TERCER TOMO
LA PEQUEÑA
LI Y LAS
ATOLONIAS.
LILA LAYERS
DERECHOS DE AUTOR DE LA COLECCIÓN
LA
PEQUEÑA LI I.S.B.M.
NUMERO 978.956.353.245.6
DERECHOS INTELECTUAL NÚMERO. 81.335
Dedico este libro a mi nieta Sofía Valdés M.
NOTA
PRELIMINAR
En este libro se entrega un tercer tomo de la colección de
la Pequeña Li. Ahora la pequeña Li y las
Atolonias, una fantasía, una ficción, donde predomina la admiración a la raza humana, la belleza, la perfección y
la inteligencia, dones insuperables, por
otros seres vivientes, creando paralelamente otros seres extra-terrestres
que, pese a su gran inteligencia y su
extraordinaria belleza, no son capaces de igualar al género humano, único en su especie y en su grandeza, símbolo
de perfección y admiración. La pequeña Li
en este tomo se destaca por su gran amistar con Musga, quién tiene la facultad de mutarse y posee una gran
inteligencia, sin poder llegar a igualar jamás al hombre o sea al ser humano.
En este tomo encontramos un mundo de una gran fantasía, un sueño de lo bello, lo bueno y lo justo. Un
relato que nos hace pensar y valorizarnos a nosotros mismos, descubriendo
nuestros grandes valores ocultos a veces casi sin percibirlos, como en un sueño
eterno, más las Atolonias nos conducen a
ese despertar, un despertar hermoso,
que nos permite contemplarnos por dentro
y por fuera. ¡Qué hermosos somos! ¡Que
dicha más extraordinaria pertenecer al género humano!
¡Gracias señor, por esta dicha que me has dado!
La
Autora.
EN LA CUEVA
DEL MAGO
Esa
tarde caminé sin rumbo, por esos caminos cruzados, contemplando las caídas de
aguas, admirando cada árbol vestido de verde, en encaje de hojas de formas
caprichosas captadas en diferentes tonos, ofreciendo el aroma de sus flores,
perfumando el ambiente, perfumando el aire, perfumando el bosque. Así llegué a la Cueva del Mago, ahora
traía una linterna, Empecé a entrar
captando la diferencia entre el ambiente
húmedo y mal oliente de la cueva con el
radiante sol y fresco perfume a yerbas y
flores del bosque.
A medida que avanzaba
pude observar al fondo, muy al fondo de la cueva, me sorprendió ver un bulto en el suelo. Alumbré y era un niño que dormía profundamente. Lo
miré de manera minuciosa, sus ropas eran
diferentes, finas y muy limpias. Caminé hacia él, vi su rostro hermoso. Me quedé un instante
pensando y de pronto el niño se empezó a mover.
-¡Hola! Le dije. Yo
soy Li.
-Yo soy Li. Me respondió, mirándome muy extrañado.
-Yo me reí, y le
reproché. –No, yo soy Li.
Nuevamente repitió la frase.
-¿Quién eres tú? Le pregunté.
-¿Quién eres tú? Respondió.
-No tenía cara de tonto, pero su actitud era de un niño muy
raro. Luego me miró y dijo:
.Li. - Sí. Le
respondí. Yo soy Li. ¿Y tú?
-¿Y tú?, respondió.
Tú. Yo. - Dijo, luego empezó a caminar
hacia la salida de la cueva. Mirándome muy extrañado. Salió en silencio y corrió hasta un pequeño
artefacto, yo abrí los ojos. ¡No podía creerlo!. . . ¡Era un niño
extraterrestre!
-Subió a la nave,
sonaron los motores, salió fuego por la
parte de atrás y se perdió en el espacio a una velocidad asombrosa. Yo me quedé
allí, más maravillada que nunca
-Pero, ¿Por qué se
fue? Me pregunté.
Sentí una gran
inquietud por saber más de ese niño.
Entonces fui a casa y traje a la cueva revistas, un diccionario, y varios libros, los dejé en
la caverna y regresé a mi hogar.
A los días después
volví a la cueva del Mago con la esperanza de encontrar al pequeño niño, miré a mi alrededor y no vi nada, pero, en un
costado de la caverna, en la cual había una pequeña salida por donde entraba un rayo de luz, estaba el pequeño extraterrestre mirando los
libros y revisando las revistas que yo
le había dejado. Me miró sonriente y me
dijo.
-¡Hola Li! -¡Hola! Le
contesté feliz, estaba entendiendo mi idioma. No supe qué más decirle, pero de
pronto, se me ocurrió. Hacerle una pregunta.
-¿De dónde vienes? Y
él indicó con un dedo hacia arriba, luego manifestó.
-Estoy conociendo tu voz. Es muy bonita y fácil de entender.
Entonces comprendí que
se refería a mi idioma.
-Sí le respondí y nos miramos un rato sin saber cómo empezar a conocernos
más. Yo deseaba saber tantas cosas de
él. Pero por dónde empezar, tenía un sin fin de preguntas en mi mente.
¿Cuéntame de tu nave? le dije.
Mi nave la dejé atrás
de esta cueva, me respondió.
Entonces fuimos al lugar donde la había dejado, casi oculta
en unos matorrales. Tenía una forma como
de lancha con la cabina muy cerrada construida
por un material transparente, su capacidad era para dos personas,
adentro toda forrada de color terracota,
y por fuera el material era
plateado no muy grande. La parte de adelante terminaba en punta y la parte de atrás recta por la que sobresalían cuatro tubos, entonces le pregunté por esos
cuatro tubos.
-Aquí atrás van las
cargas atómicas, son cuatro, para dar la partida funcionan todas al mismo
tiempo, pero una vez en el espacio, sólo se activa una. ¿Ves? Me dijo y me mostró en la parte delantera cuatro botones negros y
uno rojo en la parte superior.
-Al partir, presiono este rojo y surge el lanzamiento con
las cuatro potencias, luego lograda la altura,
presiono cualquiera de estos cuatro y después desactivo el rojo. ¿Estás entendiendo?
-Sí, entiendo, ¿y la dirección?
-Acá. Esta palanca es para
la dirección.
La parte delantera era maciza y parecía muy pesada.
-Esta es la pantalla
para ubicar algún lugar determinado.
Y me mostró un cuadrado transparente. Luego siguió mostrando
las partes de la nave.
-Estos son contactos
radiales. Indicando otros artefactos.
Consideré muy
complicado el sistema de esa lancha voladora. Estaba observando detenidamente la maquinaria y levanté
la cabeza para preguntarle por un botón azul, cuando lo miré. Me vi a mí
misma. Entonces me tapé los ojos con mis
manos y grité. El niño se empezó a reír. Yo no quería volver a mirar, pero me
saqué las manos de la vista y ¡allí estaba él! Riéndose profusamente,
saltaba, levantaba las manos. Tanto fue
así que yo también empecé a reír,
dándome cuenta que me había hecho una
broma de muy mal gusto. Nos apoyamos en
la lancha y nos mirábamos riéndonos, luego, apenas pudo hablar, me dijo:
-¿Te enojaste?
-No, pero me dio mucho susto, ¿Cómo lo hiciste?
-Yo tengo la facultad de transformarme o mutarme.
-¡Ah! Sí, entonces eres igual que Musga.
-¿Quién es Musga? -Yo le conté la historia de Musga, él me
respondió.
-Sí, creo que las conozco, pero ellas vienen del planeta
avocina, en cambio yo no, mi planeta queda aún más lejos y los que reinamos somos los humanos, teniendo
a nuestra disposición un Reino Animal,
un reino Vegetal y un reino Mineral. Somos muy completos tenemos de todo, yo
disfruto de todo el Universo.
-¿Entonces ustedes son iguales a nosotros? Le pregunté.
- Lamento decirte Pequeña Li, en algunos aspectos soy muy
superior, es preferible hablar sólo de mí, como te digo puedo disfrutar de todo
lo que existe en el Universo.
-Y tú. ¿Me llevarías al espacio en esta nave?
-Sí, te llevaría a
cualquier parte.
-¿En serio? Llena de júbilo, ¡Quiero ir! ¿Adónde? Me preguntó.
- A la luna, Yo quiero ir a la luna, seguí diciendo.
Entonces, él levantó
la tapa de la cabina. ¡Sube! Me ordenó.
Acomodándome colocó
en mi cabeza una especie de protección de un material transparente y luego
cruzó unas correas por mi cuerpo, atadas a la nave. Después bajó la techumbre,
también transparente, la aseguró y preguntó. ¿Listo? -Sí, estoy lista,
respondí.
Revisó el tablero y
presionó el botón rojo como me había dicho antes. Yo sentí un tirón fuertísimo
y vi que la tierra se iba cayendo, la sensación que experimenté fue tan extraña
que no recuerdo nada más, hasta un leve aterrizaje cerca de unos matorrales.
Abrí los ojos y pregunté.
¿Esta es la luna?
-No, me dijo. Ya estamos de vuelta, lamentablemente te
desmayaste, entonces muy preocupado sólo di una vuelta alrededor de la tierra y
preferí traerte de regreso. Me diste un
buen susto.
Yo lamenté mucho más
que él, porque perdí la oportunidad de ver la luna de cerca y haber aterrizado
en ella. Luego le pregunté
¿Cómo te llamas? Él me iba a contestar algo cuando le interrumpí, y le dije, No, no
me digas tu nombre. Y tomé una piedra un pedazo de la roca en donde estábamos.
Aquí está tu nombre, obtendremos tu nombre con esta piedra, le manifesté. El me
miró atónito. ¿Cómo? Preguntó.
Rocadio, te llamarás, repetí Rocadio.
Rocadio manifestó el riéndose, pero si yo me llamo Tulú.
-¿Tulú? -Sí
respondió, pero me gusta mucho ese nombre que tú me has dado, Rocadio.
-Sí, a Musga, mi amiga
ave, que también se transforma en otras aves, le elegí yo su nombre, aún
no sé cuál sería su nombre. Pero para mí es Musga.
Entonces tu amiga es igual que yo, con la diferencia, que
solo puedo transformarme en otras personas, no en animales, ahora debo irme,
manifestó.
-Y, ¿Volverás? Le pregunté.
-sí, volveré otro día.
-¿Quieres que te tenga un regalo?
- Y, ¿Qué quieres regalarme?
-Un libro de cuentos.
-¿Cómo se llama ese libro de cuentos?
EL LOBITO
Y EL PERRO
Soy un lobito de mar que estoy empezando a disfrutar estas aguas de la bahía
de Concepción, ya nado mucho mejor. Tengo un rincón en el puerto donde
suelo tomar el sol después de mis baños y mis festines de ricos peces.
Hoy
ha sido un día diferente, en mi
rincón donde yo reposaba placenteramente ¡un perro! Al verlo gruñí, él hizo lo
mismo, si me hubiera acercado más. Me habría mordido, molesto me fui a una roca
donde también solía descansar, quedaba más adentro de la bahía frente a la
lobera donde reposaban los míos.
Al día siguiente fui nuevamente a mi
rincón con la esperanza de no encontrar ahí al intruso, lamentablemente no se
había ido. Gruñí, el ladro, así pasamos muchos días, yo gruñía el ladraba, yo
desde el agua, el desde la terraza o mejor dicho desde mi rincón. Un día decidí
hablarle lo primero que hice fue preguntarle, porqué estaba ahí. Echado con su
cabeza sobre el cemento levantó solo la vista y no contestó nada, o sea que me
ignoró, ni ladro, ni aulló, ni gruñó. Consternado de verlo mudo nuevamente le
pregunté. ¿Por qué estás aquí? Igualmente nada, sin respuesta. Entonces al día
siguiente le llevé un pescado, salté a la terraza donde él estaba y le dejé el bocado junto a su hocico, levantó la
vista y empezó a olfatear, lo saboreo, luego se levantó moviendo su cola, y
acercándose a mí me dio un topón en mi hocico, yo fui feliz con su gesto de
cariño, me lancé al agua nadando jugueteando en ese mar que me cobijaba.
Al día siguiente lo primero que hice
fue llevarle un pez a mi amigo, allí estaba, cuando me vio se paró en sus
cuatro patas y avanzó a la orilla moviendo el rabo, de un salto estuve a su
lado dejándole el pez, allí nos quedamos a orillas del mar en la terraza, ahora
le preguntaría, ¿de dónde vienes? Echado al lado mío empezó a gemir, como si
estuviera liberándose de una pena. Luego respondió:
Yo vivía en una mansión, tenía de todo,
pero mis amos no me amaban, les cuidaba la casa los amaba, pero para ellos solo era un quiltro, entonces
decidí irme con la esperanza que alguien
me quisiera. Dijo esto y guardó silencio, apoyó su cabeza sobre mí y se durmió,
hice lo mismo la gente que pasaba decía,
mira, mira un lobito y un perro.
Cuando el sol ya se entraba despertamos
de nuestra siesta, me lancé al agua y me fui a la lobera sorprendido por lo que
me había contado, yo jugueteaba con mis hermanos, tenía una familia numerosa y
nos amábamos, no teníamos amo, éramos
libres, no teníamos que servirle a nadie, el mar nos proveía de
alimentos y disfrutábamos nadando, podíamos viajar muy lejos atravesando mares.
Una mañana más yo con un pez en el
hocico para mi amigo, así pasó mucho tiempo, descansábamos juntos compartiendo
ese rincón que antes había sido mío, yo diría que pasaron años, convirtiéndome
en un lobo de mar con mi propia familia y mi propia roca, llegué a pesar 350
kilos con un alto casi de un metro y un largo de un metro y medio, mis esposas
me dieron muchos hijos, pero nunca olvidé a mi amigo, siempre le llevé un pescado,
me costaba un poco subir a la
terraza, pero los lobos somos muy buenos para saltar.
Esa mañana me quedé a su lado, le
pregunté como estaba, bien me respondió, presentí que no estaba bien, me
lamió con cariño, toqué su hocico en
ademán de agradecimiento, como yo había crecido tanto se veía pequeño
acurrucado junto a mí. Al rato casi al llegar la noche, lo sentí helado, su
frágil cuerpo ya no era tibio como solía sentirlo otras veces, traté de
moverlo, su rigidez me advirtió que se había ido, allí me quedé junto a su
cuerpo, llegó la mañana y ahí estábamos los dos, la gente pasaba y pasaba como siempre viéndonos ahí. Ya al
medio día los jotes aves de rapiña querían arrebatármelo, lo abrace muy fuerte,
más fuerte y me lancé al mar con el
abrazado nadé muy lejos y muy profundo,
dejándolo en las profundidades del mar entre algas y peces de colores, allí se
quedó con una sonrisa en su rostro, había tenido todo mi cariño.
Fin.
-Bueno volveré por
ese libro, los cuentos siempre son bonitos y siempre dejan una buena enseñanza.
-Te lo tendré aquí en la caverna, para cuando vuelvas.
Subió a la nave y zarpó, lo vi perderse en el firmamento en
escasos segundos.
REGRESO
DE TULÚ
La nave dio varias
vueltas y luego aterrizó, corrí al encuentro de Tulú o Rocadio, este
descendió del artefacto y yo le entregué
el libro de cuentos que le había
ofrecido.
-¡Ah!, el regalo que me ofreciste. Manifestó.
- Sí, le respondí. Nos sentamos a la entrada de la caverna y Tulú empezó
a leer. Poco a poco en medio del silencio sentí un ruido que venía desde la cueva, Una vez que Tulú
terminó de leer me dijo que le gustaban
mucho los cuentos y este era muy bonito, me pidió que para el próximo viaje le tuviera otro libro
de cuentos. Luego ambos nos quedamos escuchando
ruido extraño. Avanzamos al interior de la gruta.
Necesitamos lumbre dijo Tulú
y corrió hasta la nave,
regresando con un objeto redondo con una correa en cada extremo, abrochó
una del dedo pulgar y otra del meñique sobre el dorso de la mano, presionó
un botón con la otra y ésta
proyectó una luz extraordinaria, súper
potente.
¿Ves? Esto es para dejar las manos libres en cualquier emergencia, y así te alumbra
igual, según el movimiento que le des a la mano.
Avanzamos y a cada momento el ruido era mayor, nos
adentramos a un túnel que continuaba desde la cueva, pero este se iba reduciendo cada vez más. Una
gran cantidad de telarañas nos impedían el paso, con un palo fuimos
despejando hasta llegar al extremo opuesto.
El ruido no era otra cosa que una pequeña caída de agua. El
túnel terminaba en un agujero, como quien dice una ventana con una cortina de
agua. Primero se asomó Tulú. Sin darse cuenta éste saltó.
No supe si por su voluntad o si la fuerza de la caída del agua lo
cogió para lanzarlo al vacío. Me
quedé allí con miedo y deseos de saber qué le había pasado a Tulú, me asomé al agujero cuando,
de pronto sentí
como si me tomaran de la cabeza y me lanzaran al espacio. Sentí como si
me diera vueltas en el aire hasta que
caí en un pozo, nadé envuelta en las
aguas hasta salir a flote. Y allí estaba
Tulú riéndose, me
tiró agua y yo también hice lo mismo. Salí
corriendo, me introduje al bosque y
Tulú corrió tras de mí, de pronto
tropecé y rodé cerro abajo. Tulú se rió
mucho de mí porque, como mi ropa estaba mojada, con la tierra quedé como mona de sucia.
Cuando llegué a casa,
Mamá Bella me azotó por haberme
ensuciado tanto, mi aspecto no podía ser
peor, estaba inmunda. No pude dejar de
llorar por los chicotazos que recibí.
SUMIDA EN
SUEÑOS
Sentada en un tronco, miré la tarde sintiéndola vacía y monótona, no tenía deseos de jugar ni de
correr. Miré el firmamento y pensé que
Tulú podía atravesar los cielos de un
lado a otro, columpiarse de estrella en
estrella, al igual que yo cuando iba de
un cerro a otro quebrando caminos, cortando flores, trepando o bajando
quebradas dormidas en una eterna espera del tiempo en el tiempo. Un grillo
empezó a cantar muy cerca de mí, su canto era hermoso, pero yo quería estar
sola en esa monotonía. El grillo siguió cantando, ahora casi en mis oídos.
Cuando de pronto, supuse que era Musga y corrí
y corrí a cogerlo, pero éste
saltó y saltó hasta que lo perdí. No, no podía ser Musga, ella jamás habría
arrancado de mí, el grillo siguió cantando
desde su escondite y yo seguí sumida en mis pensamientos.
LA CIUDAD
DE LOS SIETE
LAGOS
Tan absorta estaba en mis pensamientos que cuando sentí una
corriente de aire fresco miré
sorprendida. ¡Musga! Volaba con todo su esplendor a mí alrededor,
sus enormes alas y su plumaje dando
visos con los rayos del sol. Salté de
alegría, gritando. -¡Musga! al fin has venido, has vuelto. Le manifesté.
-Tenía que volver,
tal como te había prometido. Ahora quiero invitarte. Me dijo.
-¿A dónde, quieres invitarme? Le pregunté.
-A un lugar donde vi
siete espejos de agua, siete lagos pequeños
que quiero que tú conozcas. Es una
ciudad muy hermosa que queda cerca de aquí.
Entonces yo subí en su espalda acomodándome lo mejor que
pude.
-Sujétate bien, manifestó,
luego emprendió el vuelo por sobre las montañas.
A medida que nos
acercábamos a uno de los lagos, el que solían llamar “Laguna Chica
de San Pedro, pude divisar lanchas a motor fuera de borda, pequeños
veleros, ski acuático. Musga se fue
hacia el extremo opuesto, de los balnearios junto a un cerro. Allí había una gran soledad, mientras descendía vi en un rincón del
paisaje un sapo en una silla de playa
bajo un quitasol, muy de pierna encima, echado hacia atrás con gafas oscuras.
Musga aterrizó justo
casi encima de él. Yo sonreí y corrí a
saludarlo.
-¡Buenos días, Señor Sapo! Le dije.
Este se enderezó sorprendido y con arrogancia, me respondió.
-¿Acaso me conoces?
-No, le manifesté
sorprendida.
-Entonces el sapo me dijo:
-
si no me conoces no sabes nada de mí.
-No. Le contesté nuevamente.
-Y si no sabes nada de mí
es porque no me conoces.
Yo lo miraba estupefacta. Inconscientemente me distraje observando un letrero que estaba
tirado debajo de un sauce, corrí a verlo, hecho en madera ya muy vieja y
desgastada decía Los Culbenes Sucesión
Solar Matamála, lo miré lo leí y lo deje ahí mismo.
Luego el sapo continúo.
-Pero, para que me conozcas tienes que razonar. Si no posees
esa facultad, no habrá diálogo. Yo soy Socratón. Terminó diciendo el Sapo.
-No eres más que un sapo, le respondí.
-Sí, un sapo, pero un sapo filósofo.
Y con la misma arrogancia
se levantó de la silla, caminó hacia el agua nadando con mucha
elegancia, luego desde allí me gritó.
-Nos veremos en las otras lagunas, ja ja. -Miré a Musga. Te está desafiando Li. Me
dijo ella.
-¿Y por qué? -Porque
es un sapo farsante.
-¿Y dónde quedan esas lagunas?
-Las próxima aquí muy cerca y las otras cruzando el río.
-¿Y tú me llevarías,
a esas lagunas Musga?
-Si tú me lo pides, yo te llevaré, Pequeña Li, pero ahora
debemos regresar.
-¿Tan pronto? -Sí, Mañana podemos venir a los otros lagos
muy temprano yo no me puedo
exponer, no faltará algún cazador de especies raras y yo seré su víctima.
Subí nuevamente a su espalda
y emprendimos el regreso.
Como Musga se había propuesto mostrarme la ciudad de los
siete lagos, salimos nuevamente muy temprano. La mañana estaba fresca, era grato volar por los aires
en busca de los siete lagos. Llegamos a la laguna grande de San Pedro, con una gran vegetación a su alrededor,
visitada por turistas que sabían disfrutar de sus dulces aguas, también habían unos hermosos cisnes de cuello
negro, me impresionaron los encontré hermosos,
después de contemplar el bello paisaje atravesamos el río Bío Bío,
sobrevolamos la desembocadura y llegamos a la laguna redonda un ojo de
mar, me dijo Musga, rodeando de
poblaciones marginales habiendo sido en un tiempo el gran atractivo del fundo
Laguna Redonda.
Como puedes ver me dijo Musga. Ya conocemos tres
espejos de agua, tres miradas al cielo,
tres porciones de agua. Nuevamente emprendimos el vuelo, elevándonos muy alto.
Es una bella ciudad manifestó. Yo no me cansaba de admirar sus construcciones,
sus calles, destacándose la estación de Ferrocarriles.
Sí manifestó Musga. Es bonita por fuera, pero por dentro es aún mejor,
trataremos de contemplar sus pinturas murales, son realmente, extraordinarias,
hermosas, Como era tan de mañana
descendimos y nos adentramos a la sala de primera de la Estación, contemplamos
la hermosa pintura mural mostrando la vida indígena antes de la llegada de los
Españoles, muestra la historia de la ciudad, al fondo nuestro majestuoso
río, en una esquina pudimos leer,
Gregorio de la Fuente (pintor) Me he quedado impresionada con tal pintura,
salimos junto a unas palmera y nuevamente emprendimos el vuelo. ¡Mira! allí
también hay agua.
-Sí, hay agua, pero no es un lago, es sólo la pileta de la
Plaza de Armas, o sea de la plaza de la Independencia tiene arriba, a la Diosa
Ceres, Diosa de la Agricultura, viene de la Mitología Romana. Ella está con
gavillas de trigo en sus brazos, vista
desde aquí es hermosa, toda la pileta es bella.
Al frente está la Catedral y en el otro extremo la casa de Gobierno y en esa esquina hay una piedra con la fecha
en que se firmó la Independencia de Chile. Primero de enero 1818, Terminó
explicándome Musga.
Dimos varias vueltas
alrededor de la plaza, todo era calma y silencio no había nadie, los árboles
parecían dormir aún en la madrugada, los bancos vacíos añorando a algún
transeúnte, ni siquiera un pajarillo despertando la mañana, todos dormían, todo
era silencio. ¿Y esa torre? Le pregunté.
¡Ese es el campanil! Queda en el centro de la Ciudad
Universitaria.
Después de observar desde la altura la ciudad descendimos en pleno sector urbano.
Esa es la laguna “Las
tres Pascualas” Manifestó Musga.
Pero yo no vi laguna, sólo maleza. Cuando de repente de entre unos
matorrales saltó un sapo. Inconscientemente me estremecí, me
asustó por que apareció de improviso. ¿Con que admirando las lagunas? Nos dijo. Era Socratón, nuevamente
nos encontrábamos con él. Musga y yo lo miramos como diciéndole. ¿Y quién te invitó? Entonces el sapo empezó a
relatar, Hasta el año 1940 este era el paseo más hermoso de la ciudad y su
nombre se refiere a la leyenda de las Tres Pascualas.
¿Qué leyenda? Le pregunté. Expresándome muy interesada. El
sapo caminó un poco, luego dio una vuelta, me miró de arriba
abajo y balbuceó. ¿Veo que te
gustan las leyendas?
Sí, sí, le dije, Musga contemplaba el paisaje
pensativa, nostálgica. Entonces el sapo, contento de sí mismo empezó a relatar la leyenda de las tres
Pascualas.
Yo lo escuché muy
atenta, pero el desenlace me dejó muy
triste. Socratón, como decía llamarse el sapo, se dio cuenta y me dijo.
No te aflijas,
Pequeña Li, es sólo una leyenda, mejor hablemos de las lagunas.
Musga seguía
cabizbaja y pensativa escuchando retraídamente a Socratón, o
contemplando nuestro alrededor como ausente.
El sapo eufórico, dinámico, se movía de un lado a otro expresando sus
conocimientos referente a las lagunas, éste
dijo dando una ojeada a lo que en un tiempo había sido una laguna y
ahora no es más que un montón de maleza.
Está conectada con tres lagunas más y
son: Con énfasis repitió “Lo Custodio, Lo Galindo y Lo Méndez.
Estas manifestó desaguan en un
canal que escurre por calle Las Heras para desembocar en el Río Andalién.
El sapo estaba muy interesado en compartir con
nosotras. De nuevo iniciamos el
vuelo y allí se quedó Socratón, entre la
maleza de la que un día fue la laguna de
Las Tres Pascualas. Pero estaba segura que pronto la restaurarían y volvería a
ser una hermosa laguna sin malezas y
digna de ser admirada.
Empezamos a descender al pie de un cerro, una larga porción
de agua con jardines a un costado
rodeada de poblaciones. Esta es la laguna Lo Galindo. Manifestó Musga,
mientras sobrevolaba el sector, por uno de sus extremos continuó pasa la carretera al primer Puerto
Militar Nacional de Talcahuano.
Al pisar tierra, ya estaba ahí Socratón seguramente se vino por una de esas
conexiones subterráneas que poseían estos pequeños lagos.
¡Este es el barrio norte de la Ciudad! Nos explicó Socratón. Sonriendo y caminando
de un lado a otro, el paisaje extremadamente hermoso. Allí al pie de un cerro, tranquila y casi ignorada
una de las siete gotas de agua como una flor en un desierto. ¡Me gustaría ser
poeta! Para poder expresar esta belleza, más no lo soy, dijo Socratón quedándose nostálgico, luego saltó y nadó
plácidamente rompiendo las dulces aguas que tanta calma reflejaban.
¡Vamos! Manifestó Musga.
Nos apresuramos a emprender el vuelo, ¿a dónde te diriges?
Le pregunté.
A los últimos lagos
que nos faltan, respondió. El sapo quedó
allí nadando y nosotras nuevamente emprendimos el viaje.
-¿Por qué no desciendes? Le pregunté a Musga.
-No vale la pena, respondió, ¿Ves ese basural? Me preguntó.
¡Un basural! –manifesté. ¿Dónde? -¡Ahí!
¡Uf, uf Pero no puede ser! Sí ésa es
la laguna Lo Custodio, donde prácticamente no queda casi nada de agua, sólo un
gran basural, cuando sentí que alguien
nos hablaba, sí, era Socratón, Aquí
estoy feliz, decía vengan, vengan acá, aquí tengo muchos amigos.
Repetía. Musga dio una vuelta,
volvió su cabeza y dijo. Sólo hay
moscas y basura. De paso
sobrevolamos la laguna Lo Méndez,
hermosa entre poblaciones, abandonada,
con un ir y venir de los transeúntes que pasan por allí día y noche ignorando
su bella existencia.
Ya nos alejábamos, cuando
escuché la voz de Socratón. Nos
veremos, Pequeña Li. Sentí una fuerte vuelta de Musga y la lejana voz de
Socratón. Que seguía gritando o mejor dicho croando ¡Nos veremos en las lagunas
de hielo al fin del mundo.
Luego, subimos hacia
el firmamento con rumbo en otra dirección, dejando atrás la bella ciudad de los
siete lagos, mi bella y amada Concepción.
LA ISLA DE
LAS ATOLONIAS
Regresábamos del último lago, cuando musga
voló muy pero muy fuerte, que casi pasó rozando una enorme torre.
Entonces grité.
¡La torre de Eiffel! Ella se sonrió y me dijo.
-No, niña, esa no puede ser la Torre de Eiffel. La Torre de
Eiffel está en Francia. En París, para ser más
exacta. Pero si deseas ver algo de Eiffel, continuó. Yo te voy a mostrar algo.
Y dio vuelta en la altura y empezó a descender, bajó hasta
el río Bío Bío y me dijo.
-Observa ese puente
de fierro por donde va pasando un tren.
Efectivamente, en ese momento un tren de carga se deslizaba por sobre el puente de fierro atravesando el
río Bío Bío.
Mira su estructura
está hecha de fierros con pernos. Lo construyó el Ingeniero francés
Gustavo Eiffel, el mismo de la torre Eiffel de Francia.
Enseguida dio varias vueltas y nuevamente se elevó hacia las
alturas, la sensación que yo sentía
sobre su lomo era muy grata, ¡sentir el aire fresco e ir atravesando los cielos! Cuando estuvimos
muy alto, me dijo algo inquieta.
-¿Ves esa Isla?
-¿Cuál isla? Le pregunté mirando hacia el mar debe ser la
Isla Mocha.
-No, me respondió.
.Será la Santa María.
No me dijo nuevamente.
-Ah. Entonces debe
ser la Isla Quiriquina.
-No. Balbuceo, ofuscada, allá, allá en mar abierto.
-Pero, Musga, yo no tengo tu vista, le manifesté.
-Ah. Sí, Había olvidado que ustedes los humanos no tienen
nuestra vista, dijo. Y empezó a volar
velozmente hacia el mar. Voló a tanta
velocidad que bien podría decir a cien km por hora.
-¡Musga!. Le
dije, yo debo regresar.
-¿olvidas que hoy es sábado? -Me respondió.
-¡Pero Mamá Bella!
-¡Olvídate de todo, me gritó, muy nerviosa! Algo estaba pasando
pero no podía adivinar que era. De pronto, vi una isla que yo consideré grande,
con una abundante vegetación. Musga voló todo su alrededor y luego descendió.
Al llegar a tierra muchas aves iguales a
ella corrieron a recibirla exclamando.
-¡Atolonia! ¡Atolonia!
Entonces ella les preguntó.
-¿Qué significa esto?-
Las aves, que por los colores de su plumaje daban la
impresión que eran más jóvenes, la rodearon
y una habló.
-¡Pero, Atolonia, que alegría volver a verte! Nosotras pensábamos que
habrías perecido.
Sí. Respondió ella.
La verdad es que estuve a punto de perecer, pero esta Pequeña niña que ustedes ven aquí me salvó la vida.
Acto seguido me miró con ternura y posó una de sus alas en
mi hombro como abrazándome en ademán de
protección y agradecimiento.
Las aves que la rodeaban se veían asustadas, pero en ese
momento se reflejaba en ellas una gran alegría
de haberse reencontrado con Musga o
Atolonia, como ellas la llamaban.
-Pero, cuéntanos. Les dijo Musga. ¿Como se explica esto que
ustedes estén aquí?
-Sí. Respondió una de ellas. Ya te contaremos, pero también
queremos que tú, Atolonia, nos cuentes todos los detalles de cómo llegaste acá.
-Bueno. Contestó Atolonia. Como yo tenía mi nave espacial y
me gustaba tanto viajar en ella, en uno de mis vuelos empezó a fallar quedando
a la deriva, por la velocidad vino a dar cerca de este planeta cuando ya empezó
a descender sin ningún control
decidí abandonarla aterrizando
por mi propio vuelo, en una terrible
tormenta tuve que volar mucho para llegar a este lugar pues mi nave cayó en el mar adentro y
fue ahí cuando una tormenta me arrastró, para no ser localizada por seres
desconocidos me transformé en una ave pequeña
y me refugié en una caverna que fue
justamente donde me encontró casi muerta mi amiga, gran amiga que tengo aquí a
mi lado.
Nuevamente me miró y
lo mismo hicieron las otras aves.
Caminamos hacia unos jardines y allí entre unas flores hermosísimas las aves empezaron a relatar.
-Estábamos en nuestro
planeta empezó diciendo una de ellas,
Cuando se empezó a acercar un cuerpo del espacio. Aún más
grande que nuestro planeta. Este pasó a
cierta distancia, pero con tal
fuerza, que su atracción planetaria o
fuerza de gravedad hizo que el nuestro cambiara su movimiento de rotación en
sentido contrario. Ya entrada la tarde, cuando este viraje estremeció todo lo que nos
rodeaba y en vez de llegar la noche
retrocedimos a otro día y las cosas saltaban, todo se movía y no
conforme con esto, sentimos un gran, un gran estremecimiento con ruidos ensordecedores como si nuestro planeta se hubiera partido en
dos.
Y lo que pasó fue que
ese enorme cuerpo con su gran fuerza de gravedad arrancó una parte de nuestro
planeta lanzándonos al espacio a una
velocidad enorme. Todos nos aferramos al suelo hasta que luego de un largo
período de tiempo, sentimos un fuerte
impacto y ahí fue cuando caímos
aquí en medio del mar. Eso fue sólo ayer
y tenemos mucho temor.
Musga escuchó pacientemente todo el relato y luego dijo.
-Veamos la isla.
Y caminamos por unas calles llenas de flores a sus orillas,
construcciones realmente hermosas,
estilo palacios, también vi
muchos hombres, pero no eran hombres, parecían monos, todos peludos, pero
tenían mi misma forma aunque muy pero
muy feos, se veían fuertes y vigorosos,
sus caras no reflejaban la más mínima inteligencia se veían más bien como idiotas.
-¿Qué son esos? Le pregunté
a Musga, mientras caminaba al lado de ellas, otras aves.
-Después te explico
me respondió y siguió caminando diligente con el resto de las aves.
Otra de ellas
que escuchó mi pregunta me dijo.
-Esos son los Hicores.
Les decimos así porque no
hablan sólo emiten sonidos,
generalmente dicen ¡hic! De ahí que les llamamos hicores a los machos e
Hicoras a las hembras.
Por donde caminábamos la vegetación era extraordinariamente
hermosa, una floración multicolor y de unas formas que no se pueden explicar,
¡tanta belleza!
Después de recorrer una mínima parte de la isla Musga se detuvo y nos dijo pensativa.
-Tenemos mucho, pero mucho que hacer.
-¡Atolonia!
Exclamaron a coro las aves. Tú tendrás que dirigirnos.
Musga como yo le decía, se sonrió y les explicó.
-Mi amiga la Pequeña
Li me dice Musga ya no recordaba mi propio nombre. ¡Atolonia!
Repitió con nostalgia mirando al firmamento, parece que todo quedó atrás,
cuando llegaron cien naves espaciales a nuestro planeta con científicos de
diferentes pueblos de un mundo que ya no existe. Pero ahora ese no es el caso,
dijo.
Tenemos que
planificar cómo subsistir aquí, creo manifestó. Que esta isla debe tener unos
diez kilómetros de largo por cuatro de
ancho. ¿Cómo nos vamos a proteger de los habitantes de acá? Si nos localizan, seguramente nos matarán.
Al decir esto las aves abrieron sus hermosos ojos en un
gesto de espanto. Musga continuó.
-Llegando la noche, trabajaremos intensamente para no ser vistas.
Regresamos a casa, vale decir hasta la cueva del Mago y desde allí
caminamos hasta mi hogar. Musga venía
en forma de paloma tomamos desayuno juntas, Mamá Bella nos tenía
un pedazo de queque, Yo le di a Musga,
un pedazo. Entonces Mamá Bella preguntó.- ¿No se había ido esa paloma?
-Sí. Le respondí. -Pero
las palomas se van y a veces vuelven.
Raquel entró en ese
instante con varios leños en los brazos, la tetera hervía en la cocina a leña y el gato de papá dormía
en un rincón. Jonás, el perro
entraba y salía como si deseara llamar la atención, Musga se veía muy
preocupada y yo aún estaba confusa con lo poco que pude ver y oír referente a todo lo que contaron fuera
del accidente de Musga ya tendría tiempo para hacerle más preguntas a
mi amiga.
REREGSO
A LA ISLA
Al día siguiente que era domingo salimos muy
temprano a la cueva del Mago, allí
Musga de paloma se transformó en Musga. Subí sobre sus alas y emprendimos el vuelo hacia
la isla.
Cuando descendíamos
nos esperaban dos aves y con mucha diplomacia nos llevaron hacia la
parte de atrás de la isla donde
había aproximadamente un
kilómetro de extensión libre de terreno a orillas del mar. Los hicores o monos o simios trabajaban arduamente. Allí
tenían instalado una especie de trono para Musga la llevaron hasta su aposento y yo estuve
siempre a su lado. Luego aparecieron muchos simios o Hicores con instrumentos
de percusión y se empezó a escuchar una
música excepcionalmente hermosa
entonces, desde uno de los extremos salieron grupos de aves danzando al
compás de la música.
Era un espectáculo extraordinariamente bello y singular las aves hembras tenían colores pálidos,
suaves y los machos los mismos colores,
pero más fuertes. Y las mayores, como musga o Atolonia eran de colores mucho más oscuros
de manera que en la danza que estaban interpretando iban
alternando los colores y los
movimientos que le daban con sus enormes alas.
Parecían abanicos gigantes en
diferentes ángulos o
círculos, ya sea de arriba hacia bajo o
de un lado a otro o vueltas y revuelos.
Difícil de poder expresar tanta belleza artística. También desfilaron muchos Hicores.
Así le rindieron homenaje a Musga o Atolonia, pero en
realidad, para mí las aves eran todas Atolonias, por lo tanto
para mí Musga seguía siendo Musga.
Una vez terminado el
festejo, recorrimos la isla que
realmente no era tan chica, en un extremo había un montículo de un material
color nácar casi transparente.
-¿Y eso? Le pregunté a Musga.
-Esto es lo que trabajamos anoche. Me respondió.
-¿Cómo?
-Este es un metal que se encuentra en plena cordillera de la
costa. Entonces con los Hicores trajimos todo esto y mañana lunes seguiremos el
trabajo intensivo.
-¿Y qué van a hacer con esto?
-Esto es para protegernos de tus semejantes, Pequeña
Li. Construiremos alrededor de toda la
isla una pared que será como un espejo algo así como invisible eso no les permitirá vernos y los barcos irán por otra ruta.
- ¿Si chocan? -No.
Colocaremos en el agua unas hélices enormes, las que producirán remolinos y
corrientes marinas, entonces ningún barco podrá acercarse.
Yo la quedé mirando y
de súbito le dije.
-¿Y los aviones?
Entonces me miró como si estuviera esperando la pregunta.
-Colocaremos hélices antiaéreas que producirán vientos
también arremolinados y desviarán todo artefacto del aire hacia una ruta diferente.
Yo estaba extasiada
con todo lo que estaba viendo y el empuje que tenían para luchar en terreno
extranjero por su sobre vivencia.
Las cuadrillas ya estaban trabajando a toda prisa, cada una
contaba con unos diez hicores, dirigidos por una Atolonia que les
iba diciendo cada cosa que tenían que hacer
dando las voces de mando.
Yo creo que ellas se cansaban mucho más al dirigir una cuadrilla que en verdad era sacrificado. Con el metal
que tenían amontonado iban formando una especie de pasta y con ella planchas
enormes, las que iban uniendo una a una a orillas de la isla, construyendo una pared
impenetrable, al verla no se distinguía
nada, sólo parecía espacio. Los
hicores corrían de un lado a otro con estos planchones, pero ya tenían
una buena parte protegida, otra cuadrilla
estaba trabajando otro metal para las hélices acuáticas,
que formarían las corrientes marinas, otras cuadrillas trabajaban en los remolinos de
viento. Cada Atolonia dirigía a diez hicores, es decir, por cada cuadrilla de cincuenta, había
cinco Atolonias, todo estaba
convulsionado en la isla, unos iban y otros venían diligentes cumpliendo con los
diferentes trabajos de construcción.
Al llegar la tarde
todos tomaron sus baños con jabones especiales, los Hicores tenían sus
propios baños y las Atolonias tenían
unas salas con un material semejante al mármol. Allí las Hicoras les dieron agua temperada y les
cepillaron el plumaje, luego les pasaron unas enormes toallas, después
pasaron a unas piezas por donde salía
aire caliente hasta que su plumaje estuvo totalmente seco y de allí
salieron relajadas a caminar por los jardines y conversar entre ellas.
Con los baños quedaron hermosas y muy
olorosas.
Más tarde fuimos a un comedor inmenso, la mesa estaba puesta
por los Hicores, En una parte se
instalaron todos los Hicores que eran
como doscientos y en una mesa
lateral todas la Atolonias. En los
platillos había toda clase de alimentos vegetales que yo no conocía, frutas
extrañas pero realmente exquisitas.
Las aves fueron consumiendo los alimentos con gran
elegancia. Los extraían directamente del platillo. Por cierto no había
servicios. Yo debí comer con la mano igual que
los Hicores. Las que servían
estaban pendientes de que no faltara nada a la mesa. También se preocupaban de pasarles la servilleta por la cara, yo no me di
cuenta cuando vino un Hicore y me pasó
la servilleta por la boca como un
autómata.
Cuando Musga me trajo a casa y se convirtió de nuevo en paloma para estar más tiempo
juntas, me empezó a contar, basada en la insistencia de mi parte por
saber más de su planeta. Mientras mordía
una galleta me dijo.
-Nuestro mundo yo creo que es o era único teníamos una
vegetación realmente extraordinaria,
flores diversas y cualquier cantidad de frutos. Vivíamos en cavernas
hechas por la misma naturaleza, que
parecían palacios, manantiales
de agua que se cruzaban entre sí, y un clima templado, sin grandes cambios, nos comunicábamos por medio
de cánticos, no existía ningún humano,
todos los animales y aves éramos amigos, al amanecer, cuando nuestro sol nos empezaba a dar su
calor, todos despertábamos con cánticos,
era algo tan bello, tan hermoso, tanta paz y ternura.
-¿Por qué hablas en tiempo pasado? Le pregunté.
-Porque un buen o mal
día todo aquello cambió.
-¿Y,
cómo cambió? Ya te relataré desde un principio manifestó
Musga.
CIENTÍFICOS DE OTRO
PLANETA
-Yo tenía algo así
como unos diez años. Cuando descendieron diez naves espaciales, recuerdo perfectamente bien, pues me escondí tras unos matorrales, aterrada de miedo, pánico, susto. Todos
arrancaron lo más lejos que pudieron, yo no
pude arrancar porque del susto no me pude mover. Así fueron descendiendo una a una. Unas diez
naves más o menos con un centenar de
humanos todos diferentes, bajaron y
empezaron a instalarse. Primero formaron unos campamentos, luego empezaron a
incursionar y a disfrutar de nuestros alimentos, se sentían muy bien y muy felices. Usaban un vestuario muy especial, tenían miedo que el aire que respiraban les dañara, hasta
que poco a poco fueron dejando todo el equipo especial que traían, así fue como sin darme cuenta un día me
sorprendieron.
Fui atrapada por una pareja
de estos humanos, yo pensé que me
matarían, pero no fue así, me admiraron
mucho y me llevaron con ellos, poco a poco fui perdiéndoles el miedo y
empecé a comprender el idioma. Un buen
día descubrí que yo podía emitir los
mismos sonidos de ellos.
-Musga guardó silencio y yo la escuchaba extasiada, siguió saboreando su galleta y entonces le
hice llegar un trozo de queso.
-Fue ahí entonces cuando ya empecé a comunicarme
abiertamente con ellos. Continuó diciendo. Cuando pude efectuar el diálogo supe
que todos los visitante eran científicos que venían de otro planeta muy lejano.
-¿Uf por qué llegaron a tu planeta? Le pregunté.
Musga terminó de
comer un pedazo de queso y dijo.
-Ellos me contaron
que siendo científicos estaban trabajando a favor de todas las ciencias y
además planificando la paz mundial, pero no fueron escuchados por la mayoría y
su mundo estalló en guerras, por todas
partes. Ellos que sólo deseaban tener paz
y descubrir cosas positivas, para
la humanidad, decidieron emigrar en sus naves en busca de un mundo mejor. Y así
fue como llegaron a nuestro planeta.
En mi contacto con
los humanos pude descubrir que mi nivel de inteligencia era equivalente al de
ellos, pero no podía desconocer que ellos eran realmente perfectos. Primero: su
inteligencia y su forma anatómica que les permitía llevar acabo todo lo que se
propusieran, esas manos tan maravillosas que les hacían posible realizar
infinidades de cosas, construyeron ellos
mismos verdaderos palacios donde vivieron y se realizaron en sus
investigaciones.
Yo me fui acercando a mis hermanos del planeta con quienes
vivíamos en familia, para contarles lo que estaba pasando con nuestros
visitantes.
Ellos tenían un promedio de vida más o menos de cien años,
en cambio nosotras los doblábamos a veces vivíamos hasta pasados los doscientos
años. Entre los humanos había personas
de todas las edades, pero creo que los
mayores que llegaron no tenían más de cincuenta años, por eso recién cuando ya habían vivido medio siglo entre nosotras, falleció el primero, el científico más
anciano. Pero en todo ese tiempo habíamos aprendido mucho. En un principio nosotras
colaborábamos trasladándolos sobre
nuestras espaldas o tirando algunos carritos para llevar cosas de un lado a
otro.
Un día decidimos
volver al planeta que habían dejado tantos años atrás. Como las naves
espaciales funcionaban presionando
botones, para mí fue muy fácil dirigirlas, formamos un equipo de cuatro, dos
hombres, una mujer y yo. El mundo que ellos habían dejado hacía ya más de medio siglo, se veía muy árido, en
él sólo había ruinas, allí encontramos a los Hicores, tomamos una veintena
de ellos y los llevamos con nosotros.
En el laboratorio que teníamos,
empezamos a ver sus reacciones, uno de los científicos dijo. “Estos fueron los
grandes que provocaron la guerra y con ello la destrucción de nuestro planeta”.
Después de estudiarlos detenidamente, no
llegaron a ninguna conclusión. Una de las damas dijo: “Yo creo que no es el hombre el que desciende del
mono, sino que el mono es el que desciende del hombre.”
Yo me quedé pensando
en esa frase tan sabia y me pregunté.
¿Cómo seres tan perfectos habían podido llegar a una completa nulidad
intelectual? Después de decir esto Musga
suspiró profundo. Entonces le pregunté.
-¿Por qué suspiras, Musga?
Ella se sonrió y me respondió.
-Míranos a nosotras, Li, somos inteligentes y hermosas, muy hermosas, pero no podemos hacer nada
porque nuestra estructura anatómica no
nos permite, no tenemos esas manos maravillosas que tienes tú, pequeña Li, vuestros cuerpos son perfectos y muy
hermosos.
-Miré mis manos y me di cuenta que Musga tenía razón, realmente somos hermosos los
seres humanos con un cuerpo perfecto. Entonces ella dijo,
-Debo irme, porque no
olvides que nosotras estamos trabajando de noche en la cordillera, extrayendo
el metal para construir las hélices.
En ese momento yo
sentí pasos y alguien tocó mi puerta, Musga se quedó en el respaldo de la
silla. Era Mamá Bella que venía a darme
las buenas noches. Cuando se fue, yo le dije a Musga. ¡Por favor termina de
contarme todo, que es algo tan hermoso!
-Recuerda que primero debe estar mi pueblo, pero mañana
seguiremos conversando y una de estas noches te voy a llevar a la cordillera
para que veas de donde extrajimos los metales.
Musga se fue y yo me dormí profundamente pensando en ese mundo tan maravilloso del que
venía mi gran amiga.
En la noche
siguiente, tenía mi ventana cerrada
cuando sentí un ruido, me acerqué y vi
que era Musga en forma de paloma, abrí y
ella entró a mi pieza. Yo había estado todo el día muy ocupada, Musga se veía
también muy cansada.
-Ahora me
seguirás contando, lo que no terminaste
anoche le dije.
-Sí. Pero ya no recuerdo exactamente donde quedé anoche.
-En la falta de intelecto de los Hicores. Le respondí.
-¡Ah! Sí, pero yo seguí trabajando sola en el laboratorio
con cuatro Hicores que los mantuve a mi lado día y noche y tras múltiples experimentos que hice en el laboratorio con
maquinarias computarizadas, llegué a
comprobar que, sin tener la facultad de
razonar, podían actuar por actos reflejos
y por un mandato constante- Generalmente actuaban como autómatas tomando
un ritmo acompasado. Además entendían el
idioma, lo descubrí porque los hice
hacer un hoyo y les fui dando la orden,
luego siguieron haciendo lo mismo, yo me ausenté un instante y cuando volví aún estaban ahí
efectuando el mismo trabajo con una profundidad de casi dos metros entonces debí ordenarles todo lo contrario y
empezaron a tapar el hoyo sin protestar,
más bien parecían contentos como
si estuvieran realizando un juego. Cuando el surco quedó de unos treinta centímetros los hice sacar
una planta de otro lado, para
colocarla en la fosa que habían hecho, cuando terminaron movieron la cabeza
de un lado a otro mirándome con una simpática sonrisa, para mí , ése fue un día
especial.
-Continuó diciendo Musga.
-Fue un día especial porque había descubierto un excelente
complemento para nuestra inteligencia. Con los Hicores íbamos a poder hacer todo lo que hacían los humanos
e íbamos a elevar nuestro nivel de
vida, en una palabra nos civilizaríamos. Hablé con el Presidente de los
científicos, un señor de nombre Abelardo Smith y le relaté mi gran
descubrimiento. Entonces volvimos al planeta abandonado y tomamos un centenar de hicores, eran tan
dóciles y sumisos que no se nos
hizo difícil atraparlos. Los empezamos a adiestrar y pasaron a formar parte de
nosotros mismos, Una Atolonia debía
tener como mínimo dos hicores fuera de
las cuadrillas que eran dirigidas por una sola ave. Pronto se empezaron a multiplicar y nuestro mundo se
pobló de ellos
Musga hizo una pausa y me miró, yo le serví unas galletas en
un plato, le gustaban mucho.
-Luego siguió
contándome.
-Los científicos nos
ayudaron mucho, pero mucho. Construimos trenes excelentes, vehículos manejables con solo botones, para conducirlos
nosotras mismas, aunque también teníamos
chóferes, un centro de computación en el cual formamos un nuevo equipo
de aves científicas. Nosotras lo hacíamos todo con los hicores, nos eran
totalmente necesarios y esto nos despertó un gran afecto hacia ellos, brindándoles una vida tan civilizada como la
nuestra.
Yo estaba extasiada con lo que ella me contaba, entonces
nuevamente siguió relatándome la historia de su planeta.
Los científicos no
pudieron multiplicarse, nacieron algunos
niños, pero pronto perecieron también experimentaron en probetas, no fue posible poder conservar la especie, a los ochenta años después que habían
llegado, falleció el último científico,
para nosotros fue un hecho lamentable, ya que ellos nos proporcionaron nuestra
civilización actual y trataron de enseñarnos lo que más pudieron, construimos un gran monumento en
homenaje a la perfección humana. Éste consistía o mejor dicho era representado
por un hombre gigante y una mujer. Se erguía en el centro de nuestra ciudad,
como una grandeza divina y eso es lo que son.
Terminó de hablar musga con un dejo de tristeza, luego me
miró y sentí como si hubiera querido hurguetearme el pelo en ademán de cariño, pero no podía hacerlo, no sé si
fue idea mía que le vi sus ojos brillantes de humedad, emprendió
el vuelo y se marchó. No me dijo nada al irse.
VIAJANDO A LA CORDILLERA
Habían pasado varios
días y Musga no había venido, lamentablemente yo no tenía forma de ubicarla, ¿cómo podría ir a su isla? Eso era totalmente imposible para mí. Miré
tras el vidrio de la ventana, la luna
resaltaba en el firmamento proyectando una claridad que parecía día. Bajé a la
cocina y en ese momento venía llegando
papá muy cansado. Raquel sirvió la cena y papá
dijo.
-Hemos trabajado tanto y aún no llevamos ni la cuarta parte.
-¿La cuarta parte de qué? Le interpelé.
-Del cerro, me respondió.
-¿Qué cerro? Me miró ofuscado. Luego respondió.
-Los cerros que compré con el dinero de las vacas, los estoy
plantando de pinos.
Yo estaba tan metida
en los asuntos de Musga que no me daba
cuenta de lo que pasaba en mi propia casa, incluso hasta me había alejado un poco de papá.
Terminamos de cenar. Mamá Bella, papá y yo nos dimos las buenas noches
y me fui a dormir sin dejar de mirar por última vez tras la ventana, la
clara noche y la imponente luna.
No podía dejar de pensar en Musga. ¿Le habría pasado algo? Me senté al borde de la
cama en ademán de espera, Raquel ya estaba durmiendo en otra pieza que le habían acomodado. La noche estaba tan
clara como la anterior. ¡Un golpe en los vidrios me sacó de mis cavilaciones!
Corrí a abrir. Era Musga en forma de paloma ¡Qué alegría verte! Le
dije, pero no venía sola. Entonces manifestó.
-Queremos invitarte a
la cordillera, como habíamos quedado de acuerdo. Te lo había prometido.
Mi alegría fue inmensa.
Saldremos de
aquí mismo me dijo y me
ayudó a salir por la ventana.
-Ya todos dormían en casa. Se transformaron en
Atolonias y yo me acomodé en sus alas
emprendiendo el vuelo. Llegamos a
la isla y no miento, había un escuadrón formado por unas cincuenta aves y cada
una llevaba hasta tres hicores a cuesta.
Nuevamente emprendimos el vuelo sobre el mar, formando una bandada
extraordinariamente hermosa, la brisa de la noche jugaba con mi pelo
acariciando mi cara, la luna parecía irnos guiando. Al llegar a la cordillera empezaron a descender, produciendo un armonioso ruido al recoger sus
alas. Los Hicores bajaron casi
corriendo, se introdujeron a unas cuevas con sus herramientas en mano y
empezaron a extraer los metales, los
depositaron en lonas y luego los cargaron sobre las aves que se
dedicaron al acarreo del precioso metal.
Al venir el día
cesaron las faenas, pese a lo duro y sacrificado que se veía el trabajo,
considerando la armonía con que
lo hacían parecía grato, tanto es así que a mí
me parecía como una danza al compás de una bella música.
Una vez en la isla,
todos tomaron un baño en esa enorme pieza de donde salía agua tibia y vapor. Los Hicores se bañaban solos, pero a las aves las esperaban las Hicoras con jabones olorosos y espumosos,
pasándoles finas escobillas por su plumaje, después de un enjuague se envolvían en un enorme manto o toalla y todas pasaban a
una pieza con aire acondicionado, frío o caliente, para
secarse, de ahí a los comedores, tomaron desayuno con los que recién se venían
levantando. Los que trabajaron toda la noche no trabajaron, ese día, fueron a
dormir para volver a salir en la noche siguiente. Era común
ver a un ave abrazando con sus alas en ademán de afecto, a los Hicores.
Luego Musga me dijo.
-Ya, Li, vamos. -Se levantó con esa esbeltez y elegancia tan propia de
ella y vinimos a mi casa, yo me recosté
en la cama y no supe del mundo ni de nada, hasta cuando sentí a Mamá Bella que me movía.
-¿Qué pasa, Li? Ya es hora de almuerzo y tú aún no te levantas.
Abrí los ojos con
dificultad y me di vuelta al otro lado, entre sueño escuché a Mamá Bella protestar, pero pronto cambiaría. Cuando bajé
al comedor un rato después ella me dijo.
-Porque es
sábado te dejé dormir hasta tan tarde.
Yo no contesté nada,
realmente mi mente la tenía ocupada con
todo lo de las Atolonias.
Cualquiera diría que
tú estás preocupada, Pequeña Li. ¿O mejor dicho cambiada? Manifestó Mamá Bella.
Moví la cabeza en forma negativa me serví el postre y subí a
mi pieza, efectivamente yo estaba cambiando ya no era la cabra chica que
corría y corría de potrero en potrero
ahora ya ni siquiera salía con Jonás, mi perro. ¿Es qué todo va cambiando? Me
pregunté a mi misma. Ahora pasaba la mayor parte del tiempo pensando, sólo
pensando.
Dormí toda la tarde, al día siguiente sería domingo e iría
nuevamente a la cueva del Mago. Pero, esa misma tarde llegó Musga a buscarme.
-¡Esta noche colocaremos las hélices! Me informó.
-¡Ya! Yo quiero ver cómo lo hacen. Grité de alegría.
Salimos de prisa hasta la Cueva del Mago
y allí se transformó en Atolonia,
cargándome en su lomo partimos hacia la isla.
EL ACCIDENTE
Eran unas enormes,
enormes paletas de metal. Trabajaron intensamente con cuerdas, maquinarias,
cadenas y la fuerza de los
hicores, sumado a la inteligencia de las
aves, con la fuerza del agua éstas funcionaban solas y la fuerza de una
impulsaba a la otra formando unos tremendos remolinos. Esto lo hicieron por
todo el contorno de la isla, aunque del
exterior no se veía nada por la muralla
de protección que le habían construido. Estaban trabajando en la veintiuna
hélice, ya cansadas muy cansadas, cuando
un ave no se retiró a tiempo
recibiendo un fuerte golpe en la cabeza, siendo lanzada lejos. El golpe sonó tan fuerte que quedamos aterradas.
Todos corrieron a socorrerla, tanto los Hicores como sus
compañeras aves, pero allí quedó inerte entre el agua y la playa, dos
Hicores vinieron con una camilla, levantándola con cuidado. Otras aves trataron
de abrazarla con sus alas expresando su dolor, pero nada se podía hacer había que ser fuerte y seguir adelante.
La llevaron a un laboratorio médico, donde un equipo de seis Hicores limpiaron su
plumaje manchado de sangre con jabones especiales, luego suturaron sus heridas
y lo que hicieron posteriormente no me dejaron verlo.
Musga que estaba muy consternada me dijo.
-Esta vez te mandaré a dejar, Pequeña Li.
-Y desde esa vez fue cada día más difícil ver a Musga, aunque seguí manteniendo el mismo contacto con ella, Mi
compañera era un ave muy joven y no era hembra, sino un macho. Aún me faltaba
saber tantas cosas de Musga. Ella estaba cada día más ocupada. Como era la
Reina, o Gobernadora porque era la más anciana, tenía grandes conocimientos por haber compartido
más con el grupo de científicos que tantos años atrás habían llegado a su
planeta. Por lógica la nombraron a ella. Como su guía.
Un buen día le pregunté al ave cómo quería que lo llamara.
Su voz era diferente, pero en un timbre de voz muy grato.
-Yo me hago llamar Igor, me
contestó. -¿Igor?
-Sí, me confirmó, luego manifestó. Lo tomé del registro de
los científicos, todos tomamos nombres diferentes, terminó diciendo.
-Al día siguiente, cuando regresé a la isla con la ayuda de
Igor habían construido una tumba para el ave fallecida, era como una caja de cristal enorme y ella
estaba al centro de pie, la habían
embalsamado y se veía hermosísima a su alrededor tenía bajo el suelo dos
cavidades protegidas por una plancha de mármol, pregunté para qué era eso. -
-Estas son las tumbas de sus dos hicores que ella tenía.
Sus dos hicores estaban tan acongojados que lloraban como
niños. Las aves caminaron todas en una
romería para verla allí por última vez,
cerraron su puerta con llave y todas regresaron en medio de cánticos. El ave
accidentada había sido un macho, se
notaba por su corona en su cabeza, vale
decir una cresta en forma de corona.
PLATICANDO CON MUSGA
Al centro de la isla había
un lago de agua dulce con una dimensión
como de un kilómetro cuadrado y como era domingo, todos disfrutaban del
día libre a orillas del lago, me acerqué
a Musga, que tenía un sillón especial para ella y la
compañía de cuatro aves, dos machos y
dos hembras que eran algo así como sus consejeros, diez hicores que se preocupaban de atenderlas.
Ahora yo me sentía
postergada, me costaba mucho llegar hasta Musga, como era un día de descanso pude compartir
con ella. Entonces le pregunté. -¿Musga, tú tenías esposo?
-Se sonrió y respondió. -Sí, pero formábamos parte de una familia donde éramos entre
diez a doce hembras y un solo macho que
nos protegía, vivíamos en una caverna y así vivían la mayor parte de todas las
familias, aún conservamos esas costumbres, pero con la civilización, ya
hay parejas que se están independizando, ¿Ves? Allí hay una familia.
Y más allá cerca de donde estábamos, vimos dos aves el macho le
tenía el ala sobre los hombros a
la hembra y ésta tenía dos polluelos en
una bolsa marsupial. Fuimos hasta ellos y era una pareja que parecían amarse
mucho y ser muy felices.
-Mira los polluelos, me dijo Musga.
-Sólo tenían sus cabecitas afuera, estaban en una especie de
cartera que las hembras tenían en el
vientre. También tenían las incubadoras,
que eran verdaderas maternidades y para los hicores también tenían maternidades
especiales. Las aves permanecían a su
lado dando las instrucciones de cómo atender mejor a las mamás Hicores y a los
bebitos.
Pude percatarme que Musga está muy, pero muy preocupada.
Ahora tenemos que
construir nuestras naves, me dijo.
-¿Y por qué? Le pregunté.
-Porque debemos
regresar a nuestro planeta, Abelardo Smith, El Científico, me había dado una
nave equipada con la que yo recorría el espacio, pero como ya te conté, una vez
me falló y tuve que lanzarme al vacío viniendo a caer a tu planeta, Pequeña Li,
donde tú me encontraste y me salvaste de la muerte. ¡Sólo haremos unas cuantas naves! Dijo
entusiasmada.
Acto seguido, me invitó
a la biblioteca, el resto de la comitiva nos siguió. Las aves caminaban
en forma esbelta y sus movimientos eran finos y graciosos, irradiaban elegancia y belleza, generalmente se cruzaban de alas, dando la impresión de tener un manto bordado en encajes de
plumas.
Yo imaginé ver muchos,
muchos libros en la biblioteca, pero no fue así había maquinarias, sólo
maquinarias, Musga dio la orden a los hicores y éstos empezaron a presionar teclas, en una pantalla gigante aparecieron varios
planos de naves espaciales con todas la instrucciones necesarias.
-La uno, la dos la b y la z.
Dijo Musga, miró a su comitiva y
les manifestó. Mañana trabajaremos en esto,
llamen a Magda para que lleve a
la Pequeña Li a su hogar.
Antes de retirarme dos Hicores se acercaron a mí y ella mostrándome su
barriga me dijo que el bebé que esperaba si era niña se llamaría Li, me sonreí mirando a Musga,
Como
vez Pequeña Li, ellos han progresado mucho
desde que fueron llevados a nuestro planeta, cada día van recobrando
su inteligencia además ya empezaran a
usar vestuarios porque algunos cada día
tienen menos pelos y los más jóvenes
están hablando cada día más a los de corta edad les aremos ir a las aulas de
enseñanza general. Como te digo están
recobrando su inteligencia.
Vino una joven ave y
me trajo hasta la Cueva del Mago. De una u otra forma yo sentía que cada día
que pasaba me alejaba más de Musga,
tenía que considerar, además que ella
ahora era la Reina, Reina o Gobernadora debía estar con los suyos. Cuando yo la
conocí era una extrajera y estaba
sola despojada de todo lo suyo, ahora
tenía su propio Reino.
LA PLANTACIÓN
Me fui a casa,
miré al perro, al gato, a Mamá Bella, a
todo lo que me rodeaba y pensé con
nostalgia, “Este es mi Reino” y es aquí donde debo estar, con los míos con los
que siempre han estado a mi lado. Me dije en silencio.
Esa noche llegó papá
cansado de la plantación de
pinos. -Avanzamos muy poco dijo mientras comía. Raquel
también había ido con ellos para prepararles la comida. ¿Y
yo por qué no estaba con papá? ¡El colegio me dije! Pero el sábado siguiente
iría con él.
-Hay que pagarle a los trabajadores, comprar más plantas,
balbuceo papá muy preocupado, moviendo la cabeza.
-Y también hay que comprarle zapatos a la Pequeña Li. Dijo
mamá Bella.
Yo seguí comiendo en silencio.
Llegó el sábado que
esperaba para ir con papá a la plantación. Raquel nos acompañó para hacernos la
comida, llevamos un solo
trabajador, también nos acompañó el fiel
Jonás. El cerro donde estábamos era totalmente empinado, que se hacía
difícil mantenerse erguido, el
terreno gredoso haciéndonos resbalar a cada instante. Ayudé lo más que pude fue un día muy sacrificado y aun
así no avanzamos plantando planta por planta. Al caer la tarde regresamos a casa, muertos
de cansancio. Cenamos en silencio, observé a papá lo vi pálido y delgado sus
ropas estaban viejas y sucias sentí una
profunda pena. ¿Qué está pasando? Me pregunté. Y yo me estaba quedando sin
zapatos.
A mitad de semana vino Magda. “La Reina Atolonia me envió a
verte” manifestó.
Yo me alegré mucho al verla, pero había algo en mí que me
producía una leve tristeza.
-Fui con papá a
plantar pinos, le dije.
-Y ¿Cómo es eso? Preguntó Magda. Le expliqué en qué
consistía la plantación de árboles de
pinos.
-Me gustaría ver en
terreno como es ese trabajo nosotras no lo conocemos creo que ese árbol no está
en nuestro planeta.
Yo la miré sonriente
y le contesté. Podemos ir ahora la noche está clara y no hace frío.
Salimos y le expliqué
que no teníamos trabajadores y las plantas,
que con tanto sacrificio papá
había adquirido invirtiendo todos sus ahorros, se iban a secar si no
eran plantadas oportunamente.
Magda me escuchó y después
de dar una vuelta por la plantación regresamos a casa, bajé de su lomo.
Espérame mañana, Li me dijo al despedirse. Te traeré una
sorpresa, agregó con una sonrisa.
La esperé hasta tarde, ya todo estaba en silencio y la luna
en lo alto se veía soberbia.
-¡Li! -escuché la voz de Magda.
-Salí apresurada como
siempre por la ventana y Magda como paloma, una vez más retiradas de casa
recobró su forma de ave Atolonia
montándome a sus espaldas. Emprendimos el vuelo.
Habíamos dado una vuelta buscando una dirección cuando vi
una bandada de Atolonias cargando hicores en sus lomos.
-¿Ves Pequeña Li? Me dijo Magda.
-Sí, le respondí.
¿Van a la cordillera en busca de metal? Le pregunté.
-No, me respondió, no van a buscar metales a la cordillera.
-Ella llevaba la delantera
conmigo a cuestas y atrás el escuadrón
la seguía por el camino que tomaron, ¡No puede ser! Me dije luego repetí
¡No puede ser!
Magda escuchó mis exclamaciones y respondió con un fuerte
Sí. Vamos a plantar los cerros de tu
padre con árboles de pinos,
Yo sentí una alegría inmensa y me pareció escuchar el aleteo de las Atolonias como una
sinfonía fuerte, que nos elevaba el espíritu
y ellas volaban muy alto como al
compás de acordes musicales.
Descendimos en el cerro y empezaron a
dar órdenes a los hicores, tomaron las plantas que estaban en una ruma ya
marchitas. Los Hicores estaban muy
contentos y decían. “Hic. Hic” plantar, plantar y corrían eufóricos haciendo el trabajo hasta plantar el último
arbolito.
-Ahora me dijo
Magda vamos por agua. Y trajeron en una especie de bolsas de plástico
agua los Hicores las fueron regando
desde el lomo de las aves y éstas volaban a ras del suelo produciendo una
especie de lluvia.
Emprendimos el regreso, yo estaba feliz, ¡Musga no me había
abandonado!
CABALGANDO EN EL MANCO
Pasó esa noche, papá tuvo fiebre y no pudo salir a la mañana
siguiente para la plantación, la preocupación
lo afiebró aún más y así, enfermo
me envió donde los Guiñes por un
caballo. El papá de Víctor me prestó al
Manco, lo monté y me fui al galope tendido, disfruté mucho cabalgando al
Manco. Llegué a la casa y bajé de un salto, papá subió a los cerros en el caballo aun así
convaleciente se veía pálido, demacrado y preocupado, lo vi marcharse sobre el
caballo camino al norte.
En la tarde sentí que el caballo venía a todo galope,
papá se apeó de un salto y caminó hacia la cocina.
-Debo haber tenido mucha fiebre ayer, manifestó.
-¿Por qué? Le preguntó Mamá Bella.
-Tenemos todos los pinos plantados faltó un pedazo pero prácticamente ya están
todos los cerros cubiertos de pinos. Terminando de decir esto me miró y dijo
mirando hacia los cerros. “En veinte años
más, mi pequeña Li, todos esos pinos serán madera” Construiremos una
casa grande y compraremos muchas cosas y siguió soñando con sus pinos, los
famosos pinos. Yo estaba muy contenta
por haberlo ayudado de alguna
manera había contribuido en sus sueños.
Por la tarde fui a regresar el caballo a los Guiñes,
disfruté cabalgando nuevamente subiendo
cerros, bajando cerros, cruzando puentes, disfrutando el ir y venir de
las aves que con sus canticos volaban por el perfumado aire de la hermosa
tierra, colmada de árboles que gustosos nos dan su sombra, sus frutos, su
madera, el aire que respiramos, la savia que corre por sus ramas, en la
que cobijan los nidos de tan bellas
aves.
PROYECTANDO EL REGRESO
Había pasado un largo tiempo sin saber de las Atolonias, no
sé si yo me había alejado o ellas me
habían abandonado, mis tareas no me dejaban tiempo libre. Me fui
a la Cueva del Mago y allí estaba Magda, en la parte alta de la gruta, erguida
con todo su esplendor.
-Te estaba esperando, Pequeña Li, me dijo. He venido varias
veces aquí, pero no te había encontrado,
sabes que a mí no me gusta transformarme en paloma ni en ningún otro pájaro, eso sólo lo hacemos en casos muy especiales.
La Reina Atolonia me encargó verte, tengo que llevarte a la isla. Manifestó.
Subí a sus espaldas y atravesamos el mar, que se veía transparente. A cierta distancia había
cardúmenes de peces haciendo visos plateados en el suave oleaje era muy hermoso volar mar adentro ver el cielo azul limpio, diáfano en lo infinito y el extenso mar. Descendimos en ese paraíso
caído del cielo con mucho asombro vi en una planicie de larga extensión las dos naves brillantes e imponentes, más bien desafiantes, esperando para su próximo
vuelo. Miré toda la belleza a mí
alrededor, luego acudí a los aposentos de la Reina Atolonia como le decía Magda. Para mí seguiría siendo
Musga.
-¡Hola, Li! Me saludó Musga con mucha ternura, mirándome con
una sonrisa, uno de los Hicores estaba sentado frente a una de sus
computadoras, allí Musga dando órdenes, el cinco, el siete decía.
Y otro Hicore
iba marcando cada uno de los signos que le indicaban, al parecer estaban estudiando la ruta para emprender el
viaje de regreso.
-Si no hubiera sido por Atolonia nunca habríamos regresado a nuestro planeta,
dijo una de las aves que estaba ahí.
Yo no estaba nada de feliz con el regreso de las Atolonias,
si todo era tan hermoso. Magda vino con cuatro hicores. ¿Estos son tuyos? Le
pregunté.
-Sí, sólo tenía dos pero estos otros dos son los del ave que
perdió la vida, yo los adopté.
Los Hicores adoptados
me miraron con cariño y empezaron a decir. Hic, hic y a dar vueltas. En
ademán de hacerse los simpáticos conmigo, uno trató de amarrarme un zapato y
vio que mis zapatos eran viejos, entonces empezó a indicar un árbol y a decir
“hic, hic” Entonces Magda dijo ya sé,
este árbol es bien especial, sus hojas caen hacia bajo con huiros y en la punta
se van enrollando o encrespando,
formando una especie de pelota como floración, sus hilillos son de múltiples
colores, pero estas hojas o huiros nosotros las cortamos y las tejemos,
con ellas se hacen una especie de
chalas, o mejor dicho calzados.
Y ahí, recién me di
cuenta de la calidad del calzado que usaban.
Y la suela,
continuó diciendo Magda, la sacamos de la corteza de un árbol sólo se corta a la medida y se le pega el tejido.
Magda ordenó
traer una especie de tijeras a
uno de los Hicores, éste cortó varias hojas de diferentes colores, dos hicores
empezaron a tejer como si hubieran estado corriendo una carrera, los otros dos
trajeron la corteza del árbol, midieron mi pie, lo marcaron y lo cortaron a la
medida. Cuando el tejido estuvo listo,
Magda los mandó a buscar goma de pegar,
regresaron corriendo y pegaron el tejido sobre la suela, luego ellos mismos lo
soplaron y mostraron los zapatos terminados, repitiendo siempre hic, hic. Con una grata sonrisa, luego uno de
ellos dijo Li, Li.
Con sus caras sonrientes
se los entregaron a Magda, ésta los sostuvo en el pico y me pasó uno
primero y después el otro, me los iba a
colocar cuando los Hicores se abalanzaron a colocármelos me sacaron los que
llevaba puestos y me dejaron los nuevos.
Mamá Bella me
desconoció los zapatos y me preguntó de dónde los había sacado.
-Me los regaló mi amiga Magda, le contesté. Yo no había
mentido, felizmente no hizo más preguntas, pero estuvo muy contenta y admiró el
regalo que yo había recibido.
PESCA ARTESANAL
Con sorpresa vi cómo dos aves emprendieron el vuelo a mar
abierto, sobre sus hombros llevaban a dos
Hicores y unos botes pequeños. Le pedí a Magda ir con ellos, cuando localizaron un cardumen de peces
volaron a ras del agua, los Hicores se lanzaron al mar en los botes, sosteniendo
una malla, cada uno tomó de un extremo,
conservando la distancia, con un
lazo las aves tiraban los botes muy fuertes y los Hicores tomaban la red firme.
Así atrajeron casi todo el cardumen que
en la misma red, trasladaron a un improvisado puerto.
MONUMENTO HERMOSO
Mi sorpresa fue grande cuando, en el lugar donde estaban
anteriormente las naves, no había nada, Magda se sonrió y me dijo.
¡Zarparon ayer!
¡Pero como! -Sí se
fueron con el primer cargamento y no regresarán hasta por lo menos unos seis
meses más, pero con seguridad, desde nuestro planeta vendrán más naves.
Yo me quedé pensando
y le dije a Magda.
-O sea que aún nos quedan seis meses para compartir.
Sí, me respondió.
Aunque el tiempo pasaba rápido de todos modos seis meses ya
era algo. Caminamos hacia el lugar de
las naves, allí tenían montada una gran cantidad de maquinarias, las aves y los hicores trabajaban sin cesar. Me llamó
la atención porque estaban armando una
nave pequeñita, diferente a las anteriores. Le pregunté a Magda, ella me
respondió.
Antes de partir, ésta será
la encargada de hacer desaparecer la isla y se juntará en el espacio con las naves mayores.
Yo no supe qué pensar. Luego fuimos a una construcción, algo
así como templo o palacio en el centro había un hombre muy grande y una mujer abrazada a él, en la mano derecha, el hombre sostenía una
barra de metal y en la izquierda un libro.
-¿Y qué es esto? Le
pregunté.
-Esta es la estatua de la perfección, me respondió con los dos elementos principales que
necesita, la fuerza representada por una barra de metal y la inteligencia
representada por un libro.
Admiré tan hermoso
monumento, Magda tenía razón.
Pasamos frente a un enorme
espejo, Magda se contempló sí, se sabían
realmente bellas, su plumaje ondulante al caminar parecía túnica de terciopelo.
Un día llegué a pensar que si les hubiera sacado las
plumas tendrían un cuerpo como el nuestro, con su bolsa marsupial, aunque en vez de brazos tenía
alas, tampoco tenía labios, pero
de todas formas, eran hermosas e inteligentes.
VIAJE FINAL
No me di cuenta cómo pasó el tiempo, había llegado el día de la partida. Regresaron
cuatro naves enormes, Las que fueron cargadas
con todas las maquinarias, que venían en el pedazo de suelo arrancado de
su planeta.
Al día siguiente tendrían una gran ceremonia
y por la tarde emprenderían el viaje
final.
Magda fue muy temprano ese domingo a buscarme, ya nadie
estaba trabajando y todos esperaban el
acto que se realizaría antes de la partida. Magda me dejó con sus cuatro
hicores.
-Yo tengo que hacer, me dijo.
Musga estaba con sus consejeros en una especie de trono.
Cuando sentí un tremendo estruendo, miré
asustada, eran las Atolonias, una gran mayoría
empezó a representar una danza aérea,
rompiendo los cielos, vuelos formando cuadrados, formando círculos, en picada hacia abajo, o hacia
arriba.
-¡No puede ser! Me dije. ¡No puede ser!
Todos los que estábamos ahí, contemplamos desde abajo
extasiados el cielo, el espectáculo debe
haber demorado una hora, cuando
regresaron a tierra se fueron formando frente a Musga haciéndole una
reverencia, ésta estaba muy emocionada,
agradeció todo el sacrificio y la fuerza con que habían trabajado.
-Yo no debo olvidar, dijo. A una Pequeña de buen corazón que
me salvó la vida. Entonces vino por mí,
Igor (el ave macho), y me llevó hasta el trono de Musga, después todas cantaron un himno muy bonito,
luego pasamos a los comedores, disfrutamos de la comida cuando sonaron
unas alarmas y todas salieron corriendo, alguien gritó. ¡Objetos extraños! Hicieron funcionar los remolinos, éstos emitían ruidos y
provocaron unos fuertes vientos, incluso
parece que hasta levantaban el
agua del mar, provocando una tempestad.
Como tenían una excelente vista una de las que hacía de vigilante en una de
las torres gritó por un aparato algo así como un pequeño parlante que se
comunicaba con una cabina de control. -”Ya se desviaron” Sólo era un avión que tomó otra ruta, la isla volvió a la calma.
Esa tarde todos bailaban, cantaban, había una gran felicidad y no era para menos.
¡Volvían a su planeta, a su mundo que tanto amaban nuevamente se encontrarían
con sus seres queridos!
Llegada la noche zarparon las dos primeras naves que ya estaban cargadas, mientras en las dos últimas
iban subiendo las Atolonias con sus hicores. Las naves eran completísimas,
tenían de todo a bordo. Pensaron hasta en los últimos detalles.
Yo no quise subir, no
sé por qué razón sentí pánico y me quedé con Magda y dos hicores en una nave
pequeña, los otros dos hicores adoptivos de Magda estaban en la tumba del ave fallecida, en un ademán
de despedida, ellos no querían regresar porque no iban a tener la dicha
de ocupar la tumba de su compañero, pero
al fin se fueron muy pensativos.
Musga vino hasta mí a despedirse, se veía radiante
lógicamente, era la Reina.
-No sabes pequeña Li, cuánto te debemos. A veces pequeñas
obras consiguen grandes cosas.
Estaba emocionada, pero
al mismo tiempo se veía muy
feliz, era una dicha que no podía ocultar, yo me abracé a su cuello.
Musga, exclamé. Es que nunca más te volveré a ver. Ella se
sonrió y respondió.
-Eso realmente no lo
sé, nada te puedo prometer. Entonces
uno de sus Hicores, que estaba a su
lado, me miró. Musga le habló y éste me
entregó un libro.
Es un recuerdo para ti Pequeña Li, me dijo.
Lo recibí y lo apreté
contra mi pecho. Dieron la media vuelta dirigiéndose a la nave,
solamente las estaban esperando a ellas. Después de algunos segundos, sentimos el gran impacto de partida, la isla
se estremeció y las dos naves rompieron
los cielos zarpando a una velocidad increíble en dirección fija hacia las
estrellas. Me pareció que el corazón se me iba a caer.
ULTIMA NAVE
-¡Tranquila! Me dijo Magda mientras caminábamos en dirección
a la última pequeña nave que quedaba,
luego dio la orden a los Hicores para que la hicieran partir. Nos elevamos
suavemente sobre la isla, luego tomaron posiciones distanciadas, desde allí,
suspendidas en el aire, empezó a dar
órdenes nuevamente a los Hicores, yo miraba pero no hice preguntas, los Hicores
presionaron botones, artefactos
intangibles para mí y Magda diligente
daba una orden tras otra.
-¡Ahora! Gritó Magda y los animales o mejor dicho seres
humanos en forma de monos aún presionaron un último botón, entonces vi que la
isla empezaba a sumergirse produciendo un ruido ensordecedor, como si toda en sí
se hubiera ido quebrando poco a
poco, como si el mismo universo se hubiera partido en mil pedazos ocasionándole
un fuerte dolor. Nos quedamos hasta que se
perdió en el oleaje no quedando nada.
Todos observábamos en silencio la
desaparición de la isla hasta que sólo quedó un suave oleaje.
-¿Por qué? Le pregunté a Magda.
-¿Por qué? Es muy simple,
me respondió, si es descubierta por los tuyos tratarían de aprender todo
lo nuestro y aparte de eso, nos localizarían, eso nos expondría en grave peligro tu planeta Pequeña Li, no es
como el nuestro, lamentablemente no todos son amante de la paz, nosotros no
tenemos guerras, ni odios, ni envidia, ni venganza, no nos matamos entre
nosotros, cuidamos nuestro planeta, porque somos el fruto de la tierra que nos
vio nacer, es nuestra madre tierra.
Volamos en la pequeña
nave hasta la Cueva del Mago
desde allí Magda me sostuvo en sus alas,
saliendo del artefacto volador que se sostenía en el aire sin avanzar,
ella se deslizó como si estuviera
planeando dejándome al frente de la
cueva, en una planicie cubierta de
pequeñas flores con césped como si una
mano misteriosa lo cultivara.
En el espacio debo reunirme con las otras naves, balbuceo
Magda. Antes de descender nos despedimos
y los Hicores me hacían Hic. . .
Hic, Pequeña Li pero en realidad no eran tan idiotas. Parece que Magda sospechó lo que yo estaba pensando y me dijo.
-Sea como sea, han
evolucionado bastante, puede que después de muchos años, miles de años,
lleguen a ser perfectos y también nosotras, agregó con una sonrisa. Se despidió
de mí, en ella no había un dejo de
tristeza, su alegría era contagiosa,
pero yo tenía mucha pena, mucha angustia. Adiós, le dije. Mirándola por última
vez, me acerqué a ella abrazándola como pude. Sentí la suavidad de sus plumas y
en un acto improvisado me rodeo con sus hermosas alas, que parecían abanicos
confeccionados por manos divinas.
Regresó en un lento vuelo sin perderme de vista
y luego la pequeña nave se
perdió en el espacio, llevándose mis
recuerdos tan hermosos, tan especiales tan llenos de amor.
Mientras
yo caminaba cabizbaja a casa miré el
libro que me había regalado Musga,
estaba todo allí, nuestro encuentro,
nuestras conversaciones, su
llegada, los trabajos de la isla, los
Hicores, realmente no faltaba nada, me
sentí tan feliz, porque mi encuentro con Musga,
que era un secreto, yo lo iba a poder compartir con mis amigos
o amigas, con mi familia, con mi maestra. ¡Sentí tanta felicidad, tanta
alegría! Por todo lo que había vivido y compartido con las Atolonias.
Luego tomé una cambucha de papel que días antes había dejado
sobre un mueble y salí al camino a ese mismo camino por el que anduve con Musga
sobre mi hombro en forma de paloma, ese camino de tierra que tantas veces
sostuvo mi sombra, ese camino que
siempre me llevó a tantas partes, ese camino que de algún modo era parte de mi
destino y corrí con la cambucha tirándola del hilo que la sostenía en el aire,
me sentí como un punto en el universo, mirando el espacio, ese gran espacio que
guarda tantos misterios desconocidos para nosotros.
-¡Vamos, Jonás! Le dije a mi perro. El noble animal me
siguió y yo me fui tirando mi cambucha, corriendo y le grité nuevamente.
-¡Vamos Jonás, Vamos!
FIN
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