado no se veía nada, el
fuego ya se había apagado y Lobita no estaba a mi lado, saqué
por conclusión Lobita se había encontrado con una rana, sentí
que algo estaba comiendo un festín de sapos el hambre da para
todo.
A la mañana siguiente seguía el tiempo bueno, comí algunas
raíces no puedo decir que estaban exquisitas pero igual me
alimentaron. Salimos a recorrer el paisaje blanco como si
estuviera bordado de encajes de alguna novia, penetramos
por túneles de nieve encontrando cuevas y algunos nidos
abandonados con huevos. Logré juntar cinco de estos, los que
introduje en uno de mis calcetines los dejé en el chorrillo de
agua caliente que corría al costado de la gruta, al rato me los
comí ya cocidos compartiéndolos con Lobita.
No me atrevía a avanzar por que no sabía si encontraría un
lugar donde guarecernos, esperaría que terminara de nevar
para seguir.

Convertido en Perro

Durante esos meses de invierno me acostumbré a la
compañía de Lobita, ya casi me había olvidado de la maldición
y corría por las laderas cubiertas de nieve, no tenía esquí como
había disfrutado en esos parajes que eran verdaderas canchas
de esquí, ese día corrimos tanto y jugamos con Lobita que sin
darme cuenta me di vuelta hacia atrás y justo convertido en
perro samoyedo, en cierta forma fue muy beneficioso pude
comunicarme con Lobita ella se extrañó mucho al no verme y
Juan, Juan Chupalla pero con ella un perro de su misma raza.
Soy samoyedo fue lo primero que le escuche, debo ese nombre
a un pueblo de Rusia, mis amos me trajeron para conocer
estos campos de nieve que son famosos, lamentablemente yo
me perdí terminó diciendo. Yo le conté mi historia, buscar
un huemul que la esposa de mi padre quería su cabeza como
trofeo para adornar el salón de la casa.
Con esta nueva fisonomía jugamos mucho más, corríamos
por las grandes extensiones de nieve y cazábamos juntos en
los túneles de nieve encontrábamos cuevas de conejos, liebres,
quiques, incluso ratones que al verse en apuros cuando los
apresábamos cargándolos con las patas musitaban desesperados.
No nos faltaba la comida, seguíamos frecuentando la
gruta debiendo cruzar la caída de agua que resguardaba la
entrada y el chorrillo de agua termal en el interior la mantenía
temperada, los dos como perros samoyedos salíamos igual
en plena nevazón confundidos en lo blanco de la nieve, no
teníamos problemas con los pumas o algún culpeo, solo esos
eran nuestros depredadores, para el resto ya fueran mamíferos
pequeños los depredadores éramos nosotros.
Hasta que se terminaron las nevazones y el agua empezó
a correr por todos lados formando pequeños riachuelos,
algunos de aguas muy fría por la nieve que se derretía y
aparecían también vertientes de aguas calientes emanando
vapor y un fuerte olor a azufre, todo parecía empezar a renacer
una nueva vida, días de sol y flores y animalitos nos salían al
paso, lógicamente aterrados arrancaban de nuestra presencia,
empezamos la caminata montaña hacia arriba, en busca del
huemul, ahora los dos como perros.
No sé cuánto nos iba a durar esto, fue más fácil porque
corríamos y corríamos, Lobita me manifestó que cuando
recuperara mi estado físico debía hacerme un trineo y ella
me tiraría ya que eso le encantaba hacer además tenía mucha
fuerza, esta oferta la tendría muy presente cuando volviera a
ser Juan Chupalla buscaría palos y los amarraría con huiras
estaba seguro que me quedaría un excelente trineo.
Ya atardecía abriéndonos camino en la maleza que era
impenetrable, un búho ulula, yo en calidad de perro me asusté
y empecé a ladrar al árbol de donde venía el sonido de búho,
Lobita que iba adelante volvió donde mí intrigada, le conté que
el escuchar el ulular de un búho era presagio de mala suerte.
No, me dijo Lobita. Eso lo inventan los que no saben, ningún
ser vivo ya sea ave o animal puede ser mal augurio, todo lo
contrario el nos está dando la bienvenida y es más hasta nos
puede indicar donde se encuentran los huemules, porque yo
olfateo y olfateo, pero no conozco el olor a huemul, eso se me
hace muy difícil, en cambio las aves pueden ver desde el cielo y
se les puede hacer mucho más fácil.
No sentimos más ulular al búho, más arriba en la montaña
divisamos volando un águila sobre una roca muy alta un
cóndor hermoso con su cuello blanco, Lobita me dijo ya
hemos llegado, los huemules deben estar por aquí como dices
tú Juan difícil de ver por su color y el follaje tan tupido deben
estar agazapados, además si son tan pocos tendremos que
tener paciencia, en eso me senté en una piedra y ya era Juan,
había vuelto a mi estado físico, cansado muy cansado suspire
profundo no podría volver a entenderme con Lobita porque yo
hablo y la onomatopeya de los perros es el ladrido.
Lobita me miró con su cara sonriente y olfateaba y olfateaba
entre los matorrales ladraba y ladraba, en eso siento un fuerte
ruido y desde unos matorrales sale corriendo un huemul y
exclamo emocionado ¡Un huemul! Frente a frente de este
animal tan especial que lo tenemos en el escudo chileno al lado
izquierdo y al lado derecho al cóndor que aún se encontraba
en la roca.
Yo estaba allí frente al huemul y viendo al cóndor, me
sentí muy pero muy afortunado de haber podido vivir esta
experiencia, me quedé inmóvil contemplando sus astas, un
ciervo chileno como lo es nuestro huemul, su pelaje hermoso
cambiando de un color café oscuro según de donde se le
mira de acuerdo de la luz, se mimetiza fácilmente, sus astas
no son cuernos, son de hueso protegidos por un fino pelaje al
principio y las cambian una vez al año, una mirada tan tierna,
miré a Lobita. Me pregunté.
¿Cómo lo llevamos?
Corté unas huiras que crecían junto a un riachuelo, hice
unas amarras que me iban a servir para amarrar de manera
muy segura al animal que fui a buscar a los nevados de Chillán.

El encuentro con el Huemul

A la soga que había fabricado le junté tres huiras y las
trencé para que quedaran más firmes, una vez terminada la
soga traté de lacear al huemul el que lógicamente al principio
arrancó, no pudimos tomarlo, con la ayuda de Lobita aún así
nos fue imposible, buscamos un lugar donde guarecernos del
frío de la noche, aunque ya había llegado la primavera, pero
siempre en plena cordillera hacía mucho frío por las noches,
además a esa altura aún quedaban vestigios de nieve, como
estábamos en zona de huemules nos arreglamos para pasar
la noche en unos matorrales muy tupidos, además con la
compañía de Lobita que me servía de un gran abrigo no tenía
problemas para pasar una buena noche hasta un nuevo día.
Como nos encontrábamos en la cresta de la cordillera
amaneció muy temprano. Lobita no estaba, al principio me
desesperé, sabía que pronto volvería, bajé una quebrada
donde encontré unas plantas de nalca, lo que consumí como
desayuno, esperé la vuelta de la perra, porque si antes se
había perdido de sus amos no querría que pasara lo mismo
conmigo, ya que había sido un gran apoyo en esta aventura, no
había pasado mucho tiempo cuando apareció Lobita, como
de costumbre corriendo fatigada, parecía querer decirme
algo, no podía entenderle, daba vueltas a mi alrededor
colocando su hocico justo en mi boca. ¿Qué quieres? Le
decía yo, luego después de todos estos movimientos extraños
que hizo, me miró, me ladró, tratando de ser más clara para
que yo la entendiera, bajó la cabeza y vomitó. ¡Ah! Exclamé,
dejando en el suelo un alto de comida extraña que no miré,
empezó a gemir mirando la comida, me costó entender, ella
me traía el desayuno. Costumbre de los canes, alimentar de
esa manera ya sea a sus crías u otros canes, una buena forma
para trasladar el alimento, le hice cariño y me sonreí ella
me cuidaba, no había podido traerme una presa como otras
veces, no sé lo que sería, algo así como ranas ya en primavera
teníamos muchos alimentos, como no le acepté su regalo
decidió comer ella.
Esperé que terminara de engullir su alimento y empezamos
nuevamente nuestra tarea, con la soga en mano a buscar a
los huemules, ella olfateaba y olfateaba ya les conocía el olor,
avanzando entre una floresta casi impenetrable, contemplando
desde la parte más alta de nuestra cordillera los nevados de
Chillán, el hermoso paisaje que por un largo tiempo habíamos
disfrutado y sobreviviendo a tantas dificultades, creo que
sin Lobita no habría podido superar este viaje tan absurdo y
caprichoso inventado por la esposa de papá.
Un ruido me sobresalto, era un tropel de huemules allí
estaban todos, no eran más de doce, que hermosos animales,
parecían salir de un cuento de hadas, yo ahí contemplándolos
extasiado, estaba viviendo un cuento de fantasías, imaginé
tantas cosas pero no había nada que imaginar, lo estaba
viviendo un paraíso tan hermoso con vestigios de nieves,
entre flores silvestres y ese piño de huemules tan nuestro, tan
únicos, chilenos, criaturas de nuestro país, en un rincón de
nuestros parajes de la cordillera de Los Andes, una sombra
me hizo reaccionar, una sombra, era un cóndor, se posó muy
cerca de donde estábamos nosotros o sea yo, Lobita y los
huemules, no sé cuánto tiempo estuve contemplando esta
belleza en la cumbre de la cordillera una que otra nube blanca
con el azul del cielo, una brisa tibia en algún momento y muy
fresca en otro, pero el sol ya empezaba a derretir los pocos
morros de nieve que quedaban y a quemar nuestros brazos
por el calor que nos estaba dando, Lobita no se cansaba de
ladrar alborotada, porque ella había traído la manada de
huemules, entonces yo corrí con la soga sí por tres veces
corría una corría el otro, uno más pequeño que los demás se
quedó al último era más nuevo por sus astas, tiré la soga y lo
atrapé.
Era un ciervo joven aún. Los otros se dispersaron, me quedé
con este y lo empecé a tirar.
El regreso
Nuestro regreso sería más fácil, primero por ser primavera
y porque ya nada teníamos que buscar orientarnos buscando
la mejor bajada, cruzando ríos mirando y observando desde la
altura los diferentes ríos, ya sea el río Itata, el río Chillán, río
Ñuble, río Niblinto. Incluso el río Bíobío que se encontraba
más lejos. Así empezó nuestro regreso contento estaba yo iba
a poder complacer a Cornelia, Yo la quería, ella acompañaba
a papá y lo atendía, ahora si se querían o no yo no lo sabía,
quien quería a quién, pero algo si estaba seguro mi padre
había amado mucho a mi madre, ojalá pudiera amar también
a Cornelia como se llamaba ella, primera vez que yo escuchaba
ese nombre, caminábamos y caminábamos cordillera abajo, yo
sabía que mi padre me estaría esperando y todo eso que me
había visto crecer estaría allí esperándome yo era parte de eso,
de las vacas que teníamos, de los gatos, las aves, los chanchos y
un quiltro que no tenía nada de raza era solo un quiltro negro
que igual queríamos mucho y nos deleitaba con sus ladridos,
pero el fuerte nuestro era la leña, sí con mucha honra mi padre
y yo éramos leñadores estos productos nos lo daba el bosque
y en este viaje en sueños yo había estado con Mahuida la reina
de las montañas nuestras montañas y la Diosa de los bosques
Oréades. Parece que me había tendido su mano protegiéndome
de algún peligro mostrándome todo ese maravilloso mundo,
tan lleno de misterios y fantasías, difícil de describir.
Lentamente emprendimos el descenso de la montaña con
nuestro huemul, amarrado o atado con la soga que yo mismo
había hecho, no sé en qué estaría pensando que cuando salí de
casa no traje un lazo o una cuerda o un cabestro para liar al
ciervo.
Cuando llegó la noche nos cobijamos en una gruta,
amarrando al animal a un tronco de árbol. Siendo un ser aun
no domesticado que no conocía a los seres humanos se estaba
portando muy dócil, aunque al principio se comportó muy
chúcaro, pero Lobita ladró haciéndole un guapo y al instante
se calmó. Dejamos allí nuestra mascota con pasto y hojas que
cogimos y salimos de la gruta.
Un cielo bordado de perlas
Una vez en el exterior nos encontramos con una noche
realmente maravillosa, clara como el día y un manto de estrellas
que más que estrellas parecían diamantes fácil de tocar y tomar,
un cielo bordado de perlas flotando en los verdes campos
sembrado y tantos árboles con hojas de formas tan caprichosas
como caprichosa era la noche que nos abrazaba con su brisa
envuelta en aromas del bosque impenetrable y misteriosa.
Lobita empezó a correr y a gemir que era lo que generalmente
hacía, gemir como lobo por eso yo le decía Lobita. Así llegamos
hasta un salto de agua y una pequeña laguna entre matorrales
plantas de copihues helechos y enredadera, extraño fue para
mí ver allí unas plantas de nalcas que parecían árboles, al
centro me pareció ver Ninfas Náyades, Ninfas de las fuentes,
Dríades ninfas de los árboles y Oréades de las montañas, estas
ninfas están dotadas de bondad ternura dulzura fraternidad
fuera de ser muy bonitas no envejecen nunca. También tienen
la facultad de curar.
Estaba tan extrañado, no podía creer lo que estaba viendo,
la luna hermosa alumbrando los árboles, la caída de agua, el
remanso de aguas cristalinas y las ninfas tan hermosas, con
unos trajes como tiras solamente casi nada de ropas, telas
transparentes de diferentes colores muy suaves, rosados, verde
claro, celestes y ellas tan lindas, como ángeles caídas del cielo,
una larga y risada cabellera.
No debo olvidar que la montaña es la morada de los
dioses, es temida, venerada, escogida como lugar de culto. En
la montaña se evoca a Dios. Cada montaña tiene un espacio
especial, un aura mágica, el bosque es el santuario, la búsqueda
de sueños, poetas y escritores se inspiran en el bosque. Fuente
de amor, de deseos de aspiraciones. Rayos capaces de unirnos
con esa fuerza celestial tan poderosa y sublime.
Poco a poco me sentí en un laberinto, cayendo más y más en
el encanto de estas montañas rodeado de ninfas tan hermosas
y encantadoras como el mismo cielo que nos cobijaba.
Creo que sin darme cuenta me dormí en el césped, con la
hermosa melodía del caer del agua y la suave brisa de la noche,
el frío me fue abrazando poco a poco, despertándome de
improviso abrí los ojos asustado, miré a mi alrededor, Lobita
dormía muy cerca de mí, con mis movimientos se levantó
rápidamente batiendo la cola. Regresamos a la gruta donde
estaba el ciervo atado, nos acomodamos en un rincón de la
cueva entregándonos a Morfeo, sin sentir frío como cuando
estábamos a la intemperie. Me detuve a pensar en las ninfas
todo era tan hermoso pero la soledad me estaba afectando.
¿Cómo pude ver ninfas? Eso fue la fantasía de la montaña. En
los bosques, como son los de la cordillera de Chillán existen
tantos misterios que no conocemos, es posible que esa pequeña
laguna sea un lago de las ninfas.

Los fines de esta diligencia eran bien claros, atrapar un
huemul para satisfacer un deseo irresistible de la bruja, los
medios no existían, tuve que abrirme camino en esa montaña
impenetrable hasta llegar a la meta, logrando capturar al huemul.
Lograda la consecuencia entre capricho y acción, un
capricho diabólico originado por la estrecha relación de un
hombre, mi padre, un leñador justo y honrado eclipsado por
una mujer que llegó a nuestro hogar en medio de una tormenta,
deslumbrado por su irresistible belleza que quería la cabeza de
un huemul como trofeo.
Los fines y el motivo aceptarían tal fin, solo querían ganar
tiempo y ya lo había conseguido, con mi ausencia estaría
tranquila y feliz esperando la llegada del ciervo.
Todo este sacrificio me ha servido para perfilar el sentido de
mi existencia, luchar siempre por las cosas buenas de la vida,
la consecuencia de mi pensamiento y acción eran diferentes,
yo jamás aceptaría la muerte de este animal que estaba
conduciendo a su fin. Teniendo valores cristianos que mis
padres y mi escuela me habían inculcado no podía cambiar
mis convicciones profundas, de valores enraizados desde que
empecé a perfilar entre lo bueno y lo malo.
Mientras el huemul pastaba yo sentado sobre una piedra
y Lobita dormitaba a mi lado, el ciervo se acercó a mí como
si hubiera captado mis pensamientos al igual la perra levantó
la cabeza y me miró moviendo su rabo. Cubrí mi rostro con
mis dos manos como si tratara de borrar todo esto tan terrible
por un lado, como conducir a un inocente animal al cadalso
y tan hermoso el haberme introducido y vivir los misterios
de la montaña, el encuentro con Lobita y los huemules; tenía
que seguir regresando. El fin me lo dirá el destino, el fin será
alcanzado por los medios que me entregue la propia naturaleza.
Me levanté de un salto, desamarré al huemul y emprendimos
el regreso caminamos todo el día, no avanzábamos mucho
por lo irregular del terreno y evitando maleza con espinas,
sobreponiéndonos a toda clase de dificultades pendiente de no
desviarnos y salir más lejos de nuestro destino.
Llegan a la gruta

Con buena suerte llegamos a la gruta del salto de agua, el
huemul se resistía a pasar por debajo de la cascada, entonces
le cubrí la cabeza con mi camisa tirándolo de la soga logré
introducirlo a la gruta, sorpresa fue para mí sentir que Lobita
se volvió loca ladrando corriendo de un lado a otro luego
dando manotazos en el pozo de agua fría, el chorrillo de
agua caliente estaba vagueando, al otro extremo de la gruta
había un pozón de agua fría que seguramente se formó con
el derretimiento de la nieve, saqué la camisa de la cabeza del
ciervo y una vez que amarré al huemul a un roble que servía
para abrigar y ocultar la gruta traté de ver qué pasaba. No pude
distinguir algo, hice fuego como siempre con dos piedras que
recogí del suelo, la llama iluminó todo el recinto, pude ver
dos coipos muertos a orillas del charco de agua fría, Lobita
lo había hecho y una enorme rana, por eso saltaba, la había
aplastado con sus patas, los coipos tenían el cuello roto de un
mordisco, nos habíamos alimentado solo con hierbas, bien nos
iba a hacer el asadito de coipo y la piel la guardaría, una piel
muy hermosa. Fue una cena que Lobita y yo disfrutamos, sería
la última noche que pasaríamos en esa gruta tan especial, me
recordaba la cueva de los Pincheira en el camino de Recinto a
las Trancas recordaba los fundos hermosos que habían, como
el de los Etchever, del Señor Topelber, de los Baco y de los Tohá
más arriba las trancas y las Termas de Chillán pero yo ahí en
lo más alto de la cordillera donde estoy seguro nadie había
llegado hasta esos lugares impenetrables por un ser humano.
Debo plasmar el encuentro con Cornelia, tenía que salvar
al huemul como también a mi padre de las garras de la bruja.
Faltaba muy poco para llegar a casa, algo así como un
kilómetro desde lo alto se divisaba nuestra morada con su
chimenea recordé tantas cosas, mi infancia, los inviernos junto
a la cocina de leña, mis mascotas, todos los que me habían
visto crecer, aunque aún era un niño, esta experiencia me había
enseñado tantas cosas, nos detuvimos a orillas del río muy
angosto no tendría más de diez metros de ancho pero muy
torrentoso y sus aguas heladas, tendría que buscar un lugar
para atravesarlo, no podía arriesgarme ser arrastrado por la
fuerte corriente, descansaríamos allí. Estaba feliz de regresar a
casa encontrarme con mi padre, juguetear con mi perro, con el
gato regalón, estar en el patio donde di mis primeros pasos, ya
faltaba poco para eso.
Nos disponíamos a partir cuando inesperadamente apareció
Cornelia me sorprendí, su fuerte risa me estremeció.
¡Me has traído al huemul que yo quería! Manifestó, gritaba
eufórica, riendo y avanzando hacia el animal como loca a
tomarlo, en una de sus manos traía un enorme cuchillo,
avanzaba con ansias, al encuentro del ciervo, yo estaba atónito
sin saber qué hacer, Lobita parecía no entender lo que estaba
pasando, luego cuando la mujer ya casi encima del animal con
su enorme cuchillo, yo grité muy fuerte. ¡Noo!
Balanceándome sobre ella, para impedir, que atacara al
inocente ciervo, al instante Lobita reaccionó rasgándole la
pollera y el animal dio un salto, con sus patas traseras las que
dejó caer con mucha fuerza sobre la señora atacándola con
tanta ira, fue una pateada, Ella voló por los aires cayendo al
medio del río renegado. En segundos desapareció de nuestra
vista la fuerte corriente se encargó de su destino.
En medio de la polvareda abracé al huemul con el que me
había encariñado, Lobita me miraba con esos ojitos tan tiernos
y llenos de amor, busqué un lugar por donde atravesar el río
para llegar a casa, no podía estar más emocionado volver a mi
hogar. ¡Pude haber muerto!
El gato dormía sobre un piso, el perro salió a mi encuentro
ladrando por el huemul que amarre del maitén que había en el
patio, luego Lobita y mi perro se dieron de hocicados, entré a la
cocina todo estaba tan abandonado y papá no estaba, empecé a
llamarlo lo sentí toser, fui hasta el dormitorio ahí se encontraba
mi querido padre, cuando me vio gritó de alegría ¡hijo! creí
que no volverías, yo me estaba muriendo de pena sentí que te
había perdido para siempre, hijo mío. Nos abrazamos con tanto
cariño como es el de un padre y un hijo. ¡Me has resucitado!
exclamó. Flaco y demacrado sonrió ¿Sabes papá? todo esto no
ha sido más que una utopía. No dejemos que las tristezas del
ayer empañen nuestra felicidad del presente. Mañana será otro
día y cortaremos leña como siempre y los hachazos despertaran
el bosque, el valle, la pradera a los que duermen en esas grutas
misteriosas, a los que habitan en rincones que nadie puede
descubrir. Regresaremos el huemul a los suyos, a disfrutar del
trueno del relámpago de las tormentas, regocijándose en un
rayo de sol, cuando se va la lluvia.
Miré a Lobita, sentí esa nostalgia que nos embarga cuando
estamos lejos de nuestro terruño, todo sigue y emprendimos a
la ciudad con nuestra carga de leña, me pareció que la yunta de
bueyes estaba más ágil que nunca y feliz con la picana en mano
a un costado de la carreta y al otro costado papá avivando el
paso. Por ese camino agreste, tan nuestro como los mismos
bueyes. Lobita nos seguía. En uno de los árboles a orillas del
camino un letrero, junto a una foto. ¡Lobita eres tú! Exclamé, la
perra corrió a mi lado moviendo la cola.
“Si la encuentra devuélvanla”, “Soy Nicolás Igor estoy en el
hotel de las Termas”.
Sentí un apretón tan fuerte en mi corazón, que me abracé
a ella, yo la sentía mía, nos amábamos, era mi mascota, me
empezó a lamer, mi rostro, mis manos, se percató de lo que
estaba ocurriendo, papá detuvo la carreta, sorprendido exclamó.
¡Que pasa hijo! Con mi rostro desencajado le respondí ¡Es
el dueño de Lobita, está en el Hotel! Ve hijo, ve a devolverla,

agradece la dicha que te proporcionó. Con su compañía, eso es
algo impagable.
Lobita y yo regresamos en sentido contrario, iríamos
hasta el hotel, subí el camino con una pena irresistible, no sé
cuanto demoramos, casi todo el día, habíamos salido muy de
madrugada con la carga de leña. Pasaban vehículos pero con
la perra era difícil que alguien ofreciera llevarme hasta el hotel.
En el hotel

Una vez allí, pregunté por Nicolás Igor. Lobita llegó muy
cansada con la lengua afuera se echó bajo una planta de nalca,
el botones me pidió que esperara. Desde una de las habitaciones
de la construcción de madera, salió un señor alto pero no tan
alto, delgado con una pequeña barba y un pelo castaño semi
ondulado, al instante cuando él se acercó a mí, me levanté del
asiento, Lobita había quedado afuera, nos saludamos lo miré a
los ojos, unos ojos muy claros. Consternado le manifesté “Le
traigo su perra” ya no pude más y me volví a sentar, tapándome
el rostro.
Salimos al exterior del recinto, Lobita vino corriendo se
sentó en sus patas traseras, levantando las superiores, fue
el saludo que le hizo a su amo. El era su amo, como ya era
atardecer pronto llegaría la noche, me invitó a pernoctar en el
hotel, para regresarme al día siguiente, habló con el Gerente,
diciéndole que yo era su invitado de honor, Lobita saltaba,
hacia él hacia mí corría de un lado a otro, era muy feliz.
En su inocencia sentía que tenía sus dos amores, había
recuperado a su amo, Nicolás joven con estirpe me atendió

muy bien, hablaba el español mejor que yo. Me habló de su
país Rusia su nombre Nicolás era el del último Zar.
Me fui a mi habitación para regresar a mi hogar temprano
al día siguiente. Había devuelto al ciervo a la montaña, ahora
estaba devolviendo a Lobita.
Tomamos un opíparo desayuno, llegó la hora de despedirnos,
abrasé a Lobita. Regresaras a Samoyedo tu lugar de origen, sobé
su pelaje lanudo me despedí de Nicolás y emprendí mi regreso.
Lobita empezó a gemir y corrió alcanzándome, más dolor
para mí. Entonces Nicolás la llamó, fue hasta él, saltó, lamió su
rostro gimiendo lamió sus manos, dio un ladrido, se dio vuelta
y corrió hacia mí, Nicolás me hizo señas, luego me gritó. ¡No
te preocupes es tuya! Yo tengo una camada, ella me dejó una
camada.
Me abracé a sus lanas, sentí su cuerpo vivo, tibio, su
mirada sus movimientos su sentir, un ser tan lleno de amor e
inteligencia.
Mi alegría era plena, corrimos por esos caminos agrestes,
contemplando las noches llenas de misterios, mirando alguna
estrella fugaz en el firmamento. Dándonos zambullidos en los
manantiales de aguas cristalinas, subiendo la montaña, bajando
cerros en busca de anécdotas o aventuras, disfrutando nuestra
existencia tan llena de amor, con tantos sueños y esperanzas en
el mañana, satisfecho del ayer, gozoso del presente, confiado
del futuro.
Vamos Lobita, vamos. Y la montaña nos atrapó en sus
ribetes colmados de misterios, leyendas, sueños y fantasías
de poetas y escritores. En los nevados de Chillán. “De este
hermoso país Chile”.
FIN

LA ESTATUA
Había una vez un Rey, muy necio e ignorante, careciendo de
inteligencia para reinar de manera justa y prospera, sus súbditos
cada día estaban más desconformes, El Rey al darse cuenta de
lo incapaz que estaba siendo y teniendo buen corazón, decidió
hablar con su hijo; que tampoco tenía capacidad para gobernar
Existe una leyenda de hace muchos años.
¿Y qué dice esa leyenda?
Le preguntó su hijo.
El Rey respondió; algunos fueron injustos, entonces los que
no estaban conformes porque algunos sabios se equivocaron
en sus conceptos, empezaron a quemar todos los libros.
Los sabios, siendo muy eruditos, se desesperaron y evocaron
a una hada para que los salvara de esta injusticia, al instante
una hada apareció, amante de la sabiduría, del conocimiento,
de la justicia, y empezó a aspirar las letras de los libros
quedando todos en blanco, llevándose ella los escritos. Pero
un hechicero que se alegraba lo que estaba pasando la maldijo
convirtiéndola en una efigie, al instante se gravó la imagen de
la hada en un medallón que el hechicero colgaba de su cuello,
pesando demasiado por el efecto de la absorción de todas las
letras de los libros.
El hombre se quedó inclinado tocando el suelo con su
cabeza, desesperado sin poder moverse porque en realidad la
hada se había quedado en el medallón, hizo otro embrujo al
instante, ¡Esfinge! Gritó, que te conviertas en esfinge.
Al instante salió la imagen del medallón, liberándose

el malhechor del peso que le causaba. La esfinge que era un
león con cabeza de mujer, levantó sus garras delanteras para
atacarlo, viéndose en mayor peligro casi bajo las garras del
felino, nuevamente gritó ¡Estatua! Repitiendo desesperado.
¡Que te conviertas en estatua!. ¡Por mil años!
Así el mundo se quedó sin los medios para investigar, y
aprender, la cultura se fue trasmitiendo de boca en boca lo
poco que podían aprender unos de otros, sin saber leer, es muy
poco lo que se puede hacer.
¿Y qué quieres padre?
Quiero que tú siendo joven y mi heredero busques esa
estatua.
Será difícil sin saber dónde se encuentra.
Tendrás que hacerlo, quiero que seas un buen Rey, no
fracases como estoy fracasando yo, manifestó el Rey.
Difícil tarea manifestó el Príncipe, siendo un hijo obediente,
emprendió el viaje en busca de la estatua, preparado para
un largo tiempo, tomó su caballo, y salió sin rumbo, con la
esperanza de encontrar, lo que su padre le había encomendado.
Pasó por muchas Aldeas, preguntando, todos le respondían
eso es solo una leyenda. Cansado ya sin tener ninguna
posibilidad de encontrar la estatua, se desmontó descansando
en el césped, a la sombra, de un canelo. Durmió toda la tarde,
un anciano que pasaba por ahí con un hato de leña, lo saludó.
Oportunidad que el Príncipe tuvo para preguntarle por la
estatua.
El anciano se rió. Luego le respondió.
Se dice que es una leyenda, yo estoy seguro que algo hay
de verdad, yo no conozco los libros ni las letras. Existe una
montaña que es la más alta del mundo e impenetrable, estoy
seguro que ahí debe estar la estatua.
El Joven Príncipe agradeció al anciano, y se encaminó en
busca de la montaña más alta e impenetrable del mundo, no
tardó mucho en encontrarla porque todos sabían de reliquia,
y riquezas de esa gran montaña, difícil fue avanzar y avanzar,
a veces extenuado dormía en el suelo, otras veces con mucha
sed por no encontrar agua, o con hambre. Pero por su padre
él tenía que buscarla. Un año había transcurrido. Sabía que su
padre lo estaría esperando con la esperanza que como hijo le
iba a cumplir.
El caballo fue una gran ayuda, para penetrar en esos montes,
cuando ya había perdido toda esperanza, de noche, cansado, se
durmió junto a su animal, de pronto una luz lo despertó, pensó
que era un relámpago, miró para percatarse de donde venía
ese rayo tan potente, montó en su caballo avanzando hacia la
potente luz.
Extasiado se quedó contemplando un tremendo
monumento, enorme, dando un esplendor difícil de describir,
¡Era la estatua! Con forma de mujer, tan hermosa, tan grande,
colosal, todo su cuerpo parecía estar formado por miles y miles
de piedras preciosas, las que resaltaban alumbrando todo a su
alrededor, deslumbrado, extasiado atónito bajó del caballo
caminando hacia este gran monumento nunca antes visto algo
igual. Las pequeñas piedras preciosas o brillantes o diamantes,
parecían respirar, palpitar, como si tuvieran vida, y diferentes
tonos, diferentes formas, diferentes portes.
Se arrodilló ante la estatua ensimismado, tan emocionado,
sin darse cuenta al inclinarse, rozó la punta de un pies de la
estatua, ese contacto fue como si un rayo, una energía hubiera
entrado en su espíritu, en su alma, en su existir. Entonces
levanto la mirada, y vio a la reluciente estatua con forma de
mujer, tan bella, tan especial, tan hermosa.

¡Me has despertado mi bello Príncipe!, He permanecido
aquí por mil años y nadie me buscó en tanto tiempo, solo tú.
Extasiado la miró, a sus ojos tan llenos de sabiduría, de
bondad, su voz un lirismo poético, El Príncipe no podía
articular palabra.
Luego Ella dijo: ¡Tengo aquí todos los libros del mundo cada
piedra de estas que forman mi cuerpo corresponde a un libro.
Donde encuentras todas las sabidurías del mundo la ciencia, la
cultura, Las leyes, los poemas, cuentos, novelas, y fábulas. Cada
uno está formado por letras, que son como niños jugando a la
ronda donde forman palabras, y con las palabras se construyen
las frases, oraciones, por medio de las letras podemos expresar
nuestros pensamientos, sentimientos, nuestros sueños Un libro
es la caja del tesoro, del decir y sentir, para llevar a cabo lo que
obtenemos de ellos, y realizarnos como personas. Racionales
y eruditas.
La estatua terminó su discurso, abrió los brazos y las perlas
empezaron a caer de su cuerpo transformándose en libros,
una infinidad de libros, allí contemplando la mayor riqueza
del intelecto junto a esa montaña de textos que guardaban los
conocimientos más grandes del mundo.
El príncipe vio alejarse al hada que había estado prisionera
por mil años. Su padre el Rey ya no sería más ignorante sino un
Rey de grandes conocimientos, justo, ecuánime, bondadoso,
humanitario.
Su Reino sería cuna de grandes intelectuales compartiendo
su sabiduría con las nuevas generaciones.

EL POEMA
Desde el tronco de un árbol, una ardilla lloraba y lloraba,
nadie sabía por qué. Sólo se veía su cabeza y sus lágrimas
rodaban al suelo sin cesar.
El mono que se encontraba cerca corrió a preguntarle,
porqué lloraba tanto, iba a despertar a todos los animales que
dormían. Pasó el conejo por ese mismo lugar, se detuvo para
saber por qué tanta tristeza.
La ardilla no podía hablar, una vez más calmada abrió los
ojos, se limpio las lágrimas, respiró profundo, miró al pie del
árbol que la cobijaba y no solo estaba el conejo y el mono, sino
muchos animalitos más que habían venido por su llanto, hasta
un anfibio, la rana abandonó el pantano en compañía del sapo
dejando de croar, por venir a la novedad, un reptil la culebra,
fuera de todos los demás animales como el león, el tigre, el
leopardo, el puma, todos los felinos, los canes etc.
Allí alrededor del árbol muy atentos la miraban esperando
les contara por qué lloraba.
Entonces la ardilla nuevamente se limpió sus ojos que
aún le lagrimeaban y empezó diciendo; lloro porque la brisa
me entregó un poema y al recibirlo vino el puelche y me lo
arrebató.
La brisa me manifestó que era mi poema, solo mío y que
tenía sólo tres palabras, y era el más lindo de todo el mundo.
Terminó diciendo esto y siguió llorando más fuerte.
Los animalitos la escucharon atentamente. Preguntándose
qué poema puede ser, se miraron unos con otros, luego la
marmota exclamó.
Nosotros te ayudaremos a buscarlo, la ardilla seguía llorando
desesperada por encontrar su poema, en eso llegó la brisa y les
comunicó a todos.
Yo guardé ese poema a la ardilla para que algún día cuando
ya fuera mayor entregárselo y ella lo guardara, es el poema más
hermoso del mundo que todos debiéramos tener, y solo cuenta
de tres palabras. Pero. ¿Quién lo tiene? Preguntó el mono.
La ardilla respondió: El puelche que bajó de la cordillera,
me lo arrebató, sin alcanzar a leerlo.
Entonces la brisa levantó la voz manifestando: Vamos en
busca del puelche. Y junto a ella salieron todos los animalitos
corriendo en busca del puelche.
Cansados ya de tanto correr encontraron al puelche. Todos
le preguntaron por el poema de la ardilla, único en el mundo
que solo contaba con tres palabras. El puelche respondió: Si lo
tuviera te lo devolvería, pero me lo quitó una ráfaga que pasó
por mi lado y no me di cuenta se lo llevó.
Desalentados siguieron a la brisa que los llevaría hasta la
ráfaga. Después de una larga caminata se encontraron con
la ráfaga, nuevamente todos le preguntaron por el poema
de la ardilla. Esta les respondió: Yo se lo entregaría pero no
lo tengo, me lo arrebató el ciclón, ya no podían más, pero
igual siguieron a la brisa en busca del ciclón, hasta que se
encontraron con El. Muy cansados, con la esperanza que
tendría que tenerlo. Hicieron la misma pregunta, queremos
el poema de la ardilla que tú tienes ciclón. La respuesta fue
nuevamente negativa. No lo tengo. Me lo arrebato el huracán.
¡Huracán!... Repitieron todos. La brisa les manifestó: Yo sé
que este gran viento tiene que pasar por aquí, lo esperaremos,

transcurrió un largo rato, lo que les sirvió para descansar, sin
darse cuenta se durmieron sintiendo la suave caricia de la
brisa, pasó mucho tiempo, hasta que un ruido ensordecedor
los despertó.
Un torbellino rozó sus cuerpos y vino el huracán con
mucha fuerza arrancando árboles, arrastrando palos, hojas,
todo lo que encontró a su paso, molesto con la brisa.
Esta la brisa se fue al centro del huracán, que con su
ojo el ojo del huracán la quería dominar, pero el centro era
totalmente calmado, Ella le pidió el poema de la ardilla, con
su ojo de huracán la miró formando un torbellino. Luego dijo
muy fuerte. ¡Yo lo tengo, es mío!
Los animalitos todos muy aferrados al suelo para no ser
arrastrados por la fuerza de este terrible viento capaz de
arrancar árboles, y crear grandes tormentas.
Entones la brisa llamó. Al puelche, al ciclón a las ráfagas
a los tornados, a los truenos. Todos vinieron y lucharon con
el huracán el viento más temible de todos los vientos, todo el
bosque tembló, hasta los cielos temblaron con el ruido de los
truenos, la tierra se levantó por los aires, los animales aterrados
adheridos al suelo, hasta que obtuvieron el poema.
Entonces el huracán ya muy calmado, con mucha tristeza
les gritó: ¡También es mío! Una nube que estaba cerca fue
arrastrada por el huracán y llovió torrencialmente, eran las
lágrimas del huracán.
La brisa y los animales regresaron felices porque la ardilla
no lloraría más. Habían recuperado su poema.
El mono gritó muy fuerte que lo lea, queremos conocer el
poema más hermoso del mundo con tres palabras.
Entonces la ardilla tomo el pergamino muy pequeño lo
desdobló y les manifestó. Voy a compartir con ustedes mi

poema, porque son mis amigos que me ayudaron a recuperarlo:
Empezó a leerlo y todos lo escucharon emocionados muy
emocionados.
Regresaron a su morada repitiendo el poema más hermoso
del mundo, de solo tres palabras:
“Te amo mamá”.

LA RANA, EL SAPO Y LA ORU GA
Un hermoso rayo de sol la invitó a salir del fango que tanto
le agradaba, entre raíces a orillas del riachuelo, donde pasaba
la mayor parte de su existencia, seguida por el sapo se subió a
una piedra que sobresalía del agua, que emitía una melodía al
encuentro con el atasco, provocando pequeñas ondulaciones
en la corriente continua de la vertiente.
Desde ahí observó que la rama de uno de los árboles que
adornaba como protección al estero, se inclinaba más hacia el
agua, entonces le dijo al sapo que se encontraba muy cerca de
ella, mira, mira tú, sapo Socratón que sabes más porque vives
observando todo lo que te rodea,
El sapo se sonrió y muy seguro respondió. ¡Es una oruga!
Guardó silencio y prosiguió, con el mismo desplante y seguridad
de un sabio, o sea una cuncuna como se le llama comúnmente.
¿Es un insecto? Preguntó la rana.
Si. Manifestó el sapo.
Es una lepidóptera metamorfosis como nosotros los anfibios
ranas y sapos.
¿Cómo es su metamorfosis? Preguntó la rana.
Primero un huevo, algo así como esos huevos que siembras
tú en el agua, pero estos lepidópteros los ponen en el aire cerca
de una hoja para que puedan alimentarse, pueden quedar en
forma de un montón o en hileras, en el interior de este huevo
se encuentra el embrión que va creciendo, protegido por la
caparazón que se llama corion, este embrión se alimenta por
sustancias nutritivas que posee el corion además tiene un
orificio central por donde respira el embrión.

La pequeña Li y el Leñador
¿Cuántas veces has saboreado esos ricos manjares que
hemos encontrado en las hojas a nuestro alcance?
¡Ah, sí! Respondió la rana.
Cuando el embrión ya crecido rompe esta cascara del
huevo o corion saliendo de allí la oruga o cuncuna, se come
inmediatamente el cascaron sale con un hambre insaciable por
las tres semanas que estuvo allí formándose un ser vivo desde
el embrión hasta la cuncunita esa misma que se encuentra ahí
en esa hoja balanceándose.
La rana estaba muy interesada en saber más de este insecto
ya que para ella el mejor alimento eran los insectos como
también para su interlocutor el sapo Socratón.
Tan interesada estaba que desde la piedra saltó hacia la
hoja de la rama que sostenía a la oruga que comía y comía
abundantemente y con su pequeño peso la hoja adherida a la
rama, se balanceaba acercándose al agua bajando y subiendo.
Trató de apresar este bocado con su lengua pegajosa, cuando
la rama bajaba ella saltaba, la oruga o cuncuna ensimismada en
comer y comer no se percató del peligro en que se encontraba.
La rana saltó y saltó. El sapo observaba la escena, la rama se
columpiaba la oruga comía y la rana saltaba.
El sapo Socratón a orillas del riachuelo, en tierra firme,
prefirió alimentarse con sancudos que había en abundancia.
Para el era lo más exquisito.
En uno de tantos saltos la rana tocó a la oruga con su lengua
la que retiró al instante volviendo a la piedra.
El sapo se sonrió y le dijo; tan grande y no sabes que las
orugas mudan su piel varias veces existiendo un estado de
reposo antes de cada muda, su piel está formada por una
especie de pelos o espinas y esas clavan para defenderse de
sus depredadores, como nosotros, terminó diciendo el sapo
riéndose de la avergonzada rana, que felizmente la oruga o

cuncuna no se adhirió a la lengua pegajosa de la oruga (anfibia).
Esta conversación fue escuchada por la lepidóptera,
avanzando con sus trece segmentos seis pares de ojos simples y
una boca con mandíbulas poderosas, dos labios en uno de sus
labios la glándula productora de seda, expulsada en forma de
líquido secándose al contacto del aire, usándola para diferentes
cosas, uniendo hojas, haciendo camino para huir o hacer el
capullo para la crisálida.
Se dio vuelta y observó a la rana, indignada.
¡Mira! Le dijo; Y en el instante empezó a emanar una
sustancia con la que hizo un manto de seda, subiendo más
arriba del árbol se envolvió en su manto que ella misma lo
fabricó. Una vez en lo alto se colgó de una rama quedándose
allí, tranquila arrullada por la brisa.
La rana se extasió mirándola asombrada, no podía creer
lo que estaba viendo, el sapo nuevamente siguió dando su
conferencia.
Miró hacia arriba del árbol, de donde colgaba ese pequeño
bultito envuelto en un manto de seda, Es una crisálida, ese será
un siclo de tres semana regulado por hormonas según el clima,
Todos los días la rana subía a la piedra a observar la
crisálida suspendida del árbol, no podía creer lo que le había
dicho el sapo. Fascinada no se cansaba de contemplar esa cosa
ahí inmóvil abrigando en su interior una vida, largas fueron
las tres semanas de espera que podía haber sido más tiempo o
menos, eso dependía de la temperatura del clima.
Hasta que un día, la rana observo que la crisálida se movía,
¡Se mueve! Exclamó. ¡Se mueve! Gritó más fuerte, o mejor
dicho empezó a croar, el sapo escuchó el croar de la rana y
vino a su encuentro, los dos contemplaron este suceso, el sapo
conocía la metamorfosis de las mariposas, nada era extraño
para él, por ser tan observador sabía mucho, de ahí su nombre

Socratón, ensimismada la rana ve que desde la parte inferior
de la crisálida, empieza a parecer una cabeza tiene sus ojos
manifestó el sapo. Con su propia cabeza rompió la seda que la
envolvía estando ella con la cabeza hacia abajo.
Extasiada la rana, vio como de ese capullo salió una
mariposa.
Moviendo sus hermosas alas, volando en ese paraíso donde
ellos habitaban. ¡Qué vuelos! zigzagueando en ronda, de flor
en flor absorbiendo el néctar o chupando el néctar de estos
jardines espectaculares que nos rodean.
¡Qué alas tan hermosas! verde sobre una hoja verde, roja
sobre una flor roja, gris sobre un tronco.
Es lo más maravilloso que la rana había visto.
El sapo le manifestó.
En tus cuarenta años, ¿nunca te diste cuenta del mundo
maravilloso que te rodea?
Yo era feliz en mi pantano disfrutando tantas primaveras
época de poner mis huevos ver a mis rana cuajos como se
transformaban hasta llegar a ser una rana como yo.
La rana observaba desde la pequeña piedra con su boca
abierta, dejando a la vista su dentadura, no se cansaba de
contemplar la mariposa, que danzaba en el aire subiendo y
bajando, batiendo esas alas tan frágiles delicadas y tiernas.
Era como si el lirio se hubiera escapado de su tallo para flotar
por los aires contemplando la bella naturaleza que nos cobija,
luego la rana suspiró profundo y exclamo.
¡Quién fuera mariposa! para cruzar los cielos, beber ese
néctar de cada flor, tener esas alas, tan hermosas y ¡volar y volar!
Junto a la piedra se quedó la rana inerte. El sapo se acercó
a ella.
Hermosa rana dime ¿Cuál es tu último deseo?
Débilmente respondió.

¡Convertirme en mariposa!
Cerró sus ojos estiró, sus heladas patitas exhalando un
último suspiro del que emanó una bella mariposa que voló y
voló.
Era tan hermosa, como antes nunca fue vista alguna.

EL LEÓN Y LA PRINCESA
Había una vez un Rey que tenía una hija muy hermosa y de
muy buen corazón, la que cuando cumpliera los veinte años
su padre le haría una fiesta para que algún príncipe le pidiera
la mano y contrajera matrimonio. Pero adelantándose a los
proyectos del Rey un príncipe de otro Reino que solía conocer a
La Princesa y muy prendado de ella por su gran belleza decidió
ir a pedir su mano aunque aún no había cumplido los veinte
años, el padre de la hermosa joven conociendo a su vecino y
sabiendo que no era un hombre de buen corazón no concedió
la mano de su hija al osado Príncipe.
El Príncipe muy ofendido por la negativa del Rey de no
concederle la mano de la joven princesa decidió raptarla, pero
la princesa tenía una estrella de diamante que lucía en su pecho,
y le había sido entregada al nacer por su abuela materna, que
a la vez había recibido de un hada para ser protegida de todo
mal.
El vil pretendiente, dispuesto a llevar a cabo sus bajas
intenciones de raptar a la princesa, estaba al asecho observando
cada paso, de la joven.
Un día la bella niña salió de paseo por el bosque, esta fue la
mejor ocasión para realizar sus bajos instintos mientras ella se
internaba en el bosque, el malvado príncipe la seguía a corta
distancia sin que ella se diera cuenta, pero cuando la princesa
se percató de los hechos corrió lo que más pudo, lo mismo hizo
su pretendiente.
La Princesa entró en pánico, su corazón empezó a latir

muy fuerte la estrella que lleva en su pecho como prendedor
de diamantes captó los fuertes latidos y a la vez un hada que
había regalado este prendedor a la abuela de la niña captó el
peligro por el que estaba pasando La Princesita. Apareciéndose
al instante en el lugar de la escena, al ver que el malvado se
encontraba casi tocando a la princesa lista para apresarla lo
transformó en un animal, un león con una gran melena acto
seguido hizo aparecer un enorme árbol frente al felino.
Al sentir su cambio se quedó allí muy confuso ante el árbol,
una vez recuperado de la impresión tanto por el árbol como
por el cambio de su cuerpo. La Princesa tuvo tiempo para
trepar al árbol. Desde lo alto pudo observar al tremendo león
con una suntuosa melena, el suceso lo hizo entrar en un estado
de ira incontrolable.
Después de un rato La Princesa ya superado el miedo, el
hada se había ido, decidió hablarle, para buscar la forma de
distraerlo, así poder bajar del árbol y correr a su palacio.
Entonces se dio valor y le habló.
–Señor león –¿Quiere que le cuente un cuento?
El león también ya más resignado miró a La Princesa en lo
alto del árbol, respondiendo.
¿Y qué cuento me vas a contar?
–El cuento de la rata y el gato.
“La rata y el gato” manifestó el león un tanto interesado
repitiendo el titulo, me parece interesante exclamó, bueno te
escucho terminó diciendo.
Y así fue como La Princesa desde lo alto del árbol empezó a
narrar un cuento.
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Lila Layers
La rata y el gato
Había una ratita muy pequeña, que salió de su escondite
para adquirir alimento, no contó con un gato que le salió al
paso, ella con un pedazo de queso, desde un rincón sin poder
arrancar para ningún lado, con mucho susto, empezó a suplicar
al gato, que siendo tan pequeña como se la iba a comer, si él
era el gato regalón de la casa y tenía tanta comida, más todo
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La pequeña Li y el Leñador
el cariño de sus amos en cambio yo dijo la ratita, que vivo
escondida en cuevas y no tengo alimentos para eso debo robar
y robar es pecado lo sé, en cambio tú no tienes que robar, ni
mendigar como yo para subsistir, lo único que tengo es mi vida
y tú me la quieres quitar, la ratita lloraba y lloraba, suplicando
al gato repitiendo lo mismo una y otra vez. Tanto fue así que
el gato se convenció de las plegarias de la ratita dejándola libre
regresando ella feliz a su escondite.
No, no manifestó el león, no me gustó tu cuento, como
puede ser que el gato no se comió a la rata, ¡qué vergüenza!
¿Qué gato era ese? El león muy ofuscado molesto por el cuento
le dijo a La Princesa.
No te irás hasta que me cuentes un cuento bueno.
La Princesa, no sabía que cuento sería bueno para el felino.
Suspiró profundo, otro cuento se dijo, sujetándose del árbol
para no caer, luego empezó diciendo.
La coneja y la zorra
Había en el bosque una coneja que salió de noche en busca
de alimento la luna era hermosa dando una claridad que
parecía de día, la coneja se veía desde lejos, fácil para cualquier
depredador, la zorra que justamente andaba por ahí muy cerca
vio a la coneja que muy feliz se alimentaba con hierbas del
campo, el canino avanzó sigiloso para cazar al pequeño roedor,
pero este sabiendo lo peligroso que era para ella salir de su
cueva, sintió un ruido percatándose de la venida de la zorra
que detrás de unos arbustos la observaba para lanzarse sobre
ella.
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Lila Layers
La coneja dándose cuenta del peligro que se encontraba
dio un solo salto, y corrió muy fuerte zigzagueando como lo
saben hacer los conejos, con tan mala suerte que justo quedó
enredada en una zarza, en eso llegó la zorra. Sra. zorra como
me vas a comer si tengo mis hijos que me están esperando la
coneja lloraba y lloraba suplicándole a la zorra.
La zorra también pensó en sus cachorros dio la media
vuelta y se fue en busca de algún gallinero, la coneja como
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La pequeña Li y el Leñador
pudo salió de la zarza y se fue a la cueva donde tenía la camada
de cachorros.
El león se rió a carcajadas, que cuento tan ridículo exclamó
si la zorra tenía que comerse a la coneja o lo que sea, exclamó
irritado.
Con estos cuentos Ud. Nunca va a poder bajar de ese árbol
porque hasta que no me cuente un buen cuento yo no me
muevo de aquí, manifestó el león muy molesto.
La Princesa, tímida y muy angustiada se quedo pensando,
luego exclamó.
El búho y el guarén
Una vez había un búho en un tronco de un álamo subió a
las ramas y desde allí vio a un tremendo guarén en el huerto
vecino que se comía unas castañas que habían caído desde
un enorme castaño con más de doscientos años en medio del
patio.
El búho abrió sus alas y voló en dirección al guarén, un
ratón muy grande, pero este lejos de su escondite no alcanzó a
huir, del ave de rapiña quedando frente a frente del pájaro, el
ratón con voz ronca le dijo.
¿Cómo me va a comer? señor búho, yo estaba saboreando
unas castañas que este bello árbol tan generosamente me las
da, sólo tengo que recogerlas con mi hocico y Ud. tendría que
matarme.
¡Señor búho apiádese de mí! Que para alimentarme tengo
que comer de todo, a veces hasta palos secos, o papeles. Todas
las mugres, que encuentro a mi paso. Tengo que vivir en cuevas
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Lila Layers
subterráneas, muchas veces húmedas y bien escondido, nadie
me quiere, los gatos también me cazan, en cambio Ud. Vive
en los troncos y vuela por los aires. Se alimenta de carne, sólo
presas como yo, por favor no me coma.
El ratón tiritaba de miedo, suplicando, a la vez dándose
mucho valor para exponer la defensa por su vida.
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La pequeña Li y el Leñador
El búho se paseaba de un lado a otro mirando sus garras de
rapiña para agarrar al ratón y comérselo despedazándolo con
sus garras y el pico encorvado que poseía, pero tanto fue la
súplica del roedor que el búho consternado abrió sus alas y se
volvió al álamo desde donde venía. Del tronco hueco del árbol.
El león dio un tremendo rugido exclamando muy ofuscado,
no puede ser, el búho tenía que comerse al guarén, y no se lo
comió, no puede ser repetía muy molesto.
La princesa, pacientemente seguía en la copa del árbol
pensando como distraer al felino pero no sabía cómo, decidió
seguir contándole cuentos.
La caza del zorro
Un Rey decidió salir de caza buscó a sus perros, montó en
su caballo en compañía de algunos amigos que había invitado
y cabalgaron hacia los campos donde podrían encontrar
zorros, no habían avanzado mucho cuando los canes salieron
corriendo y ladrando desesperados, justo su olfato le indicó
que un zorro andaba por ahí cerca, hasta que lo arrinconaron,
y en su desesperación el zorro se hizo el muerto, entonces los
perros al creer que estaba muerto dejaron de ladrar pero en
un descuido el zorro salto y salió corriendo muy fuerte hasta
encontrar una cueva donde se escondió.
Los sabuesos perdieron el rastro del animal, la jauría regresó
junto a los caballos, cansados ya sin ladrar por haber perdido
la presa que casi tenían segura.
El Rey y sus amigos regresaron al palacio lamentando no
haber cazado nada.
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Perros necios, exclamó el león, ¡cómo no saber que los
zorros cuando están en peligro se hacen los muertos! ¡Como
se dejaron engañar por el astuto zorro! El león movía la cabeza,
no podía aceptar el fracaso de los canes.
La Princesa cansada de contar cuentos y sujetándose de las
ramas del árbol para no caer ya no daba más de cansancio,
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La pequeña Li y el Leñador
allí el león echado, la miró diciéndole no sabes ningún cuento
bueno, la princesa pensó y pensó pero nada venía a su mente.
La culebra y el polluelo
Había una gallina clueca con su parvada de polluelos pero
un polluelo se alejó y una culebra que andaba al acecho se
paró hasta la mitad de su largo cuerpo sacando los hilillos de
lengua mirando de fijo al pollito, la gallina al percatarse que
le faltaba uno de sus hijos salió en busca y vio el rastro de la
culebra, enfurecida corrió con las alas abiertas y las plumas
encrespadas dando muchos ruidos cuando la culebra la vio que
venía directo hacia ella dispuesta a picotearla bajó la cabeza
y salió arrastrándose por entremedio de la maleza, el pollito
aterrado no podía salir del espanto hasta que la gallina le decía
co co co y sus hermanitos piaban desesperados por el susto que
habían visto en su hermanito.
El león la miró diciéndole, me tienes cansado con tus
cuentos. Haber déjame pensar, el primer cuento era del gato
y la rata.
– Sí, respondió La princesa.
La rata no tenía comida, y salió a robar, a robar para
alimentarse, exclamó el león, luego dijo.
¡Pobre rata! Tenía que robar para alimentarse, es digna de
lástima. Manifestó cabizbajo. ¿Y el segundo cuento?
De la coneja y la zorra –respondió La Princesa.
Y tenía sus hijitos balbuceo el felino, por eso la zorra la
perdonó. ¡Pobre coneja! La zorra casi se la come que habría
sido de sus cachorritos, terminó diciendo el león acongojado.
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¿Y el otro cuento?
Se trata del búho y el guarén manifestó La Princesa.
Pobre guarén casi se lo come el búho pero fue un pájaro
muy bueno al renunciar a su presa que grandioso fue el búho
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exclamaba el león, ¿y el otro cuento? –Preguntó.
La caza del zorro, respondió La Princesa
¡Ah! Sí. Los malditos perros que el zorro se hizo el muerto,
como los hizo tontos. ¿Y cuántos perros eran?
Una jauría, respondió ella.
–Es admirable la astucia del zorro o zorra ¡Como los
engañó! Y se arrancó haciéndolos perder el rastro que astuta,
no se cansaba de repetir el león. ¿Falta uno? Preguntó.
Sí respondió La Princesa falta el de la culebra y el polluelo.
¡Ah! Sí. El pollo que casi se lo come la culebra tragándoselo
entero, pobre pollo, su madre lo salvo, siempre las madres cuidan
de sus hijos, aunque fuera una gallina, estaba desesperada por
su hijito, la culebra tuvo que arrancar caso contrario la gallina
habría peleado heroicamente por la vida de su retoño. Terminó
diciendo el felino quedándose muy triste tan triste que de sus
ojos rodaron lagrimas, así se quedó muy decaído muy triste,
en silencio
Ella La Princesa al verlo así no sintió miedo y bajando del
árbol se acercó al felino acariciándole la hermosa melena, el
león con las caricias de La Princesa fue cayendo en un profundo
sueño sin darse cuenta se transformó en el Príncipe que era.
Con todos los cuentos que la joven le contó los mensajes
de cada historia llegaron a su corazón transformándolo en un
buen joven, de buen corazón capaz de renunciar y sus malvados
instintos preguntándose como el gato, la zorra y búho, la jauría
de perros y la culebra renunciaron a lo que más deseaban.
Entonces el también renunció a sus instintos con la princesa.
Le dio sus disculpas llevándola de regreso al palacio, visitándola
a diario sin darse cuenta que poco a poco la amó intensamente
hasta que el Rey se la entregó como esposa, dando una gran
fiesta.
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La pequeña Li y el Leñador
La Princesa también lo amó intensamente fueron muy
felices y tuvieron muchos hijos.
¡Uf! -¡Que cansadas estamos! Pero no hemos podido dejar
de leer, hasta terminar todos los cuentos de este libro.
La Pequeña Li y Carolina se durmieron soñando con las
aventuras del hijo del Leñador, Juan Chupalla y los otros cuentos
del libro que les había regalado el Gerente del Hotel. Para ellas
lo más hermoso fue disfrutar de la nieve, e imaginarse toda la
belleza que existía a su alrededor por toda la descripción de
ese texto tan especial. El Leñador en los nevados de Chillán.
FIN
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Índice Pág.
La peq ueña Li y el Leñad or ........................................... 11
El Leñador en los nevados de Chillán....................................... 13
Inesperada visita........................................................................ 16
Una familia de Zorros ............................................................... 19
Un Chingue y las Vizcachas ..................................................... 22
Una Guiña, un Puma y una Chilla ......................................... 24
Chinchilla .................................................................................. 28
El encuentro de un Pudú........................................................... 31
Hurón chileno o Quique............................................................ 33
El encuentro con la Perra.......................................................... 36
La cascada y la gruta................................................................. 40
Convertido en Perro................................................................... 44
El encuentro con el Huemul...................................................... 49
El Regreso ................................................................................... 51
Un cielo bordado de perlas........................................................ 53
Llegan a la gruta........................................................................ 56
En el hotel .................................................................................. 60
La estat ua............................................................................... 63
El poema ................................................................................... 67
La rana, el sap o y la oruga ......................................... 73
El leó n y la Princesa ....................................................... 79
La rata y el gato.......................................................................... 81
La coneja y la zorra.................................................................... 82
El búho y el guarén..................................................................... 84
La caza del zorro........................................................................ 86
La culebra y el polluelo.............................................................. 88
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