lunes, 16 de marzo de 2020


TERCER TOMO

         LA  PEQUEÑA   LI   Y   LAS   ATOLONIAS.

LILA   LAYERS
DERECHOS DE AUTOR DE LA COLECCIÓN

 LA PEQUEÑA  LI  I.S.B.M.  NUMERO 978.956.353.245.6

DERECHOS INTELECTUAL NÚMERO. 81.335




Dedico este libro a mi nieta Sofía Valdés M.

NOTA    PRELIMINAR

         En este libro se entrega un tercer tomo de la colección de la Pequeña Li. Ahora  la pequeña Li y las Atolonias, una fantasía, una ficción, donde predomina la admiración  a la raza humana, la belleza, la perfección y la inteligencia,  dones insuperables, por otros seres vivientes, creando paralelamente otros seres extra-terrestres que,  pese a su gran inteligencia y su extraordinaria belleza, no son capaces de igualar al género humano,  único en su especie y en su grandeza, símbolo de perfección y admiración. La pequeña Li  en este tomo se destaca por su gran amistar con Musga, quién  tiene la facultad de mutarse y posee una gran inteligencia, sin poder llegar a igualar jamás al hombre o sea al ser humano.
         En este tomo encontramos un mundo de una gran fantasía,  un sueño de lo bello, lo bueno y lo justo. Un relato que nos hace pensar y valorizarnos a nosotros mismos, descubriendo nuestros grandes valores ocultos a veces casi sin percibirlos, como en un sueño eterno, más  las Atolonias nos conducen a ese despertar, un despertar  hermoso, que  nos permite contemplarnos por dentro y por fuera. ¡Qué hermosos somos!    ¡Que dicha más extraordinaria pertenecer al género humano!
         ¡Gracias señor, por esta dicha que me has dado!
 La  Autora.


EN   LA   CUEVA   DEL   MAGO

         Esa tarde caminé sin rumbo, por esos caminos cruzados, contemplando las caídas de aguas, admirando cada árbol vestido de verde, en encaje de hojas de formas caprichosas captadas en diferentes tonos, ofreciendo el aroma de sus flores, perfumando el ambiente, perfumando el aire, perfumando el bosque.  Así llegué a la Cueva del Mago, ahora traía  una linterna, Empecé a entrar captando la diferencia entre  el ambiente húmedo y mal oliente de la cueva  con el radiante sol  y fresco perfume a yerbas y flores del bosque.
         A medida que avanzaba  pude observar al fondo, muy al fondo de la cueva, me sorprendió  ver un bulto en el suelo. Alumbré  y era un niño que dormía profundamente. Lo miré  de manera minuciosa, sus ropas eran diferentes, finas y muy  limpias.  Caminé hacia él,  vi su rostro hermoso. Me quedé un instante pensando y de pronto el niño se empezó a mover.
          -¡Hola! Le dije. Yo soy Li.
         -Yo soy Li. Me respondió, mirándome muy extrañado.
         -Yo me reí,  y le reproché. –No, yo soy Li.
         Nuevamente repitió la frase.
         -¿Quién eres tú? Le pregunté.
         -¿Quién eres tú? Respondió.
         -No tenía cara de tonto, pero su actitud era de un niño muy raro. Luego  me miró y dijo:
         .Li.  - Sí. Le respondí. Yo soy Li. ¿Y tú?
         -¿Y  tú?, respondió. Tú. Yo.  - Dijo, luego empezó a caminar hacia la salida de la cueva. Mirándome muy extrañado. Salió  en silencio y corrió hasta un pequeño artefacto, yo abrí los ojos. ¡No podía creerlo!. . . ¡Era un niño extraterrestre!
         -Subió  a la nave, sonaron los motores, salió  fuego por la parte de atrás y se perdió en el espacio a una velocidad asombrosa. Yo  me quedé  allí, más maravillada que  nunca   
          -Pero, ¿Por qué se fue? Me pregunté.
         Sentí  una gran inquietud por saber más  de ese niño. Entonces fui a casa y traje a la cueva revistas,  un diccionario, y varios libros, los dejé en la caverna y regresé a mi hogar.
         A los días después  volví  a la cueva del Mago  con la esperanza de encontrar  al pequeño niño, miré  a mi alrededor y no vi nada, pero, en un costado de la caverna, en la cual había una pequeña  salida por donde entraba un rayo de luz,  estaba el pequeño extraterrestre mirando los libros y revisando  las revistas que yo le había dejado. Me miró  sonriente y me dijo.
         -¡Hola Li!  -¡Hola! Le contesté feliz, estaba entendiendo mi idioma. No supe qué más decirle, pero de pronto, se me ocurrió. Hacerle una pregunta.
         -¿De dónde vienes?  Y él indicó con un dedo hacia arriba, luego manifestó.
         -Estoy conociendo tu voz. Es muy bonita y fácil de entender.
         Entonces  comprendí que se refería a mi idioma.
         -Sí le respondí y nos miramos  un rato sin saber cómo empezar a conocernos más. Yo  deseaba saber tantas cosas de él. Pero por dónde empezar, tenía un sin fin de preguntas en mi mente. ¿Cuéntame de tu nave? le dije.
         Mi nave  la dejé atrás de esta cueva, me respondió.
         Entonces fuimos al lugar donde la había dejado, casi oculta en unos matorrales. Tenía  una forma como de lancha con la cabina muy cerrada construida  por un material transparente, su capacidad era para dos personas, adentro  toda forrada de color terracota, y por fuera  el material era plateado  no muy grande. La parte  de adelante terminaba en punta  y la parte de atrás recta  por la que sobresalían  cuatro tubos, entonces le pregunté por esos cuatro tubos.

         -Aquí atrás  van las cargas atómicas, son cuatro, para dar la partida funcionan todas al mismo tiempo, pero una vez en el espacio, sólo se activa una. ¿Ves?  Me dijo y me mostró  en la parte delantera cuatro botones negros y uno rojo en la parte superior.
         -Al  partir,  presiono este rojo y surge el lanzamiento con las cuatro potencias, luego lograda la altura,  presiono cualquiera de estos cuatro y después  desactivo el rojo. ¿Estás entendiendo?
         -Sí, entiendo, ¿y la dirección?
         -Acá. Esta palanca es para  la dirección.
         La parte delantera era maciza y parecía  muy pesada.
         -Esta es la pantalla  para ubicar algún lugar determinado.
         Y me mostró un cuadrado transparente. Luego siguió mostrando las partes de la nave.
         -Estos  son contactos radiales. Indicando otros artefactos.

         Consideré  muy complicado el sistema de esa lancha voladora. Estaba  observando detenidamente la maquinaria  y levanté  la cabeza para preguntarle por un botón azul, cuando lo miré. Me vi a mí misma. Entonces me tapé  los ojos con mis manos y grité. El niño se empezó a reír. Yo no quería volver a mirar, pero me saqué las manos de la vista y ¡allí estaba él! Riéndose profusamente, saltaba,  levantaba las manos. Tanto fue así que yo también empecé  a reír, dándome cuenta que me había  hecho una broma de muy mal gusto. Nos apoyamos  en la lancha y nos mirábamos riéndonos, luego, apenas pudo hablar, me dijo:
         -¿Te enojaste?
         -No, pero me dio mucho susto,  ¿Cómo lo hiciste?
         -Yo tengo la facultad de transformarme o mutarme.
         -¡Ah! Sí, entonces eres igual que Musga.
         -¿Quién es Musga? -Yo le conté la historia de Musga, él me respondió.
         -Sí, creo que las conozco, pero ellas vienen del planeta avocina, en cambio yo no, mi planeta queda aún más lejos  y los que reinamos somos los humanos, teniendo a nuestra disposición un Reino  Animal, un reino Vegetal y un reino Mineral. Somos muy completos tenemos de todo, yo disfruto de todo el Universo.
         -¿Entonces ustedes son iguales a nosotros? Le pregunté.
         - Lamento decirte Pequeña Li, en algunos aspectos soy muy superior, es preferible hablar sólo de mí, como te digo puedo disfrutar de todo lo que existe en el Universo.
         -Y tú. ¿Me llevarías al espacio en esta nave? 
         -Sí, te llevaría  a cualquier parte.
         -¿En serio? Llena de júbilo, ¡Quiero ir!  ¿Adónde? Me preguntó.
         - A la luna, Yo quiero ir a la luna, seguí diciendo.
         Entonces, él levantó  la tapa de la cabina. ¡Sube! Me ordenó.
         Acomodándome  colocó en mi cabeza una especie de protección de un material transparente y luego cruzó unas correas por mi cuerpo, atadas a la nave. Después bajó la techumbre, también transparente, la aseguró y preguntó. ¿Listo? -Sí, estoy lista, respondí.
         Revisó  el tablero y presionó el botón rojo como me había dicho antes. Yo sentí un tirón fuertísimo y vi que la tierra se iba cayendo, la sensación que experimenté fue tan extraña que no recuerdo nada más, hasta un leve aterrizaje cerca de unos matorrales. Abrí los ojos y pregunté.
         ¿Esta es la luna?
         -No, me dijo. Ya estamos de vuelta, lamentablemente te desmayaste, entonces muy preocupado sólo di una vuelta alrededor de la tierra y preferí  traerte de regreso. Me diste un buen susto.
         Yo lamenté  mucho más que él, porque perdí la oportunidad de ver la luna de cerca y haber aterrizado en ella. Luego le pregunté
         ¿Cómo te llamas? Él me iba a contestar  algo cuando le interrumpí, y le dije, No, no me digas tu nombre. Y tomé una piedra un pedazo de la roca en donde estábamos. Aquí está tu nombre, obtendremos tu nombre con esta piedra, le manifesté. El me miró atónito. ¿Cómo? Preguntó.
         Rocadio, te llamarás, repetí Rocadio.
         Rocadio manifestó el riéndose, pero si yo me llamo Tulú.
         -¿Tulú? -Sí  respondió, pero me gusta mucho ese nombre que tú me has dado, Rocadio.
         -Sí, a Musga, mi amiga  ave, que también se transforma en otras aves, le elegí yo su nombre, aún no sé cuál sería su nombre. Pero para mí es Musga.
         Entonces tu amiga es igual que yo, con la diferencia, que solo puedo transformarme en otras personas, no en animales, ahora debo irme, manifestó.
         -Y, ¿Volverás? Le pregunté.
         -sí, volveré otro día.
         -¿Quieres que te tenga un regalo?
         - Y, ¿Qué quieres regalarme?
         -Un libro de cuentos.
 -¿Cómo se llama ese libro de cuentos?
        








EL LOBITO Y EL PERRO

Soy un lobito de mar que estoy empezando a disfrutar estas aguas  de la bahía  de Concepción, ya nado mucho mejor. Tengo un rincón en el puerto donde suelo tomar el sol después de mis baños y mis festines de ricos peces.

         Hoy  ha sido un día diferente,  en mi rincón donde yo reposaba placenteramente ¡un perro! Al verlo gruñí, él hizo lo mismo, si me hubiera acercado más. Me habría mordido, molesto me fui a una roca donde también solía descansar, quedaba más adentro de la bahía frente a la lobera donde reposaban los míos.

         Al día siguiente fui nuevamente a mi rincón con la esperanza de no encontrar ahí al intruso, lamentablemente no se había ido. Gruñí, el ladro, así pasamos muchos días, yo gruñía el ladraba, yo desde el agua, el desde la terraza o mejor dicho desde mi rincón. Un día decidí hablarle lo primero que hice fue preguntarle, porqué estaba ahí. Echado con su cabeza sobre el cemento levantó solo la vista y no contestó nada, o sea que me ignoró, ni ladro, ni aulló, ni gruñó. Consternado de verlo mudo nuevamente le pregunté. ¿Por qué estás aquí? Igualmente nada, sin respuesta. Entonces al día siguiente le llevé un pescado, salté a la terraza donde él estaba y le  dejé el bocado junto a su hocico, levantó la vista y empezó a olfatear, lo saboreo, luego se levantó moviendo su cola, y acercándose a mí me dio un topón en mi hocico, yo fui feliz con su gesto de cariño, me lancé al agua nadando jugueteando en ese mar que me cobijaba.

         Al día siguiente lo primero que hice fue llevarle un pez a mi amigo, allí estaba, cuando me vio se paró en sus cuatro patas y avanzó a la orilla moviendo el rabo, de un salto estuve a su lado dejándole el pez, allí nos quedamos a orillas del mar en la terraza, ahora le preguntaría, ¿de dónde vienes? Echado al lado mío empezó a gemir, como si estuviera liberándose de una pena. Luego respondió:

         Yo vivía en una mansión, tenía de todo, pero mis amos no me amaban, les cuidaba la casa los amaba, pero  para ellos solo era un quiltro, entonces decidí  irme con la esperanza que alguien me quisiera. Dijo esto y guardó silencio, apoyó su cabeza sobre mí y se durmió, hice lo mismo la gente que pasaba decía,  mira, mira  un lobito y un perro.

         Cuando el sol ya se entraba despertamos de nuestra siesta, me lancé al agua y me fui a la lobera sorprendido por lo que me había contado, yo jugueteaba con mis hermanos, tenía una familia numerosa y nos amábamos, no teníamos amo, éramos  libres, no teníamos que servirle a nadie, el mar nos proveía de alimentos y disfrutábamos nadando, podíamos viajar muy lejos atravesando mares.

         Una mañana más yo con un pez en el hocico para mi amigo, así pasó mucho tiempo, descansábamos juntos compartiendo ese rincón que antes había sido mío, yo diría que pasaron años, convirtiéndome en un lobo de mar con mi propia familia y mi propia roca, llegué a pesar 350 kilos con un alto casi de un metro y un largo de un metro y medio, mis esposas me dieron muchos hijos, pero nunca olvidé a mi amigo, siempre le llevé  un pescado,  me costaba  un poco subir a la terraza, pero los lobos somos muy buenos para saltar.

         Esa mañana me quedé a su lado, le pregunté como estaba, bien me respondió, presentí que no estaba bien, me lamió  con cariño, toqué su hocico en ademán de agradecimiento, como yo había crecido tanto se veía pequeño acurrucado junto a mí. Al rato casi al llegar la noche, lo sentí helado, su frágil cuerpo ya no era tibio como solía sentirlo otras veces, traté de moverlo, su rigidez me advirtió que se había ido, allí me quedé junto a su cuerpo, llegó la mañana y ahí estábamos los dos, la gente pasaba  y pasaba como siempre viéndonos ahí. Ya al medio día los jotes aves de rapiña querían arrebatármelo, lo abrace muy fuerte, más  fuerte y me lancé al mar con el abrazado nadé  muy lejos y muy profundo, dejándolo en las profundidades del mar entre algas y peces de colores, allí se quedó con una sonrisa en su rostro, había tenido todo mi cariño.

Fin.
  1.  

         -Bueno volveré  por ese libro, los cuentos siempre son bonitos y siempre dejan una buena enseñanza.
         -Te lo tendré aquí en la caverna, para cuando vuelvas.
         Subió a la nave y zarpó, lo vi perderse en el firmamento en escasos segundos.




REGRESO   DE   TULÚ

         La nave  dio varias vueltas y luego aterrizó, corrí al encuentro de Tulú o Rocadio, este descendió  del artefacto y yo le entregué el libro de cuentos  que le había ofrecido.

         -¡Ah!, el regalo que me ofreciste. Manifestó.
         - Sí, le respondí. Nos sentamos  a la entrada de la caverna y Tulú  empezó  a leer. Poco a poco en medio del silencio sentí un ruido que venía  desde la cueva, Una vez  que Tulú  terminó  de leer me dijo que le gustaban mucho los cuentos y este era muy bonito, me pidió que  para el próximo viaje le tuviera otro libro de cuentos. Luego ambos nos quedamos escuchando  ruido extraño. Avanzamos al interior de la gruta.

         Necesitamos lumbre dijo Tulú  y corrió hasta la nave,  regresando con un objeto redondo con una correa en cada extremo, abrochó una del dedo pulgar y otra del meñique sobre el dorso de la mano,  presionó  un botón  con la otra y ésta proyectó  una luz extraordinaria, súper potente.

         ¿Ves? Esto es para dejar las manos libres  en cualquier emergencia, y así te alumbra igual, según el movimiento que le des a la mano.
         Avanzamos  y  a cada momento el ruido era mayor, nos adentramos a un túnel que continuaba desde la cueva, pero este se iba  reduciendo cada vez más.  Una  gran cantidad de telarañas nos impedían el paso, con un palo fuimos despejando hasta llegar al extremo opuesto.

         El ruido no era otra cosa que una pequeña caída de agua. El túnel terminaba en un agujero, como quien dice una ventana con una cortina de agua. Primero  se asomó Tulú. Sin  darse cuenta éste  saltó.  No supe si por su voluntad o si la fuerza de la caída del agua lo cogió  para lanzarlo al vacío. Me quedé  allí  con miedo y deseos de saber qué  le había pasado a Tulú, me asomé al agujero  cuando,  de  pronto  sentí  como si me tomaran de la cabeza y me lanzaran al espacio. Sentí como si me diera vueltas en el aire hasta  que caí en un pozo, nadé envuelta  en las aguas hasta salir a flote. Y allí  estaba Tulú  riéndose,  me  tiró agua y yo también hice lo mismo.       Salí corriendo,  me introduje al bosque y Tulú  corrió tras de mí, de pronto tropecé  y rodé cerro abajo.  Tulú se rió  mucho de mí porque, como mi ropa estaba mojada, con la tierra quedé  como mona de sucia.

         Cuando llegué  a casa, Mamá Bella  me azotó por haberme ensuciado  tanto, mi aspecto no podía ser peor, estaba inmunda. No  pude dejar de llorar por los chicotazos que recibí.

SUMIDA  EN  SUEÑOS

         Sentada en un tronco, miré la tarde sintiéndola vacía  y monótona, no tenía deseos de jugar ni de correr. Miré  el firmamento y pensé que Tulú podía  atravesar los cielos de un lado a otro, columpiarse de estrella  en estrella, al igual que yo cuando iba  de un cerro a otro quebrando caminos, cortando flores, trepando o bajando quebradas dormidas en una eterna espera del tiempo en el tiempo. Un grillo empezó a cantar muy cerca de mí, su canto era hermoso, pero yo quería estar sola en esa monotonía. El grillo siguió cantando, ahora casi en mis oídos. Cuando de pronto, supuse que era Musga y corrí  y corrí  a cogerlo, pero éste saltó y saltó hasta que lo perdí. No, no podía ser Musga, ella jamás habría arrancado de mí, el grillo siguió cantando  desde su escondite y yo seguí sumida en mis pensamientos.

         LA   CIUDAD  DE  LOS  SIETE  LAGOS

         Tan absorta estaba en mis pensamientos que cuando sentí una corriente de aire fresco  miré sorprendida. ¡Musga!  Volaba  con todo su esplendor a mí alrededor, sus  enormes alas y su plumaje dando visos con los rayos del sol. Salté  de alegría, gritando. -¡Musga! al fin has venido, has vuelto. Le manifesté.
         -Tenía  que volver, tal como te había  prometido.  Ahora quiero invitarte. Me dijo.
         -¿A dónde, quieres invitarme? Le pregunté.
         -A un lugar  donde vi siete espejos de agua, siete  lagos pequeños que quiero que tú  conozcas. Es una ciudad muy hermosa que queda cerca de aquí.
         Entonces yo subí en su espalda acomodándome lo mejor que pude.
         -Sujétate bien, manifestó,  luego emprendió el vuelo por sobre las montañas.
         A medida  que nos acercábamos a uno de los lagos, el que solían llamar  “Laguna Chica  de San Pedro, pude divisar lanchas a motor fuera de borda, pequeños veleros, ski acuático. Musga  se fue hacia el extremo opuesto, de los balnearios junto a un cerro. Allí había  una gran soledad,  mientras descendía vi en un rincón del paisaje un sapo  en una silla de playa bajo un quitasol, muy de pierna encima, echado hacia atrás con gafas oscuras.
         Musga aterrizó  justo casi encima de él.  Yo sonreí y corrí a saludarlo.
         -¡Buenos días, Señor Sapo! Le dije.
         Este se enderezó sorprendido y con arrogancia, me respondió.
         -¿Acaso me conoces?
         -No,  le manifesté sorprendida.
         -Entonces el sapo me dijo:
- si no me conoces no sabes nada de mí.
         -No. Le contesté nuevamente.
         -Y si no sabes nada de mí  es porque no me conoces.
         Yo lo miraba estupefacta. Inconscientemente me  distraje observando un letrero que estaba tirado debajo de un sauce, corrí a verlo, hecho en madera ya muy vieja y desgastada decía Los Culbenes  Sucesión Solar Matamála, lo miré lo leí y lo deje ahí mismo.
         Luego el sapo continúo.
         -Pero, para que me conozcas tienes que razonar. Si no posees esa facultad, no habrá diálogo. Yo soy Socratón. Terminó diciendo el Sapo.
         -No eres más que un sapo, le respondí.
         -Sí, un sapo, pero un sapo filósofo.
         Y con la misma arrogancia  se levantó de la silla, caminó hacia el agua nadando con mucha elegancia, luego desde  allí me gritó.
         -Nos veremos en las otras lagunas, ja ja.     -Miré a Musga. Te está desafiando Li. Me dijo ella.
         -¿Y por qué?  -Porque es un sapo farsante.
         -¿Y dónde quedan esas lagunas? 
         -Las próxima aquí muy cerca y las  otras cruzando el río.
         -¿Y tú me  llevarías, a esas lagunas Musga?
         -Si tú me lo pides, yo te llevaré, Pequeña Li, pero ahora debemos regresar.
         -¿Tan pronto? -Sí, Mañana podemos venir a los otros lagos muy  temprano yo no me puedo exponer,  no faltará  algún cazador de especies raras y yo seré  su víctima.
         Subí nuevamente a su espalda  y  emprendimos el regreso.


         Como Musga se había propuesto mostrarme la ciudad de los siete lagos, salimos nuevamente muy temprano. La mañana  estaba fresca, era grato volar por los aires en busca de los siete lagos. Llegamos a la laguna grande de San Pedro,  con una gran vegetación a su alrededor, visitada por turistas que sabían disfrutar de sus dulces aguas,  también habían unos hermosos cisnes de cuello negro, me impresionaron los encontré hermosos,  después de contemplar el bello paisaje atravesamos el río Bío Bío, sobrevolamos la desembocadura y llegamos a la laguna redonda un ojo de mar,  me dijo Musga, rodeando de poblaciones marginales habiendo sido en un tiempo el gran atractivo del fundo Laguna Redonda.

         Como puedes ver me dijo Musga. Ya conocemos tres espejos  de agua, tres miradas al cielo, tres porciones de agua. Nuevamente emprendimos el vuelo, elevándonos muy alto. Es una bella ciudad manifestó. Yo no me cansaba de admirar sus construcciones, sus calles, destacándose la estación de Ferrocarriles.

 Sí manifestó Musga. Es bonita  por fuera, pero por dentro es aún mejor, trataremos de contemplar sus pinturas murales, son realmente, extraordinarias, hermosas,  Como era tan de mañana descendimos y nos adentramos a la sala de primera de la Estación, contemplamos la hermosa pintura mural mostrando la vida indígena antes de la llegada de los Españoles, muestra la historia de la ciudad, al fondo nuestro majestuoso río,   en una esquina pudimos leer, Gregorio de la Fuente (pintor) Me he quedado impresionada con tal pintura, salimos junto a unas palmera y nuevamente emprendimos el vuelo.  ¡Mira! allí  también  hay agua.

         -Sí, hay agua, pero no es un lago, es sólo la pileta de la Plaza de Armas, o sea de la plaza de la Independencia tiene arriba, a la Diosa Ceres, Diosa de la Agricultura, viene de la Mitología Romana. Ella está con gavillas de trigo en sus brazos,  vista desde aquí es hermosa, toda la pileta es bella.  Al frente está la Catedral y en el otro extremo la casa de Gobierno  y en esa esquina hay una piedra con la fecha en que se firmó la Independencia de Chile. Primero de enero 1818, Terminó explicándome Musga.

          Dimos varias vueltas alrededor de la plaza, todo era calma y silencio no había nadie, los árboles parecían dormir aún en la madrugada, los bancos vacíos añorando a algún transeúnte, ni siquiera un pajarillo despertando la mañana, todos dormían, todo era silencio. ¿Y esa torre? Le pregunté.
         ¡Ese es el campanil! Queda en el centro de la Ciudad Universitaria.
         Después de observar desde la altura la ciudad  descendimos en pleno sector urbano.  
         Esa  es la laguna “Las tres Pascualas” Manifestó Musga.
         Pero yo no vi laguna, sólo maleza.  Cuando de repente de entre unos matorrales  saltó  un sapo. Inconscientemente me estremecí, me asustó por que apareció de improviso. ¿Con que admirando las lagunas?  Nos dijo. Era Socratón,  nuevamente  nos encontrábamos con él. Musga y yo lo miramos como diciéndole. ¿Y  quién te invitó? Entonces el sapo empezó a relatar, Hasta el año 1940 este era el paseo más hermoso de la ciudad y su nombre se refiere a la leyenda de las Tres Pascualas.
         ¿Qué leyenda? Le pregunté. Expresándome muy interesada. El sapo caminó un poco, luego dio una vuelta, me miró  de arriba  abajo y balbuceó.    ¿Veo que te gustan las leyendas?
         Sí, sí, le dije, Musga contemplaba el paisaje pensativa,  nostálgica. Entonces  el sapo, contento de sí mismo  empezó a relatar la leyenda de las tres Pascualas.
         Yo lo escuché  muy atenta, pero  el desenlace me dejó muy triste. Socratón, como decía llamarse el sapo, se dio cuenta  y me dijo.
           No te aflijas, Pequeña Li, es sólo una leyenda, mejor hablemos de las lagunas.
         Musga seguía  cabizbaja y pensativa escuchando retraídamente a Socratón, o contemplando nuestro alrededor como ausente.  El sapo eufórico, dinámico, se movía de un lado a otro expresando sus conocimientos referente a las lagunas, éste  dijo dando una ojeada a lo que en un tiempo había sido una laguna y ahora no es más  que un montón de maleza. Está  conectada con tres lagunas más y son: Con énfasis repitió “Lo Custodio, Lo Galindo  y Lo Méndez.   Estas manifestó  desaguan en un canal que escurre por calle Las Heras para desembocar en el Río Andalién.
         El sapo estaba muy interesado en compartir con nosotras.  De nuevo iniciamos el vuelo  y allí se quedó Socratón, entre la maleza de la que un día fue la laguna  de Las Tres Pascualas. Pero estaba segura que pronto la restaurarían y volvería a ser una hermosa laguna sin malezas  y digna de ser admirada.
         Empezamos a descender al pie de un cerro, una larga porción de agua con jardines a un costado  rodeada de poblaciones. Esta es la laguna Lo Galindo. Manifestó  Musga,  mientras sobrevolaba el sector, por uno de sus extremos continuó  pasa la carretera al primer  Puerto  Militar Nacional de Talcahuano.
         Al pisar tierra, ya estaba ahí Socratón  seguramente se vino por una de esas conexiones subterráneas que poseían estos pequeños lagos.
         ¡Este es el barrio norte de la Ciudad!  Nos explicó Socratón. Sonriendo y caminando de un lado a otro, el paisaje extremadamente hermoso. Allí  al pie de un cerro, tranquila y casi ignorada una de las siete gotas de agua como una flor en un desierto. ¡Me gustaría ser poeta! Para poder expresar esta belleza, más no lo soy, dijo Socratón  quedándose nostálgico, luego saltó y nadó plácidamente rompiendo las dulces aguas que tanta calma reflejaban.
         ¡Vamos! Manifestó Musga.
         Nos apresuramos a emprender el vuelo, ¿a dónde te diriges? Le pregunté.
         A  los últimos lagos que nos faltan, respondió.  El sapo quedó allí nadando y nosotras nuevamente emprendimos el viaje.
         -¿Por qué no desciendes? Le pregunté a Musga.
         -No vale la pena, respondió, ¿Ves ese basural? Me preguntó.
         ¡Un basural! –manifesté. ¿Dónde? -¡Ahí!
         ¡Uf, uf Pero no puede ser! Sí  ésa  es la laguna Lo Custodio, donde prácticamente no queda casi nada de agua, sólo un gran basural, cuando sentí  que alguien nos hablaba, sí, era Socratón, Aquí  estoy feliz, decía vengan, vengan acá, aquí tengo muchos amigos. Repetía. Musga dio una vuelta,  volvió  su cabeza y dijo. Sólo hay moscas y basura. De paso  sobrevolamos  la laguna Lo Méndez, hermosa entre poblaciones,  abandonada, con un ir y venir de los transeúntes que pasan por allí día y noche ignorando su bella existencia.
         Ya nos alejábamos, cuando  escuché  la voz de Socratón. Nos veremos, Pequeña Li.  Sentí  una fuerte vuelta de Musga y la lejana voz de Socratón. Que seguía gritando o mejor dicho croando ¡Nos veremos en las lagunas de hielo al fin del mundo.
         Luego, subimos  hacia el firmamento con rumbo en otra dirección, dejando atrás la bella ciudad de los siete lagos, mi bella y amada Concepción.
LA  ISLA  DE  LAS   ATOLONIAS

         Regresábamos del último lago, cuando  musga  voló muy pero muy fuerte, que casi pasó rozando una enorme torre. Entonces grité.
         ¡La torre de Eiffel! Ella se sonrió y me dijo.
         -No, niña, esa no puede ser la Torre de Eiffel. La Torre de Eiffel está en Francia. En París, para ser más  exacta. Pero si deseas ver algo de Eiffel, continuó. Yo  te voy a mostrar algo.
         Y dio vuelta en la altura y empezó a descender, bajó hasta el río Bío Bío  y me dijo.
         -Observa  ese puente de fierro por donde va pasando un tren.
         Efectivamente, en ese momento  un tren de carga se deslizaba  por sobre el puente de fierro atravesando el río Bío Bío.
         Mira su estructura  está  hecha de fierros  con pernos. Lo construyó el Ingeniero francés Gustavo Eiffel, el mismo de la torre Eiffel de Francia.
         Enseguida dio varias vueltas y nuevamente se elevó hacia las alturas, la  sensación  que yo sentía  sobre su lomo era muy grata, ¡sentir el aire fresco  e ir atravesando los cielos! Cuando estuvimos muy alto, me dijo algo inquieta.
         -¿Ves esa Isla?
         -¿Cuál isla? Le pregunté mirando hacia el mar debe ser la Isla Mocha.
         -No, me respondió.
         .Será  la Santa María. No me dijo nuevamente.
         -Ah. Entonces  debe ser la Isla Quiriquina.
         -No. Balbuceo, ofuscada, allá, allá en mar abierto.
         -Pero, Musga, yo no tengo tu vista, le manifesté.
         -Ah. Sí, Había olvidado que ustedes los humanos no tienen nuestra vista, dijo. Y  empezó a volar velozmente hacia el mar. Voló  a tanta velocidad que bien podría decir a cien km por hora.
         -¡Musga!.  Le dije,  yo debo regresar.
         -¿olvidas que hoy es sábado?   -Me respondió.
         -¡Pero Mamá Bella!
         -¡Olvídate de todo, me gritó, muy nerviosa! Algo estaba pasando pero no podía adivinar que era. De pronto, vi una isla que yo consideré grande, con una abundante vegetación. Musga voló todo su alrededor y luego descendió. Al llegar a tierra  muchas aves iguales a ella corrieron a recibirla exclamando.
         -¡Atolonia! ¡Atolonia!
         Entonces ella les preguntó.  -¿Qué significa esto?-
         Las aves, que por los colores de su plumaje daban la impresión que eran más jóvenes, la rodearon  y una habló.
         -¡Pero, Atolonia, que alegría  volver a verte! Nosotras pensábamos que habrías  perecido.
         Sí. Respondió ella.  La verdad es que estuve a punto de perecer, pero esta Pequeña niña  que ustedes ven aquí me salvó la vida.
         Acto seguido me miró con ternura y posó una de sus alas en mi hombro como abrazándome  en ademán de protección y agradecimiento.
         Las aves que la rodeaban se veían asustadas, pero en ese momento se reflejaba en ellas una gran alegría  de haberse reencontrado con Musga o  Atolonia, como ellas la llamaban.
         -Pero, cuéntanos. Les dijo Musga. ¿Como se explica esto que ustedes estén aquí?       
         -Sí. Respondió una de ellas. Ya te contaremos, pero también queremos que tú, Atolonia, nos cuentes todos los detalles de cómo llegaste acá.
         -Bueno. Contestó Atolonia. Como yo tenía mi nave espacial y me gustaba tanto viajar en ella, en uno de mis vuelos empezó a fallar quedando a la deriva, por la velocidad vino a dar cerca de este planeta cuando ya empezó a descender sin ningún control   decidí   abandonarla aterrizando por mi propio  vuelo, en una terrible tormenta tuve que volar mucho para llegar a este  lugar pues mi nave cayó en el mar adentro y fue ahí cuando una tormenta me arrastró, para no ser localizada por seres desconocidos  me transformé en una ave pequeña y me refugié en una caverna  que fue justamente donde me encontró casi muerta mi amiga, gran amiga que tengo aquí a mi lado.
         Nuevamente  me miró y lo mismo hicieron las otras aves.
         Caminamos hacia unos jardines y allí entre unas  flores hermosísimas  las aves empezaron a relatar.
         -Estábamos  en nuestro planeta empezó  diciendo una de ellas,
         Cuando se empezó a acercar un cuerpo del espacio. Aún más grande que nuestro planeta. Este pasó  a cierta distancia,  pero con tal fuerza,  que su atracción planetaria o fuerza de gravedad hizo que el nuestro cambiara su movimiento de rotación en sentido contrario.  Ya  entrada la tarde,  cuando este viraje estremeció todo lo que nos rodeaba y en vez de llegar la noche  retrocedimos a otro día y las cosas saltaban, todo se movía y no conforme con esto, sentimos un gran, un gran estremecimiento  con ruidos ensordecedores  como si nuestro planeta se hubiera partido en dos.

         Y  lo que pasó fue que ese enorme cuerpo con su gran fuerza de gravedad arrancó una parte de nuestro planeta  lanzándonos al espacio a una velocidad enorme. Todos nos aferramos al suelo hasta que luego de un largo período de tiempo,  sentimos un fuerte impacto  y ahí fue cuando caímos aquí  en medio del mar. Eso fue sólo ayer y tenemos mucho temor.
         Musga escuchó pacientemente todo el relato y luego dijo.
         -Veamos la isla.
         Y caminamos por unas calles llenas de flores a sus orillas, construcciones realmente hermosas,  estilo palacios,  también vi muchos hombres, pero no eran hombres, parecían monos, todos peludos, pero tenían mi misma forma aunque muy  pero muy feos, se veían fuertes y vigorosos,  sus caras no reflejaban la más mínima inteligencia  se veían más bien como idiotas.
         -¿Qué son esos? Le pregunté  a Musga, mientras caminaba al lado de ellas, otras aves.
         -Después te explico  me respondió  y siguió  caminando diligente con el resto de las aves.
         Otra de ellas  que  escuchó mi pregunta  me dijo.
         -Esos son los Hicores.  Les decimos así  porque no hablan  sólo emiten sonidos, generalmente  dicen ¡hic! De ahí  que les llamamos hicores a los machos e Hicoras a las hembras.
         Por donde caminábamos la vegetación era extraordinariamente hermosa, una floración multicolor y de unas formas que no se pueden explicar, ¡tanta belleza!
         Después de recorrer una mínima parte de la isla  Musga se detuvo y nos dijo pensativa.
         -Tenemos mucho, pero mucho que hacer.
         -¡Atolonia!  Exclamaron a coro las aves. Tú tendrás que dirigirnos.
         Musga como yo le decía, se sonrió y les explicó.
         -Mi amiga  la Pequeña Li  me dice Musga  ya no recordaba mi propio nombre. ¡Atolonia! Repitió con nostalgia mirando al firmamento, parece que todo quedó atrás, cuando llegaron cien naves espaciales a nuestro planeta con científicos de diferentes pueblos de un mundo que ya no existe. Pero ahora ese no es el caso, dijo.
         Tenemos  que planificar cómo subsistir aquí, creo manifestó. Que esta isla debe tener unos diez kilómetros  de largo por cuatro de ancho. ¿Cómo nos vamos a proteger de los habitantes de acá?  Si nos localizan, seguramente nos matarán.
         Al decir esto las aves abrieron sus hermosos ojos en un gesto de espanto. Musga continuó.
         -Llegando la noche, trabajaremos  intensamente para no ser vistas.

         Regresamos a casa, vale decir hasta la cueva del Mago  y desde allí  caminamos hasta mi hogar. Musga venía  en forma de paloma tomamos desayuno juntas, Mamá Bella  nos tenía  un pedazo de queque, Yo le di a Musga,  un pedazo. Entonces Mamá Bella preguntó.- ¿No se había ido esa paloma?

         -Sí. Le respondí. -Pero  las palomas se van y a veces vuelven.
         Raquel entró  en ese instante con varios leños en los brazos, la tetera hervía  en la cocina a leña y el gato de papá  dormía  en un rincón. Jonás, el perro   entraba y salía como si deseara llamar la atención, Musga se veía muy preocupada y yo aún estaba confusa con lo poco que pude ver  y oír referente a todo lo que contaron fuera del accidente de Musga  ya  tendría tiempo para hacerle más preguntas a mi amiga.






REREGSO    A   LA   ISLA

         Al día siguiente que era domingo  salimos muy  temprano a la cueva del Mago, allí  Musga de paloma se transformó en Musga. Subí  sobre sus alas y emprendimos el vuelo hacia la isla.

         Cuando descendíamos  nos esperaban  dos aves y  con mucha diplomacia nos llevaron hacia la parte de atrás de la isla donde  había  aproximadamente un kilómetro de extensión libre de terreno a orillas del mar. Los hicores   o monos o simios trabajaban arduamente. Allí tenían instalado una especie de trono para Musga  la llevaron hasta su aposento y yo estuve siempre a su lado. Luego aparecieron muchos simios o Hicores con instrumentos de percusión y se empezó a escuchar  una música excepcionalmente hermosa  entonces, desde uno de los extremos salieron grupos de aves danzando al compás  de la música.

         Era un espectáculo extraordinariamente bello y singular  las aves hembras tenían colores pálidos, suaves  y los machos los mismos colores, pero más fuertes. Y las mayores, como musga o Atolonia eran  de colores mucho más  oscuros  de manera que en la danza que estaban interpretando  iban  alternando  los colores y los movimientos que le daban con sus enormes alas.  Parecían abanicos gigantes en  diferentes ángulos  o círculos,  ya sea de arriba hacia bajo o de un lado a otro  o vueltas y revuelos. Difícil de poder expresar tanta belleza artística. También  desfilaron muchos Hicores. 
         Así le rindieron homenaje a Musga o Atolonia, pero en realidad,  para mí  las aves eran todas Atolonias, por lo tanto para mí Musga seguía siendo Musga.
         Una  vez terminado el festejo, recorrimos la isla  que realmente no era tan chica, en un extremo había un montículo de un material color nácar casi transparente.
         -¿Y eso? Le pregunté a Musga.
         -Esto es lo que trabajamos anoche. Me respondió.
         -¿Cómo?
         -Este es un metal que se encuentra en plena cordillera de la costa. Entonces con los Hicores trajimos todo esto y mañana lunes seguiremos el trabajo  intensivo.
         -¿Y qué van a hacer con esto?
         -Esto es para protegernos de tus semejantes, Pequeña Li.  Construiremos alrededor de toda la isla una pared que será como un espejo algo así como invisible  eso no les permitirá  vernos y los barcos irán por otra ruta.
         - ¿Si chocan?  -No. Colocaremos en el agua unas hélices enormes, las que producirán remolinos y corrientes marinas, entonces ningún barco podrá acercarse.
         Yo  la quedé mirando y de súbito le dije.
         -¿Y los aviones?  Entonces me miró como si estuviera esperando la pregunta.
         -Colocaremos hélices antiaéreas que producirán vientos también arremolinados y desviarán todo artefacto del aire  hacia una ruta diferente.
         Yo  estaba extasiada con todo lo que estaba viendo y el empuje que tenían para luchar en terreno extranjero por su sobre vivencia.

         Las cuadrillas ya estaban trabajando a toda prisa, cada una contaba con  unos diez  hicores, dirigidos por una Atolonia que les iba diciendo cada cosa que tenían que hacer  dando las voces de mando.

         Yo creo que ellas se cansaban mucho más  al dirigir una cuadrilla  que en verdad era sacrificado. Con el metal que tenían amontonado iban formando una especie de pasta y con ella planchas enormes,  las que iban uniendo una a una  a orillas de la isla, construyendo una pared impenetrable,  al verla no se distinguía nada, sólo parecía  espacio.  Los  hicores corrían de un lado a otro con estos planchones, pero ya tenían una buena parte protegida, otra cuadrilla  estaba trabajando otro metal para las hélices  acuáticas,  que formarían las corrientes marinas, otras  cuadrillas trabajaban en los remolinos de viento. Cada  Atolonia dirigía   a diez hicores, es decir, por  cada cuadrilla de cincuenta,  había  cinco Atolonias,  todo estaba convulsionado en la isla, unos iban y otros venían diligentes cumpliendo con los diferentes trabajos  de construcción.

         Al llegar la tarde  todos tomaron sus baños con jabones especiales, los Hicores tenían sus propios baños y las Atolonias tenían  unas salas con un material semejante al mármol. Allí  las Hicoras les dieron agua temperada y les cepillaron el plumaje, luego les pasaron unas enormes toallas,  después  pasaron a unas piezas por donde salía  aire caliente hasta que su plumaje estuvo totalmente seco y  de allí  salieron relajadas a caminar por los jardines y conversar entre ellas. Con  los baños quedaron hermosas y muy olorosas.

         Más tarde fuimos a un comedor inmenso, la mesa estaba puesta por los Hicores, En  una parte se instalaron todos los Hicores  que eran como doscientos y   en una mesa lateral  todas la Atolonias. En los platillos había toda clase de alimentos vegetales que yo no conocía, frutas extrañas pero realmente exquisitas.

         Las aves fueron consumiendo los alimentos con gran elegancia. Los extraían directamente del platillo. Por cierto  no había  servicios. Yo  debí  comer con la mano  igual que  los Hicores.  Las  que servían  estaban pendientes de que no faltara nada a la mesa. También  se preocupaban de pasarles  la servilleta por la cara, yo no me di cuenta  cuando vino un Hicore  y me pasó  la servilleta por la boca  como un autómata.

         Cuando Musga me trajo a casa y se convirtió  de nuevo en paloma para estar más tiempo juntas,   me empezó a contar,  basada en la insistencia de mi parte por saber más de su planeta. Mientras mordía  una galleta me dijo.

         -Nuestro mundo yo creo que es o era único teníamos una vegetación realmente extraordinaria,  flores diversas y cualquier cantidad de frutos. Vivíamos en cavernas hechas por la misma naturaleza,  que parecían  palacios,  manantiales  de agua que se cruzaban entre sí, y un clima templado, sin  grandes cambios, nos comunicábamos por medio de cánticos, no existía ningún  humano, todos los animales y aves éramos amigos, al amanecer,  cuando nuestro sol nos empezaba a dar su calor, todos despertábamos  con cánticos, era algo tan bello, tan hermoso, tanta paz y ternura.
         -¿Por qué hablas en tiempo pasado? Le pregunté.
         -Porque  un buen o mal día todo aquello cambió.
-¿Y, cómo cambió? Ya te relataré desde un principio manifestó
Musga.


CIENTÍFICOS DE OTRO PLANETA

         -Yo tenía  algo así como unos diez años. Cuando descendieron diez naves espaciales,  recuerdo perfectamente bien,  pues me escondí tras unos matorrales,  aterrada de miedo, pánico, susto. Todos arrancaron lo más lejos que pudieron, yo no  pude arrancar porque del susto no me pude mover. Así  fueron descendiendo una a una. Unas diez naves más  o menos con un centenar de humanos todos diferentes,  bajaron y empezaron a instalarse. Primero formaron unos campamentos, luego empezaron a incursionar y a disfrutar de nuestros alimentos,  se sentían muy bien y  muy felices. Usaban  un vestuario muy especial, tenían miedo  que el aire que respiraban les dañara, hasta que poco a poco fueron dejando todo el equipo especial que traían, así   fue como sin darme cuenta un día me sorprendieron.

         Fui atrapada por una pareja  de estos humanos, yo pensé  que me matarían, pero no fue así,  me admiraron mucho y me llevaron con ellos, poco a poco fui perdiéndoles el miedo y empecé  a comprender el idioma. Un buen día descubrí que yo podía  emitir los mismos sonidos de ellos.

         -Musga guardó silencio y yo la escuchaba extasiada,  siguió saboreando su galleta y entonces le hice llegar un trozo de queso.
          -Fue ahí  entonces cuando ya empecé a comunicarme abiertamente con ellos. Continuó diciendo. Cuando pude efectuar el diálogo supe que todos los visitante eran científicos que venían  de otro planeta muy lejano.
         -¿Uf  por qué  llegaron a tu planeta? Le pregunté.
         Musga terminó  de comer un pedazo de queso y dijo.
         -Ellos  me contaron que siendo científicos estaban trabajando a favor de todas las ciencias y además planificando la paz mundial, pero no fueron escuchados por la mayoría y su mundo estalló  en guerras, por todas partes. Ellos que sólo deseaban tener paz  y descubrir  cosas positivas, para la humanidad, decidieron emigrar en sus naves en busca de un mundo mejor. Y así fue como llegaron  a nuestro planeta.

         En mi contacto  con los humanos pude descubrir que mi nivel de inteligencia era equivalente al de ellos, pero no podía desconocer que ellos eran realmente perfectos. Primero: su inteligencia y su forma anatómica que les permitía llevar acabo todo lo que se propusieran, esas manos tan maravillosas que les hacían posible realizar infinidades de cosas, construyeron  ellos mismos verdaderos palacios donde vivieron y se realizaron en sus investigaciones.
         Yo me fui acercando a mis hermanos del planeta con quienes vivíamos en familia, para contarles lo que estaba pasando con nuestros visitantes.

         Ellos tenían un promedio de vida más o menos de cien años, en cambio nosotras  los doblábamos  a veces vivíamos hasta pasados los doscientos años. Entre los humanos había  personas de todas las edades,  pero creo que los mayores que llegaron no tenían más de cincuenta años, por eso recién  cuando ya habían  vivido medio siglo entre nosotras,  falleció el primero, el científico más anciano. Pero  en todo ese  tiempo habíamos  aprendido mucho. En un principio nosotras colaborábamos trasladándolos  sobre nuestras espaldas o tirando algunos carritos para llevar cosas de un lado a otro.

         Un día  decidimos volver al planeta que habían dejado tantos años atrás. Como las naves espaciales funcionaban  presionando botones, para mí  fue muy fácil  dirigirlas, formamos un equipo de cuatro, dos hombres,  una mujer y yo. El  mundo que ellos habían dejado hacía  ya más de medio siglo, se veía muy árido, en él sólo había ruinas, allí encontramos a los Hicores, tomamos una veintena de  ellos y los llevamos con nosotros. En  el laboratorio que teníamos, empezamos a ver sus reacciones, uno de los científicos dijo. “Estos fueron los grandes que provocaron la guerra y con ello la destrucción de nuestro planeta”. Después  de estudiarlos detenidamente, no llegaron a ninguna conclusión. Una de las damas dijo: “Yo creo  que no es el hombre el que desciende del mono, sino  que el  mono es el que desciende del hombre.”
         Yo me quedé  pensando en esa frase tan sabia y me pregunté.  ¿Cómo seres tan perfectos habían podido llegar a una completa nulidad intelectual?  Después de decir esto Musga suspiró profundo. Entonces le pregunté.
         -¿Por qué suspiras, Musga?
         Ella se sonrió y me respondió.
         -Míranos a nosotras, Li, somos  inteligentes y hermosas,  muy hermosas, pero no podemos hacer nada porque nuestra estructura anatómica  no nos permite, no tenemos esas manos maravillosas que tienes tú, pequeña Li,  vuestros cuerpos son perfectos y muy hermosos.

         -Miré mis manos y me di cuenta que Musga  tenía razón, realmente somos hermosos los seres humanos con un cuerpo perfecto. Entonces ella dijo,
         -Debo irme, porque  no olvides que nosotras estamos trabajando de noche en la cordillera, extrayendo el metal para construir las hélices.
         En  ese momento yo sentí pasos y alguien tocó mi puerta, Musga se quedó en el respaldo de la silla. Era Mamá Bella  que venía a darme las buenas noches. Cuando se fue, yo le dije a Musga. ¡Por favor termina de contarme todo, que  es algo tan hermoso!
         -Recuerda que primero debe estar mi pueblo, pero mañana seguiremos conversando y una de estas noches te voy a llevar a la cordillera para que veas de donde extrajimos los metales.
         Musga se fue y yo me dormí profundamente  pensando en ese mundo tan maravilloso del que venía mi gran amiga.
          En la noche siguiente, tenía  mi ventana cerrada cuando sentí  un ruido, me acerqué y vi que era Musga en forma de paloma, abrí  y ella entró a mi pieza. Yo había estado todo el día muy ocupada,  Musga se veía  también  muy cansada.
         -Ahora  me seguirás  contando, lo que no terminaste anoche le dije.
         -Sí. Pero ya no recuerdo exactamente donde quedé anoche.
         -En la falta de intelecto de los Hicores. Le respondí.
         -¡Ah! Sí, pero yo seguí trabajando sola en el laboratorio con cuatro Hicores que los mantuve a mi lado día y noche y tras múltiples  experimentos que hice en el laboratorio con maquinarias computarizadas, llegué  a comprobar que, sin  tener la facultad de razonar, podían actuar por actos reflejos  y por un mandato constante- Generalmente actuaban como autómatas tomando un ritmo acompasado. Además  entendían el idioma, lo descubrí porque  los hice hacer un hoyo y les  fui dando la orden, luego siguieron haciendo lo mismo, yo me ausenté un instante y cuando volví aún  estaban ahí  efectuando el mismo trabajo con una profundidad de casi dos metros  entonces debí ordenarles todo lo contrario y empezaron a tapar el hoyo sin protestar,  más bien parecían  contentos como si estuvieran realizando un juego. Cuando el surco quedó  de unos treinta centímetros los hice sacar una planta de otro lado,  para colocarla  en la fosa que habían  hecho, cuando terminaron movieron la cabeza de un lado a otro mirándome con una simpática sonrisa, para mí , ése fue un día especial.
         -Continuó diciendo Musga.    

         -Fue un día especial porque había descubierto un excelente complemento para nuestra inteligencia. Con los Hicores íbamos  a poder hacer todo lo que hacían los humanos e íbamos   a elevar nuestro nivel de vida, en una palabra nos civilizaríamos. Hablé con el Presidente de los científicos, un señor de nombre Abelardo Smith y le relaté mi gran descubrimiento. Entonces volvimos al planeta abandonado  y tomamos un centenar de hicores,  eran tan  dóciles  y sumisos que no se nos hizo difícil atraparlos. Los empezamos a adiestrar y pasaron a formar parte de nosotros mismos,  Una Atolonia debía tener como mínimo  dos hicores fuera de las cuadrillas que eran dirigidas por una sola ave. Pronto  se empezaron a multiplicar y nuestro mundo se pobló  de ellos
         Musga hizo una pausa y me miró, yo le serví unas galletas en un plato, le gustaban mucho.
         -Luego siguió  contándome.
         -Los científicos  nos ayudaron mucho, pero mucho. Construimos trenes excelentes, vehículos  manejables con solo botones, para conducirlos nosotras mismas,  aunque también  teníamos  chóferes, un centro de computación en el cual formamos un nuevo equipo de aves científicas. Nosotras lo hacíamos todo con los hicores, nos eran totalmente necesarios y esto nos despertó un gran afecto hacia ellos,  brindándoles una vida tan civilizada como la nuestra.

         Yo estaba extasiada con lo que ella me contaba, entonces nuevamente siguió relatándome la historia de su planeta.

         Los científicos  no pudieron multiplicarse, nacieron  algunos niños, pero pronto perecieron también experimentaron en probetas,  no fue posible poder conservar la especie,  a los ochenta años después que habían llegado,  falleció el último científico, para nosotros fue un hecho lamentable, ya que ellos nos proporcionaron nuestra civilización actual y trataron de enseñarnos lo que más  pudieron, construimos un gran monumento en homenaje a la perfección humana. Éste consistía o mejor dicho era representado por un hombre gigante y una mujer. Se erguía en el centro de nuestra ciudad, como una grandeza divina y eso es lo que son.

         Terminó de hablar musga con un dejo de tristeza, luego me miró y sentí como si hubiera querido hurguetearme el pelo en ademán  de cariño, pero no podía hacerlo, no sé si fue idea mía que le vi sus ojos brillantes de humedad,  emprendió  el vuelo y se marchó. No me dijo nada al irse.
VIAJANDO A LA CORDILLERA

         Habían pasado  varios días  y Musga no había  venido, lamentablemente yo no tenía  forma de ubicarla, ¿cómo  podría ir a su isla?   Eso era totalmente imposible para mí. Miré tras el vidrio  de la ventana, la luna resaltaba en el firmamento proyectando una claridad que parecía día. Bajé a la cocina y en ese momento venía  llegando papá muy cansado. Raquel sirvió la cena y papá  dijo.
         -Hemos trabajado tanto y aún no llevamos ni la cuarta parte.
         -¿La cuarta parte de qué? Le interpelé.
         -Del cerro, me respondió.
         -¿Qué cerro? Me miró ofuscado.  Luego respondió.
         -Los cerros que compré con el dinero de las vacas, los estoy plantando de pinos.
         Yo estaba  tan metida en los asuntos de Musga  que no me daba cuenta de lo que pasaba en mi propia casa, incluso  hasta me había alejado un poco de papá. Terminamos de cenar. Mamá Bella, papá y yo nos dimos las  buenas noches  y me fui a dormir sin dejar de mirar por última vez tras la ventana, la clara noche y la imponente luna.

         No podía dejar de pensar en Musga. ¿Le  habría pasado algo? Me senté al borde de la cama en ademán de espera, Raquel ya estaba durmiendo en otra pieza que  le habían acomodado. La noche estaba tan clara como la anterior. ¡Un golpe en los vidrios me sacó de mis cavilaciones! Corrí  a abrir. Era Musga  en forma de paloma ¡Qué alegría verte! Le dije, pero no venía sola. Entonces manifestó.
         -Queremos  invitarte a la cordillera, como habíamos quedado de acuerdo. Te lo había prometido.
         Mi alegría fue inmensa.
         Saldremos  de aquí  mismo me dijo y  me  ayudó a salir por la ventana.
          -Ya todos  dormían en casa. Se transformaron en Atolonias y yo  me acomodé  en sus alas  emprendiendo el vuelo. Llegamos  a la isla y no miento, había un escuadrón formado por unas cincuenta aves y cada una llevaba hasta tres hicores a cuesta.

         Nuevamente emprendimos el vuelo  sobre el mar, formando una bandada extraordinariamente hermosa, la brisa de la noche jugaba con mi pelo acariciando  mi cara,  la luna parecía  irnos guiando. Al llegar a la  cordillera empezaron a descender,  produciendo un armonioso ruido al recoger sus alas. Los Hicores  bajaron casi corriendo, se introdujeron a unas cuevas con sus herramientas en mano y empezaron a extraer los metales, los  depositaron en lonas y luego los cargaron sobre las aves que se dedicaron al acarreo del precioso metal.

         Al venir el día   cesaron las faenas, pese a lo duro y sacrificado que se veía  el trabajo,  considerando la armonía  con que lo hacían parecía grato, tanto es así que a mí  me parecía  como una danza al compás  de una bella música.

         Una vez en la isla,  todos tomaron un baño en esa enorme pieza de donde salía  agua tibia y vapor. Los Hicores  se bañaban solos, pero  a las aves las esperaban  las Hicoras con jabones olorosos y espumosos, pasándoles finas escobillas por su plumaje, después  de un enjuague se envolvían  en un enorme manto o toalla y todas pasaban a una pieza con aire acondicionado, frío o caliente,  para  secarse,  de ahí  a los comedores,  tomaron desayuno con los que recién se venían levantando. Los que trabajaron toda la noche no trabajaron, ese día, fueron a dormir para volver a salir en la noche siguiente. Era  común  ver a un ave abrazando con sus alas en ademán de afecto, a los Hicores. Luego Musga me dijo.

         -Ya, Li, vamos. -Se levantó  con esa esbeltez y elegancia tan propia de ella y vinimos a mi casa, yo  me recosté en la cama y no supe del mundo ni de nada, hasta cuando  sentí a Mamá Bella que me movía.
         -¿Qué pasa, Li? Ya es hora de almuerzo y tú  aún no te levantas.
         Abrí  los ojos con dificultad y me di vuelta al otro lado, entre sueño escuché a Mamá Bella  protestar, pero pronto cambiaría. Cuando bajé al comedor un rato después  ella me dijo.
         -Porque  es sábado  te dejé dormir hasta  tan tarde.
         Yo  no contesté nada, realmente mi mente  la tenía ocupada con todo lo de las Atolonias.
          Cualquiera diría que tú estás preocupada, Pequeña Li. ¿O mejor dicho cambiada? Manifestó Mamá Bella.
         Moví la cabeza en forma negativa me serví el postre y subí a mi pieza, efectivamente yo estaba cambiando ya no era la cabra chica que corría  y corría de potrero en potrero ahora ya ni siquiera salía con Jonás, mi perro. ¿Es qué todo va cambiando? Me pregunté a mi misma. Ahora pasaba la mayor parte del tiempo pensando, sólo pensando.
         Dormí toda la tarde, al día siguiente sería domingo e iría nuevamente a la cueva del Mago. Pero, esa misma tarde llegó Musga a buscarme.
         -¡Esta noche colocaremos las hélices! Me informó.
         -¡Ya! Yo quiero ver cómo lo hacen. Grité de alegría. Salimos  de prisa hasta la Cueva del Mago y allí  se transformó en Atolonia, cargándome en su lomo partimos hacia la isla.

EL  ACCIDENTE

         Eran  unas enormes, enormes paletas de metal. Trabajaron intensamente con cuerdas,  maquinarias,  cadenas y la fuerza  de los hicores,  sumado a la inteligencia de las aves, con la fuerza del agua éstas funcionaban solas y la fuerza de una impulsaba a la otra formando unos tremendos remolinos. Esto lo hicieron por todo el contorno de la isla,  aunque del exterior no se veía  nada por la muralla de protección que le habían construido. Estaban trabajando en la veintiuna hélice, ya cansadas muy cansadas, cuando  un ave no se retiró  a tiempo recibiendo un fuerte golpe en la cabeza, siendo lanzada lejos. El golpe  sonó tan fuerte que  quedamos aterradas.

         Todos corrieron a socorrerla, tanto los Hicores como sus compañeras aves,  pero allí  quedó inerte entre el agua y la playa, dos Hicores vinieron con una camilla, levantándola con cuidado. Otras aves trataron de abrazarla con sus alas expresando su dolor, pero nada  se podía hacer había  que ser fuerte y seguir adelante.

         La llevaron a un laboratorio médico, donde  un equipo de seis Hicores limpiaron su plumaje manchado de sangre con jabones especiales, luego suturaron sus heridas y lo que hicieron posteriormente no me dejaron verlo.
         Musga que estaba muy consternada me dijo.
         -Esta vez te mandaré a dejar, Pequeña Li.
         -Y desde esa vez fue cada día más difícil  ver a Musga, aunque seguí  manteniendo el mismo contacto con ella, Mi compañera era un ave muy joven y no era hembra, sino un macho. Aún me faltaba saber tantas cosas de Musga. Ella estaba cada día más ocupada. Como era la Reina, o Gobernadora  porque  era la más anciana, tenía  grandes conocimientos por haber compartido más con el grupo de científicos que tantos años atrás habían llegado a su planeta. Por lógica la nombraron a ella. Como su guía.

         Un buen día le pregunté al ave cómo quería que lo llamara. Su voz era diferente, pero en un timbre de voz muy grato.
         -Yo me hago llamar Igor, me  contestó.   -¿Igor?
         -Sí, me confirmó, luego manifestó. Lo tomé del registro de los científicos, todos tomamos nombres diferentes, terminó diciendo.
         -Al día siguiente, cuando regresé a la isla con la ayuda de Igor habían construido una tumba para el ave fallecida,  era como una caja de cristal enorme y ella estaba al centro de pie, la habían  embalsamado y se veía  hermosísima  a su alrededor tenía bajo el suelo dos cavidades protegidas por una plancha de mármol, pregunté para qué era eso. -
         -Estas son las tumbas de sus dos hicores que ella tenía.
         Sus dos hicores estaban tan acongojados que lloraban como niños. Las aves  caminaron todas en una romería  para verla allí por última vez, cerraron su puerta con llave y todas regresaron en medio de cánticos. El ave accidentada había  sido un macho, se notaba por su corona  en su cabeza, vale decir una cresta en forma de corona.







PLATICANDO  CON MUSGA

         Al centro de la isla había  un lago de agua dulce con una dimensión  como de un kilómetro cuadrado y como era domingo, todos disfrutaban del día libre a orillas  del lago,  me acerqué  a Musga,  que tenía  un sillón especial para ella y la compañía  de cuatro aves, dos machos y dos hembras que eran algo así como sus consejeros, diez  hicores que se preocupaban de atenderlas.
         Ahora yo me sentía  postergada, me costaba mucho llegar hasta Musga,  como era un día de descanso pude compartir con ella. Entonces  le pregunté.  -¿Musga, tú tenías esposo?
         -Se sonrió y respondió. -Sí, pero formábamos  parte de una familia donde éramos entre diez  a doce hembras y un solo macho que nos protegía, vivíamos en una caverna y así vivían la mayor parte de todas las familias, aún  conservamos  esas costumbres, pero con la civilización, ya hay parejas que se están independizando, ¿Ves? Allí hay una familia.
         Y más allá cerca de donde estábamos, vimos dos aves  el macho le  tenía  el ala sobre los hombros a la hembra y ésta tenía  dos polluelos en una bolsa marsupial. Fuimos hasta ellos y era una pareja que parecían amarse mucho y ser muy felices.
         -Mira los polluelos, me dijo Musga.
         -Sólo tenían sus cabecitas afuera, estaban en una especie de cartera que las hembras tenían  en el vientre. También  tenían las incubadoras, que eran verdaderas maternidades y para los hicores también tenían maternidades especiales. Las  aves permanecían a su lado dando las instrucciones de cómo atender mejor a las mamás Hicores y a los bebitos.

          Pude percatarme  que Musga está muy, pero muy preocupada.
Ahora tenemos que construir nuestras naves, me dijo.
         -¿Y por qué? Le pregunté.
         -Porque  debemos regresar a nuestro planeta, Abelardo Smith, El Científico, me había dado una nave equipada con la que yo recorría el espacio, pero como ya te conté, una vez me falló y tuve que lanzarme al vacío viniendo a caer a tu planeta, Pequeña Li, donde tú me encontraste y me salvaste de la muerte. ¡Sólo  haremos unas cuantas naves! Dijo entusiasmada.
         Acto seguido, me invitó  a la biblioteca, el resto de la comitiva nos siguió. Las aves caminaban en forma esbelta y sus movimientos eran finos y graciosos,  irradiaban elegancia y belleza,  generalmente se cruzaban de alas,  dando la impresión  de tener un manto bordado en encajes de plumas.
         Yo imaginé ver muchos,  muchos libros en la biblioteca, pero no fue así había maquinarias, sólo maquinarias, Musga dio la orden a los hicores y éstos  empezaron a presionar teclas,  en una pantalla gigante aparecieron varios planos de naves espaciales con todas la instrucciones necesarias.
         -La uno, la dos la b y la z.  Dijo Musga, miró  a su comitiva y les manifestó. Mañana trabajaremos en esto,  llamen  a Magda para que lleve a la Pequeña Li a su hogar.
         Antes de retirarme dos Hicores  se acercaron a mí y ella mostrándome su barriga me dijo que el bebé que esperaba si era niña se llamaría  Li, me sonreí mirando a Musga,
Como vez Pequeña Li, ellos han progresado mucho  desde que fueron llevados a nuestro planeta, cada día van recobrando su  inteligencia además ya empezaran a usar vestuarios  porque algunos cada día tienen menos pelos  y los más jóvenes están hablando cada día más a los de corta edad les aremos ir a las aulas de enseñanza general. Como te digo  están recobrando su inteligencia.

         Vino  una joven ave y me trajo hasta la Cueva del Mago. De una u otra forma yo sentía que cada día que pasaba me alejaba más  de Musga, tenía que considerar, además que  ella ahora era la Reina, Reina o Gobernadora debía estar con los suyos. Cuando yo la conocí  era una extrajera y estaba sola  despojada de todo lo suyo, ahora tenía  su propio Reino.

LA  PLANTACIÓN

         Me fui  a casa, miré  al perro, al gato, a Mamá Bella, a todo lo que me rodeaba y pensé  con nostalgia, “Este es mi Reino” y es aquí donde debo estar, con los míos con los que siempre han estado a mi lado. Me dije en silencio.
         Esa noche  llegó  papá  cansado de la plantación  de pinos.     -Avanzamos  muy poco dijo mientras comía. Raquel también  había  ido con ellos para prepararles la comida. ¿Y yo por qué no estaba con papá? ¡El colegio me dije! Pero el sábado siguiente iría con él.
         -Hay que pagarle a los trabajadores, comprar más plantas, balbuceo papá muy preocupado, moviendo la cabeza.
         -Y también hay que comprarle zapatos a la Pequeña Li. Dijo mamá Bella.
         Yo seguí comiendo en silencio.
         Llegó el sábado  que esperaba para ir con papá a la plantación. Raquel nos acompañó para hacernos la comida, llevamos  un solo trabajador,  también nos acompañó el fiel Jonás. El cerro donde estábamos era totalmente empinado,  que se hacía  difícil  mantenerse erguido, el terreno gredoso haciéndonos resbalar a cada instante. Ayudé  lo más que pude fue  un día muy sacrificado y  aun  así no avanzamos plantando planta por planta.  Al caer la tarde regresamos a casa, muertos de cansancio. Cenamos en silencio, observé a papá lo vi pálido y delgado sus ropas  estaban viejas y sucias sentí una profunda pena. ¿Qué está pasando? Me pregunté. Y yo me estaba quedando sin zapatos.
         A mitad de semana vino Magda. “La Reina Atolonia me envió a verte” manifestó.
         Yo me alegré mucho al verla, pero había algo en mí que me producía una leve tristeza.
         -Fui con papá  a plantar pinos, le dije.
         -Y ¿Cómo es eso? Preguntó Magda. Le expliqué en qué consistía la plantación de árboles de  pinos.
         -Me gustaría ver  en terreno como es ese trabajo nosotras no lo conocemos creo que ese árbol no está en nuestro planeta.
         Yo la miré  sonriente y le contesté. Podemos ir ahora la noche está clara y no hace frío.
         Salimos  y le expliqué que no teníamos trabajadores y las plantas,  que con tanto sacrificio papá  había adquirido invirtiendo todos sus ahorros, se iban a secar si no eran plantadas oportunamente.
         Magda me escuchó y después  de dar una vuelta por la plantación regresamos a casa, bajé de su lomo.
         Espérame mañana, Li me dijo al despedirse. Te traeré una sorpresa, agregó con una sonrisa.
         La esperé hasta tarde, ya todo estaba en silencio y la luna en lo alto se veía  soberbia.
         -¡Li! -escuché la voz de Magda.
         -Salí  apresurada como siempre por la ventana y Magda como paloma, una vez más retiradas de casa recobró su forma de ave Atolonia  montándome a sus espaldas. Emprendimos el vuelo.
         Habíamos dado una vuelta buscando una dirección cuando vi una bandada de Atolonias cargando hicores en sus lomos.
         -¿Ves Pequeña Li? Me dijo Magda.
         -Sí, le respondí.  ¿Van a la cordillera en busca de metal? Le pregunté.       
         -No, me respondió, no van a buscar metales a la cordillera.
         -Ella llevaba la delantera  conmigo a cuestas y atrás el escuadrón  la seguía por el camino que tomaron, ¡No puede ser! Me dije luego repetí ¡No puede ser!
         Magda escuchó mis exclamaciones y respondió con un fuerte Sí. Vamos  a plantar los cerros de tu padre con árboles de pinos,
         Yo sentí una alegría inmensa y me pareció  escuchar el aleteo de las Atolonias como una sinfonía fuerte, que nos elevaba el espíritu  y ellas volaban muy alto  como al compás  de acordes musicales. Descendimos  en el cerro y empezaron a dar órdenes a los hicores, tomaron las plantas que estaban en una ruma ya marchitas.  Los Hicores estaban muy contentos y decían. “Hic. Hic” plantar, plantar y corrían eufóricos  haciendo el trabajo hasta plantar el último arbolito.

         -Ahora  me dijo Magda  vamos por agua. Y trajeron  en una especie de bolsas de plástico agua  los Hicores las fueron regando desde el lomo de las aves y éstas volaban a ras del suelo produciendo una especie de lluvia.
         Emprendimos el regreso, yo estaba feliz, ¡Musga no me había abandonado! 

CABALGANDO EN EL MANCO

         Pasó esa noche, papá tuvo fiebre y no pudo salir a la mañana siguiente para la plantación, la preocupación  lo afiebró aún más  y así, enfermo me envió donde los Guiñes  por un caballo.  El papá de Víctor me prestó al Manco, lo monté y me fui al galope tendido, disfruté mucho cabalgando al Manco.  Llegué  a la casa y bajé  de un salto, papá  subió a los cerros en el caballo aun así convaleciente se veía pálido, demacrado y preocupado, lo vi marcharse sobre el caballo camino al norte.
         En la tarde sentí que el caballo venía a todo galope, papá  se apeó de un salto y caminó  hacia la cocina.
         -Debo haber tenido mucha fiebre ayer, manifestó.
         -¿Por qué? Le preguntó Mamá Bella.
         -Tenemos todos los pinos plantados  faltó un pedazo pero prácticamente ya están todos los cerros cubiertos de pinos. Terminando de decir esto me miró y dijo mirando hacia los cerros.  “En veinte años más,  mi pequeña Li, todos  esos pinos serán madera” Construiremos una casa grande y compraremos muchas cosas y siguió soñando con sus pinos, los famosos pinos. Yo estaba muy contenta  por haberlo ayudado  de alguna manera había  contribuido en sus sueños.

         Por la tarde fui a regresar el caballo a los Guiñes, disfruté cabalgando nuevamente subiendo  cerros, bajando cerros, cruzando puentes, disfrutando el ir y venir de las aves que con sus canticos volaban por el perfumado aire de la hermosa tierra, colmada de árboles que gustosos nos dan su sombra, sus frutos, su madera, el aire que respiramos, la savia que corre por sus ramas, en la que  cobijan los nidos de tan bellas aves.

PROYECTANDO EL REGRESO

         Había pasado un largo tiempo sin saber de las Atolonias, no sé si yo me había  alejado o ellas me habían  abandonado,  mis tareas no me dejaban tiempo libre. Me fui a la Cueva del Mago y allí estaba Magda, en la parte alta de la gruta, erguida con todo su esplendor.
         -Te estaba esperando, Pequeña Li, me dijo. He venido varias veces aquí, pero no te había  encontrado, sabes que a mí no me gusta transformarme en paloma ni en ningún  otro pájaro, eso  sólo lo hacemos en casos muy especiales.
         La Reina Atolonia me encargó verte,  tengo que llevarte a la isla. Manifestó.
         Subí a sus espaldas y atravesamos el mar, que se veía  transparente. A cierta distancia había cardúmenes de peces haciendo visos plateados en el suave oleaje  era muy hermoso volar mar adentro ver  el cielo azul limpio, diáfano en lo infinito  y el extenso mar. Descendimos en ese paraíso caído del cielo con mucho asombro vi en una planicie de larga extensión  las dos naves brillantes  e imponentes, más  bien desafiantes, esperando para su próximo vuelo. Miré  toda la belleza a mí alrededor, luego acudí a los aposentos de la Reina Atolonia  como le decía Magda. Para mí seguiría siendo Musga.
         -¡Hola, Li! Me saludó Musga con mucha ternura, mirándome con una sonrisa, uno de los Hicores estaba sentado frente a una de sus computadoras, allí Musga dando órdenes, el cinco, el siete decía.
 Y otro Hicore  iba marcando cada uno de los signos que le indicaban, al parecer  estaban estudiando la ruta para emprender el viaje de regreso.
         -Si no hubiera sido por Atolonia  nunca habríamos regresado a nuestro planeta, dijo una de las aves que estaba ahí.
         Yo no estaba nada de feliz con el regreso de las Atolonias, si todo era tan hermoso. Magda vino con cuatro hicores. ¿Estos son tuyos? Le pregunté.
         -Sí, sólo tenía dos pero estos otros dos son los del ave que perdió la vida, yo los adopté.

         Los Hicores adoptados  me miraron con cariño y empezaron a decir. Hic, hic y a dar vueltas. En ademán de hacerse los simpáticos conmigo, uno trató de amarrarme un zapato y vio que mis zapatos eran viejos, entonces empezó a indicar un árbol y a decir “hic, hic” Entonces Magda dijo  ya sé, este árbol es bien especial, sus hojas caen hacia bajo con huiros y en la punta se van enrollando o encrespando,  formando una especie de pelota como floración, sus hilillos son de múltiples colores, pero estas hojas o huiros nosotros las cortamos y las tejemos, con  ellas se hacen una especie de chalas, o mejor dicho calzados.

         Y ahí, recién  me di cuenta de la calidad del calzado que usaban.
Y la suela, continuó  diciendo Magda, la sacamos  de la corteza de un árbol sólo  se corta a la medida y se le pega el tejido.

         Magda ordenó  traer  una especie de tijeras a uno de los Hicores, éste cortó varias hojas de diferentes colores, dos hicores empezaron a tejer como si hubieran estado corriendo una carrera, los otros dos trajeron la corteza del árbol, midieron mi pie, lo marcaron y lo cortaron a la medida. Cuando  el tejido estuvo listo, Magda los mandó  a buscar goma de pegar, regresaron corriendo y pegaron el tejido sobre la suela, luego ellos mismos lo soplaron y mostraron los zapatos terminados, repitiendo siempre  hic, hic. Con una grata sonrisa, luego uno de ellos dijo Li, Li.

         Con sus caras sonrientes  se los entregaron a Magda, ésta los sostuvo en el pico y me pasó uno primero y después  el otro, me los iba a colocar cuando los Hicores se abalanzaron a colocármelos me sacaron los que llevaba puestos y me dejaron los  nuevos.

         Mamá  Bella me desconoció los zapatos y me preguntó de dónde los había sacado.
         -Me los regaló mi amiga Magda, le contesté. Yo no había mentido, felizmente no hizo más preguntas, pero estuvo muy contenta y admiró el regalo que yo había recibido.

PESCA  ARTESANAL

         Con sorpresa vi cómo dos aves emprendieron el vuelo a mar abierto,  sobre sus hombros llevaban a dos Hicores y unos botes pequeños. Le pedí a Magda ir con ellos,  cuando localizaron un cardumen de peces volaron a ras del agua,  los Hicores  se lanzaron al mar en los botes, sosteniendo una malla, cada uno tomó de un extremo,  conservando la distancia,  con un lazo las aves tiraban los botes muy fuertes y los Hicores tomaban la red firme. Así  atrajeron casi todo el cardumen que en la misma red, trasladaron a un improvisado puerto.

MONUMENTO  HERMOSO

         Mi sorpresa fue grande cuando, en el lugar donde estaban anteriormente las naves, no había nada, Magda se sonrió y me dijo.
         ¡Zarparon ayer!
         ¡Pero como!  -Sí se fueron con el primer cargamento y no regresarán hasta por lo menos unos seis meses más, pero con seguridad, desde nuestro planeta vendrán más naves.
         Yo me quedé  pensando y le dije  a Magda.
         -O sea que aún nos quedan seis meses para compartir.
         Sí, me respondió.
         Aunque el tiempo pasaba rápido de todos modos seis meses ya era algo. Caminamos  hacia el lugar de las naves, allí tenían montada una gran cantidad de maquinarias, las aves  y los hicores trabajaban sin cesar. Me llamó la atención  porque estaban armando una nave pequeñita, diferente a las anteriores. Le pregunté a Magda, ella me respondió.
         Antes de partir, ésta será  la encargada de hacer desaparecer la isla y se juntará  en el espacio con las naves mayores.
         Yo no supe qué pensar. Luego fuimos a una construcción, algo así como templo o palacio en el centro había un hombre muy grande  y una mujer abrazada a él,  en la mano derecha, el hombre sostenía una barra de metal y en la izquierda un libro.
         -¿Y qué  es esto? Le pregunté.
         -Esta es la estatua de la perfección, me respondió  con los dos elementos principales que necesita, la fuerza representada por una barra de metal y la inteligencia representada por un libro.

         Admiré  tan hermoso monumento, Magda tenía razón.  Pasamos  frente a un enorme espejo, Magda se contempló  sí, se sabían realmente bellas, su plumaje ondulante al caminar parecía túnica de terciopelo.
         Un  día  llegué a pensar que si les hubiera sacado las plumas tendrían un cuerpo como el nuestro, con su bolsa marsupial,  aunque en vez de brazos  tenía  alas, tampoco tenía labios, pero  de todas formas, eran hermosas e inteligentes.






VIAJE  FINAL

         No me di cuenta cómo pasó el tiempo, había  llegado el día de la partida. Regresaron cuatro naves enormes, Las que fueron cargadas  con todas las maquinarias, que venían en el pedazo de suelo arrancado de su planeta.
 Al día siguiente tendrían una gran ceremonia y  por la tarde emprenderían el viaje final.

         Magda fue muy temprano ese domingo a buscarme, ya nadie estaba trabajando y todos esperaban el  acto que se realizaría antes de la partida. Magda me dejó con sus cuatro hicores.
         -Yo tengo que hacer, me dijo.
         Musga estaba con sus consejeros en una especie de trono. Cuando sentí  un tremendo estruendo, miré asustada, eran las Atolonias, una gran mayoría  empezó a representar una danza aérea,  rompiendo los cielos, vuelos formando cuadrados, formando  círculos, en picada hacia abajo, o hacia arriba.
         -¡No puede ser! Me dije. ¡No puede ser!

         Todos los que estábamos ahí, contemplamos desde abajo extasiados  el cielo, el espectáculo debe haber demorado una hora, cuando  regresaron a tierra se fueron formando frente a Musga haciéndole una reverencia,  ésta estaba muy emocionada, agradeció todo el sacrificio y la fuerza con que habían  trabajado.

         -Yo no debo olvidar, dijo. A una Pequeña de buen corazón que me salvó  la vida. Entonces vino por mí, Igor (el ave macho),  y me llevó  hasta el trono de Musga, después  todas cantaron un himno  muy bonito,  luego pasamos a los comedores, disfrutamos de la comida cuando sonaron unas alarmas y todas salieron corriendo, alguien gritó. ¡Objetos extraños!  Hicieron funcionar  los remolinos, éstos emitían ruidos y provocaron unos fuertes vientos, incluso  parece que hasta levantaban  el agua del mar, provocando una tempestad.

         Como tenían una excelente vista  una de las que hacía de vigilante en una de las torres gritó por un aparato algo así como un pequeño parlante que se comunicaba con una cabina de control. -”Ya se desviaron”      Sólo era un avión que tomó otra ruta,  la isla volvió a la calma.
         Esa tarde todos bailaban, cantaban, había  una gran felicidad y no era para menos. ¡Volvían a su planeta, a su mundo que tanto amaban nuevamente se encontrarían con sus seres queridos!

         Llegada la noche zarparon las dos primeras naves que ya  estaban cargadas, mientras en las dos últimas iban subiendo las Atolonias con sus hicores. Las naves eran completísimas, tenían de todo a bordo. Pensaron hasta en los últimos detalles.

         Yo  no quise subir, no sé por qué razón sentí pánico y me quedé con Magda y dos hicores en una nave pequeña, los otros dos hicores adoptivos de Magda estaban en la tumba  del ave fallecida, en  un ademán  de despedida, ellos no querían regresar porque no iban a tener la dicha de ocupar la tumba  de su compañero, pero al fin se fueron muy pensativos.
         Musga vino hasta mí a despedirse, se veía radiante lógicamente, era la Reina.
         -No sabes pequeña Li, cuánto te debemos. A veces pequeñas obras consiguen grandes cosas.
         Estaba emocionada, pero  al mismo tiempo se veía  muy feliz, era una dicha que no podía ocultar, yo me abracé  a su cuello.
         Musga, exclamé. Es que nunca más te volveré a ver. Ella se sonrió y respondió.
         -Eso  realmente no lo sé, nada te puedo prometer.  Entonces uno  de sus Hicores, que estaba a su lado, me miró. Musga le habló  y éste me entregó un libro.
         Es un recuerdo para ti Pequeña Li, me dijo.
         Lo  recibí  y lo apreté  contra mi pecho. Dieron la media vuelta dirigiéndose a la nave, solamente las estaban esperando a ellas. Después  de algunos segundos,  sentimos el gran impacto de partida, la isla se estremeció  y las dos naves rompieron los cielos zarpando a una velocidad increíble en dirección fija hacia las estrellas. Me pareció que el corazón se me iba a caer.

ULTIMA  NAVE

         -¡Tranquila! Me dijo Magda mientras caminábamos en dirección a la última pequeña nave que  quedaba, luego dio la orden a los Hicores para que la hicieran partir. Nos elevamos suavemente sobre la isla, luego tomaron posiciones distanciadas, desde allí, suspendidas en el aire,  empezó a dar órdenes nuevamente a los Hicores, yo miraba pero no hice preguntas, los Hicores presionaron botones,  artefactos intangibles  para mí y Magda diligente daba una orden tras otra.

         -¡Ahora! Gritó Magda y los animales o mejor dicho seres humanos en forma de monos aún presionaron un último botón, entonces vi que la isla empezaba a sumergirse produciendo un ruido ensordecedor, como si toda  en sí  se hubiera  ido quebrando poco a poco, como si el mismo universo se hubiera partido en mil pedazos ocasionándole un fuerte dolor. Nos quedamos hasta que  se perdió  en el oleaje no quedando nada. Todos observábamos  en silencio la desaparición de la isla hasta que sólo quedó un suave oleaje.
         -¿Por qué? Le pregunté a Magda.

         -¿Por qué? Es muy simple,  me respondió, si es descubierta por los tuyos tratarían de aprender todo lo nuestro y aparte de eso, nos localizarían, eso nos expondría  en grave peligro tu planeta Pequeña Li, no es como el nuestro, lamentablemente no todos son amante de la paz, nosotros no tenemos guerras, ni odios, ni envidia, ni venganza, no nos matamos entre nosotros, cuidamos nuestro planeta, porque somos el fruto de la tierra que nos vio nacer, es nuestra madre tierra.

         Volamos en la pequeña  nave  hasta la Cueva del Mago desde allí Magda  me sostuvo en sus alas, saliendo del artefacto volador que se sostenía en el aire  sin avanzar,  ella  se deslizó como si estuviera planeando dejándome  al frente de la cueva, en una planicie  cubierta de pequeñas flores  con césped como si una mano misteriosa lo cultivara.
         En el espacio debo reunirme con las otras naves, balbuceo Magda. Antes de descender nos despedimos  y los Hicores me hacían  Hic. . . Hic, Pequeña Li pero en realidad no eran tan idiotas. Parece que Magda  sospechó lo que yo estaba pensando y me dijo.
         -Sea como sea, han  evolucionado bastante, puede que después de muchos años, miles de años, lleguen a ser perfectos y también nosotras, agregó con una sonrisa. Se despidió de mí, en ella no había  un dejo de tristeza, su alegría  era contagiosa, pero yo tenía mucha pena, mucha angustia. Adiós, le dije. Mirándola por última vez, me acerqué a ella abrazándola como pude. Sentí la suavidad de sus plumas y en un acto improvisado me rodeo con sus hermosas alas, que parecían abanicos confeccionados por  manos divinas. Regresó en un lento vuelo sin perderme de vista  y luego  la pequeña nave se perdió  en el espacio, llevándose mis recuerdos tan hermosos, tan especiales tan llenos de amor.

         Mientras yo caminaba cabizbaja  a casa miré el libro que me había  regalado Musga, estaba todo allí, nuestro encuentro,  nuestras conversaciones,  su llegada,  los trabajos de la isla, los Hicores,  realmente no faltaba nada, me sentí tan feliz, porque mi encuentro con Musga,  que era un secreto, yo lo iba a poder compartir con mis  amigos  o amigas, con mi familia, con mi maestra. ¡Sentí tanta felicidad, tanta alegría! Por todo lo que había vivido y compartido con las Atolonias.

         Luego tomé una cambucha de papel que días antes había dejado sobre un mueble y salí al camino a ese mismo camino por el que anduve con Musga sobre mi hombro en forma de paloma, ese camino de tierra que tantas veces sostuvo mi sombra,  ese camino que siempre me llevó a tantas partes, ese camino que de algún modo era parte de mi destino y corrí con la cambucha tirándola del hilo que la sostenía en el aire, me sentí como un punto en el universo, mirando el espacio, ese gran espacio que guarda tantos misterios desconocidos para nosotros.
         -¡Vamos, Jonás! Le dije a mi perro. El noble animal me siguió y yo me fui tirando mi cambucha, corriendo y le grité nuevamente.
         -¡Vamos  Jonás, Vamos!

FIN

1 comentario:

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